Frecuentemente
escuchamos la letanía de que el 90% de la riqueza mundial está en manos del 2%
de la población mundial. Naturalmente, genera repulsión, pero ¿es efectivamente
injusta esa distribución? La intuición no es siempre una guía de lo verdadero.
Por ello, a no ser que encontremos una razón precisa, por la cual esa cifra sea
una manifestación de injusticia, deberemos permanecer sin protestar. Quizás el
filósofo John Rawls podría ayudarnos en esto; de hecho, su obra es una de las
más apasionadas defensas de la igualdad en el reparto de la riqueza.
Rawls
considera que, a la hora de conformarse un contrato social, las partes
contrayentes deben llegar a un mínimo acuerdo. Y, propone Rawls, este acuerdo
debe proceder de aquello que él llama el ‘velo de la ignorancia’. Esto consiste
en que las partes en contrato deben prever una sociedad en la cual,
imaginativamente, ellos asumen que están en la escala más baja de la jerarquía
social. De ese modo, los contratistas asegurarían un mínimo de derechos y garantías
para aquellos que se ubican en los estamentos inferiores.
La idea
de Rawls se ilustra nítidamente con un mundial de fútbol. ¿Cómo podemos
garantizar que el campeonato será justo? Pues bien, los treinta y dos equipos
participantes hacen un ejercicio de imaginación, y colocándose en el lugar del
equipo que llega de último, se aseguran de garantizarle un mínimo de derechos.
Los treinta y dos equipos acuerdan que nadie se burlará del equipo perdedor; se
le garantizará hotel, comida y transporte, etc.
Ello no
implica que no deba haber ganadores ni perdedores en el mundial. Sencillamente
implica que, aún el equipo que llega de último, tiene un mínimo de derechos.
Habrá una desigualdad, en el sentido de que Brasil seguramente quedará campeón,
y Haití llegará de último. Pero, esta desigualdad no será tan brutal, como para
ofrecer a cada jugador de Brasil una corona de oro, y azotar a cada jugador de
Haití en la plaza pública. El velo de la ignorancia permite imaginar que
cualquier país puede llegar de último, y así, todos los países querrán que aún
al país que llegue de último, se le ofrezca un trato digno.
Rawls
acepta que haya ganadores y perdedores (o ricos y pobres), pero advierte que
las desigualdades deben existir siempre y cuando sean en beneficio de los menos
privilegiados. A simple vista, esto parece incoherente. Pues, el beneficio de
los menos privilegiados es sencillamente que se acaben todas las desigualdades.
En efecto, así lo ha entendido el comunismo, y de ahí procede su manía de
querer distribuir la riqueza en términos absolutamente igualitarios (e,
incluso, los soviéticos en una época pretendieron eliminar a los ganadores y
perdedores de sus eventos deportivos, y sencillamente conformarse con el “lo
importante es participar”).
Pero,
afortunadamente, Rawls ha sido lo suficientemente sensato como para advertir
que la absoluta igualdad iría en detrimento de los propios pobres. Pues, al
imponer una igualdad absoluta, se despojaría del incentivo para producir, y
así, los pobres disfrutarían de menos riqueza
de la disfrutan en un sistema social con el reparto desigual de la riqueza. En
otras palabras, habría un alto grado de igualdad, pero un bajo grado de
producción, y al final, esta falta de productividad terminaría perjudicando a
todos, y produciendo un sistema peor que el actual.
Eliminar
la distinción entre ganadores y perdedores en un mundial de fútbol no
beneficiaría a ningún país. Pues, sin incentivo a ganar, ni Brasil ni Haití se
esforzarían en mejorar su nivel de juego. Así, el mundial de fútbol sería una
mediocridad, y al final, el pobre desempeño en el campeonato le quitaría
prestigio a este evento, y todos los países participantes sufrirían por ello,
incluido Haití.
En ese
sentido, Rawls no es un socialista. Él cree necesaria la desigualdad, a fin de
mantener la productividad que, a la larga, beneficia incluso a los menos
privilegiados. Pero, por supuesto, hay un mínimo de igualdades que se deben
mantener; a saber, fundamentalmente las igualdades de oportunidades. Si bien se
conserva la desigualdad entre ganadores y perdedores en el mundial, debe
asegurarse la igualdad de oportunidades entre los equipos. Tanto Brasil como
Haití deben jugar con el mismo número de jugadores, ambos equipos deben cumplir
las mismas reglas, el gol vale por igual para ambos, etc.
Con
todo, para garantizar un mínimo de derechos y garantías a los menos
privilegiados, es necesario una forma de redistribución de la riqueza. Sin
tapujos, llamemos esto por lo que realmente es: jugar a ser Robin Hood;
quitarle al rico para darle al pobre. Si bien Rawls cree necesaria la
desigualdad para mantener los estímulos, cree también necesaria la redistribución
de la riqueza, por medios coercitivos si es necesario.
Los críticos
más elocuentes de Rawls protestan que la redistribución de la riqueza muchas
veces es injusta en sí misma. En especial, el filósofo Robert Nozick postula
que, si una propiedad es bien habida (en el sentido de que ha sido conseguida
con el trabajo propio, o ha sido legítimamente transferida por alguien que la
consiguió con su propio trabajo), entonces es intrínsecamente injusto que el
Estado despoje al rico de parte de su patrimonio, para entregárselo al pobre a
fin de garantizarle un mínimo de bienestar. De hecho, postula Nozick, esta
redistribución forzosa de la riqueza es virtualmente una forma de esclavitud,
pues el Estado obliga a alguien a trabajar para subsidiar a otros.
