sábado, 31 de diciembre de 2011

Matteo Ricci y la globalización

El cristianismo es, como todos los monoteísmos, una religión universalista. Dios, según el entendimiento de los cristianos, no es meramente un dios tribal, sino el amo y señor del universo, y creador de todos los hombres. Como corolario, el cristianismo se atribuye la misión de extender a todos los seres humanos su mensaje, para ofrecer a todos los seres humanos la oportunidad de salvarse. En esto consiste la gran misión que, según los evangelios, Jesús encomienda a sus seguidores: ir por la tierra a hacer discípulos y convertir a la gente al cristianismo.

Desde entonces, el cristianismo ha asumido un compromiso evangelizador, y eso explica en buena medida su asombrosa expansión, al punto de que es la religión con más adherentes actualmente. Pero, desde los inicios de la expansión cristiana, hubo dilemas. Pues, el cristianismo emergió del judaísmo, una religión que, si bien es monoteísta (y por ende universalista), tiene una fuerte asociación étnica. Ser judío constituye, no sólo rendir culto a un Dios y practicar una religión, sino también formar parte de un pueblo. Y, en este sentido, el judaísmo conserva aún una característica tribal, pues no es propiamente una religión para todos los hombres, sino sólo para los judíos, con costumbres culturales muy particulares.

Al principio, el cristianismo era apenas una secta dentro del judaísmo. Pero, eventualmente atrajo a gente no judía. Entonces, surgió el dilema: ¿es necesario ser judío para hacerse cristiano? Aquellos que conocieron de cerca a Jesús eran judíos, y naturalmente, favorecían la idea de que, para ser cristianos, era necesario ser judíos. Quien encabezaba esta postura era el dirigente de los cristianos en Jerusalén, Santiago, el propio hermano de Jesús. Pero, Pablo (en buena medida un intruso), defendió la idea de que no era necesario ser judío para asumir el cristianismo. Y, así, Pablo extendió el mensaje cristiano a los gentiles (los no judíos), y convirtió el cristianismo (el cual era originalmente una secta más en el judaísmo), en una religión universal. Santiago y Pablo tuvieron una disputa en torno a este tema, pero al final, prevaleció Pablo.

La gran disputa era en torno a la circuncisión y el cumplimiento de las leyes rituales judías. Tradicionalmente, éstas eran emblemáticas de la identidad judía. Pablo, por su parte, postulaba que un cristiano no estaba obligado a asumirlas. Con esto, Pablo moldeaba el cristianismo, de forma tal que se expandiese por el mundo entero, pero abría espacio a la conservación de la identidad cultural de cada pueblo. En otras palabras, los conversos podían asumir el cristianismo, sin renunciar a la identidad étnica. Es, de hecho, el mensaje que deja la historia de Pentecostés narrada en Hechos (un libro escrito bajo la influencia del mensaje de Pablo): los discípulos de Jesús reciben el don de hablar otras lenguas para extender su mensaje por el mundo entero; el cristianismo ya no será propiamente una religión judía.

De ese modo, Pablo resultó ser bastante tolerante respecto a las prácticas culturales de los conversos. Pero, con todo, hubo algunas prácticas que Pablo no estaba dispuesto a admitir. Por ejemplo, censuraba a los cristianos que comieran carne ofrecida a los ídolos paganos. Pablo no tenía dificultad en que los griegos se hicieran cristianos y mantuvieran muchas de sus costumbres, pero no toleraba la costumbre de comer carne ofrecida a los ídolos.

Pues bien, la experiencia de Pablo fue apenas un abreboca de los dilemas que ha tenido que enfrentar el cristianismo en su expansión por el mundo. En muchas ocasiones, el cristianismo se ha impuesto por vía de la espada. Y, en esas experiencias, no ha sido necesaria ningún tipo de negociación respecto a las costumbres locales. Los conquistadores han impuesto su religión, y han forzado a los conquistados a aceptar sus costumbres; en esos casos, no ha sido necesaria la evangelización por vía de la persuasión, y las costumbres locales han desaparecido compulsivamente. Quizás el caso más emblemático fue la conquista y evangelización de América.

