AUGUSTO, Roberto. En defensa del ateísmo. Pamplona: Laetoli. 2012.
Roberto Augusto pasa revista a algunos de los argumentos más comunes a favor de la existencia de Dios, y trata de refutarlos a todos. Creo que, en general, lo hace bastante bien. Al final, por supuesto, su conclusión es que Dios no existe. Yo mismo he publicado dos libros (El darwinismo y la religión y Breve introducción a la filosofía de la religión) en los que llego a la misma conclusión (aunque de forma menos contundente, es decir, con algún espacio de duda). Pero, en las discusiones me preocupa mucho la justicia, y en honor a ella, siempre creo que debemos ser caritativos con los oponentes. Creo que, en algunos rincones, Augusto no ha sido lo suficientemente caritativo con nuestros oponentes teístas. Así, extrañamente, siento el deber de ser abogado del diablo, y tratar de dar voz a los teístas y levantar algunas réplicas que Augusto no tiene en consideración. No me resultan convincentes, pero sí dignas de ser tomadas en cuenta.
Roberto Augusto pasa revista a algunos de los argumentos más comunes a favor de la existencia de Dios, y trata de refutarlos a todos. Creo que, en general, lo hace bastante bien. Al final, por supuesto, su conclusión es que Dios no existe. Yo mismo he publicado dos libros (El darwinismo y la religión y Breve introducción a la filosofía de la religión) en los que llego a la misma conclusión (aunque de forma menos contundente, es decir, con algún espacio de duda). Pero, en las discusiones me preocupa mucho la justicia, y en honor a ella, siempre creo que debemos ser caritativos con los oponentes. Creo que, en algunos rincones, Augusto no ha sido lo suficientemente caritativo con nuestros oponentes teístas. Así, extrañamente, siento el deber de ser abogado del diablo, y tratar de dar voz a los teístas y levantar algunas réplicas que Augusto no tiene en consideración. No me resultan convincentes, pero sí dignas de ser tomadas en cuenta.
Empiezo
con su refutación del dualismo. Augusto sostiene que sólo percibimos la
sustancia material, y que por ende, cabría suponer que sólo la sustancia
material existe; Augusto no cita explícitamente la navaja de Ockham, pero creo
que perfectamente cabe acá: si ya podemos explicar el mundo apelando a las
entidades materiales, no es necesario postular la existencia de entidades
inmateriales.
Pero, me
parece que Augusto debió haber tenido en consideración los argumentos de
Descartes a favor del dualismo. Descartes sostenía que si puedo imaginar una
mente sin cuerpo (y, según parece, es bastante fácil hacerlo), entonces mente y
cuerpo no son lo mismo, pues si fuesen idénticos, no sería posible imaginar uno
sin imaginar al otro. Argumentos como éste no me resultan convincentes, pero sí
dignos de consideración en una discusión sobre los méritos del materialismo.
Según
parece, Augusto sostiene una variante del ‘emergentismo’, la doctrina que
postula que los conceptos abstractos aparentemente inmateriales, en realidad emergen
de las conexiones del cerebro. Yo suelo aceptar esto también. Pero, a veces
quedo perplejo ante la idea de que las entidades abstractas (el número 3, o un
círculo, etc.) no existan si nosotros no pensamos en ellas. La implicación de
esta postura es que, antes de la aparición de la especie humana, no había
números, y cuando nuestra especie se extinga, tampoco seguirán existiendo los
números y otros objetos abstractos. Esto me resulta un poco contraintuitivo:
pareciera que los números existen trascendentemente, en autonomía de si alguien
piensa en ellos o no, y si en efecto existen trascendentemente, entonces ya no
sería tan fácil aceptar el materialismo, pues habría que admitir la existencia
de sustancia inmateriales como los números. Es un tema denso y complejo, y yo
no fijaría una postura definitiva al respecto.
En sus
críticas al argumento cosmológico (aquel que señala que tuvo que haber habido
una causa no causada, a saber, Dios), Augusto sostiene que la física
contemporánea explica bastante bien el origen del universo con la teoría del
Big Bang. Pero, en otro rincón del libro, Augusto admite que quizás hubo algo
antes del Big Bang. No sabemos bien qué es eso, pero Augusto advierte que, a
partir de esa ignorancia, no podemos sostener que Dios existe. Me parece
razonable lo que postula Augusto. Pero, yo consideraría el argumento teísta de
que, cualquier cosa que haya causado el Big Bang, o tiene una causa en sí
misma, o es una causa no causada. Si tiene una causa en sí misma, entonces
habría que explorar cuál fue la causa de esa causa, y así ad infinitum. Si, por el contrario, lo que causó al Big Bang no
tuvo causa en sí mismo, entonces estaríamos admitiendo la existencia de una
causa no causada, y eso sería Dios.
