lunes, 1 de octubre de 2012

Robert Nozick y el sueldo de Messi



            Durante el mundial de fútbol de 2010, en una ocasión me encontré con mi amigo Steven Bermúdez. Steven fue campeón nacional de esgrima, y es un gran atleta. En virtud de su interés por el deporte, le pregunté en aquella ocasión a cuál equipo apoyaría durante el mundial de fútbol. Me respondió que detestaba el mundial. Como Steven, hay varios intelectuales que detestan el mundial de fútbol por motivos sensatos. Juan José Sebreli, por ejemplo, siente incomodidad por el mundial, en virtud de su oposición al nacionalismo. Como Sebreli, yo aborrezco el nacionalismo, pero debo admitir que, cada cuatro años, se apodera de mí el virus nacionalista, y me emociono al ver las banderas ondeantes en los estadios.
            Pero, Steven no rechazaba el mundial por su exacerbación del nacionalismo. Más bien, la afiliación de Steven con la izquierda latinoamericana presumiblemente lo conduciría a enaltecer el nacionalismo (una postura un tanto incoherente entre los izquierdistas latinoamericanos, pues Marx estuvo enfáticamente en contra del nacionalismo). Steven rechazaba el mundial, porque según él, todo se trata de un gran negocio.
            Esta queja es frecuente en el mundo del fútbol, y de los deportes profesionales en general. El sueldo de Lionel Messi es una monstruosidad, comparado con el modesto sueldo del trabajador que se encarga de mantener el pasto verde del Camp Nou. Los sueldos exorbitantes de los jugadores están empezando a convertirse en un problema. En algunas ligas deportivas (pero curiosamente no en el fútbol), se han impuesto límites forzados a los salarios de los jugadores. No se trata de una medida con conciencia revolucionaria en consecución de la sociedad sin clases (el mundo de los deportes está muy lejos de eso); su objetivo más bien es estimular mayor competitividad entre los equipos, y en segundo término, abaratar los costos para los espectadores.
            Pero, esto invita a una reflexión de mayor talante filosófico: ¿es justo que haya una brecha tan grande entre ricos y pobres? ¿Es Lionel Messi un opresor, en tanto gana cien (o mil, ¿quién sabe?) veces el salario del pobre diablo que corta el césped en el Camp Nou? Las desigualdades repugnan naturalmente. Pero, contrario a los comunistas (igualitaristas radicales) que pretenden una sociedad sin clases, los liberales están dispuestos a admitir que, en virtud de las habilidades, es justo que existan algunas desigualdades. Messi ha entrenado muy duro toda su vida, mientras que el cortador de césped seguramente no ha tenido la misma disciplina. Por ende, es justo que Messi reciba más riqueza.
            Pero, ¿tanta más? El filósofo John Rawls era del criterio de que las desigualdades son tolerables, siempre y cuando favorezcan a los más débiles. Y, así, proponía pensar en un ‘velo de la ignorancia’. A la hora de organizar una sociedad, pensemos en aquellos que están en la escala social más baja, y planifiquemos la sociedad como si nosotros ocupásemos ese estamento inferior. Presumiblemente, todos querremos un mínimo de atención médica, educación, etc., y para garantizar esto, es necesario alguna forma de distribución al estilo Robin Hood: quitar al rico para dar al pobre, habitualmente mediante los impuestos. Esto no es comunismo; es sencillamente un poco de redistribución para garantizar que aún los más desamparados tengan un mínimo de bienestar.
            Pero, el filósofo Robert Nozick célebremente protestó contra esto. ¿Por qué Messi debe subsidiar al cortador de césped del Camp Nou? Nozick postula que los impuestos son una forma de esclavitud: el Estado roba el trabajo de los ciudadanos honestos, y los obliga a trabajar por un sueldo menor del que realmente ganan con su esfuerzo, a fin de subsidiar a otras personas. Así pues, en un caso como el de Messi, Nozick destaca tres condiciones que deben cumplirse para justificar la desigualdad. En primer lugar, la propiedad debe ser bien habida, en el sentido de que no debe proceder de robos o estafas, sino del esfuerzo propio de quien la disfruta. En segundo lugar, la transferencia de propiedad al más rico debe ser voluntaria. Y, en tercer lugar, deben restaurarse las injusticias pasadas que pudieran haber dado lugar al enriquecimiento ilícito de algunos.
