En un célebre ensayo, Immanuel Kant
decía que la Ilustración es la salida de la humanidad de su infancia. Hoy, esto
es anatema. Las palabras de Kant han sido repudiadas por su asociación con el
colonialismo. Bajo la premisa de que los pueblos que aún no habían conocido la
Ilustración eran infantiles, los grandes poderes coloniales europeos trataron
de justificar sus regímenes coloniales en África y Asia. Bajo la doctrina de la
misión civilizadora y la carga del hombre blanco, se postulaba que las potencias
europeas estaban en el deber de colonizar a los no occidentales, pues estos
pueblos, en tanto eran como niños, aún no estaban preparados para el
autogobierno. La administración colonial serviría como tutela mientras esos
pueblos adquirían su madurez.
El colonialismo cometió todo tipo de
crímenes, ¿quién puede negarlo? Pero, cometeríamos un error al asumir
inmediatamente que, los hechos a los cuales apela el criminal para hacer sus
fechorías, son falsos. No hubo justificación para que los poderes europeos colonizaran
África y Asia, pero no debemos apresurarnos en rechazar la idea de que los
pueblos no occidentales son más infantiles que nosotros.
El psicólogo que más procuró
estudiar las diferencias cognitivas y conductuales entre niños y adultos fue
Jean Piaget. Piaget postulaba que, antes de los siete años, los niños pasan por
una fase que él llamó “pre-operacional”. En esta fase de desarrollo, los niños
aún no piensan lógicamente. Creen, por ejemplo, que cuando se pasa de un vaso
corto a un vaso largo, no se conserva la misma cantidad de agua. O, también
creen que los objetos tienen vida propia, que las otras personas ven el mundo
desde su misma perspectiva.
Piaget dejó abierta la pregunta:
¿atraviesa la humanidad como conjunto las mismas fases de desarrollo cognitivo
por las cuales atraviesan los individuos? En otras palabras, ¿los pueblos menos
civilizados piensan y actúan como niños? El biólogo Ernest Haeckel había
asumido que, en el desarrollo embrionario de un ser humano, las fases más
tempranas exhiben rasgos afines a nuestros ancestros más remotos en la
evolución; en términos de su teoría, la “ontogenia recapitula la filogenia”.
Hoy sabemos que esto es falso. Y, por analogía, mucha gente asume que esto debe
ser también falso al comparar el desarrollo individual de las personas con el
desarrollo de las civilizaciones. Según esta corriente, los pueblos no
occidentales no son primitivos, no son más infantiles.
Lamentablemente, no es claro que
esto sea cierto. Hay indicios de que, en términos psicológicos, la ontogenia sí recapitula la filogenia. Los pueblos
no occidentales sí tienen indicios de ser más infantiles.
Antes de Piaget, el antropólogo
Levy-Bruhl había abordado esta cuestión, y había postulado que los nativos no
piensan lógicamente como nosotros. Pero, fueron los seguidores de Piaget
quienes más dedicaron atención al asunto. Vygotsky postuló que sin suficiente
educación formal al estilo moderno, un ser humano no podría desarrollar sus
capacidades cognitivas. Luria, por ejemplo, descubrió que los campesinos
uzbekos son incapaces de completar silogismos elementales. C.R. Hallpike
descubrió que los nativos tauade en Nueva Guinea son incapaces de calcular el
área de un rectángulo, o de asumir que los objetos conservan su volumen si
cambian de forma.
Frente a todo esto, antropólogos como
Claude Levi-Strauss, y todo el estructuralismo, han protestado, y han dicho que
todos los seres humanos pensamos básicamente de la misma manera, y todos somos
racionales en el mismo grado. Naturalmente, aquellos con hipersensibilidad
poscolonial, prefieren las posturas políticamente correctas de Levi-Strauss.
Bajo el esquema de Levi-Strauss, no hay pueblos superiores a otros, no hay
sociedades más adultas y sociedades más infantiles.
Los estudios de Levi-Strauss son
interesantes, pero me temo que son insuficientes. En algunas cosas, sí, los no
occidentales piensan tan racionalmente como nosotros. Los nativos son capaces
de hacer cosas muy complejas con sus sistemas de parentesco o de clasificación
totémica (ejemplos favoritos de Levi-Strauss). Pero, en muchas otras cosas no.
Y, me temo que cuanto menos moderna es una sociedad, más afín es al modo de
pensar de los niños.
Georg Osteirdiekoff ha escrito varios
libros analizando esta cuestión, y compara las instituciones culturales
premodernas con las conductas infantiles. Los niños son muy dados a creer que
los muñecos pueden convertirse en monstruos que los acechan (¡he ahí el origen
de Chucky!); las religiones más preponderantes en los pueblos más primitivos
son las animistas. Los niños dan explicaciones teleológicas para todo (tal cosa
sucedió con el propósito de que ocurriera otra cosa); algo muy parecido ocurre
en las mitologías más arcaicas. Los niños tienen firmemente arraigada la
creencia de que las malas acciones serán castigadas de forma espontánea
(aquello que los especialistas llaman “justicia inmanente”); en los pueblos
premodernos abundan las ordalías, así como las nociones religiosas de karma y
el castigo divino en esta vida. Los niños no suelen tomar en cuenta las
intenciones a la hora de juzgar las acciones; los sistemas jurídicos más
arcaicos tampoco suelen ofrecer atenuantes cuando se trata de meros
infortunios.
Así pues, si bien muchas de estas cosas
ameritan debate, no deberíamos desechar la idea de que la ontogenia sí
recapitula la filogenia, y como corolario, que quizás los colonialistas sí tenían
razón cuando postulaban que los colonizados eran como niños.
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