Durante
el mundial de fútbol de 2010, en una ocasión me encontré con mi amigo Steven
Bermúdez. Steven fue campeón nacional de esgrima, y es un gran atleta. En
virtud de su interés por el deporte, le pregunté en aquella ocasión a cuál
equipo apoyaría durante el mundial de fútbol. Me respondió que detestaba el
mundial. Como Steven, hay varios intelectuales que detestan el mundial de
fútbol por motivos sensatos. Juan José Sebreli, por ejemplo, siente incomodidad
por el mundial, en virtud de su oposición al nacionalismo. Como Sebreli, yo
aborrezco el nacionalismo, pero debo admitir que, cada cuatro años, se apodera
de mí el virus nacionalista, y me emociono al ver las banderas ondeantes en los
estadios.
Pero,
Steven no rechazaba el mundial por su exacerbación del nacionalismo. Más bien, la
afiliación de Steven con la izquierda latinoamericana presumiblemente lo
conduciría a enaltecer el nacionalismo (una postura un tanto incoherente entre
los izquierdistas latinoamericanos, pues Marx estuvo enfáticamente en contra
del nacionalismo). Steven rechazaba el mundial, porque según él, todo se trata
de un gran negocio.
Esta
queja es frecuente en el mundo del fútbol, y de los deportes profesionales en
general. El sueldo de Lionel Messi es una monstruosidad, comparado con el
modesto sueldo del trabajador que se encarga de mantener el pasto verde del
Camp Nou. Los sueldos exorbitantes de los jugadores están empezando a
convertirse en un problema. En algunas ligas deportivas (pero curiosamente no en el fútbol), se han impuesto
límites forzados a los salarios de los jugadores. No se trata de una medida con
conciencia revolucionaria en consecución de la sociedad sin clases (el mundo de
los deportes está muy lejos de eso); su objetivo más bien es estimular mayor
competitividad entre los equipos, y en segundo término, abaratar los costos
para los espectadores.
Pero,
esto invita a una reflexión de mayor talante filosófico: ¿es justo que haya una
brecha tan grande entre ricos y pobres? ¿Es Lionel Messi un opresor, en tanto
gana cien (o mil, ¿quién sabe?) veces el salario del pobre diablo que corta el
césped en el Camp Nou? Las desigualdades repugnan naturalmente. Pero, contrario
a los comunistas (igualitaristas radicales) que pretenden una sociedad sin
clases, los liberales están dispuestos a admitir que, en virtud de las
habilidades, es justo que existan algunas desigualdades. Messi ha entrenado muy
duro toda su vida, mientras que el cortador de césped seguramente no ha tenido
la misma disciplina. Por ende, es justo que Messi reciba más riqueza.
Pero,
¿tanta más? El filósofo John Rawls era del criterio de que las desigualdades
son tolerables, siempre y cuando favorezcan a los más débiles. Y, así, proponía
pensar en un ‘velo de la ignorancia’. A la hora de organizar una sociedad, pensemos
en aquellos que están en la escala social más baja, y planifiquemos la sociedad
como si nosotros ocupásemos ese estamento inferior. Presumiblemente, todos
querremos un mínimo de atención médica, educación, etc., y para garantizar
esto, es necesario alguna forma de distribución al estilo Robin Hood: quitar al
rico para dar al pobre, habitualmente mediante los impuestos. Esto no es
comunismo; es sencillamente un poco de redistribución para garantizar que aún
los más desamparados tengan un mínimo de bienestar.
Pero, el
filósofo Robert Nozick célebremente protestó contra esto. ¿Por qué Messi debe
subsidiar al cortador de césped del Camp Nou? Nozick postula que los impuestos
son una forma de esclavitud: el Estado roba el trabajo de los ciudadanos
honestos, y los obliga a trabajar por un sueldo menor del que realmente ganan con su esfuerzo, a fin de subsidiar a
otras personas. Así pues, en un caso como el de Messi, Nozick destaca tres
condiciones que deben cumplirse para justificar la desigualdad. En primer
lugar, la propiedad debe ser bien habida, en el sentido de que no debe proceder
de robos o estafas, sino del esfuerzo propio de quien la disfruta. En segundo
lugar, la transferencia de propiedad al más rico debe ser voluntaria. Y, en
tercer lugar, deben restaurarse las injusticias pasadas que pudieran haber dado
lugar al enriquecimiento ilícito de algunos.