            Bajo este razonamiento, si alguien como Lionel Messi cumplió estas tres condiciones, entonces no es injusto que disfrute sueldos monstruosos y exista una gigantesca brecha respecto al cortador de césped del Camp Nou. Nozick ilustra esto con un famoso ejemplo, el cual sólo modificaré ligeramente. Supongamos que, al inicio de la temporada, Messi, el cortador de césped, el médico del Barca, y el vendedor de cervezas en las gradas, reciben el mismo salario. Pero, el agente de Messi logra un acuerdo con el club: el astro argentino jugará, sólo si cada espectador paga un euro adicional por su entrada, el cual irá directamente a Messi. El club accede, y así, Messi ganará cien mil euros más por cada partido (presumo que en el Camp Nou caben cien mil espectadores).
            Así, Messi terminará ganando muchísimo más que el resto de los trabajadores del Barcelona. ¿Debe Messi compartir su riqueza brutalmente desproporcionada con los otros miembros del club? En función de nuestras intuiciones, Nozick responde enfáticamente que no. La propiedad de Messi podrá ser monstruosa, pero es bien habida. Nadie le puso una pistola en la cabeza a los directivos del Barcelona para acceder a ese trato, y tampoco ningún hincha del Barca ha sufrido coerción para pagar el euro adicional que engorda grotescamente los bolsillos de Messi. Puede repugnar que Messi gane cien mil euros más por partido, pero es injusto despojarlo de una riqueza que ha conseguido honestamente, fruto de su propio trabajo. Al principio, todos empezaron ganando lo mismo, pero por las propias decisiones libres de los trabajadores y espectadores del Barca, Messi terminó siendo un multimillonario.
            Nozick emplea este ejemplo, para protestar en contra de las medidas redistributivas de los Estados. Nozick no es un anarquista: considera que el Estado es necesario para resguardar la integridad de los contratos, y ofrecer un mínimo de seguridad. Pero, Nozick considera opresivo que el Estado quite a unos para dar a otros, siempre y cuando se cumplan esas tres condiciones.
            La argumentación de Nozick es nítida, pero como con tantos argumentos enigmáticos, genera repulsión, aun si no sabemos dónde ubicar la fallar del argumento. Nozick tiene pulcritud argumentativa, pero a mí, como a mi amigo Steven, me sigue repugnando que un futbolista gane cien mil veces más el sueldo de un médico. Me parece, con todo, que podrían matizarse algunos de los puntos del argumento de Nozick.
            En primer lugar, el ejemplo de Messi no es muy realista (y, hasta cierto punto, el mismo Nozick lo admitía). Muchos magnates han acumulado riquezas mediante contratos fraudulentos (o al menos, con dudosa integridad), y prácticas mucho más coercitivas de las que sugieren el ejemplo de Messi. En la descripción del ejemplo, he usado el proverbial “nadie le puso una pistola en la cabeza”, pero sabemos que la realidad es mucho más compleja, y que existen formas muy sutiles de obligar a alguien a hacer algo que, en el fondo, no desea hacer. Marx elocuentemente criticaba la premisa liberal, según la cual, si el trabajador no está contento con lo que se le paga, puede marcharse. La realidad, advertía Marx, es más compleja: el trabajador en realidad no tiene gran opción, si el otro patrón le paga básicamente lo mismo, y está en la urgente necesidad de alimentar a su familia.
            Y, además, el argumento de Nozick enfrenta el problema de la herencia. Nozick, en tanto seguidor de Locke, postula que, en la medida en que una persona ‘mezcla’ su trabajo con los recursos naturales, puede legítimamente considerarse propietario de los frutos de su trabajo. Así, en el ejemplo de Messi, ‘la pulga’ puede cobrar un sueldo exorbitante, pues procede de su propio trabajo (sus talentos futbolísticos, aunados a su disciplina), y en ese sentido, se lo merece.
