Han
pasado ya más de dos años desde el escándalo de PDVAL en Venezuela: en 2010, se
encontraron galpones con miles de toneladas de comida podrida. PDVAL, una
filial de la empresa petrolera estatal venezolana PDVSA, se encarga de
distribuir alimentos en la población, bien sea con precios altamente subsidiados,
o sencillamente, gratis.
Ante semejante
brutal desperdicio de comida, la oposición exigió una investigación a la
Asamblea Nacional, dominada por la bancada oficialista, pero como era de
esperarse, ésta rehusó hacerlo. Hubo, al parecer, una investigación de menor
alcance, y como resultado, se detuvieron a tres funcionarios de bajo rango.
El escándalo
de PDVAL es una historia sin resolverse. Hay varias hipótesis sobre qué ocurrió
realmente, pero ninguna de éstas va más allá del rumor. La más resonada es que
algunos funcionarios solicitaron fondos públicos cuantiosos para importar
comida. Puesto que la suma fue tan grande, no hubo posibilidad de controlar el
despilfarro, y es presumible que, en ese descontrol, los funcionarios se
quedaron con alguna tajada del dinero.
El
gobierno tiene como deuda pendiente el castigo de los culpables de este hecho. Pero,
me temo que la responsabilidad de esto no se limita a dos o tres funcionarios
corruptos. Antes bien, se extiende al propio sistema que parte de una economía
planificada desde algún remoto ministerio en Caracas, y que cree que el Estado
es un óptimo distribuidor de comida y demás rubros. El escándalo de PDVAL podría
volver a ocurrir nuevamente, especialmente si no se tienen en consideración las
advertencias de los economistas que han estudiados estos fenómenos. Y, lo más
preocupante es que si estos economistas están en lo cierto, la monstruosidad de
PDVAL podría volver a ocurrir sin que ningún funcionario corrupto intervenga
con mala intención. Es el sistema en sí mismo lo que se vuelve inepto, y genera
esas lamentables consecuencias.
Uno de
esos economistas fue el gran Ludwig von Mises. En opinión de Mises, el
socialismo está destinado al fracaso. Gracias a Marx, hoy mucho se habla de las
contradicciones del capitalismo, pero poca gente tiene en cuenta las
contradicciones del socialismo. Pues bien, Mises estimaba que, en virtud de las
propias premisas de las cuales parte el socialismo, es inevitable su eventual
colapso, o si queremos ser menos dramáticos, su mal funcionamiento. Y, para
llegar a esta conclusión, Mises no atendió propiamente los hechos concretos que
ocurren en distintas experiencias económicas, sino que más bien partió de
algunas premisas y, a través de razonamientos aparentemente válidos, formulaba
sus juicios.
Así, con
base en este proceso deductivo, Mises advirtió que el socialismo está condenado
a fracasar en virtud de un problema que él llamó el ‘problema del cálculo económico’.
En una economía socialista, el Estado se encarga de distribuir los recursos. En
sus formas más extremas, como en la Unión Soviética (y Cuba, hasta fechas
recientes), el Estado socialista no comercializa los recursos, sino que sencillamente
los entrega a la población, mediante su enorme aparato burocrático. En algunas
formas más moderadas (como Venezuela), el Estado comercializa los recursos,
pero aplica subsidios o controla precios de los rubros que los burócratas
estiman son más necesarios para la población.
Mises
detectó un grave problema con esto. ¿Cómo saber cuáles y cuántos recursos se
deben repartir en la población? Obviamente, no todas las poblaciones tienen las
mismas necesidades, e incluso, estas necesidades pueden variar de un momento a
otro. En una economía planificada, el Estado presume saber qué necesita la
gente. Pero, ¿es realmente así? Todo pareciera indicar que no. El pueblo
manifiesta su voluntad cada cierto tiempo en las elecciones, pero jamás se le
consulta si prefiere helado de fresa o helado de chocolate. El Estado puede
pretender conocer las preferencias materiales de la gente, mediante una inmensa
red de burócratas (tanto formales como informales, como es el caso de los
consejos comunales en Venezuela) que recogen información y la envían a los
ministerios en la capital para que, una vez ahí, planifiquen la vida económica
del país. Pero, no es difícil imaginar cuán fácil es que esta red burocrática
se vuelva inepta, y además, tome medidas extemporáneas (quizás los ministerios
se enteran de que el pueblo quiere menos leche y más mantequilla, pero cuando
toman las medidas correctivas meses después, ya las preferencias del pueblo han
cambiado). Además, esta inmensa red de burócratas informantes implica un enorme
gasto público, el cual se podría emplear más bien en la construcción de
hospitales y carreteras.