Nozick
considera que, en una sociedad verdaderamente justa, el rico tiene derecho a
acumular riquezas. Y, puesto que en una sociedad justa, cada quien recibe lo
que se merece, el rico que ha trabajado honestamente, merece lo que tiene, y no
está en la obligación de subsidiar a los pobres, ni siquiera para garantizarles
un mínimo de bienestar. Si, al inicio, hubo una igualdad de oportunidades, y en
el camino, hubo distintos desempeños, entonces es justo no sólo que el reparto
de la riqueza sea desigual, sino que incluso, el que más recibe no tenga
ninguna obligación con el que menos recibe.
Frente a
esto, Rawls responde que, para que haya una verdadera igualdad de
oportunidades, es necesaria alguna forma de redistribución de la riqueza. Pues,
aquellos que lograron mejor rendimiento seguramente se valieron de ventajas no
merecidas. Un científico de la NASA ciertamente debe recibir más riqueza que un
barrendero. Pero, bajo el argumento de Rawls, es muy probable que el científico
de la NASA proceda de una familia que procuró para él la mejor educación,
mientras que el barrendero proceda de un hogar con muchas limitaciones. Frente
a estas desigualdades de oportunidades, estima Rawls, es necesaria una
intervención, y esta intervención consiste en la redistribución de la riqueza. No
se trata, valga insistir, en redistribuir la riqueza en términos absolutamente
igualitarios, pues esto aniquilaría el incentivo a la producción, y terminaría
perjudicando a todos. Pero, sí se trata de redistribuir lo suficiente como para
garantizar un mínimo de bienestar a los menos privilegiados, tratar de enmendar
las injusticias en la asignación de oportunidades, pero con todo, mantener el
incentivo. De eso se trata el balance del Estado de bienestar.
No
obstante, Rawls llega incluso a decir que la desigualdad en talentos naturales innatos
es injusta (pues no proceden de los méritos propios), y ello justifica la acción
redistributiva, para tratar de enmendar las injusticias impuestas por la
naturaleza. Pero, precisamente a partir de esto, Nozick y sus seguidores hacen
sonar la alerta. Imaginemos, propone Nozick, que, en aras a la justicia social,
el Estado impone la redistribución de riñones en la sociedad. A diferencia de las
piezas de propiedad que proceden del mérito y el trabajo propio, los riñones no
son adquiridos, sino que son innatos. En virtud de esta ausencia de méritos, se
podría alegar, es injusto que unas personas tengan dos riñones íntegros,
mientras que otras personas tengan que luchas por sus vidas con un riñón
defectuoso. Si una persona sudó la gota gorda para tener dos casas, parece
injusto quitarle una para entregársela a un vago que nunca ha trabajado. Pero,
nadie ha sudado la gota gorda para tener dos riñones; por lo tanto, sí podría
ser justo quitar un riñón (y es crucial mantener presente acá, que se puede vivir
perfectamente con un solo riñón), para entregárselo a quien lo necesite.
Este
intento por hacer el mundo más justo, insiste Nozick, es en realidad una
monstruosidad moral. En efecto, es muy contraintuitivo aceptar la redistribución
de los riñones, con el mero fin de corregir las injusticias de la naturaleza. Pues
bien, agrega Nozick, debería igualmente generar repulsión la redistribución de
la riqueza para tratar de corregir las desigualdades de oportunidades, pues
operan bajo el mismo principio violatorio de la integridad personal y la
libertad.
Ciertamente
la objeción de Nozick es un enorme reto. Pero, me sigue pareciendo que la
postura de Rawls es la más sensata. Si bien hay plenitud de gente que se ha
hecho rica de forma aparentemente honesta, casi siempre hay detrás de esa
riqueza alguna ventaja en el acceso a las oportunidades, y eso es injusto. Nuestra
obligación moral es tratar de corregir esas injusticias, pero a la vez tratar
de mantener el balance para no interferir en los incentivos a la producción. ¿Hasta
dónde debe llegar el intento de corregir la desigualdad de oportunidades? Ciertamente,
tratar de redistribuir las ventajas naturales (como expropiar riñones) es ir
demasiado lejos. Pero, quizás sí podamos establecer algún impuesto
redistributivo de la herencia (tal como propone Rawls), pues precisamente, la
riqueza acumulada de varias generaciones de herencia, acentúa la desigualdad de
oportunidades.
Todo
esto aún me resulta escabroso, y todavía no tengo claro dónde deben estar los límites
de la igualdad, y cuál es la mejor forma de balancear la justicia con la
libertad y la productividad. Pero, sí tengo algo claro: las injusticias de la
naturaleza (como en el caso de las personas con dos riñones íntegros vs. las
personas con riñones defectuosos) deberían invocarse como firmes argumentos en
contra de la existencia de Dios. Pues, si Dios es bueno y omnipotente, y por
ende es justo, habría sido equitativo en la administración de talentos
naturales a los seres humanos, pero con todo, eso no ocurre. Thomas Sowell (un
economista mucho más inclinado hacia los argumentos de Nozick que a los de
Rawls) considera que es una empresa profundamente destructiva el intentar
alcanzar una justicia cósmica, pues sencillamente, el mundo es naturalmente
injusto. La respuesta de Sowell consiste en tratar de hacer de éste el mejor
mundo que podamos, pero sin perder de vista que es naturalmente injusto. Quizás
Sowell tenga razón en esto, pero en ese caso, si no hay tal justicia cósmica, entonces
no hay un diseñador justo del cosmos.
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