            Pero, hay plenitud de gente que ha heredado vastas sumas de dinero, y su riqueza, si bien no procede propiamente de un robo, tampoco procede del fruto de su propio trabajo. Quizás estemos dispuestos a admitir que es justo que Messi cobre esos sueldos tan abultados, pero es más difícil admitir que la riqueza de Paris Hilton, una frívola heredera, es justa.
            En sus libros posteriores, Nozick reconoció que la herencia es efectivamente un problema, y contempló la posibilidad de permitir impuestos sucesorales. Pero, la argumentación liberal estándar es que, si Messi se esforzó honestamente para ser un millonario, está en su derecho de dejarle la propiedad íntegramente a quién crea más conveniente.
            Por mi parte, no me convence la defensa irrestricta de la anulación de impuestos a las herencias. Puedo admitir que Messi no le puso una pistola a nadie en la cabeza para ganar lo que gana, y que en ese sentido, está intitulado a tener lo que tiene. Pero, no estoy seguro de que podamos decir lo mismo de los herederos de Messi. Parece ir en contra de mis intuiciones meritocráticas el hecho de que haya gente rica, por el mero hecho de nacer. Si la propiedad es bien habida siempre y cuando sea fruto del trabajo propio, entonces evidentemente Paris Hilton no tiene propiedad bien habida.
            Por otra parte, la herencia es un poderoso estímulo a la producción. Mucha gente trabaja con el objetivo, no propiamente de disfrutar el producto de su trabajo ellos mismos, sino para dejárselo a sus hijos. Y, si se despoja el derecho a la herencia íntegra, presumiblemente se despojará un importante incentivo a la producción. Así pues, quizás la herencia no sea justa, pero sí mantiene un poderoso estímulo que impulsa la productividad. ¿Es preferible vivir en una sociedad justa pero improductiva, o injusta pero productiva? Yo me inclino más por la segunda opción.
            Con todo, en la disputa entre Rawls y Nozick, me inclino más por el primero. Creo que todos los seres humanos tenemos un mínimo de obligación ética con nuestros semejantes. Da coraje saber que yo me parto el lomo trabajando (en realidad, no tanto), y que el Estado mediante sus impuestos me quita parte de mi riqueza producto de mi trabajo, para dirigirla a la atención médica en un hospital, de un criminal herido de bala en el atraco a una iglesia. Pero, aun esa piltrafa merece un mínimo de atención. Si colocamos en práctica el velo de la ignorancia, comprenderemos que, aun el más insolente criminal, merece un mínimo de beneficios.
            Más aún, creo que, independientemente del argumento de Rawls, en función del propio egoísmo ético, está en mi propia conveniencia aportar algo para la atención de los menos privilegiados. Se me haría muy difícil disfrutar mi riqueza en una mansión, si al salir a la calle, está llena de pordioseros. Dada la interconexión social de la especie humana, la miseria del criminal no atendido eventualmente me perjudicará. Para buscar el beneficio propio, convendría propiciar (al menos elementalmente) el beneficio de los demás.
            Hasta cierto punto, Nozick estuvo de acuerdo con esto, y por eso, vio con buenos ojos las obras de beneficencia. Pero, insistía Nozick, estas obras tienen justificación sólo si funcionan voluntariamente, nunca si son impuestas por el Estado, y se terminan convirtiendo en mecanismos forzosos de distribución de la riqueza. A esto, respondo que un mínimo de coerción estatal en la redistribución de la riqueza, siempre será necesaria. Pues, aun si está en la propia conveniencia del rico ofrecer un mínimo de ayuda al pobre, muchas veces el rico tiene dificultad en apreciar esta conveniencia. En el entretiempo, me parece, hace falta un Estado que, sin inmiscuirse demasiado en la vida de los individuos, redistribuya para garantizar que, aun los menos favorecidos, tengan un mínimo de garantías y derechos.

3 comentarios:

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    1. Gracias, David. ¡Te envidio por ver jugar a Messi en el Camp Nou! Fui a un juego en el Camp Nou cuando era niño, y quedé impresionado con ese estadio...

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