Mi amigo venezolano Alexander Hernández me contaba la siguiente anécdota: él viajaba con un sacerdote católico por tierra desde República Dominicana, y se disponía a cruzar la frontera con Haití. En el puesto fronterizo, los soldados haitianos detuvieron el automóvil, para hacer una inspección, en busca de contrabando. A Alexander no lo revisaron. Al sacerdote lo revisaron intensamente; al final, no encontraron nada, y siguieron su rumbo.
El sacerdote quedó perplejo e indignado. ¿Por qué a él sí lo revisaron, mientras que a Alexander no? Los soldados no ofrecieron respuesta. Pero, es fácil presumirla: Alexander tiene la piel de color claro, el sacerdote tiene la piel de color oscuro. Los soldados haitianos, todos ellos con piel oscura, seguramente tienen orden de revisar a los pasajeros de piel oscura, y no perder tiempo revisando a pasajeros de piel clara.
Ésta, por supuesto, es apenas una entre muchísimas situaciones del mismo tipo. En EE.UU., por ejemplo, hay muchísima más probabilidad de que la policía detenga a un joven negro que a un joven blanco, para hacer una requisa de armas y drogas. La mayoría de la gente sensata opina que situaciones como éstas son un brutal acto de racismo, una flagrante discriminación en función de los rasgos biológicos, la cual debe ser erradicada bajo cualquier circunstancia.
Yo discrepo. En la lucha contra el crimen, deben seguirse pistas. Puesto que el tiempo y los recursos son siempre escasos, los agentes de seguridad deben administrar cuidadosamente sus esfuerzos; de lo contrario, difícilmente podrán alcanzar sus objetivos. Un detective no debe perder el tiempo investigando personas que no entran en el perfil de los sospechosos. Y, en ese sentido, los detectives deben realizar algún tipo de selección; en palabras más crudas: deben discriminar a los sospechosos en función de sus rasgos.
Los perfiles se construyen con variables de todo tipo. Una de las primeras variables a tomar en consideración es la edad. En mi adolescencia, me fastidiaba enormemente que los policías me solicitaran los títulos de propiedad de mi vehículo. Pero, ahora, comprendo que tiene mucho más sentido pedir papeles a un adolescente que a un anciano: todas las estadísticas respaldan la opinión de que es más probable que un adolescente cometa actos delictivos. Ciertamente, como adolescente, me indignaba que me discriminaran en la interrogación policial, pero visto en retrospectiva, opino ahora que ésa era la decisión más racional por parte de los policías.
Ahora bien, ¿es legítima la raza como variable para construir perfiles raciales en la lucha contra el crimen? Sí y no. Si hacemos un estudio estadístico de, por ejemplo, las características raciales de los criminales en EE.UU., encontraremos que la abrumadora mayoría proceden de la raza negra. Bien podemos alegar que los negros norteamericanos han sido conducidos al crimen por la exclusión y el propio racismo, pero esta cuestión está al margen de lo que discutimos acá: el asunto es saber si, el inspeccionar a un negro es más eficiente que inspeccionar a un blanco en la lucha contra el crimen. Y, si todas las estadísticas muestran que es más probable que un criminal norteamericano sea negro, en vez de blanco, entonces sí tiene justificación dirigir la pesquisas a los negros. Nadia argumenta que la piel negra sea la causa del crimen, ni tampoco que los negros tengan un predeterminación biológica al delito; sólo se argumenta que la piel negra sirve como criterio estadístico para guiar las investigaciones.
Lo mismo ocurre con el caso de mi amigo Alexander y el sacerdote que lo acompañaba: los soldados haitianos sí tenían razón en pesquisar al sacerdote, pues es mucho más probable que los contrabandistas que ingresan en Haití, tengan la piel oscura, en vez de la piel clara. Las estadísticas así lo demuestran. Por ello, el elaborar perfiles raciales, en apariencia, es una estrategia racional. Podrá resultar incómoda a algunos ciudadanos, pero si deseamos el bien común, es el camino más efectivo a seguir.
