Llevo
varios años votando en las elecciones de Venezuela. Incluso cuando la oposición
se retiró de las elecciones en el año 2005, yo fui a votar por los pocos
candidatos opositores que se quedaron en la contienda. Pero, personalmente, votar
no ha sido una experiencia grata. Los militares que patrullan dan malos tratos
a los votantes. En mi centro de votación, el calor es insoportable. Las colas a
veces son muy extensas. Y, para colmo, mi centro de votación está lejos de mi
casa (no me he querido cambiar de centro, pues así lo hizo mi amigo Luis Vivanco,
y se perdieron sus datos). Frente a tantas incomodidades, muchas veces me he
preguntado si vale la pena votar.
Hay
fundamentalmente tres argumentos para no ir a votar en estas elecciones. El
primero es que la democracia es un fiasco, y que el árbitro en las elecciones
venezolanas no es confiable. El segundo es que, un voto no hará la diferencia
en los resultados. Y, el tercero es que, puesto que es probable que el
candidato de mi preferencia perderá, no vale la pena el sacrificio. Son
argumentos atractivos, pero trataré de refutarlos.
En
primer lugar, yo sí confío en el árbitro electoral. Ciertamente el Consejo
Nacional Electoral ha sido brutalmente parcializado en la regulación de la
campaña, pero eso no implica que haya un fraude en las elecciones. Nunca ha
habido evidencia de fraude, y me parece que la presencia de observadores
internacionales, y la extensa red de testigos de mesa por parte de la oposición,
hacen muy improbable el fraude electoral.
El
argumento que invoca que un voto no hará diferencia en los resultados es mucho
más difícil de refutar. Muchos filósofos han dedicado atención a este fenómeno,
y lo han llamado la ‘paradoja del voto’: el sacrificio individual de ir a votar
es demasiado grande, comparado con el verdadero efecto individual del voto.
Si
asumimos una ética estrictamente egoísta, entonces la paradoja parece
irresoluble, y por lo tanto, es racional quedarse en casa. La ética egoísta
tiene su atractivo, pero precisamente paradojas como ésta obligan a replantear
el asunto. Si prescindimos de este egoísmo ético, y asumimos que tenemos
obligaciones con el colectivo, entonces sí tiene sentido racional ir a votar,
aun si el voto no hará la diferencia. Pero, incluso bajo una ética de ‘egoísmo
ilustrado’, el voto sí sería racional. Puesto que mi bienestar dependerá del
bienestar colectivo, tengo la obligación de ir a votar. Pues, con mi voto,
otros podrán seguir mi ejemplo, y así, ya mi acción no sólo se manifestará en
un solo voto, sino en cientos, miles o millones.
Creo, en todo caso,
que la paradoja se puede resolver invocando la base del imperativo categórico
que formuló el filósofo Immanuel Kant: obra como si la máxima de tu acción debiera
tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza. Si yo me quedo en
casa, y todos hacen como yo, habría un abstencionismo brutal, y quedaría electo
el candidato menos competente.
El tercer argumento,
aquel que sostiene que, puesto que mi candidato de todas formas va a perder, no
vale la pena tanto sacrificio. Yo, en efecto, creo que el candidato de mi
preferencia, Henrique Capriles, no ganará las elecciones. Algunos amigos
confundidos creen que esta predicción es regocijo, y me acusan de simpatizar
con Chávez. Se trata de la elemental falacia voluntarista: creer que el mundo
es como queremos que sea.
Ahora bien, existe
en filosofía una sutil pero importante diferencia entre fatalismo y
determinismo. Fatalismo es la idea de que el futuro ya está decidido, y no hay nada
que podamos hacer al respecto. Determinismo, en cambio, es la idea de que el
futuro está determinado por causas anteriores (y en ese sentido, no puede
ocurrir algo distinto de lo que ya ha sido determinado desde el Big Bang);
pero, eso no implica que no podamos hacer nada al respecto. Bajo la visión
fatalista, los eventos futuros ocurrirán sin nuestra participación; en el
determinismo, los eventos futuros ya están fijos por causas
antecedentes, pero tenemos la opción de participar en el desenvolvimiento de
los acontecimientos. Así pues, quizás mi candidato esté determinado a perder,
pero al menos tengo la opción de evitar el fatalismo y participar en la acción
para evitar que eso ocurra.
En todo caso, sólo
un demonio que conozca exhaustivamente las leyes del universo, así como los
eventos pasados (el físico Laplace imaginó un demonio así) podría ofrecer una
predicción certera. Obviamente, ninguna encuesta es como este demonio. Las
encuestas nos ofrecen tendencias, pero bajo ningún concepto son predicciones
certeras de qué va a suceder. Las encuestas podrían equivocarse. Y, así, aun
frente a la improbabilidad, vale la pena el esfuerzo.
