sábado, 10 de diciembre de 2011

Reivindicación de Domingo Sarmiento

En esta época de discurso indigenista, la figura de Domingo Sarmiento es anatema. Hoy, prevalece el discurso inaugurado por José Martí, y desarrollado por José Carlos Mariátegui, según la cual, los latinoamericanos debemos abrazar los modos culturales de los indígenas, pues éstos tienen muchísimo que enseñarnos. Bajo esta ideología, debemos rechazar las instituciones surgidas en Europa, y debemos construir una América indígena. Es también el discurso de políticos contemporáneos como Evo Morales, Hugo Chávez y Rafael Correa.

En el siglo XIX, Domingo Sarmiento opinaba exactamente lo contrario. Sarmiento es el paladín de la postura según la cual, América necesita asumir con más fuerza los valores culturales oriundos de Europa y, a la vez, debe procurar erradicar las costumbres culturales indígenas.

Sarmiento nació en el seno de una familia rural argentina, y no tuvo acceso a la educación formal. Con todo, su voraz apetito por el conocimiento le permitió una impresionante formación autodidacta. Por aquella época, Argentina estaba inmersa en un caos. Apenas se estaba conformando como nación después de la independencia de España, y no estaba lo suficientemente organizada. En el campo argentino, el poder era ejercido por los gauchos, jinetes semi-nómadas muy alejados de la vida citadina, quienes frecuentemente saqueaban y aterrorizaban a la población.

Sarmiento vivió de cerca los atropellos de los gauchos. Ésa, junto a otras razones, hizo que Sarmiento manifestase una firme oposición al régimen político de Juan Manuel de Rosas, un tirano que se había valido de los gauchos para mantenerse en el poder. Sarmiento tuvo que exiliarse a Chile, y desde ahí escribió su obra maestra, Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas.

Los méritos literarios de esta obra jamás han sido disputados, ni siquiera por quienes hoy rechazan a Sarmiento. El libro es una combinación de crónicas de viaje (tiene muy detalladas descripciones de la geografía argentina); una biografía adversa del caudillo Juan Facundo Quiroga; y un ensayo histórico y político, en el cual se exhorta a los argentinos a abandonar aquello que Sarmiento considera la barbarie indígena, y a asumir aquello que Sarmiento considera la civilización, a saber, las luces de la cultura europea y norteamericana.

La distinción entre ‘barbarie’ y ‘civilización’, y el desdén por la primera y la preferencia por la segunda, era propia de muchos historiadores, antropólogos y filósofos del siglo XIX. Hegel, Marx, Comte y L.H. Morgan, entre otros, la asumían. Hoy, esto escandaliza a la mayor parte de los intelectuales latinoamericanos. Éstos prefieren hacerse eco de la visión romántica de Montaigne, Rousseau y Herder, según la cual, no es posible jerarquizar a las sociedades en función de sus méritos. Bajo esta visión, cada cultura una tiene sus propias costumbres, y en todo caso, si hemos de jerarquizar a las culturas, las indígenas tienen muchísimas más virtudes que la europea.

Frente a esta tendencia, urge reivindicar a Sarmiento. En primer lugar, debe admitirse que sí hay sociedades que ofrecen más felicidad que otras. Corea del Sur ofrece más felicidad a sus ciudadanos, que Haití a los suyos. De hecho, ésa es precisamente la intención de los índices de desarrollo humano que la ONU continuamente elabora, jerarquizando a las naciones del planeta: postular, con datos muy precisos, cuáles son las sociedades donde mejor se vive.

Pues bien, si esta jerarquización es legítima, entonces también es legítima la distinción que Sarmiento hace entre barbarie y civilización. Objetivamente, hay sociedades donde se vive mejor que otras. Bajo cualquier medida razonable, la vida en civilización es más feliz que la vida alejada de la civilización. Las garantías sanitarias, la seguridad ofrecida por el Estado, el excedente de producción, la comodidad de la tecnología, el dominio de la naturaleza, etc., hacen más feliz al hombre, y todas estas características son propias de la civilización. Las sociedades alejadas de la civilización frecuentemente enfrentan graves enfermedades, hambrunas, sometimiento al pode apabullador de la naturaleza y guerras intestinas. Hay, por supuesto, ventajas en la vida alejada de la civilización. Pero, en balance, la civilización ha sido una mejora en la condición humana.

Una vez que hayamos aceptado que, en efecto, la distinción entre barbarie y civilización es legítima, debemos considerar ahora si las culturas europeas son en realidad civilizadas, y si las culturas indígenas son en realidad bárbaras. Sarmiento, vale admitir, exageró lo nefasto de la vida indígena, y es notable en su obra un prejuicio desmesurado. Pero, hoy contamos con plenitud de trabajos etnográficos e históricos bien documentados los cuales, si bien no coinciden exactamente con la valoración de Sarmiento, sí la respaldan parcialmente.

Sabemos que la vida en las dos grandes civilizaciones precolombinas, los aztecas y los incas, era sumamente deprimente. Ambas civilizaciones contaban con regímenes brutalmente opresivos, al punto de que un puñado de soldados españoles logró hacer sucumbir esos imperios, pues a la conquista se sumaron los pueblos oprimidos por esos regímenes. La conquista y colonización española de América fue deplorable, pero urge admitir que, para la mayor parte de la población americana, constituyó una mejora.