Muchos
teístas consideran contraintuitivo extender la cadena causal al infinito, y por
ende, optan por detenerse en una causa no causada, y llamarla Dios. Yo, en
continuidad con Bertrand Russell, no veo tan problemático aceptar esa cadena
causal. Pero, en todo caso, aun si, en efecto hubo una causa no causada, eso no
probaría la existencia de un Dios omnipotente, omnisciente, etc. Como bien
decía Hume, quizás un comité de dioses imbéciles fueron la primera causa.
Luego
Augusto considera la quinta vía se santo Tomás de Aquino para probar la
existencia de Dios. Ésta postula que en la naturaleza hay un propósito, y que
ese propósito es evidencia de alguna inteligencia cósmica que puso el mundo en
orden; esa inteligencia es, por supuesto, Dios. Augusto señala que no hay
evidencia de tal propósito en la naturaleza, sino más bien al contrario: el sol
en algún momento chocará con la
Tierra.
Creo que
el debate es bastante más complejo de lo que presenta Augusto. No hay mención
en el libro del llamado ‘argumento antrópico’. Tanto teístas como ateos están
de acuerdo en que, si las constantes de la física hubiesen tenido siquiera una
diminuta variación, el universo (y por extensión la vida humana), tal como lo
experimentamos, no existirían. El debate está en la interpretación de este
dato: los teístas sostienen que eso es evidencia de que hubo una inteligencia
cósmica que ajustó las constantes de la física para que surgiera vida humana;
los ateos sostienen que, con otras constantes, quizás otras formas de vida
pudieron haber surgido, o en todo caso, existen otros universos con otras
constantes de la física, y nosotros somos los afortunados de estar en aquel
universo que alberga la vida. Son dimes y diretes complejos, y si bien me
inclino por la refutación del argumento antrópico, admito que es un tema denso,
y de nuevo, me cuidaría de no ofrecer una respuesta definitiva.
Augusto
luego considera algunos motivos por los cuales la gente común cree en Dios
(para dar sentido a la vida, para calmar las culpas, para aliviar la soledad,
para consolarse ante las injusticias, etc.), y correctamente, sostiene que nada
de esto prueba la existencia de Dios. Augusto defiende arduamente la búsqueda
de la verdad, e insiste en que, aun si la creencia en Dios puede tener algún
beneficio pragmático en algún momento, es sencillamente falsa. El autoengaño no
conduce a nada.
Yo estoy
de acuerdo con esto, pero tomaría en consideración la postura pragmática del
filósofo William James. Éste postulaba que, frente a casos en los que no hay
evidencia contundente a favor o en contra de una hipótesis, se puede invocar un
criterio pragmático, y quedarse con aquella doctrina que nos haga felices. Y,
James opinaba que esto es viable en el caso de la existencia de Dios. Yo no
tengo estas inclinaciones: como Augusto, opino que la verdad ontológica está
por encima de todo, y rechazo el criterio pragmático de la verdad. Pero, James
ha sido y sigue siendo un respetado filósofo, y sus argumentos no son
descabellados. De nuevo, esto me conduciría a conceder el beneficio de la duda
al creyente en Dios.
Augusto
se detiene a refutar las acusaciones de Jacques Maritain en contra del ateísmo.
Como Augusto, yo no tengo simpatía por este autor. Maritain sostiene el cliché
de que los verdaderamente ateos terminan siendo inmorales, pues sin Dios, no
tienen razones para hacer el bien, etc. Como refutación de esto, Augusto cita
los millones de ateos que llevan vidas virtuosas.
Pero, si
bien la argumentación de Maritain es efectivamente muy pobre, yo sí creo que el
argumento moral a favor de la existencia de Dios es un reto para los ateos.