Pero, en otros casos, el cristianismo se ha expandido por vía de la persuasión y no de la imposición, pues frente a algunas civilizaciones no se contaba con el suficiente aparto militar para imponer la religión. En estos casos, la negociación con las costumbres locales es mucho más prominente. Pues, en vista de que los misioneros tratan de persuadir a los locales de que acepten su religión, deben manejar con guantes de seda las costumbres que, seguramente, los locales no quieren abandonar.

Probablemente el caso más emblemático fue la expansión cristiana en China a partir del siglo XVI. Por aquella época, China era una civilización poderosa que no podría ser conquistada por la vía militar. Así, para penetrar China, el cristianismo tuvo que acudir sólo a la persuasión. En un inicio, las misiones fueron bastante exitosas en su empresa evangelizadora. Y, su éxito en buena medida se debió a que los misioneros fueron muy sensibles frente a la conservación de la identidad cultural china. Así, los misioneros practicaron aquello que vino a llamarse la ‘inculturación’: introducir al cristianismo, mediante la asociación de antiguos elementos culturales chinos. Los jesuitas fueron quienes mejor articularon esta tendencia. Aprendieron la lengua mandarín y usaron trajes tradicionales chinos.

Matteo Ricci, un jesuita romano, incluso postuló que el ‘Señor de los cielos’ referido en el confucianismo es idéntico al Dios cristiano, y que, en este sentido, la religión cristiana y el confucianismo pueden coexistir en los feligreses. Pero, pronto, Ricci enfrentó un nuevo dilema. Los chinos rendían culto a sus ancestros, como parte de la tradición confucionista. Ricci opinaba que esto no constituía una amenaza a la integridad del cristianismo, y recomendaba a los misioneros no oponerse a esta antigua costumbre china.

Los dominicos (después de todo, forjadores de la Inquisición), opinaban que el culto a los ancestros sí comprometía la integridad del cristianismo. Se formó así una prolongada disputa entre jesuitas y dominicos respecto a la aceptación del culto a los ancestros entre los chinos, al punto de que el Papa Clemente XI hubo de intervenir. Éste decretó que el culto a los ancestros es incompatible con el cristianismo. Como consecuencia, las autoridades chinas expulsaron a los cristianos, y la evangelización en China se vio perjudicada.

¿Fue correcta la decisión del Papa? No soy cristiano, de forma tal que todo esto me resulta irrelevante. Pero, me parece que la experiencia cristiana en China sirve como antecedente de un dilema que hoy enfrentamos, y podemos aprender de ella. Como el Papa, yo estoy defiendo una misión evangelizadora. Pero, en vez de llevar el cristianismo por el mundo entero, yo defiendo la expansión de la modernidad y la civilización por todo el planeta. Pretendo que los grandes valores universalistas de la Ilustración (ciencia, racionalidad, igualitarismo, democracia, secularismo, etc.) se expandan a todos los seres humanos. Esto implica avalar a la globalización; no necesariamente la globalización tal cual como la estamos viviendo, pero sí un proyecto de expansión de algunas instituciones derivadas de la Ilustración, a escala global.

Ahora bien, en este proyecto globalizador, enfrentamos el mismo dilema que Ricci enfrentó en su proyecto de globalización cristiana. ¿Puede ajustarse la Ilustración a las costumbres locales? Y, en caso afirmativo, ¿cuál es su límite? Consideremos, por ejemplo, la labor de los médicos. La medicina científica es originaria de Europa. Los grandes textos de medicina científica se han escrito en lenguas europeas. ¿Debe por ello el médico expandir la medicina científica en lengua europea? Obviamente no.