Por último, aun en
el caso de que sea inevitable que el candidato de mi preferencia pierda, votar
por él tiene sentido. En las democracias, las votaciones no sólo sirven para
elegir un candidato. Sirven también para recordarle al candidato ganador que
existe un sector que no lo acompaña, y que en el futuro, sus decisiones deben
ser tomadas cuidadosamente, pues ese sector, aun siendo minoritario, debe ser
tomado en cuenta. No es lo mismo que Chávez gane con una ventaja del 5%, a que
gane con una ventaja del 25%. Si, en efecto, Chávez gana con un estrecho
margen, entonces presumiblemente, a la hora de tratar de imponer medidas
arbitrarias, tendrá que pensarlo dos veces, pues recordará que un considerable
sector no estará dispuesto a obedecer.
Por ello, mi corazón
y mi cerebro están con Capriles. Pero, si tuviera que apostar, pondría mi
dinero en el triunfo de Chávez. Mi decisión no sería propiamente derrotismo. El
derrotismo sería más bien una suerte de fatalismo, el cual no acepto. Mi
aproximación consiste más bien en señalar que, las probabilidades están en
nuestra contra. Pero, precisamente, son sólo probabilidades, y el hecho de que
no son certeras, justifica levantarse el domingo temprano, y votar por un
cambio frente a catorce años de errores.
Tengo una objeción con lo que expones:
ResponderEliminarDentro de los argumentos fundamentales para no ir a votar, no mencionaste el que observo más diseminado entre los abstencionistas, que se trata de que ningún candidato despierta sus simpatías: "Todos son lo mismo", "Uno es X pero el otro es Y", siendo X y Y atributos indeseables
Esperaba encontrar argumentos convincentes para contraponer a esta extendida dicotomía.
También aporto una modesta opinión: Podemos recoger de la historia reciente, evidencia que nos hace presumir con mucha certeza, que una pequeña diferencia porcentual no influirá un ápice en la actitud beligerante y hostil del candidato presidente. De esta elección, es la única certidumbre que tengo
Bueno, Marlon, supongo que tu caso es el del votante al cual no le gustan ninguno de los dos candidatos. No es mi caso; yo creo que Capriles es el mal menor. Pero, supongo que, en tu caso, deberás evaluar cuál de los dos es el menos malo, y votar por él.
EliminarYo sí creo que un margen estrecho debe ponerle un poco de freno a Chávez. No es lo mismo envalentonarse ganando con más del 25%, y lanzar un paquetazo comunista, a tomar más cautela en sus medidas, sabiendo que sólo ganó con el 5%. Yo creo que no ha habido casos de la historia reciente, porque Chávez nunca ha ganado con estrechos márgenes. Sólo en el 2007, perdió, y los primeros meses después de esa elección, según recuerdo, estuvo más corderito...
No, me gusta la propuesta de Capriles y votaré por él sin reserva alguna. Mi crítica no está dirigida a tu posición, sino al artículo, porque no mencionaste la que observo como motivación principal de los abstencionistas para decidirse por su posición.
ResponderEliminarChávez ganó la mayoría de escaños en la AN modificando a priori el reglamento, y ganó por un estrecho margen negativo. Por otro lado, si perdió la alcaldía de Caracas y nombró a una alcaldesa de facto, si perdió la reforma constitucional y metió algunos puntos por decreto, amenazándonos previamente con unas vallas que decían "por ahora...". En todo caso desconociendo abiertamente la voluntad de la población, coño, una victoria por estrecho margen no frenará sus arrebatos
Creo que con Chávez y con Romney, la elección es clara y obvia: hay una diferencia entre un candidato y el otro, pues hay gente que se dedica a estar decididamente mal en todas sus posturas.
ResponderEliminarPero dejando de lado esos ejemplos, y enfocándonos más en las elecciones más regulares de otras latitudes, ¿qué sentido tiene votar? Uno vota por unas promesas que no hay manera de exigir que sean cumplidas.
Bueno, sí, pero hay gente que dice que, si uno no vota, no tiene derecho a exigir nada... aunque ese argumento nunca me ha convencido del todo jejeje
EliminarNinguna de tus refutaciones me convence, Gabriel. Yo no he votado nunca ni creo que vaya a votar, en parte por el motivo que señala Marlon al principio, pero sobre todo por el segundo argumento. Y ten por seguro que a nadie le va a importar lo más mínimo: los que hayan votado seguirán contentos o desencantados en función de si han salido elegidos sus favoritos, o ni tan siquiera eso (creo que hay cosas en la vida que influyen mucho más en nuestra alegría); los políticos elegidos estarán tan embriagados por su éxito electorla, que ni se acordarán de mi voto; y los que hayan perdido, tampoco se enterarán de lo que yo he hecho.
ResponderEliminarHola Jose, yo sí tengo más confianza en el ejercicio del voto.
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