Augusto mismo sostiene que, sin Dios, puede perfectamente mantenerse la
separación entre el bien y el mal. La implicación de esto es que Augusto
pareciera admitir que lo bueno y lo malo existen en un cierto sentido
trascendental. Si existe una ley moral absoluta (y no sujeta a cambios) por la
cual podamos medir lo bueno y lo malo, entonces esta ley al menos trasciende la
materia. Y, así, lo mismo que los números y las ideas abstractas, sería
inmaterial. No estamos en necesidad de llamar ‘Dios’ a esta idea del bien
absoluto, pero quizás sí estemos obligados a admitir que es una sustancia
inmaterial.
Responder
a la pregunta “¿qué es el bien?” es notoriamente difícil. En ocasiones, a la
manera hedonista, me he inclinado a identificar lo bueno con lo placentero, y
así, una situación es buena siempre y cuando sus consecuencias generen placer y
felicidad. Bajo esta presunción, quizás sí podría reconciliarse la moral con el
materialismo, pues llamaríamos ‘buenos’ sencillamente aquellos actos que
activan los circuitos neuronales que generan placer. El ‘bien’, en este caso,
sería un concepto emergente de las neuronas que activan sensaciones
placenteras.
Pero, en tiempos más
recientes, he venido a encontrar esta postura insatisfactoria. En varias
situaciones, me parece que lo ‘bueno’ no es meramente lo placentero, sino que
existe un deber superior, independientemente de las consecuencias placenteras que
se deriven de ello. Se trata de la concepción deontológica de la ética,
defendida por Kant y otros. Y, si admitimos que existe un deber superior,
independientemente del placer, entonces presumiblemente este deber tiene un
estatuto ontológico distinto de las neuronas que se activan con la sensación de
placer. El estatuto ontológico de este deber ya no sería meramente una
propiedad emergente de la organización de la materia, sino una sustancia
inmaterial propia. La mera materia sí puede permitirnos decir “esto es
placentero”; pero, si admitimos que lo bueno es algo más que sencillamente el
placer, entonces ya no parece tan seguro que la mera materia sea suficiente
para distinguir lo bueno de lo malo. Es, como los otros, un tema abierto al
debate.
Luego Augusto también
dedica sus esfuerzos argumentativos para refutar al teísta William Lane Craig.
Éste opina erróneamente que en las discusiones sobre la existencia de Dios, la
carga de la prueba reposa sobre el ateo; Augusto oportunamente refuta este
alegato. Pero, de nuevo, me parece que Augusto podría ser más caritativo con
Craig al considerar su apologética cristiana. Craig sostiene que la
resurrección de Jesús es un ‘hecho histórico’ probado, y que incluso, eso puede
ser usado como prueba a favor de la existencia de Dios. Augusto reprocha este
argumento, sosteniendo que la Biblia no es un texto históricamente
confiable, y que la ciencia jamás ha documentado casos de resurrección.
Una vez más, me coloco del
lado de Augusto en este debate, pero advierto que es bastante más complejo de
lo que él presenta. Craig no se limita a decir que la resurrección de Jesús es
histórica sencillamente porque la
Biblia así lo dice. Más bien, Craig sostiene
que, al tener en cuenta tres hechos históricos según él indiscutidos (y, en
efecto, muchos historiadores seculares sí los aceptan), la inferencia más
racional es que Jesús resucitó. Estos hechos son: la tumba vacía, las
apariciones a los discípulos, y la disposición al martirio por parte de los
discípulos. Yo no comparto el razonamiento de Craig, pero sí lo considero un
reto que no debe ser sencillamente apartado a la ligera (he tratado de refutar
el argumento de Craig acá).
Augusto también se dedica a
refutar los numerosos argumentos teístas del filósofo Richard Swinburne.
Augusto reconoce el rigor analítico de Swinburne, y hace bastante justicia en
presentar sus argumentos, acompañados por la respectiva refutación. No
obstante, creo que Augusto no ha sido lo suficientemente justo al considerar el
argumento de Swinburne basado en el alma. Augusto inmediatamente rechaza la
idea de que el alma existe, sencillamente porque la ciencia nunca ha encontrado
ninguna evidencia a favor de la existencia de tal entidad, y es bastante claro
que existe una relación íntima entre la mente y el cerebro.
