La Universidad del
Zulia tiene un mecanismo relativamente complejo de admisión: administra unas
pruebas vocacionales, toma en cuenta unas pruebas de conocimiento, y considera
los promedios de calificaciones de los alumnos. Así, a partir de estos tres
factores, extrae un coeficiente, y así, admite a los que mejor rendimiento
tengan. Pero, al margen de esto, la Universidad del Zulia también ofrece los
llamados ‘cupos API’. Según explican sus voceros (acá), estos cupos son
garantizados a estudiantes que sean hijos del personal obrero, administrativo y
docente de la universidad, alumnos destacados en deportes, discapacitados, e
indígenas. Así, aun si el coeficiente de rendimiento de los estudiantes es
bajo, si encajan en algunas de estas categorías, entonces tienen garantizado el
acceso a la Universidad del Zulia. Es común entre mis colegas elogiar esta política
‘inclusiva’ e ‘igualitaria’, y la misma propaganda universitaria de
auto-congratula por ello (acá). Yo soy mucho más escéptico; explicaré por qué.
Esta política, por
supuesto, no es exclusiva de la Universidad del Zulia. En EE.UU., hay un
extenso debate en torno a los programas de acción afirmativa, y me parece que
muchos de los argumentos empleados en ese debate, pueden extenderse para
considerar hasta qué punto es justo y conveniente que los deportistas, los
hijos de trabajadores, los indígenas y los discapacitados tengan facilidades de
ingreso a los estudios universitarios.
Premiar a los
deportistas con un cupo especial no me parece objetable de antemano. El deporte
requiere disciplina, y es meritorio para un atleta tener acceso a la educación
superior. Pero, pronto aparecen los problemas. En EE.UU., por ejemplo, se
ofrecen becas universitarias a los atletas, pero hay presión para que los
profesores sean más condescendientes con ellos. Esto, obviamente, es injusto. Pero,
la dificultad principal está en que, a la hora de estudiar medicina, tiene más
probabilidad de ingresar, un muchacho que conecta jonrones pero que no aprendió
casi nada de biología en bachillerato, a un muchacho que ni siquiera es capaz
de lanzar una pelota, pero tiene un firme conocimiento de la anatomía humana.
Con todo, al menos
en el caso de los deportistas, hay algún mérito. Ese mérito desaparece, no
obstante, con los hijos de trabajadores universitarios o con los indígenas. El
deportista al menos se levanta todas las mañanas a entrenar (pero, insisto, no entiendo
cómo esa disciplina le acredita el mérito de estudiar medicina u otra carrera
no deportiva), pero ¿qué esfuerzo ha hecho un hijo de trabajador universitario
o un indígena, más allá del hecho de nacer bajo esas circunstancias? Insólitamente,
un defensor de los cupos API ha dicho que “...éstos son beneficios de ingreso que la institución
no regala: el estudiante se los ha ganado” (acá); pero yo me pregunto: ¿cómo
diablos puede una persona ganarse un derecho que sencillamente se entrega en
virtud de las circunstancias de su nacimiento?
Dado el furor
izquierdista de las últimas décadas en Venezuela, cada vez más se admite que el
cupo garantizado a hijos de trabajadores universitarios es injusto, en buena
medida porque esos muchachos proceden de la clase media. Pero, los cupos indígenas
siguen siendo vacas sagradas, al punto de que casi nadie se toma la molestia en
justificarlos. Y, en función de esto, previsiblemente, las justificaciones son
muy pobres.
Se alega, en primer lugar, que los indígenas son ‘originarios’ de nuestro país, y que por ende, merecen cupos adicionales. Nunca he entendido por qué el haber llegado primero a un territorio garantiza derechos especiales de admisión a una universidad. Hay, además, el problema de saber quién es realmente indígena. Para los cupos API, se hace una entrevista para constatar la genuinidad cultural del aspirante, pero me temo que, al final, esta entrevista sólo tiene en cuenta los rasgos biológicos de los entrevistados (independientemente de si hablan lenguas indígenas, o veneran dioses tribales, como suele ocurrir en las clasificaciones étnicas), y así, se entregarán beneficios en función del color de la piel de la gente. Más aún, si nos guiamos por el criterio de originalidad, deberían ser los descendientes de europeos, y no los indígenas, quienes deben recibir esos cupos, pues las universidades nacieron en la Edad Media europea, no en las culturas precolombinas. Pero, al margen de esto, me parece sumamente insensato premiar o castigar a un individuo por las cosas que sus ancestros hicieron. Lo justo es premiar el mérito individual.
Se argumenta también
que los indígenas han sido tradicionalmente marginados, y no han tenido óptimas
oportunidades de estudio en bachillerato. Esta desventaja les impide estar
entre las primeras posiciones de acceso a la universidad, y así, los cupo API
son una medida para corregir esta desigualdad de oportunidades.
Es indiscutible que
los indígenas han sido y siguen siendo marginados en la educación de
bachillerato, y en ese sentido, están en desventajas frente a otros grupos. Pero,
dudo seriamente de que el ofrecerles ventajas en los ingresos a la universidad,
para enmendar las desventajas previas, constituya una óptima solución.
