Estuve
recientemente en Buenos Aires, y en conversaciones con taxistas,
inevitablemente surge el tema político. Y, al hablar de política,
inevitablemente surge el tema de la repartición de la riqueza. El taxista me
decía: “cuando logremos repartir la torta como debamos repartirla, viviremos
felices”. Yo no opino que todos los problemas políticos se resuelvan con eso,
pero sí me parece que el problema del reparto de la riqueza es latente en el
mundo, y algo hay que hacer al respecto. Pero, antes de sufrir de un arrebato
de Robin Hood, y salir a quitarle al rico para darle al pobre, hay que razonar
detenidamente cuánto y a quién debemos repartir la torta. De eso se trata la
discusión en torno a la llamada ‘justicia distributiva’ sobre la cual conversan
muchos filósofos.
Echémosle
un vistazo a este problema, con el deporte como metáfora. Soy aficionado a
muchos deportes, y me parece que la belleza de esta actividad humana no está
sólo en la actividad física, sino en su poder metafórico para tratar de
responder muchas de las preguntas de que se hacen los filósofos.
Supongamos
que hay diez atletas que se reúnen para organizar una carrera. En esa carrera,
cobrarán entrada al público. Obviamente, entre los atletas, no tardará en surgir
la pregunta: ¿cómo deberán repartirse las ganancias? Mucha gente indignada por
la desigualdad, siempre sentirá la tentación de responder casi automáticamente:
el reparto debe ser estrictamente igualitario: ni más, ni menos, partes iguales
entre todos los atletas. Es el modelo cooperativista que el comunismo ha
tratado de imponer. Se cree que, así, finalmente cesará la injusticia.
Pero,
aun entre los comunistas, ha habido algunos que estarían dispuestos a hacer
algunas salvedades. Marx, por ejemplo, opinaría que no todos deben recibir
partes iguales en el reparto de las ganancias de la carrera. A su juicio, debe
repartirse según las necesidades de cada quien. El atleta con siete hijos debe
recibir una tajada mayor que el atleta con un solo hijo, pues así lo exige la
necesidad. Si en realidad se repartieran las tajadas por igual, el atleta con
más terminaría siendo más pobre, pues consumiría más. Para aliviar esta
eventual desigualdad, es mejor solventarla desde el inicio, asignándole una
tajada mayor, con el propósito de que, al final, se conserve la igualdad.
A simple
vista, esto podría resolver el problema de la justicia social, y todos
quedaríamos contentos. Pero, ¿qué incentivo habría para entrenar y ganar? Si,
no importa en cuál posición llegue, me darán una tajada en función de mi
necesidad, ¿para qué trabajar con disciplina en preparación a la carrera? Al
final, sin incentivo, el desempeño de todos los atletas se reduciría. Y, su
pobre desempeño no haría atractiva la carrera al público. Sin público, se
reduciría la productividad y las ganancias. Habría, en efecto, igualdad. Pero,
habría poca producción y, por ende, más pobreza.
John
Rawls tiene una solución a este problema. Rawls sostiene que el reparto de las
ganancias de la carrera no debe ser igualitario, ni tampoco en función de la
necesidad. Para mantener el incentivo, quien llegue de primero debe ganar más
que quien llegue de segundo, éste que quien llegue de tercero, y así
sucesivamente. Pero, puesto que los atletas están conviniendo los términos del
reparto, sería prudente llegar al siguiente pacto: debería organizarse la
carrera teniendo en contemplación cuánto es el mínimo que debería recibir el
atleta que llegue de último. Cada atleta debería ir al pacto imaginando que
llegará de último, y a partir de eso, garantizar un mínimo de ganancia a este
desafortunado, pues cada quien tratará de garantizarse un mínimo de ganancia
para sí mismo.
Con
todo, el atleta no debería caer en la tentación de que, si se imagina que es el
último en la carrera, debe ganar lo mismo que quien llegó de primero. Pues,
como he señalado, esto despojaría de incentivos al entrenamiento y afecta la
productividad general. Si bien a quien llega de último le conviene un mínimo de
reparto de la ganancia, también le conviene que quien llegue de primero gane
más, pues así habrá incentivo, mayor rendimiento y, por ende, mayor ganancia a
repartir.
Rawls
advierte así que la igualdad intransigente en el reparto de las ganancias entre
los atletas no conviene, pues termina perjudicando incluso a quien llega de
último en la carrera. Para Rawls, el reparto desigual estaría justificado sólo
si se emplea como medida para beneficiar a quien llega de último. Así, debería
haber desigualdades en el reparto, pero sólo lo estrictamente necesario para
mantener el incentivo.
El común
de la gente opinaría que, dados esos términos, la carrera puede empezar. Habrá
desigualdades en el reparto de la ganancia; pero el que llegue de último tendrá
un mínimo de asignación que le permitirá un mínimo de bienestar. Pero, Rawls no
se detiene ahí. Rawls diría que, antes de la carrera, ya ha habido desventajas.