Pero, de nuevo, el
argumento de Swinburne es más complejo de lo que Augusto presenta. Swinburne
parte de las tremendas dificultades que enfrenta el cuerpo como criterio para
la continuidad de la identidad personal. Si asumimos que el criterio para la
identidad personal es el cerebro (en tanto aloja toda la vida mental), ¿qué
ocurriría si un cerebro se fisiona en dos, y de esta fisión emergen dos
personas nuevas? ¿Cuál de las dos resultantes personas habría sido idéntica a
la original? Si bien esto es un escenario de ciencia ficción, se trata de un
‘experimento mental’ sumamente intrigante (del mismo tipo que ha sido formulado
por el filósofo Derek Parfit), que invita a reflexionar sobre cuál es el
criterio más eficiente para establecer la continuidad de la identidad personal
en el tiempo. Para enfrentar este problema, Swinburne postula que el criterio
de identidad personal no puede ser el cuerpo, sino una sustancia inmaterial que
no está sujeta a la fisión. Swinburne admite que él no sabría cuál de las dos
personas resultantes sería la misma que la original, pero, sí sabría que al menos una de ellas sí lo es, pues
comparte la misma alma. A juicio de Augusto, el mejor criterio es el corporal,
pero desafortunadamente, Augusto no toma en consideración los hipotéticos casos
de fisión de cerebros que sí son planteados por Swinburne.
Además, Swinburne tampoco
niega que exista una relación entre la mente y el cerebro. Sencillamente
postula que el cerebro es un instrumento del alma. Esto, por supuesto, trae los
problemas del dualismo que el mismo Augusto advierte (como, por ejemplo, ¿cómo
puede interactuar una sustancia inmaterial con una sustancia material?). Pero,
a pesar de estos problemas, no deja de tener atractivo el argumento de
Swinburne a favor de la existencia del alma, a partir de las dificultades en el
criterio de identidad personal basado en el cuerpo.
Augusto refuta
oportunamente los otros argumentos de Swinburne (experiencias religiosas,
milagros, etc.). Y, es muy efectivo al oponerse a las teodiceas espantosas que
Swinburne adelanta para tratar de explicar por qué un Dios bueno y omnipotente
permite el mal en el mundo. En el pasado, Swinburne ha sido severamente
criticado (en especial por Richard Dawkins en un célebre debate) por postular
que tragedias como Hiroshima o el holocausto nazi, en realidad fueron
oportunidades para que apareciera la compasión humana, y que por ende, Dios
está justificado en permitirlas. Argumentos como éstos, que apelan al misterio
del bien mayor, no convencen, y Augusto muy eficientemente los rechaza.
Pero, vale destacar un gran
ausente en el libro de Augusto: el filósofo teísta Alvin Plantinga. En mi
opinión, Plantinga tiene mejores dotes argumentativas que Swinburne, y es un
hueso duro de roer para el ateo. A diferencia de Swinburne, Plantinga no
pretende ofrecer una teodicea, a saber, una justificación del mal en el mundo.
En cambio, Plantinga ofrece aquello que él llama una ‘defensa’: busca concebir
cómo es al menos lógicamente posible que Dios permita el mal. Y, si es al menos
concebible lógicamente que un Dios bueno y omnipotente permita el mal, no es
lógicamente imposible que Dios coexista con el mal. Con esto, Plantinga pretende
rechazar las pretensiones de muchos ateos, según las cuales la existencia del
mal es prueba contra la existencia de Dios.
Si acaso, postula
Plantinga, la existencia del mal haría la existencia de Dios improbable, pero
no imposible. Y, el escenario lógicamente posible que Planinga plantea es el ya
conocido desde hace mucho tiempo: Dios permite el mal moral, para conservar el
libre albedrío de los seres humanos. En su refutación de Swinburne, Augusto oportunamente
sostiene que el respeto al libre albedrío no es suficiente para explicar por
qué Dios permite el mal natural (terremotos, tsunamis, etc.). Pero, Plantinga
ha sostenido que ni siquiera el mal natural es una dificultad lógica para
sostener la existencia de Dios, pues existe al menos la posibilidad de que el
mal natural sea ocasionado por demonios que abusan de su libre albedrío. Mucha
gente se burla de este argumento de Plantinga. No es mi caso. No estoy seguro
si aceptar o no este argumento, pero es al menos un reto frente a aquel ateo
que postula que el mal natural es prueba de que Dios no existe. La mayoría de
los filósofos analíticos de la religión (tanto teístas como ateos) admite que
Plantinga ha refutado el problema lógico del mal frente a la existencia de
Dios. Como los otros temas de este libro, es una discusión abierta.
Por último, hubiese sido
oportuno que Augusto considerara otros argumentos defendidos por Plantinga.