Buena parte de las instituciones que han enriquecido la experiencia humana proceden de Europa. La ciencia, la tecnología, el secularismo, la medicina, la industrialización, la ética del trabajo, el igualitarismo, la democracia, el liberalismo, el individualismo, las garantías jurídicas, etc., proceden de Europa. Pero, por supuesto, el hecho de que procedan de Europa no implica que deban quedarse allá. Al contrario, tienen alcance universal, y por eso, son perfectamente extensibles a América. Por ello, Sarmiento tenía razón cuando alegaba que, para alcanzar la felicidad, las nacientes naciones europeas deben tratar de seguir el modelo civilizatorio de las naciones europeas. La historia parece haberle dado la razón a Sarmiento: aquellas naciones que más emularon a Europa, son hoy las más prósperas de América Latina: Chile, Brasil, Argentina, Uruguay.

Así pues, la gran lección que Sarmiento nos ha dejado es doble: en primer lugar, hay culturas más civilizadas que otras; en segundo lugar, la cultura europea y norteamericana están mucho más cercanas a la civilización, que el resto de las culturas. Y, en este sentido, para alcanzar la prosperidad, debemos asumir los modos culturales que surgieron en Europa, pero que tienen alcance universal.

Hay, no obstante, un aspecto muy sombrío en la obra de Sarmiento: opinaba que las diferencias culturales entre los hombres tienen una base biológica. Y, en este sentido, consideraba que los indígenas no sólo no eran civilizados, sino que nunca podrían serlo, pues tienen un impedimento biológico para ello. Por eso, no faltan en la obra de Sarmiento sendos comentarios racistas. Pero, urge apreciar que el postular que la cultura europea es más civilizada (y por lo tanto más deseable) que las culturas indígenas no es racismo, pues este juicio no apela a las diferencias biológicas (precisamente el fundamento del racismo). En cambio, sostener que la constitución biológica de los europeos es superior a la constitución biológica de los indígenas sí es racismo, y lamentablemente, Sarmiento suscribió esta tesis. Además, el racismo de Sarmiento lo condujo a proponer (si bien sólo tenuemente) el exterminio de los indígenas de Argentina, para ser reemplazados por la masiva inmigración europea.

Esto invita a preguntar: si conviene que América emule las instituciones de Europa, ¿qué debemos hacer con aquellos habitantes americanos que no participan de la cultura europea? La respuesta de Sarmiento era sencilla: puesto que estos habitantes tienen un impedimento biológico para asimilar satisfactoriamente los valores culturales procedentes de Europa, deben ser exterminados.

En este asunto, discrepo de Sarmiento. A juicio de Sarmiento, un indígena nunca podrá asumir la cultura europea, en virtud de su constitución biológica. A mi juicio, no existen grandes diferencias biológicas entre los seres humanos, y todos tienen la capacidad de asumir una u otra cultura. Por eso, a diferencia de Sarmiento, mi propuesta siempre ha sido modernizar a los indígenas mediante la educación. Asimismo, esta educación debe apelar mucho más a la persuasión que a la imposición: las ventajas de las instituciones europeas son lo suficientemente persuasivas como para que los indígenas, sin necesidad de acudir a la espada, las asuman. Para que América asumiera las instituciones modernas procedentes de Europa, no fue necesario cometer genocidios y abrir masivamente las puertas a la inmigración europea. Habría bastado con incorporar a los indígenas a la modernidad y la civilización occidental, mediante la educación persuasiva.

Ahora bien, ¿exige la modernización de los indígenas que éstos abandonen la cultura de sus ancestros? Sarmiento opinaba que todo vestigio cultural indígena debe desaparecer (y, de nuevo, en función de su premisa racial, Sarmiento opinaba que el único modo en que esto podría lograrse era mediante el genocidio). Yo, en cambio, opino que muchas instituciones culturales indígenas pueden conservarse frente a la modernización, pero no todas.

La gastronomía, la música, la danza y el lenguaje (entre otros) de las culturas indígenas, no son obstáculos para asumir las grandes instituciones modernas procedentes de Europa, y en este sentido, son perfectamente conservables. Pero, hay otras instituciones indígenas que sí son obstáculos a la modernización. La organización tribal semi-nómada es incompatible con la organización burocrática racional del Estado. Las leyes de venganza y juicios arbitrarios son incompatibles con la administración estatal de la justicia y el debido proceso. El encanto místico y religioso es incompatible con la racionalidad y la curiosidad científica. La sumisión frente al poder de la naturaleza es incompatible con el deseo impetuoso de generar artefactos tecnológicos para dominar a la naturaleza. En estos casos, no hay ningún compromiso medio posible: esos aspectos de las culturas indígenas sencillamente deben desaparecer.

Así pues, Sarmiento merece elogios como el gran ensayista que supo apreciar la conveniencia de imitar a Europa en sus instituciones culturales. Lamentablemente, Sarmiento opinaba que sólo la gente de piel blanca podría emprender este proyecto. La historia le ha dado la razón sólo parcialmente: aquellas culturas que más han asumido las instituciones culturales procedentes de Europa, son las más prósperas. Pero, contrario a lo que opinaba Sarmiento, la historia ha demostrado que es perfectamente posible que pueblos con otros colores de piel asuman la modernidad occidental, sin necesidad de genocidios. Japón, Corea del Sur, Singapur y Hong Kong, entre otros, son muestra de pueblos con piel amarilla, pero altamente occidentalizados.


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