viernes, 5 de octubre de 2012

Refutación de algunos argumentos para no votar



           Llevo varios años votando en las elecciones de Venezuela. Incluso cuando la oposición se retiró de las elecciones en el año 2005, yo fui a votar por los pocos candidatos opositores que se quedaron en la contienda. Pero, personalmente, votar no ha sido una experiencia grata. Los militares que patrullan dan malos tratos a los votantes. En mi centro de votación, el calor es insoportable. Las colas a veces son muy extensas. Y, para colmo, mi centro de votación está lejos de mi casa (no me he querido cambiar de centro, pues así lo hizo mi amigo Luis Vivanco, y se perdieron sus datos). Frente a tantas incomodidades, muchas veces me he preguntado si vale la pena votar.
            Hay fundamentalmente tres argumentos para no ir a votar en estas elecciones. El primero es que la democracia es un fiasco, y que el árbitro en las elecciones venezolanas no es confiable. El segundo es que, un voto no hará la diferencia en los resultados. Y, el tercero es que, puesto que es probable que el candidato de mi preferencia perderá, no vale la pena el sacrificio. Son argumentos atractivos, pero trataré de refutarlos.
            En primer lugar, yo sí confío en el árbitro electoral. Ciertamente el Consejo Nacional Electoral ha sido brutalmente parcializado en la regulación de la campaña, pero eso no implica que haya un fraude en las elecciones. Nunca ha habido evidencia de fraude, y me parece que la presencia de observadores internacionales, y la extensa red de testigos de mesa por parte de la oposición, hacen muy improbable el fraude electoral.
            El argumento que invoca que un voto no hará diferencia en los resultados es mucho más difícil de refutar. Muchos filósofos han dedicado atención a este fenómeno, y lo han llamado la ‘paradoja del voto’: el sacrificio individual de ir a votar es demasiado grande, comparado con el verdadero efecto individual del voto.
            Si asumimos una ética estrictamente egoísta, entonces la paradoja parece irresoluble, y por lo tanto, es racional quedarse en casa. La ética egoísta tiene su atractivo, pero precisamente paradojas como ésta obligan a replantear el asunto. Si prescindimos de este egoísmo ético, y asumimos que tenemos obligaciones con el colectivo, entonces sí tiene sentido racional ir a votar, aun si el voto no hará la diferencia. Pero, incluso bajo una ética de ‘egoísmo ilustrado’, el voto sí sería racional. Puesto que mi bienestar dependerá del bienestar colectivo, tengo la obligación de ir a votar. Pues, con mi voto, otros podrán seguir mi ejemplo, y así, ya mi acción no sólo se manifestará en un solo voto, sino en cientos, miles o millones.
Creo, en todo caso, que la paradoja se puede resolver invocando la base del imperativo categórico que formuló el filósofo Immanuel Kant: obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza. Si yo me quedo en casa, y todos hacen como yo, habría un abstencionismo brutal, y quedaría electo el candidato menos competente.
El tercer argumento, aquel que sostiene que, puesto que mi candidato de todas formas va a perder, no vale la pena tanto sacrificio. Yo, en efecto, creo que el candidato de mi preferencia, Henrique Capriles, no ganará las elecciones. Algunos amigos confundidos creen que esta predicción es regocijo, y me acusan de simpatizar con Chávez. Se trata de la elemental falacia voluntarista: creer que el mundo es como queremos que sea.
Ahora bien, existe en filosofía una sutil pero importante diferencia entre fatalismo y determinismo. Fatalismo es la idea de que el futuro ya está decidido, y no hay nada que podamos hacer al respecto. Determinismo, en cambio, es la idea de que el futuro está determinado por causas anteriores (y en ese sentido, no puede ocurrir algo distinto de lo que ya ha sido determinado desde el Big Bang); pero, eso no implica que no podamos hacer nada al respecto. Bajo la visión fatalista, los eventos futuros ocurrirán sin nuestra participación; en el determinismo, los eventos futuros ya están fijos por causas antecedentes, pero tenemos la opción de participar en el desenvolvimiento de los acontecimientos. Así pues, quizás mi candidato esté determinado a perder, pero al menos tengo la opción de evitar el fatalismo y participar en la acción para evitar que eso ocurra.
En todo caso, sólo un demonio que conozca exhaustivamente las leyes del universo, así como los eventos pasados (el físico Laplace imaginó un demonio así) podría ofrecer una predicción certera. Obviamente, ninguna encuesta es como este demonio. Las encuestas nos ofrecen tendencias, pero bajo ningún concepto son predicciones certeras de qué va a suceder. Las encuestas podrían equivocarse. Y, así, aun frente a la improbabilidad, vale la pena el esfuerzo.
Por último, aun en el caso de que sea inevitable que el candidato de mi preferencia pierda, votar por él tiene sentido. En las democracias, las votaciones no sólo sirven para elegir un candidato. Sirven también para recordarle al candidato ganador que existe un sector que no lo acompaña, y que en el futuro, sus decisiones deben ser tomadas cuidadosamente, pues ese sector, aun siendo minoritario, debe ser tomado en cuenta. No es lo mismo que Chávez gane con una ventaja del 5%, a que gane con una ventaja del 25%. Si, en efecto, Chávez gana con un estrecho margen, entonces presumiblemente, a la hora de tratar de imponer medidas arbitrarias, tendrá que pensarlo dos veces, pues recordará que un considerable sector no estará dispuesto a obedecer.
Por ello, mi corazón y mi cerebro están con Capriles. Pero, si tuviera que apostar, pondría mi dinero en el triunfo de Chávez. Mi decisión no sería propiamente derrotismo. El derrotismo sería más bien una suerte de fatalismo, el cual no acepto. Mi aproximación consiste más bien en señalar que, las probabilidades están en nuestra contra. Pero, precisamente, son sólo probabilidades, y el hecho de que no son certeras, justifica levantarse el domingo temprano, y votar por un cambio frente a catorce años de errores.