Este filósofo tiene una versión actualizada del argumento ontológico, el cual
debería ser tomado en cuenta (a pesar de que es sumamente difícil de entender,
y comprendo que este libro no está necesariamente dirigido a audiencias
especializadas).
Un argumento más
interesante, no obstante, es aquel que ha venido a llamarse ‘el argumento de
las creencias básicas’, y parte de aquello que Plantinga llama la
‘epistemología reformada’. Básicamente, este argumento sostiene que es
perfectamente racional aceptar la existencia de Dios, aun en ausencia de
pruebas. Pues, sostiene Plantinga, nosotros comúnmente aceptamos creencias
básicas sin necesidad de demostrarlas: los axiomas de la lógica y la
matemática, la existencia del pasado, la existencia de un mundo exterior, etc.
Si aceptamos todo esto como creencias básicas, alega Plantinga, entonces ¿por
qué no se puede aceptar la existencia de Dios como creencia básica?
Si el argumento de
Plantinga tiene fuerza, habría que replantearse la atribución tradicional de la
carga de la prueba. Augusto sostiene que la carga de la prueba siempre reposa
sobre quien afirma, y así, el teísta debe probar su alegato. Pero, si aceptamos
la propuesta de Plantinga, según la cual la existencia de Dios es una creencia
tan axiomática como el principio de no contradicción, entonces el teísta no
tiene nada que probar. De nuevo, este argumento no me convence plenamente (en
parte porque se acerca a un fideísmo que también podría admitir como axiomático
cualquier disparate), pero sí admito que me ha resultado muy intrigante en el
pasado, y que merece ser discutido.
No pretendo, por supuesto,
que en un breve libro de divulgación, Augusto cubra todos los argumentos
teístas. Por ello, creo que este libro es un muy oportuno aporte a la discusión
sobre la existencia de Dios. Pero, yo no encuentro la postura teísta absurda e
irracional. La creo equivocada, pero no descabellada. Y, en esta discusión,
creo que hace falta más desarrollo del llamado ‘principio de caridad’: tratar
de considerar los argumentos de la contraparte en su faceta más persuasiva. El
filósofo ateo William Rowe ha sido uno de los defensores de este principio. Me
parecería saludable que los ateos más populares de hoy, desde Richard Dawkins
hasta Michel Onfray, pasando por Roberto Augusto, sigan la directriz de Rowe en
este aspecto.
Roberto Augusto: LA RELIGIÓN DEL ATEÍSMO - NEGOCIO o FE http://lautarosalgado.blogspot.com/
ResponderEliminarhttp://lautarosalgado.blogspot.com/2013/01/la-religion-del-ateismo-negocio-o-fe.html
EliminarBuenos días, Dr. Andrade. He leído con atención (y agrado) su reseña al libro de Riberto Augusto, como paso previo a su lectura y posterior recensión. Sinceramente, me ha encantado, tanto por su planteamiento en cuanto a las formas del autor, como a la amplitud de sus comentarios que trascienden las escuetas argumentaciones del libro. Aunque, a título personal, me incluyo entre los teístas (aunque habría mucho que aclarar qué se entiende por tales), su postura de respeto y comprensión hacia planteamientos diferentes, me llenan de satisfacción: con usted se puede hablar. Evidentemente, no tengo argumentos apodícticos para respaldar mi decisión (al final, de eso se trata, me parece), pero me inclino por la línea de Antony Flew.
ResponderEliminarVeo que se encuentra usted en la Universidad del Zulia. Tuve el honor de ser discípulo y estrecho colaborador del profesor Agustín Millares Carlo, en los últimos años de su vida en Gran Canaria, su tierra natal. Él recordaba mucho esa Universidad, de la que me hablaba con frecuencia, y siempre mantuvo contacto con docentes de ella, pese a la distancia.
Un saludo atento
Hola, muchas gracias por las cariñosas palabras. Efectivamente, el profesor Agustín MIllares Carlo siempre es muy gratamente recordado en nuestra universidad. He ido a España varias veces, pero nunca a la Gran Canaria, a pesar de que, como dicen Uds., Venezuela es la octava isla. ¡Un gran saludo!
EliminarAunque me parece sana y encomiable tu moderación, Gabriel, creo que concedes demasiada cancha al rival, sin necesidad de hacerlo. Y el problema, como en el fútbol, es que en cuanto lo haces, el equipo contrario, malo de solemnidad, te mete un gol y cuando quieres remontar, has perdido el partido.