Bajo
este razonamiento, si alguien como Lionel Messi cumplió estas tres condiciones,
entonces no es injusto que disfrute
sueldos monstruosos y exista una gigantesca brecha respecto al cortador de
césped del Camp Nou. Nozick ilustra esto con un famoso ejemplo, el cual sólo
modificaré ligeramente. Supongamos que, al inicio de la temporada, Messi, el
cortador de césped, el médico del Barca, y el vendedor de cervezas en las
gradas, reciben el mismo salario. Pero, el agente de Messi logra un acuerdo con
el club: el astro argentino jugará, sólo si cada espectador paga un euro
adicional por su entrada, el cual irá directamente a Messi. El club accede, y
así, Messi ganará cien mil euros más por cada partido (presumo que en el Camp
Nou caben cien mil espectadores).
Así,
Messi terminará ganando muchísimo más que el resto de los trabajadores del
Barcelona. ¿Debe Messi compartir su riqueza brutalmente desproporcionada con
los otros miembros del club? En función de nuestras intuiciones, Nozick
responde enfáticamente que no. La propiedad de Messi podrá ser monstruosa, pero
es bien habida. Nadie le puso una pistola en la cabeza a los directivos del
Barcelona para acceder a ese trato, y tampoco ningún hincha del Barca ha
sufrido coerción para pagar el euro adicional que engorda grotescamente los
bolsillos de Messi. Puede repugnar que Messi gane cien mil euros más por
partido, pero es injusto despojarlo de una riqueza que ha conseguido
honestamente, fruto de su propio trabajo. Al principio, todos empezaron ganando
lo mismo, pero por las propias decisiones libres
de los trabajadores y espectadores del Barca, Messi terminó siendo un
multimillonario.
Nozick
emplea este ejemplo, para protestar en contra de las medidas redistributivas de
los Estados. Nozick no es un
anarquista: considera que el Estado es necesario para resguardar la integridad
de los contratos, y ofrecer un mínimo de seguridad. Pero, Nozick considera
opresivo que el Estado quite a unos para dar a otros, siempre y cuando se
cumplan esas tres condiciones.
La
argumentación de Nozick es nítida, pero como con tantos argumentos enigmáticos,
genera repulsión, aun si no sabemos dónde ubicar la fallar del argumento. Nozick
tiene pulcritud argumentativa, pero a mí, como a mi amigo Steven, me sigue
repugnando que un futbolista gane cien mil veces más el sueldo de un médico. Me
parece, con todo, que podrían matizarse algunos de los puntos del argumento de
Nozick.
En
primer lugar, el ejemplo de Messi no es muy realista (y, hasta cierto punto, el
mismo Nozick lo admitía). Muchos magnates han acumulado riquezas mediante
contratos fraudulentos (o al menos, con dudosa integridad), y prácticas mucho
más coercitivas de las que sugieren el ejemplo de Messi. En la descripción del
ejemplo, he usado el proverbial “nadie le puso una pistola en la cabeza”, pero
sabemos que la realidad es mucho más compleja, y que existen formas muy sutiles
de obligar a alguien a hacer algo que, en el fondo, no desea hacer. Marx
elocuentemente criticaba la premisa liberal, según la cual, si el trabajador no
está contento con lo que se le paga, puede marcharse. La realidad, advertía
Marx, es más compleja: el trabajador en realidad no tiene gran opción, si el
otro patrón le paga básicamente lo mismo, y está en la urgente necesidad de
alimentar a su familia.
Y, además,
el argumento de Nozick enfrenta el problema de la herencia. Nozick, en tanto
seguidor de Locke, postula que, en la medida en que una persona ‘mezcla’ su
trabajo con los recursos naturales, puede legítimamente considerarse
propietario de los frutos de su trabajo. Así, en el ejemplo de Messi, ‘la pulga’
puede cobrar un sueldo exorbitante, pues procede de su propio trabajo (sus
talentos futbolísticos, aunados a su disciplina), y en ese sentido, se lo
merece.
