Los wayúu de Venezuela y Colombia,
una etnia con la cual convivo a diario, son conocidos en el mundo de la
antropología, debido a la prominencia que los sueños tienen en su cultura. El antropólogo
que ha estudiado este asunto más de cerca, Michel Perrin, documenta
extensamente la gran relevancia que los wayúu dan a sus sueños. Sirven como
medio de comunicación con los espíritus, como premoniciones que informan sobre
eventos futuros, como advertencia sobre posibles enemigos.
Esto puede incluso generar mucha
paranoia entre los wayúu. Una persona puede ser muy amigable en la vida real,
pero si esa persona aparece en un sueño como alguien hostil, hay alta probabilidad
de que los lazos de amistad con esa persona se rompan. Incluso, he sabido de
casos en los que una persona wayúu puede acusar de fechorías a otra, por el
mero hecho de que ha aparecido en los sueños haciendo cosas malas.
La ciencia, por supuesto, no acepta
nada de esto. Los científicos no tienen aún enteramente claro cómo y por qué
soñamos, pero al menos sí están seguros de que los sueños no son ni
premoniciones ni comunicaciones con los espíritus. Freud formuló la hipótesis
según la cual los sueños son manifestaciones de nuestro inconsciente reprimido,
pero tampoco la ciencia ve esta hipótesis favorablemente. Lo más probable es que
los sueños procedan sencillamente de descargas eléctricas en nuestro cerebro,
durante la fase del movimiento rápido de los ojos mientras dormimos; así, los
sueños no tienen mucho significado.
Occidente por mucho tiempo tuvo también
creencias parecidas a la de los wayúu, y entre alguna gente del mundo moderno,
persisten hasta el día de hoy. En la Biblia varios personajes se comunican con
Dios a través de sueños, alguna gente asume que soñar con números pueden ser
premoniciones para jugar la lotería, etc. Pero, afortunadamente, la
racionalidad en nuestra civilización ha crecido exponencialmente en los últimos
tres siglos, y hoy, entre gente moderna, los sueños no son gran cosa. Es un
avance del cual debemos estar orgullosos.
Lamentablemente, el relativismo cultural
se ha impuesto como paradigma dominante entre antropólogos, y esto se ha
extendido al resto del mundo académico, e incluso, en el ámbito político. Así,
a la hora de describir creencias oníricas como la de los wayúu, los
antropólogos son reticentes a describirlas como irracionales. Esas creencias son
“distintas”, pero no son menos meritorias que las creencias occidentales
modernas sobre los sueños. O, si no, también los relativistas suelen decir que
esas creencias pueden resultarnos irracionales, pero que, en tanto son muy
coherentes con el universo simbólico wayúu, tienen mucho sentido, y de esa
manera, son perfectamente racionales. Michel Perrin, por ejemplo, si bien ha
hecho una estimable labor de recolección de datos, continuamente incurre en
este vicio de querer presentar como racional, creencias que son abiertamente
irracionales.
Creer que los sueños se confunden con la
realidad, no es ningún ejemplo de racionalidad. En la primera mitad del siglo
XX, el antropólogo Lucien Levy-Bruhl había documentado estas creencias en muchos
pueblos del mundo, y correctamente las atribuyó a una mentalidad carente de
lógica, él la llamó “pre-lógica”. Levy-Bruhl no estaba dispuesto a asumir que
la mentalidad pre-lógica es inferior a la lógica, pero es sensato admitir que
sí lo es.
Jean Piaget también procuró estudiar la
confusión de la realidad con los sueños, no en distintas culturas, sino en
niños. Y, descubrió que, en efecto, una característica de la fase de desarrollo
que él llamó “pre-operacional” (de 4 a 7 años de edad), es el entendimiento “realista
conceptual” de los sueños; a saber, que los sueños se entremezclan con la
realidad.
Piaget dejó muy claro que el pensamiento
pre-operacional es menos avanzado y más irracional que el pensamiento de fases
más maduras en el desarrollo cognitivo de un individuo. En función de esto, no
tenemos ninguna dificultad en asumir que el pensamiento de los adultos es más
racional, más maduro y más preferible que el de los niños. Pero, extrañamente, cuando
se trata de otra cultura, como los wayúu, tenemos una enorme timidez a la hora
de calificar a su pensamiento como más inmaduro y menos racional. O, en todo
caso, si admitimos que es menos racional, no estamos dispuestos a decir que es
una mentalidad inferior, sino sencillamente “distinta”.
Esto es lamentable. Debemos perder el
temor de llamar a las cosas por su nombre. Creencias oníricas como la de los
wayúu merecen el calificativo de “infantiles”, y deben ser tratadas como tal.
No merecen ningún respeto especial, del mismo modo en que no merece respeto la
creencia infantil de que el hada madrina protegerá al niño de malos sueños.
Algunos antropólogos seguidores de Piaget (como C.R. Hallpike), han documentado
cómo, en muchísimas culturas no occidentalizadas, las formas de pensamiento son
bastante a afines al modo de pensar de los niños en las sociedades modernas. En
las culturas primitivas persisten los rasgos típicos de la mentalidad “pre-operacional”
que describió Piaget.
Si un objetivo de la educación es
precisamente hacer madurar a los niños de forma tal que óptimamente superen la
fase pre-operacional de su pensamiento, ¿por qué no hemos de hacer lo mismo con
culturas como los wayúu? Mucha gente asume que tratar de educar a un wayúu
haciéndole ver que los sueños no tienen ningún significado especial, es una
forma de colonialismo. La educación intercultural, se nos dice, debe contemplar
las particularidades culturales de cada pueblo, y en tanto la interpretación de
los sueños es un aspecto tan central en la vida cultural de los wayúu, la
educación no debe sabotear esta creencia tan importante.
Lamentablemente, estos promotores de la educación
intercultural, no hacen más que perpetuar las creencias infantiles en pueblos
primitivos. Por alguna misteriosa razón, en nuestros sistemas educativos estamos
dispuestos a hacer madurar a los niños, pero no estamos tan dispuestos a hacer
madurar a los pueblos primitivos. Sospecho que esa misteriosa razón es en
realidad la culpa colonialista, que muchas veces es llevada a extremos
lamentables como éste.
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