7 comentarios:

  1. Tengo una objeción con lo que expones:

    Dentro de los argumentos fundamentales para no ir a votar, no mencionaste el que observo más diseminado entre los abstencionistas, que se trata de que ningún candidato despierta sus simpatías: "Todos son lo mismo", "Uno es X pero el otro es Y", siendo X y Y atributos indeseables

    Esperaba encontrar argumentos convincentes para contraponer a esta extendida dicotomía.

    También aporto una modesta opinión: Podemos recoger de la historia reciente, evidencia que nos hace presumir con mucha certeza, que una pequeña diferencia porcentual no influirá un ápice en la actitud beligerante y hostil del candidato presidente. De esta elección, es la única certidumbre que tengo

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    1. Bueno, Marlon, supongo que tu caso es el del votante al cual no le gustan ninguno de los dos candidatos. No es mi caso; yo creo que Capriles es el mal menor. Pero, supongo que, en tu caso, deberás evaluar cuál de los dos es el menos malo, y votar por él.
      Yo sí creo que un margen estrecho debe ponerle un poco de freno a Chávez. No es lo mismo envalentonarse ganando con más del 25%, y lanzar un paquetazo comunista, a tomar más cautela en sus medidas, sabiendo que sólo ganó con el 5%. Yo creo que no ha habido casos de la historia reciente, porque Chávez nunca ha ganado con estrechos márgenes. Sólo en el 2007, perdió, y los primeros meses después de esa elección, según recuerdo, estuvo más corderito...

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  2. No, me gusta la propuesta de Capriles y votaré por él sin reserva alguna. Mi crítica no está dirigida a tu posición, sino al artículo, porque no mencionaste la que observo como motivación principal de los abstencionistas para decidirse por su posición.

    Chávez ganó la mayoría de escaños en la AN modificando a priori el reglamento, y ganó por un estrecho margen negativo. Por otro lado, si perdió la alcaldía de Caracas y nombró a una alcaldesa de facto, si perdió la reforma constitucional y metió algunos puntos por decreto, amenazándonos previamente con unas vallas que decían "por ahora...". En todo caso desconociendo abiertamente la voluntad de la población, coño, una victoria por estrecho margen no frenará sus arrebatos

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  3. Creo que con Chávez y con Romney, la elección es clara y obvia: hay una diferencia entre un candidato y el otro, pues hay gente que se dedica a estar decididamente mal en todas sus posturas.

    Pero dejando de lado esos ejemplos, y enfocándonos más en las elecciones más regulares de otras latitudes, ¿qué sentido tiene votar? Uno vota por unas promesas que no hay manera de exigir que sean cumplidas.

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    1. Bueno, sí, pero hay gente que dice que, si uno no vota, no tiene derecho a exigir nada... aunque ese argumento nunca me ha convencido del todo jejeje

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  4. Ninguna de tus refutaciones me convence, Gabriel. Yo no he votado nunca ni creo que vaya a votar, en parte por el motivo que señala Marlon al principio, pero sobre todo por el segundo argumento. Y ten por seguro que a nadie le va a importar lo más mínimo: los que hayan votado seguirán contentos o desencantados en función de si han salido elegidos sus favoritos, o ni tan siquiera eso (creo que hay cosas en la vida que influyen mucho más en nuestra alegría); los políticos elegidos estarán tan embriagados por su éxito electorla, que ni se acordarán de mi voto; y los que hayan perdido, tampoco se enterarán de lo que yo he hecho.

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    1. Hola Jose, yo sí tengo más confianza en el ejercicio del voto.

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