Unos atletas tuvieron mejores oportunidades para entrenar que otros, mejores equipos,
etc. Esto es injusto. Antes de iniciar la carrera, habría que colocar a los más
desventajados por estas circunstancias, unos metros por delante en la carrera. Incluso,
habría que tomar en cuenta las desventajas naturales
de las personas: los atletas con piernas más cortas obviamente están en
desventaja, y así, debería permitírseles empezar la carrera algunos metros por
delante, para emparejar esa desventaja inicial.
O, quizás de forma
menos cruda, Rawls propondría que, aun si la ventaja de quien gane la carrera
es abrumadoramente superior al resto de los atletas, el reparto de las
ganancias debe hacerse con un mínimo de desigualdad, pues de ese modo se
destinarán recursos a fin tratar de ofrecer las oportunidades de entrenamiento
que los perdedores no tuvieron.
Algunos
atletas podrán protestar señalando que, quien llegue de primero, quizás no sólo
lo hizo gracias a sus oportunidades de entrenamiento que los otros no tuvieron,
sino también a sus talentos naturales y su propio esfuerzo, y eso lo hace
acreedor de una tajada mayor en el reparto. Tiene el mérito de haberse esforzado
y haber exhibido sus talentos más que los otros atletas, y es justo que reciba
más que ellos, y no meramente lo estrictamente necesario para preservar el
incentivo.
Pero, Rawls
sostiene frente a esto que en realidad ese atleta no tiene un mérito adicional.
Nadie selecciona su talento para correr; sencillamente se nace con ello, y en
el mero acto de nacer no hay mérito. Y, si bien el atleta que llegue de primero
pudo haberse esforzado más que los otros, Rawls considera que esa misma
capacidad para esforzarse depende de factores genéticos y ambientales que están
más allá del alcance de los individuos, y por ende, de nuevo, no hay mérito en
ello. Rawls es un determinista, y si bien no dedicó mucha atención al problema
filosófico del libre albedrío, parece negar que los seres humanos contamos con
esa libertad: nadie realmente toma decisiones meritorias. Estamos determinados
por eventos previos.
Para Rawls,
entonces, ninguna desigualdad en la asignación de la ganancia tiene una
justificación intrínseca sobre la base del mérito. La única justificación para
la desigualdad es proveer incentivos a la excelencia. Por ello, quien llegue de
primero no tiene más méritos que los demás, y por eso, no merece mucho más en
la asignación. Sólo se le asigna un poco más en la riqueza, a fin de motivar a
los que llegan de último.
Pero, supongamos
que un atleta talentoso en extremo llega a un acuerdo con el público asistente,
y cada persona del público pagará un añadido que irá destinado sólo a él como
ganador. Así, al final de la carrera, este atleta habrá ganado mucho más que
sus compañeros (muchísimo más que los términos originales del pacto entre los
atletas), en virtud del acuerdo que hizo con el público en la carrera. ¿Debe
repartir esa riqueza este atleta? Robert Nozick opina que no. Pues, procede de
un mero acto consensuado entre el atleta talentoso, y el público asistente, y
en esta transacción no hay fraude de ningún tipo.
Rawls, en cambio,
opina que este hipotético atleta sí debe repartir su riqueza añadida (y si no quiere,
por supuesto, alguna entidad coercitiva, como el Estado, debe forzarlo). Pues,
su exceso de riqueza es injusto, en tanto depende de habilidades no merecidas. Es
sencillamente una mera circunstancia contingente, lo que le permitió ganar en
demasía.
Las conclusiones de
Rawls en ocasiones parecen temerarias. Y, Nozick no desaprovechó oportunidad
para hacérselo ver. Si se lleva al extremo el razonamiento de Rawls, nadie
merece haber nacido con dos riñones sanos. Y, puesto que hay gente con riñones
deficientes en el mundo, y se puede vivir perfectamente con un riñón, la
justicia distributiva de Rawls exigiría que las personas con dos riñones donen
uno. Esto no desmejoraría la calidad de vida de quienes tienen dos riñones
sanos (pues, repito, se puede vivir perfectamente sano con un riñón), pero
haría el reparto de riñones más igualitario. Con todo, Nozick advierte que es
contraintuitivo exigir la donación del riñón, y que precisamente, un ejemplo
como éste debería ponernos en alerta frente a los abusos intelectuales de
Rawls.
Las críticas de
Nozick sirven como advertencia de que una ideología que pretenda corregir las
desigualdades de la naturaleza debe ser manejada con sumo cuidado, pues pueden
conducir a Estados totalitarios invasivos de la integridad personal. Pero,
Rawls ha hecho bien en señalar que, el hecho de que el mundo sea naturalmente
injusto no implica que no podamos intentar mejorarlo y convertirlo en un mundo
más igualitario. Y, me temo que en un mundo cuya desigualdad genera repulsión,
la alternativa de Rawls es una de las más sólidas. El extremo igualitarismo de
Marx no resuelve el problema del incentivo. La plena defensa de la libertad de
mercado de Nozick no resuelve el problema de la riqueza no merecida. La
alternativa de Rawls, manejada con cuidado, podría servir de un óptimo
intermedio, como de hecho ha pasado a ser un fundamento ideológico de la social
democracia.
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