La
cuestión que Mises plantea, entonces, es la siguiente: ¿cuál es la forma más
eficiente de conocer la demanda de la gente, a fin de distribuir recursos? Y,
la respuesta de Mises no es sorprendente: el libre mercado. Mediante el libre
mercado, se puede saber de forma mucho más eficiente cuál es la demanda económica
de la gente. Si el precio de un rubro aumenta en el mercado, entonces sabemos
que la demanda es alta y que, en efecto, el pueblo quiere ese rubro. Este
mecanismo es muchísimo más eficiente que votar en un referéndum sobre las
preferencias económicas de la gente, o informar al burócrata enviado por el
ministerio. El precio aumenta porque el productor, en su propio interés,
aprovecha la alta demanda y sube el precio. Pero, con esto, el precio se
convierte en una señal inequívoca de que la gente está complacida con ese
rubro, y desea más de eso.
Cuando los precios
están controlados, o cuando el Estado subsidia e incluso regala los rubros, no
hay manera eficaz de saber cuáles rubros son los más necesitados. Pues, al
congelar un precio, se hace inoperativo el mejor indicador de la demanda. Mises
llega a la conclusión de que el Estado socialista nunca estará en buena posición
para calcular racionalmente el reparto de los recursos, pues sus propias
medidas así lo imposibilitan. Sin un indicador eficaz de la demanda, resulta fácil
que el Estado asigne recursos innecesarios, y deje de asignar recursos
necesarios.
Mises ha sido
criticado por su ‘praxeología’, a saber, el principio metodológico en economía que
señala que, a la hora de evaluar distintos sistemas económicos, es menos
importante la observación directa de los fenómenos, y más importante la deducción
a partir de premisas indiscutidas. Quizás esta crítica tenga asidero, pero
independientemente de esto, las advertencias de Mises se han cumplido en
plenitud de casos.
En la Unión Soviética,
fueron prominentes los reportes de zapaterías que almacenaban millones de
zapatos entregados por el Estado pero que, sencillamente, el pueblo no quería.
Y, el escándalo de PDVAL bien podría haber sido uno de esos casos. El Estado,
en su torpe intento por pretender saber lo que la gente quiere, invierte
cuantiosas sumas para repartir comida que, al final, la misma gente rechaza. Si
la distribución de la comida fuese regida por el libre mercado, se conocería
mejor la verdadera demanda del pueblo, y con este conocimiento, surgirían
competidores que satisficieran mejor la demanda y, eventualmente, harían bajar
los precios.
Un Estado que
pretende decirle al pueblo lo que en realidad necesita, termina por ser, por
supuesto, autoritario y paternalista. Un eminente discípulo de Mises,
Friederich von Hayek, advirtió sobre lo fácil que resulta para un Estado
socialista volverse opresivo. Pero, lo lamentable no está sólo en el
autoritarismo y paternalismo del Estado, sino también en el desperdicio
irracional de recursos. El Estado, en su empeño en querer dirigir la economía,
destina recursos donde no hacen falta, y previsiblemente, se pierden.
Veo en Venezuela
esta tragedia en muchos rincones. CADIVI (el organismo que controla el comercio
de divisas) entrega dólares a comerciantes que importan mercancías
innecesarias, y escasean dólares para importar rubros realmente necesarios. En
Venezuela, abunda la gasolina, pero escasea la leche. No estoy seguro de que
haya un solo factor explicativo para este fenómeno, pero sí estoy seguro de que
las advertencias de Mises son pertinentes al respecto.
Intuitivamente, la
economía normativa de Mises y su escuela me generan cierto temor. Pienso en los
paquetes neoliberales de América Latina en los años noventa, y se me vienen a
la mente las imágenes del caracazo y tragedias similares. Pero, el propio Mises
advirtió que, en asuntos económicos, el análisis racional tiene muchísimo más
valor que la intuición emocional. Como firme defensor de la Ilustración,
comparto este punto con Mises. Pero, precisamente, me parece que la
racionalidad exige que sería prudente tomar cautela antes de liberar por
completo los precios en una economía. Con todo, el análisis de Mises debería
resultar sumamente pertinente para tener en cuenta los problemas enfrentados
por el socialismo. Y, aun si no favorezcan sus puntos de vista, los socialistas
deberían agradecer a Mises el inmenso reto intelectual que les ha planteado. Quizás
de esa forma puedan encontrar su propia solución, y evitar que vuelvan a surgir
bochornos como Pudreval.
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