Hace años, se me asignó enseñar un curso de introducción a la filosofía. Pensé que la mejor manera de organizar los contenidos sería por área temática, como suele hacerse en casi todos los cursos de esta naturaleza. En función de eso, seleccioné como libro guía, Filosofía básica, de Nigel Warburton. Dividí los temas del curso en varios renglones: ética, estética, filosofía de la religión, filosofía de la mente, retórica, filosofía del lenguaje, filosofía política, etc. Algunos estudiantes me sugirieron incorporar algunas áreas que yo no había contemplado (hermenéutica, metafísica), y accedí.
Pero, hubo un amigo que señaló que en el curso no había ningún tema dedicado a la filosofía latinoamericana. Yo soy el primero en reconocer que hay filósofos latinoamericanos de gran talla (tengo, por ejemplo, gran admiración por Mario Bunge), e incluso, que es perfectamente legítimo hablar de una ‘filosofía latinoamericana’, del mismo modo en que podemos hablar de una filosofía árabe, inglesa o continental. No obstante, respondí a mi amigo que el criterio que habíamos seleccionado para el curso era el área temática, y no propiamente la procedencia geográfica de los autores.
Le presenté la siguiente analogía: si estuviésemos en un curso introductorio a la medicina, los temas a estudiar serían: anatomía, bioquímica, fisiología, genética, etc. Yo sería el primero en reconocer que el Zulia ha dado insignes médicos, y que en efecto, podemos hablar de una ‘medicina zuliana’. Pero, puesto que estamos introduciendo los temas elementales de la medicina, no podemos incorporar a la medicina zuliana como tema en el curso. Pues, además, estaríamos confundiendo dos niveles de clasificación: por área temática y por procedencia geográfica de los médicos.
Mi amigo insistió en que la filosofía latinoamericana debía incluirse como tema, pues nosotros somos latinoamericanos, y tenemos nuestras particularidades. Yo respondí que el autor del libro que usaríamos en el curso, Nigel Warburton, es inglés, pero con todo, él no ha incluido una sección de filosofía inglesa en su lista de temas elementales filosóficos. Del mismo modo, nosotros somos latinoamericanos, pero no por eso es necesario incluir una sección de filosofía latinoamericana en nuestra lista de temas elementales filosóficos. Nuestra disputa continuó por algunos minutos más, y al final, yo accedí a la petición de mi amigo: incluimos un tema de filosofía latinoamericana, y todos quedamos contentos.
Pero esta anécdota es emblemática de un fenómeno que vivimos intensamente en estos tiempos: la obsesión con la identidad étnica y el nacionalismo. En todos nosotros confluyen todo tipo de identidades: laborales, políticas, ideológicas, etarias, familiares, deportivas, religiosas, sexuales. Pero, en ese estudiante, y en un creciente sector de la población de nuestros países, la identidad que desplaza a todas las demás es la étnica y la nacional. Muchas de estas personas se definen primero como latinoamericanos, y luego como abogados, padres de familia, golfistas, etc.
El adscribirse a una identidad étnica, por supuesto, no es intrínsecamente objetable. Lo preocupante es cuando ésta se convierte en una obsesión, y se pretende extender a casi todas las esferas de la vida la conciencia nacionalista y étnica. Quienes defienden celosamente la primacía de la identidad étnica o nacionalista postulan que, si no la fortalecemos, los seres humanos corremos el riesgo de quedar alienados. La ausencia de un sentido de pertenencia es sumamente peligroso, y la etnicidad o nacionalidad, mucho más que el gremio, el grupo etario o deportivo, son las mejores garantes de este sentido de pertenencia.
Discrepo frente a este argumento. Está muy lejos de ser evidente que el hombre necesite de una identidad étnica o nacional fortalecida para alcanzar la felicidad. Desde hace varios siglos, ha habido plenitud de individuos que han encontrado su felicidad, no en la celosa defensa de los valores particulares de un grupo étnico o una nación, sino más bien en la adscripción a valores universalistas; más aún, estos mismos individuos han advertido que la obsesión con las identidades étnicas contribuyen al malestar de la humanidad.
Los cínicos fueron los primeros en ofrecernos esa lección. Diógenes de Sinope célebremente enunciaba: “soy ciudadano del mundo”, en claro desprecio al nacionalismo étnico griego. Con toda seguridad, Diógenes no habría deseado incorporar un renglón de ‘filosofía griega’ en su formación académica: estaba consciente de que los asuntos filosóficos son universales. Epicteto, un estoico, hizo lo propio: rechazó su adscripción nacionalista a esta o aquella ciudad, y se declaró un ciudadano del mundo.
La valoración de una visión universalista del mundo, en detrimento de las particularidades étnicas, continuó con la expansión del cristianismo y el Islam, la Edad Media y el Renacimiento. Seguramente este universalismo alcanzó su paroxismo en Ilustración, durante el siglo XVIII: los lumieres enaltecieron la razón, común a todos los seres humanos, sin distingo de procedencia cultural. Fue este enaltecimiento universal precisamente lo que promovió el auge del método científico, la democracia o los derechos humanos.
Pero, por complejas circunstancias históricas, el siglo XIX vio surgir una reacción en contra del universalismo ilustrado. El movimiento del romanticismo opuso resistencia a los grandes valores de la Ilustración. A la razón, opuso la irracionalidad. A la urbanidad, opuso la vida campesina. A la ciencia, opuso los mitos. Y, al universalismo cosmopolita, opuso el particularismo nacionalista y étnico. El principal artífice de este vuelvo nacionalista fue Herder, quien con su concepto del Volksgeist, mantuvo que cada pueblo tiene su idiosincrasia, y que ésta es y debe ser el principal referente identitario de los seres humanos.
