El
indigenismo en América Latina tiene una agenda política preestablecida:
presentar a los indígenas como víctimas, y a los demás como victimarios. Y,
¿quién puede negarlo? ¿Acaso Pizarro, de la forma más vil, no obligó a
Atahualpa a llenar una habitación con oro, sólo para matarlo inmediatamente
después? ¿Acaso no se dio inicio a un genocidio en 1492?
El problema, no obstante, es que
cuando gente sensata coloca matices al victimismo indigenista, las reacciones
son aireadas. Si hay datos inconvenientes para el maniqueísmo indigenista
(indios buenos vs. blancos malos), se exige que esos datos sean suprimidos.
El caso de la guatemalteca Rigoberta
Menchú es uno de los más patéticos. Menchú fue galardonada con el Premio Nobel
de la Paz en 1992, sin duda, una fecha muy propicia, pues se esperaba que el
premio sirviese como símbolo de protesta en contra de la llegada de Colón cinco
siglos antes.
Menchú había hecho renombre con su
autobiografía (escrita en colaboración con la antropólogo venezolana Elizabeth
Burgos), Me llamo Rigoberta Menchú y así
me nació la conciencia. El libro causó conmoción en todo el mundo. A
finales de la década de los ochenta, las universidades norteamericanas,
deseosas de lavar sus culpas colonialistas, se propusieron incluir libros
tercermundistas en sus programas de formación, y así, incorporaron la
autobiografía de Menchú en muchos cursos universitarios. La fama de la
luchadora indígena creció aún más.
Pero entonces, años después,
salieron a la luz muchas mentiras con las cuales Menchú adornó su
autobiografía. El antropólogo norteamericano David Stoll hizo trabajo de campo
en Guatemala, y desenmascaró varias de las mentiras de la líder indígena.
Menchú alegaba, por ejemplo, que aprendió el español sólo en su adultez, porque
nunca pudo ir a la escuela. En realidad, Menchú sí tuvo educación primaria.
Ella alegaba que uno de sus hermanos había muerto de hambre; en realidad, ese hermano
estaba vivo y coleando. También decía que ella había visto cómo su hermano fue
incinerado; en realidad, ese hermano murió de un disparo, y Menchú no fue
testigo.
Quizás el alegato más importante de
Stoll fue que, al menos en la zona en la cual operaba Menchú, los campesinos e
indígenas no apoyaban la lucha armada
guerrillera. Esos indígenas estaban mejorando progresivamente sus condiciones
de vida, y no les interesaba unirse a la guerrilla. Más bien, eran reclutados
forzosamente, y en ocasiones, atacados por los mismos guerrilleros, para
hacerles creer que estaban al acecho del gobierno.
La propia Elizabeth Burgos admitió
después que Menchú inventó muchos detalles de su vida. Burgos se reunió con
Menchú en París para grabar varias horas de conversación, y básicamente la
labor de la antropóloga consistió en transcribir aquellas conversaciones. Años
después, Burgos constató que Menchú había mentido en varias cosas. Frente a
esto, los representantes del Premio Nóbel, Burgos, y el mismo Stoll, dijeron
que, a pesar de las mentiras de Menchú, su labor era estimable, pues logró
mostrar al mundo la cruda realidad de Guatemala.
No lo dudo. Pero, insólitamente, empezaron
a pulular indigenistas y antropólogos que reprocharon
a Stoll por haber revelado las mentiras de Menchú. Estos indigenistas
empezaron a decir que, en la tradición oral indígena, las cosas no se cuentan
tal como ocurrieron, y que es un acto de etnocentrismo que un hombre blanco
occidental pretenda que los indios cuenten las cosas verazmente. Es decir, ¡a
la mierda la verdad! (por parafrasear un infame libro de Gianni Vattimo, Adiós a la verdad): el indio, por el
mero hecho de ser indio, puede decir algunas mentirillas, y nosotros no debemos
reprocharlo.
Esto mismo está ocurriendo en Venezuela,
con otro caso patético, el del cacique yukpa Sabino Romero. Este personaje fue
asesinado en 2013. Los indigenistas quieren hacer de él un mártir,
supuestamente asesinado por terratenientes criollos, porque el cacique era un
luchador por las tierras.
Es cierto que los yukpa han sufrido, y
que Sabino luchó por sus derechos. Pero, el caso de su asesinato no está nada
claro. Y, quienes quieren hacer de Sabino un mártir, ocultan (es decir, mienten
por omisión) que, en 2009, hubo un altercado violento entre dos grupos
indígenas, en el cual hubo varios muertos (todos indígenas), y las familias de
las víctimas acusaron a Sabino de ser el asesino. No sabemos aún quién mató a
Sabino, pero con estos antecedentes, no deberíamos descartar que no fueron los
terratenientes, sino las propias
familias de las víctimas de aquel altercado, quienes ordenaron su asesinato. El
derecho consuetudinario de los yukpa, como tantos otros códigos jurídicos
indígenas de América, está basado en la venganza; ¿sorprende, acaso, que se
haya cobrado la sangre derramada con su propia sangre?
Con todo, los indigenistas prefieren
fabricar mentiras. Menchú alegó que, en su adolescencia, su familia sufrió
mucho por un pleito de tierras con terratenientes criollos, cuando en realidad,
ese pleito era con otros aldeanos indígenas. Es mucho más conveniente para los
indigenistas decir que los pleitos son entre blancos victimarios e indígenas
víctimas, que admitir que entre los propios indígenas hay también matanzas.
Pues bien, lo mismo podría estar ocurriendo con Sabino: la mayoría de los
indigenistas prefieren hacerse la vista gorda frente al hecho de que existe la posibilidad
de que la muerte del cacique yukpa sea parte de un pleito que él tenía con
otros yukpas. A estos indigenistas no les interesa tanto la verdad; ellos
prefieren seguir con el chantaje de los quinientos años de colonialismo, y
presentar la imagen de blancos malos e indios buenos, sin importar si hay que
decir alguna mentirilla
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUn caso más del eterno e intocable mito del buen salvaje.
ResponderEliminarÚltimamente, por cierto, he estado aprendiendo lo extendidos que estaban los sacrificios humanos entre los pueblos precolombinos, y al parecer como un medio de persuasión conscientemente empleado por la clase dirigente (cuantos más muertos, más se afianza la conciencia de pertenecer al grupo).
Sí, en efecto, puedes ver eso en la película de Mel Gibson, "Apocalypto".
EliminarPuede que haya habido mentiras. Pero es una cretinada gigantesca que quieras aminorar o negar las barbaridades de la guerra civil. Pues el 95% de las atrocidades las cometió el ejercito y los grupos paramilitares (además si se puede decir que durante la guerra civil (o en algun momento de esta) hubo genocidio contra los pueblos indigenas de allí)
ResponderEliminarY todo eso no es invento mio. Lo dice la ONU, la CIDH y el informe Guatemala nunca más, del arzobispo Galteri (quien fue asesinado por su labor)
1. Te advierto: vuelves a insultar usando la palabra "cretinada", y bloquearé cualquier comentario tuyo.
Eliminar2. Yo no he aminorado o negado las barbaridades de la guerra civil guatemalteca. Sólo he destacado las mentiras que dijo Manchú. El cretino eres tú por atribuirme posturas que no son las mías.