El altruismo fue por
mucho tiempo uno de los grandes enigmas en el darwinismo. Si en la evolución
hay una lucha por la existencia, ¿cómo pudieron sobrevivir los altruistas?
Después de varios intentos medianamente fallidos para resolver este enigma, la
solución estándar fue ofrecida por el biólogo William Hamilton. El altruismo es
ventajoso en la evolución, siempre y cuando esté dirigido a parientes. El
individuo altruista puede perjudicarse a sí mismo con su acción, pero favorece
a parientes que llevan una mayor proporción de sus genes. Al favorecer a esos
individuos, el altruista contribuye a divulgar sus genes, incluido el gen que
codifica el altruismo.
Así pues, Hamilton concluyó que,
cuanto más genéticamente cercano es un pariente, más altruismo habrá hacia ese
pariente. Y, en ese sentido, la base de las relaciones de parentesco es
biológica. Discriminamos entre primos y hermanos, hijos y sobrinos, primos
cercanos y primos lejanos, etc., y en función de esa discriminación,
administramos nuestros altruismo.
La lógica darwinista de esta tesis es
impecable. Pero, vale preguntarse, ¿realmente el parentesco está basado en la
biología? ¿No hay relaciones que sean como las del parentesco, pero en la cual
los individuos participantes no tengan vínculos biológicos?
En un inicio, a partir de mediados del
siglo XX, hubo antropólogos que trataron de defender la tesis de que el
parentesco no tiene nada que ver con la biología. El principal defensor de esta
idea fue David Schneider. Según él, nosotros los occidentales tratamos de
construir sistemas de parentesco basados en la biología. Pero, sería un error
etnocentrista creer que la humanidad entera opera así, e incluso, no es del
todo cierto que nuestros sistemas de parentesco en Occidente reposen sobre la
biología.
El principal argumento de antropólogos
como Schneider se basaba en el desconocimiento de la propia gente sobre asuntos
biológicos. Por ejemplo, Schneider había trabajado con los nativos de la isla
de Yap en el Pacífico, y descubrió que, como muchos otros melanesios, la gente
en Yap no concebía la relación entre el coito y el parto. Si los padres no conocen
ese hecho biológico tan elemental, se preguntaba Schneider, ¿cómo pueden actuar
basándose en cálculos sobre la cercanía genética de los parientes?
Otro antropólogo, Marshall Sahlins,
sostenía un argumento parecido. En muchas tribus, decía Sahlins, sólo se puede
contar hasta tres, y no existen las fracciones. ¿Cómo puede un individuo
calcular que comparte ½ de genes con su hijo, ¼ con su nieto, 1/12 con sus
sobrinos, etc., si no cuenta con un sistema numérico para hacerlo?
Estos argumentos tienen una falla
elemental. Asumen que el nepotismo en el parentesco es un proceso consciente.
Pero, por supuesto, Hamilton jamás postuló eso. Las personas son más cercanas
con sus hijos que con sus sobrinos, no por un cálculo predeterminado, sino
sencillamente, porque sienten un impulso interno a hacerlo, sin necesidad de
explicarlo teóricamente o procesarlo por la conciencia. La araña es muy eficaz
en construir telarañas, ¡pero no necesita un conocimiento teórico de
trigonometría!
Es también muy ingenuo asumir, como han
hecho algunos antropólogos, que el parentesco no tiene bases biológicas,
sencillamente porque algunos informantes así lo dicen. El mero hecho de que un
nativo de Yap diga que no hay relación entre el coito y el parto no implica
que, inconscientemente, este nativo actúe como si, en efecto, asumiese que no
hubiese relación entre coito y parto. Puede ser que el conocimiento teórico de
este hecho biológico no sea universal, pero los celos del hombre (y en menor
medida de la mujer) sí es una constante universal. El hombre se siente celoso,
a pesar de que no pueda razonar que, si su mujer se acuesta con otro, los hijos
que él críe no llevarán sus genes.
Con todo, en algunas regiones del mundo,
hay ciertas cosas que la gente hace (no meramente lo que dice), que parecieran
ir en contra de la idea de que el parentesco se basa en la biología. Por
ejemplo, Sahlins destaca cómo, en muchas tribus, hay sistemas de residencia
patrilocal. Esto significa que, cuando una mujer se casa, se va a vivir en la
aldea del esposo. Esto hace que un hombre aún no casado trabaje para los primos
lejanos en su aldea, con quienes tiene un grado de cercanía genética menor que con
sus propios sobrinos (los hijos de su hermana), quienes están en otra aldea, y
a quienes probablemente no extenderá su altruismo.
También en Occidente pareciera haber casos
que hacen dudar de la base biológica del parentesco. Por ejemplo, ¿por qué se
adoptan niños, si precisamente, los niños no tienen cercanía genética con sus
padres adoptivos? No obstante, aun en casos como ésos, las tesis de Hamilton
son relevantes. Por ejemplo, Martin Daly y Margon Wilson hicieron un famoso
estudio en el cual se documentaba que los niños tienen muchísimo más riesgo de
ser abusados por padres adoptivos o padrastros, que por padres biológicos.
Los estudiosos que favorecen la tesis de
Hamilton sobre el parentesco, presentan mucha evidencia confirmatoria sobre
cómo favorecemos más a los individuos con quienes tenemos más cercanía
genética. Pero, el problema que yo suelo ver en estos estudios, es que no son
lo suficientemente transculturales. Casi todos esos estudios se hacen en
sociedades modernas occidentales. Esto permite la posibilidad de que, como
decía Schneider, proyectemos a la especie entera, una especificidad cultural
propia de Occidente.
El sentido común nos informa que el parentesco
sí está basado en la biología. La lógica darwinista respalda esta idea. Y, la
observación del comportamiento de la gente en las sociedades modernas
occidentales, ofrece aún más respaldo. Pero, me temo que son todavía necesarios
más estudios transculturales para poder confirmar esta hipótesis.
- Esta basado en la biología.Y más concretamente en la genética. La genética de poblaciones lo demuestra.
ResponderEliminarEl problema, Lluís, es que hay algunos datos antropológicos que hacen dudar. Por ejemplo, tú puedes sentirte más como pariente cercano a la gente que lleva el apellido Valera, que a algún primo hermano tuyo que no lleve ese apellido. Quizás eso no ocurra tanto en España i Hispanoamérica, pero en otras culturas, sí hay más estrechez de relación enytre miembros de un mismo clan, que entre primos que, aun si son biológicamente más cercanos, pertenecen a otro clan.
EliminarCreo que en todo esto se simplifica demasiado. Es indudable que siempre hay una interacción entre lo genético y lo ambiental. Una afinidad genética puede establecer vínculos emocionales, pero sin esa afinidad pueden darse aún más fuertes si hay roce. Y al contrario: la Historia nos ofrece un rico surtido de atrocidades cometidas por padres hacia hijos biológicos y por éstos hacia aquéllos, entre hermanos, entre cuñados, para todos los gustos, y no sólo en el seno de dinastías y familias poderosas. No es necesario recurrir al mito.
ResponderEliminarHumildemente, creo que se deberían tener más en cuenta las circunstancias particulares que llevan a las acciones altruistas o destructivas.
Es cierto que hay variantes culturales y circunstancias sociales. Pero, con todo, estadísticamente, los padrastros (y en menor medida, los padres adoptivos), tienen mucha más probabilidad de matar a sus hijos, que los padres biológicos.
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