A mi juicio, la influencia de Herder ha sido negativa. Pues, Herder, mucho más que describir la fuerza de las identidades étnicas, las prescribe. Antes de Herder, no era tan relevante a cuál grupo étnico pertenecían los seres humanos. A partir de Herder, se convierte en una obsesión. Y, la influencia de Herder resuena contundentemente en los giros que está tomando la política en los tiempos actuales. Cada vez más crece la influencia de la identity politics, a saber, la dirección de la vida política en torno al fortalecimiento de las identidades étnicas, en detrimento de los intereses clásicos de la actividad política.
La vida académica no ha sido inmune a la obsesión con las identidades étnicas. Hace tres décadas, en EE.UU. empezaron a prosperar en las programas universitarios de estudios judíos, afro-americanos, hispano-americanos, árabes, etc. Esta tendencia inevitablemente ha viajado al sur, y ha dado pie a que, con algunas honrosas excepciones, los filósofos latinoamericanos también participen de la obsesión con la identidad étnica. José Vasconcelos, Enrique Dussel, Walter Mignolo, y otros grandes nombres de la filosofía latinoamericana, dedican casi todas sus obras al forjamiento de una identidad cultural latinoamericana. E incluso, llegan a reprochar a aquellos filósofos latinoamericanos que, sencillamente, no comparten su obsesión con la identidad étnica. Es por ello que las obras del gran Mario Bunge (un filósofo latinoamericano preocupado con temas universales como la ciencia, la epistemología o la filosofía de la mente), a veces generan reacciones adversas entre los filósofos latinoamericanos obsesionados con la identidad étnica.
Antes de Herder y el romanticismo, las preocupaciones de los filósofos, independientemente de su región de procedencia, eran mayoritariamente universales. Hume, Kant, Voltaire, Bacon o Spinoza se preocupan mucho más por los temas universales de la filosofía, que por la identidad cultural europea. Avicena, Averroes, Al Gazali o Al Kindi se preocupan mucho más por Dios, la mente o el conocimiento, que por las particularidades del mundo musulmán. Pero, después de Herder, el vuelco hacia la identidad étnica ha sido notable, y en América Latina, ha sido casi obsesivo.
No deseo negar, por supuesto, que hay problemas particulares en América Latina que requieren nuestra atención. Pero, el balance se ha perdido, y hoy, aflora una obsesión con la identidad cultural latinoamericana. Contrario a lo que generalmente se supone, me parece que el mundo sería mucho más feliz sin grupos étnicos ni nacionalidades, o al menos, sin la obsesión de defender celosamente la identidad étnica cada vez que se tenga una oportunidad. La globalización nos ofrece la oportunidad de acercarnos al sueño universalista de Diógenes, Epicteto y John Lennon, y convertirnos en ciudadanos del mundo. Conviene no desaprovechar esta oportunidad.
Quisiera decirte que leí solo los primeros párrafos de este artículo porque cuando vos ponés "la procedencia geográfica de los autores" es clara definición de tu procedencia ideológica. Mirá Gabriel que vos pongas tanto empeño en alabar a Bunge y defenestrar a Mignolo y Dussel me dice que en vos la modernidad europea ha hecho estragos. Buenas tardes
ResponderEliminarBajo la lluvia, te invito a que leas el artículo completo, y no detengas tu lectura sencillamente porque no estés de acuerdo con un texto. Mi procedencia ideológica es, en efecto, la Ilustración y la modernidad. Éstas, como digo en éste y otros escritos, son originarias de Europa, pero tienen alcance universal, tal como lo argumenta tu compatriota (presumo que eres argentino), Juan José Sebreli. Aquello que tú llamas la "modernidad europea" no ha hecho estragos en mí; antes bien, creo que me ha hecho madurar intelectualmente. Un saludo.
ResponderEliminarDe acuerdo con tu articulo con respecto a lo de los valores universales. sin embargo yo soy de los que considera que el nacionalismo y la identidad de los pueblos es algo positivo si esto es un incentivo para sacar lo mejor de cada pueblo y animar a la gente a luchar por su pueblo y su país (como por ejemplo el nacionalismo japones, el alemán, el coreano, el escandinavo, el ecuatoriano, el brasileño o el mexicano del periodo de lázaro cárdenas), y tampoco es tan malo que cada pueblo tenga su propia cultura, lengua, tradiciones, folclore; ya que soy de los que aunque apoyo la igualdad de las personas, tampoco las diferencias son malas.
ResponderEliminarCon respecto a lo de vasconcelos, vasconcelos lo que hizo fue crear algo así como un sincretismo entre los valores ilustrados europeos y la cosmovisión de los pueblos amerindios (teniendo en cuenta los aspectos positivos de cada quienes) no rechazaba los valores europeos como lo afirma en este articulo.
Nota: yo tampoco es que me vayas a acusar de relativismo cultural ya que yo tampoco estoy de acuerdo con que se promuevan tradiciones que atenten contra la salud o la integridad de la gente (p. ej. la ablacion genital o los flagelamientos en semana santa)
esa era mi opinion al respecto de este articulo
gracias
Gracias por el comentario. Yo sí opino que muchas veces se abusa del nacionalismo y el enaltecimiento de la identidad cultural, y que por lo general, es más malo que bueno. El problema central está en la imposición: quien no tenga interés en continuar la identidad cultural, será acusado de traidor. Vasconcelos, hasta cierto punto SÍ rechazaba los valores europeos para los latinoamericanos, pues consideraba que el latinoamericano que prefiriese la vida cultural europea, por encima de la vida cultural latinoamericana, traicionaba su legado. Vasconcelo era un nacionalista más.
Eliminar