ResponderEliminarPor poner un ejemplo, no es comparable la "fe" en un axioma lógico o matemático (que es un instrumento imprescindible para construir el conocimiento) con la fe en Dios: porque éste no está definido y, cuando pretende estarlo, es autorrefutante (como bien observas en otros sitios, por sus atributos de omnipotencia y omnisciencia, por ejemplo), mientras que el principio de no contradicción, por mencionar uno, está perfectamente definido y no es autorrefutante; porque no es racional aceptar la existencia de Dios, sino todo lo contrario (en este punto de partida es donde se produce la peor falacia), y si lo fuera, también existe la idea racional de que NO existe, y no por ello ésta es axiomática ni debemos aceptarla porque sí, sino porque hay indicios de todo tipo que fuerzan a concluirlo (de los que yo resaltaría el de que no existe ningún propósito en la naturaleza, dato ineluctable, se pongan como se pongan).
Los teístas y los deístas son unos seres testarudos que por más derrotas que les aseste la Ciencia, el Conocimiento, siguen empecinados en creerse el centro del mundo.
Hola Jose, ciertamente el principio de no contradicción es mucho más firme que la existencia de Dios. Pero, hay otros casos que Plantinga señala, que podríamos discutir. Por ejemplo, la creencia de que existe el pasado (y que no has sido creado hace apenas 5 minutos, y tienes falsos recuerdos). ¿Puedes probar que el pasado existe? No, pero con todo, lo asumes, y es racional hacerlo. Plantinga dice que lo mismo podemos hacer con Dios: racionalmente asumir que existe, aun sin haber probado su existencia. En realidad, su argumento es una forma de decir que la carga de la prueba no está en el creyente. A mí no me termina de convencer este argumento, pero debo reconocer que me intriga.
Eliminar¿Falsos recuerdos compartidos con el resto de la gente? ¿El 11S es una alucinación que casualmente tú compartes conmigo? Yo, como el resto de la humanidad, lo recuerdo, y no sucedió hace cinco minutos ni cinco años.
ResponderEliminarY ese pasado explica el presente, es necesario. Sin embargo, el concepto de Dios no es necesario, y menos desde 1859.
Plantinga dice que, es posible, que un científico loco hubiera implantado esos mismos recuerdos en todos nosotros. Su punto es que, en rigor, no podemos probar que el mundo no fue creado hace cinco minutos, pero que con todo, es racional asumirlo. Pues bien, dice Plantinga, del mismo modo en que es racional aceptar algo que no podemos probar estrictamente, podemos aceptar racionalmente la existencia de Dios, sin necesidad de probarla. No me termina de convencer el argumento, pero creo que es intrigante.
EliminarHola. Hmm…Si Plantinga de verdad demostró que es lógicamente posible la coexistencia del mal y de Dios, entonces el teísmo ya tiene casi toda la batalla ganada(creo yo). No sé, pero si es así, no creo que sea fácil de ahora en adelante para alguien utilizar el mal como argumento en contra de la existencia de Dios. Me pregunto si alguien ha dado una respuesta convincente a lo que propone Plantinga, ¿Sabes de algún filósofo? Gracias de antemano. ¡Ah!, y me gusta tu blog.
ResponderEliminarHola,
Eliminar1. si acaso Plantinga triunfó en su acometido, eso no sería una victoria definitva para el teísmo, pues él apenas estaría demostrando que Dios puede coexistir con el mal, pero no está probando que Dios existe.
2. Sí ha habido una respuesta (a mi juicio) convincente contra Plantinga. Procede de J.L. Mackie: este autor dice que Dios pudo haber hecho el mundo de forma tal que, aun siendo libres, siempre escojamos el bien. El libro de Mackie se llama "El milagro del teísmo"
Gracias por el dato.Te leo desde hace tiempo. Saludos.
EliminarTe puede interesar este articulo se refuta a plantinga http://www.nodulo.org/ec/2008/n072p01.htm
Eliminarbuenas Gabriel,que opinas acerca del argumento cosmológico kalam y el de la contingencia de libniez.
ResponderEliminargracias.
El kalam es complejo, y ahora no cuento con la serenidad para examinarlo. El de Lebniz no me convence, porque si todo es contingente, ¿por qué Dios no ha de ser contingente también?
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