Pero,
hay plenitud de gente que ha heredado vastas sumas de dinero, y su riqueza, si
bien no procede propiamente de un robo, tampoco procede del fruto de su propio
trabajo. Quizás estemos dispuestos a admitir que es justo que Messi cobre esos
sueldos tan abultados, pero es más difícil admitir que la riqueza de Paris Hilton,
una frívola heredera, es justa.
En sus
libros posteriores, Nozick reconoció que la herencia es efectivamente un
problema, y contempló la posibilidad de permitir impuestos sucesorales. Pero,
la argumentación liberal estándar es que, si Messi se esforzó honestamente para
ser un millonario, está en su derecho de dejarle la propiedad íntegramente a
quién crea más conveniente.
Por mi
parte, no me convence la defensa irrestricta de la anulación de impuestos a las
herencias. Puedo admitir que Messi no le puso una pistola a nadie en la cabeza
para ganar lo que gana, y que en ese sentido, está intitulado a tener lo que
tiene. Pero, no estoy seguro de que podamos decir lo mismo de los herederos de
Messi. Parece ir en contra de mis intuiciones meritocráticas el hecho de que
haya gente rica, por el mero hecho de nacer. Si la propiedad es bien habida siempre
y cuando sea fruto del trabajo propio, entonces evidentemente Paris Hilton no
tiene propiedad bien habida.
Por otra
parte, la herencia es un poderoso estímulo a la producción. Mucha gente trabaja
con el objetivo, no propiamente de disfrutar el producto de su trabajo ellos
mismos, sino para dejárselo a sus hijos. Y, si se despoja el derecho a la
herencia íntegra, presumiblemente se despojará un importante incentivo a la
producción. Así pues, quizás la herencia no sea justa, pero sí mantiene un
poderoso estímulo que impulsa la productividad. ¿Es preferible vivir en una
sociedad justa pero improductiva, o injusta pero productiva? Yo me inclino más
por la segunda opción.
Con
todo, en la disputa entre Rawls y Nozick, me inclino más por el primero. Creo
que todos los seres humanos tenemos un mínimo de obligación ética con nuestros semejantes.
Da coraje saber que yo me parto el lomo trabajando (en realidad, no tanto), y
que el Estado mediante sus impuestos me quita parte de mi riqueza producto de
mi trabajo, para dirigirla a la atención médica en un hospital, de un criminal herido
de bala en el atraco a una iglesia. Pero, aun esa piltrafa merece un mínimo de
atención. Si colocamos en práctica el velo de la ignorancia, comprenderemos
que, aun el más insolente criminal, merece un mínimo de beneficios.
Más aún,
creo que, independientemente del argumento de Rawls, en función del propio egoísmo
ético, está en mi propia conveniencia aportar algo para la atención de los menos
privilegiados. Se me haría muy difícil disfrutar mi riqueza en una mansión, si
al salir a la calle, está llena de pordioseros. Dada la interconexión social de
la especie humana, la miseria del criminal no atendido eventualmente me
perjudicará. Para buscar el beneficio propio, convendría propiciar (al menos
elementalmente) el beneficio de los demás.
Hasta
cierto punto, Nozick estuvo de acuerdo con esto, y por eso, vio con buenos ojos
las obras de beneficencia. Pero, insistía Nozick, estas obras tienen
justificación sólo si funcionan voluntariamente, nunca si son impuestas por el
Estado, y se terminan convirtiendo en mecanismos forzosos de distribución de la
riqueza. A esto, respondo que un mínimo de coerción estatal en la redistribución
de la riqueza, siempre será necesaria. Pues, aun si está en la propia
conveniencia del rico ofrecer un mínimo de ayuda al pobre, muchas veces el rico
tiene dificultad en apreciar esta conveniencia. En el entretiempo, me parece,
hace falta un Estado que, sin inmiscuirse demasiado en la vida de los
individuos, redistribuya para garantizar que, aun los menos favorecidos, tengan
un mínimo de garantías y derechos.
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ResponderEliminarGracias, David. ¡Te envidio por ver jugar a Messi en el Camp Nou! Fui a un juego en el Camp Nou cuando era niño, y quedé impresionado con ese estadio...
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