Predije con anticipación, para las elecciones
presidenciales de 2012 en Venezuela, que Hugo Chávez sería reelecto (acá). Algunos
amigos opositores se molestaron por ello; obviamente les causaba espanto que
alguien les dijera la verdad. Desde el mes de julio, había habido en Venezuela
una guerra de encuestas. A mi juicio, la confiabilidad de estas encuestas no
debe medirse tanto por cuáles intereses políticos están detrás de ellas, sino
sencillamente, por su desempeño en el pasado. Aquellas que reiteradamente habían
acertado, daban como ganador a Chávez. Aquellas que no tenían mayor
confiabilidad, decían que Chávez perdería. El patrón se repitió nuevamente.
No deseo felicitar
a Capriles, pues perdió. No deseo felicitar a Chávez, pues su campaña electoral
fue sucia y con amplio ventajismo. No deseo felicitar al Consejo Nacional
Electoral, pues no reguló adecuadamente la campaña. Pero, sí deseo felicitar a
Datanálisis; esta encuestadora nuevamente predijo unos resultados que se
cumplieron.
Este balde
de agua fría a los opositores debería hacernos reflexionar respecto a la
confianza en las predicciones electorales y, sobre todo, el pobre nivel de
racionalidad crítica del pueblo venezolano. Desde hace varios años, insólitamente
se invita a astrólogos y otros ‘videntes’ a hacer sus predicciones en programas
de televisión. Éstos miran sus bolas de cristal, contemplan el movimiento de
los astros o miden las energías cósmicas, y a partir de esto, predicen cuál
candidato ganará. Con esta estafa han hecho fortuna Adriana Azzi, Hermes el
iluminado, y algunas otras bestias más.
Contrario
a la opinión alarmista de muchos de mis amigos escépticos y racionalistas, yo
dudo francamente de que la astrología y disciplinas afines tengan mucho arraigo
entre los venezolanos. Quizás alguna gente tenga curiosidad, pero no creo que
guíen sus vidas por los designios de los astros. Y, así, puede haber algún
interés (incluso jocoso) en las predicciones electorales de Hermes y Adriana,
pero poca gente los toma verdaderamente en serio. En eso, los venezolanos nos
congratulamos de dejar atrás la barbarie y la superstición.
Pero, en
esta campaña electoral me sorprendió ver cómo personas muy inteligentes se
dejaron llevar por otras disciplinas y métodos de predicción que, lo mismo que
la astrología, son sumamente deficientes. En una época, se consideró a la
astrología una pseudociencia, pero me parece que hoy esa disciplina está tan
desprestigiada, que ya hoy ni siquiera tiene pretensiones científicas; es
sencillamente una macanada, y los mismos astrólogos lo saben. En cambio, varios
de los métodos de predicción electoral en esta campaña son tan inútiles como la
astrología, pero se presentan en un bagaje científico, de forma tal que muchos
incautos pecan de inocentes, y aceptan sus proposiciones. Se trata de las
nuevas pseudociencias electorales.
Aun con
las encuestas en su contra, muchos opositores eran optimistas de los resultados
futuros, en función de la cantidad de gente en las manifestaciones. Varios
estudios serios han demostrado una y otra vez, que el número de personas alegado
en las manifestaciones es muy superior al número de personas que realmente está
ahí. El método es sencillo: se promedia el número de personas por cien metros
cuadrados en una manifestación, se toma una foto aérea, y se calcula el total.
En todo
caso, una marcha no será representativa de la tendencia política de un país, pues
el estudio de la muestra no es sistemático. En el estudio de la marcha no hay
ningún tipo de control respecto a la procedencia de las personas, el contraste
con las marchas contrarias, etc. Es muy fácil dejarse guiar por el ojo humano
desnudo, y creer que, al contemplar un río humano, se cuenta con la mayoría de
electores de un país. Pero, precisamente, una de las grandes enseñanzas de la
historia de la ciencia es que las apariencias engañan, y que el aparato
cognitivo humano es deficiente, y requiere continua verificación. Es fácil
empeñarse en que la tierra es inmóvil y el sol se mueve, pues en efecto, así
vemos el movimiento del sol. Pero, al tener en cuenta otras variables y otras
observaciones, nos damos cuenta de que nuestra conclusión es errónea. Asimismo,
la intuición común de la gente es que el universo es millones de veces más
pequeño de lo que realmente es. Sólo vemos una esquinita del universo, y cometemos
el error de que no hay gran cosa más allá de nuestra esquina, pues esa
esquinita parece muy grande frente a nuestro aparato perceptor. Este chauvinismo
terrícola ha llevado a mucha gente a erróneamente rechazar de antemano la
posibilidad de vida extraterrestre.