La medicina científica ha impuesto un código de vestimenta: el médico, para ejercer su autoridad, debe llevar una bata blanca. Supongamos que en su expansión de la medicina científica, un médico en el Amazonas opta por enseñar anatomía a los indígenas yanomami. Pero, para encontrar mejor acogida, opta por despojarse de la bata médica, y asume la vestimenta tradicional yanomami. ¿Es esto una buena estrategia? Parece que sí. Éste es precisamente el modelo seguido por Ricci y los jesuitas en China: la vestimenta no compromete la integridad del mensaje.

Pero, supongamos que, además, el médico se alía con el curandero local, y asume una versión de la medicina en la cual, las enfermedades no son sólo provocadas por la acción de microorganismos, sino también por la acción de los espíritus malignos. ¿Compromete eso la integridad de la medicina científica? Yo opino que sí, y que la invocación de espíritus es sencillamente incompatible con la visión científica del mundo, la cual exige una presunción materialista. El médico puede renunciar a su bata blanca, pero no puede renunciar a su desmitificación de la acción de agentes espirituales en las enfermedades.

Esto, me parece, es emblemático de cómo debe darse la expansión de los valores de la Ilustración. La globalización puede conservar muchas costumbres locales, que perfectamente pueden coexistir con los valores ilustrados. Pero, hay ciertas costumbres locales que son sencillamente incompatibles con la Ilustración (del mismo modo en que Clemente VII opinaba que el culto a los ancestros es incompatible con el cristianismo). La astrología es incompatible con la astronomía; la alquimia es incompatible con la química científica; el derecho tribal es incompatible con la concepción moderna del derecho moderno; la teocracia es incompatible con el secularismo; el sistema de castas es incompatible con el igualitarismo, etc. En estos casos, las instituciones premodernas deben sencillamente desaparecer para abrir paso a los valores modernos.

La difusión del relativismo ha impedido que apreciemos cuándo estamos en presencia de una contradicción. El relativismo, en su demagogia, al final pretende que todos los alegatos sean igualmente verdaderos. Lamentablemente, los relativistas no caen en cuenta de que su postura viola el más elemental criterio de racionalidad: el principio de no contradicción. Si la creencia de que los astros determinan la conducta de los individuos es verdadera, entonces su negación no puede serle. Y, en este sentido, si la astrología es verdadera, la psicología científica (la cual postula que la posición de los astros no determina la conducta) es falsa. No puede haber negociación posible entre ambas posturas.

Hoy, se exalta a la interculturalidad en su intento por integrar los elementos procedentes de distintas culturas. Lamentablemente, los promotores de la identidad no hacen un uso eficiente de la lógica. Un mínimo análisis revela que, muchas veces, los elementos culturales que pretenden integrarse son sencillamente incompatibles entre sí. La música rock es compatible con la música vallenata. Pero, el método científico no es compatible con el proceder de los curanderos.

Quizás, la disputa entre los jesuitas y los dominicos pudo haberse resuelto si su discusión se descomponía en proposiciones elementales, para advertir si los enunciados que respaldan el culto a los ancestros son contradictorios con los enunciados que respaldan el cristianismo. Esto es precisamente lo que postulaba Leibniz, en el siglo XVII: la reformulación de los enunciados en un lenguaje claro que refleje acordemente la realidad, servirá para resolver las disputas.

Algo parecido debemos hacer quienes defendemos la globalización como promotora de la expansión de los valores de la Ilustración. Cuando estemos en presencia de costumbres locales, descompongamos los enunciados que respaldan esas costumbres, y evaluemos si contradicen a los enunciados que respaldan a los grandes valores de la Ilustración. Por ejemplo, ¿cómo saber si la teocracia es o no compatible con la democracia? Pues bien, un enunciado que respalda a la teocracia es “la soberanía política viene sólo de Dios”, mientras que un en enunciado que respalda a la democracia es “la soberanía política viene del pueblo” (lo cual es una forma de decir “la soberanía política no viene sólo de Dios”); así, ambos enunciados son contradictorios, y por extensión, la teocracia no es compatible con la democracia. Lo mismo debemos hacer con el resto de las costumbres locales que la globalización encuentra a su paso. Es una tarea titánica, pero urgente.

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