A simple vista, se
trata de una medida que atenta contra la meritocracia. El cupo API propicia que
un indígena con promedio de 11 y con pobrísimos conocimientos de biología,
entre primero a estudiar medicina, que un descendiente de portugueses con
promedio de 15, y con un conocimiento decente de biología. No es justo. Pero,
puede argumentarse, tampoco es justo que el indígena tuviera que caminar 10 km
para ir a un liceo, mientras que el descendiente de portugueses iba en metro;
no es justo que el indígena tuviera que trabajar vendiendo periódicos para
poder estudiar, mientras que el descendiente de portugueses satisfacía sus
horas de ocio en las canchas deportivas o en las bibliotecas. Así pues, puesto
que hubo una desventaja desde el inicio, lo justo es que, ahora, esas
desventajas se corrijan, dándole un empujón a quien no lo tuvo antes.
El problema, no
obstante, es que argumentos como éstos pronto nos conducen demasiado lejos. Bajo
esta argumentación, el criminal mató porque no tuvo una madre que lo abrazara
en la infancia, así, al salir de la cárcel, debe dársele más beneficios que a
las personas que sí tuvieron infancias felices, a fin de restituir la injusticia
inicial. En una carrera, un atleta tuvo buenos entrenadores y buenos zapatos,
el otro tuvo malos entrenadores y malos zapatos; así, para enmendar esta
desventaja, al atleta desfavorecido debe ahora tener cincuenta metros de
ventaja. Y, así, ad infinitum.
Todos venimos al
mundo al mundo con desigualdades naturales. Unos vienen con mejor cerebro,
mejor salud, mejores genes, etc. Pretender emparejar estas injusticias puede
ser inicialmente loable, pero al final, se convierte en pesadillas
totalitarias. No hay justicia cósmica (y esto sí debería ser un argumento en
contra de la existencia de Dios), y pretender alcanzarla es sencillamente
inoperativo. Podemos tratar de corregir las injusticias, pero como bien pregunta
el filósofo Robert Nozick, ¿estamos dispuestos a quitarle forzosamente un riñón
a una persona saludable para dárselo a otro que sufre de riñones defectuosos, a
fin de corregir la injusticia inicial en el reparto natural de riñones? Esto es
ir ya demasiado lejos.
Podemos
prolongarnos en la discusión respecto a qué es lo justo. Pero, como bien señala
Thomas Sowell, es conveniente incorporar una dosis de pragmatismo, y calcular
qué es lo que más nos beneficia a todos. Pues, como el mismo Sowell señala, los
intentos por conseguir justicia cósmica pueden conducir a situaciones en los
que todos salimos perjudicados, incluso aquellos por los cuales se intentó
hacer justicia.
En primer lugar,
medidas como el cupo API afectan la productividad general de la sociedad. No se
van a graduar los mejores médicos, pues no fueron admitidos los mejores
estudiantes. Pronto, los hospitales estarán llenos de médicos de menor rendimiento.
Al principio, el indígena admitido con API a estudiar ingeniería estará muy
contento por su supuesto logro, pero más
adelante se lamentará de que, cuando un familiar llegue a un hospital, los médicos
no podrán salvarle la vida, precisamente porque esos médicos no fueron los más
competentes, en tanto el cupo universitario no se entregó a los mejores
estudiantes. El filósofo John Rawls sostiene que las desigualdades deben
tolerarse sólo si favorecen a los menos privilegiados. Pues bien, en casos como
éstos, es obvio que la desigualdad en la asignación de cupos sí favorece a los
menos privilegiados, pues garantizar el ingreso de los mejores médicos
(independientemente de si eso fue justo o no) salvará las vidas de los menos
privilegiados.
Pero, no sólo la
productividad general de la sociedad se ve afectada por estas políticas de
inclusión. En principio, los mismos indígenas se ven afectados por ellas. Si el
indígena procede de una educación de bachillerato defectuosa, al llegar a la
universidad desperdiciará su tiempo, pues la exigencia será demasiado alta. El
porcentaje de deserción universitaria indígena es alto. Es mucho más preferible
que el indígena con pobre coeficiente académico acuda a una institución o se
dedique a un oficio que no exija tanto, y que le permita desarrollar sus
talentos. Un muchacho que es un pelotero mediocre desperdicia su tiempo si lo
admiten como jugador en las grandes ligas; tendrá mucho más oportunidad para
desarrollar sus talentos peloteriles si se dedica a jugar en la liga de su
barrio.
Por último, estas
políticas también enfrentan el recurrente problema de la motivación al logro. Ciertamente
un empujón adicional para entrar a la universidad puede motivar a un muchacho
indígena a estudiar, en virtud de que podrá apreciar la oportunidad adicional
que le ofrecieron. Pero, me temo que, la mayor parte de las veces, ocurre al
contrario. El beneficiario termina por saber que, independientemente de su
rendimiento, será admitido en la universidad y, así, descuida su rendimiento;
es la llamada ‘tragedia de los comunes’ que tanto ha afectado a los países
comunistas. Y, a la inversa, el muchacho que no es beneficiario del cupo API se
frutará al saber que tiene una desventaja, y en su frustración, también podría
descuidar su rendimiento, en vista de que, al final, no será tomado en cuenta a
la hora de asignar los cupos.
Todo esto está
abierto a debate, por supuesto. He tenido estudiantes indígenas que, gracias a
los cupos API, lograron entrar a la universidad, se han convertido en óptimos
profesionales, supieron aprovechar la oportunidad, y han proveído el ejemplo
para que sus familiares y amigos menores los sigan. Seguramente, sin esos cupos
API, estos profesionales exitosos habrían seguido estando inmersos en la
pobreza y el atraso. Pero, como he señalado, estas políticas tienen sus
desventajas. No propongo desmantelar los cupos API. Propongo debatirlos críticamente,
a fin de evaluar, al final, cuán ventajosos realmente son, y a partir de eso,
tomar decisiones más informadas.
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