Pues
bien, del mismo modo, en las marchas y manifestaciones opera este chauvinismo. Vemos
una esquinita de un país vestida de un color, y nos impresionamos por ello. Y,
así como los chauvinistas terrícolas rechazan que haya vida extraterrestre,
nosotros rechazamos que haya más gente de otro color más allá de la marcha
desde la cual percibimos todo. El marchómetro es una mera impresión subjetiva
(y voluntarista) de la gente: se ve lo que se quiere ver, y no cuenta con el
menor rigor sistemático para permitir hacer una predicción decente. En el 2006,
escuché a Manuel Rosales decir que Chávez no se atrevía ir a un juego del
Caracas vs. Magallanes, porque sabía que lo pitarían, y que un juego de béisbol
es el mejor ‘termómetro’ electoral. Estupideces como ésta (además del hecho de
que ‘termómetro’, etimológicamente, es un instrumento para medir la
temperatura, no el número de gente en un colectivo) ameritan que Rosales sea
llamado sarcásticamente ‘El filósofo del Zulia’.
Otra
pseudociencia electoral que está ganando fuerza es el ‘carómetro’. El candidato
X está triste, porque sabe que perderá. “Se le ve” en su cara. No disputo,
claro está, que las expresiones faciales existen, y que tienen una
correspondencia con las emociones (el gran Darwin fue pionero de este tipo de
estudios). Pero precisamente, de nuevo, Darwin intentó ser sistemático en sus
estudios, y al menos tácitamente contempló la posibilidad de contraejemplos y
refutaciones. No hay nada de eso en los carómetros electorales. Hay, de hecho,
un terrible sesgo de confirmación. Si un día un candidato amaneció triste
(porque, supongamos, supo que su canario murió esa mañana), se infiere
inmediatamente una venidera derrota electoral. Se dejan de lado todas las otras
ocasiones cuando ese candidato ha estado alegre, campante y sonante. El
problema, nuevamente, es que la falta de sistematicidad en estos estudios
impide la aplicación de un ‘control’ que permita descartar variables alternas.
En el método científico, llamamos ‘control’ a los experimentos diseñados para
minimizar los efectos de otras variables, distintas a las que estamos
estudiando, pero sobre las cuales podría influir. Al no haber estos controles,
nunca sabremos si el candidato X está triste porque perderá las elecciones, o
porque tuvo unas cebollas cerca de los ojos los minutos previos de la observación
hecha por los ‘expertos electorales’.
Por último,
quizás la única técnica con algún grado de confiabilidad empleada en esta
campaña por la oposición, son las exit
polls: se pregunta al votante cuál fue su opción al salir del centro de
votación, y a partir de ahí, se elaboran proyecciones. En principio, este método
sería aceptable, pues funciona del mismo modo que una encuesta pre-electoral. El
problema, no obstante, es que en Venezuela, estas exit polls no están a cargo de ninguna empresa sistemáticamente
organizada. Cada partido político las recoge a su antojo, y de nuevo, existe la
tendencia de que los partidos recogen los datos sólo en aquellas zonas donde
son populares.
El gran
Mario Bunge en muchas ocasiones ha ofrecido una lista de criterios para distinguir
una ciencia de una pseudociencia (acá). Según Bunge, si alguna disciplina cumple
alguna de las características que él ofrece, entonces seguramente es
pseudocientífica. Pues bien, entre esos criterios, está la falta de rigurosidad.
Y, si bien las exit polls podrían ser
rigurosas, en Venezuela no lo son. Los carómetros y marchómetros, por supuesto,
no resisten la menor prueba de validez científica.
Alguna
gente ultra escéptica sostiene que los carómetros y marchómetros son
inefectivos para predecir, pero también lo son los estudios de encuestas. A su
juicio, la verdadera encuesta es el mismo día de las elecciones. Bajo este
concepto, pareciera imposible elaborar predicciones electorales. Yo discrepo. Si
las encuestas se elaboran con suficiente rigor científico, pueden ofrecernos
algún grado de probabilidad confiable. El filósofo Imre Lakatos acertadamente
postulaba que una de las características centrales de la ciencia es su poder de
predicción, y me parece que las disciplinas de estudio de los comportamientos
electorales, siempre y cuando estén bien ejecutadas en concordancia con el método
científico, podrían ofrecernos un buen nivel de confianza. Por ello, reitero
mis felicitaciones a Datanálisis.
Muchos
de mis amigos se quejan de que el pueblo venezolano es ignorante, en tanto
eligieron a Chávez. Tras estas elecciones, he quedado alarmado de que, en
efecto, este pueblo es ignorante. Pero, esa ignorancia no queda manifiesta tanto
en el voto a favor de Chávez (quizás sí, en todo caso, eso es tema para otra
discusión), sino en la credulidad, la falta de sentido crítico, y la actitud
antagónica a la ciencia y sus métodos. Sin duda, éste es un pueblo atrasado, y en su ignorancia es apuado por los políticos y los medios de comunicación. Deben tomarse medidas urgentes al respecto, y todo empieza, por supuesto, con la educación.
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