Pero, hay dos problemas con esta estrategia. En primer lugar, puede conducir a un círculo vicioso que perjudica la misma eficiencia del combate contra el crimen. Si se revisan a más negros y a menos blancos, lógicamente habrá más detenidos negros y menos detenidos blancos, y así constará en las estadísticas. Y, a partir de estas estadísticas, se justificará aún más pesquisas a los negros y menos a los blancos, y esto alimentará aún más la revisión a los negros. Este círculo vicioso distorsionará la realidad.
Hay aún otro problema. ¿Cómo definir quién es un ‘negro’ y quién es un ‘blanco’? El criterio más elemental para elaborar esta distinción es el color de la piel. Si nos atenemos a este criterio elemental, entonces podemos recurrir a correlaciones estadísticas, para hacer algún perfil respecto a quién debe ser revisado en un puesto fronterizo. Seguramente, las autoridades haitianas saben que hay una alta correlación entre el color de piel oscuro y el contrabando, y por eso, ordenan a sus soldados a revisar a los pasajeros de piel oscura, y no perder el tiempo con los de piel clara.
La dificultad con esto, no obstante, es que el color de piel no es el único rasgo biológico por el cual puede segmentarse a la humanidad. Así como podemos dividir a los seres humanos en gente de piel oscura y gente de piel clara, podemos dividirlos también en gente con RH- y gente con RH+, gente con lóbulo adherido y gente sin lóbulo adherido, etc. Y, en función de ello, es arbitrario seleccionar al color de piel como criterio estadística para guiar una investigación.
El sacerdote pesquisado en la frontera haitiana tiene la piel oscura, y puesto que la mayoría de los contrabandistas en Haití tienen la piel oscura, amerita su pesquisa. Pero, quizás, el sacerdote pesquisado pudo tener sus orejas con lóbulo adherido, mientras que mi amigo Alexander no tiene el lóbulo adherido. Y, quizás, si hacemos una correlación estadística entre el lóbulo adherido y los contrabandistas, nos daremos cuenta de que la mayoría de los contrabandistas haitianos no tienen el lóbulo adherido. En ese caso, ahora Alexander entraría en el perfil de los sospechosos de contrabando, y los soldados no deberían perder su tiempo con el sacerdote.
Hasta ahora, no se ha descubierto una relación de causalidad entre el color de piel de la gente y sus tendencias a la criminalidad. Sólo hay una correlación en algunos países. Pero, las inferencias estadísticas a partir de esta correlación son inútiles, pues el color de la piel es apenas uno entre muchos otros rasgos biológicos, a partir de los cuales también podrían hacerse correlaciones, y cuyos resultados serían distintos.
Por eso, el concepto de ‘raza’ es problemático en las investigaciones antropológicas, y debería dejarse de lado. La ‘raza’ presupone, por así decirlo, un paquete entero de características biológicas: un color de piel corresponde con un tipo de cabello, una forma del cráneo, un tipo de sangre, un nivel de inteligencia, etc. Pero, los datos nos informan que la realidad es mucho más compleja. Si hacemos un mapa con las frecuencias de color de piel entre los seres humanos, observaremos que éste no coincide con un mapa de las frecuencias de tipo sanguíneo. Hay plenitud de gente con piel negra y ojos azules, o muchos otras combinaciones de rasgos que tradicionalmente se piensan que no se combinan, lo suficiente como para invalidar el concepto de razas en la especie humana. Por ello, ésta es mi respuesta a la pregunta inicial: los perfiles raciales no sirven.
Tú confundes el perfil criminal con el perfil racial. Nada tiene que ver uno con el otro porque los perfiles criminales se encuentran tanto en individuos con perfil racial A como con el B. En América hay tantos delincuentes blancoides como negroides o amerindios. En Europa todos los perfiles criminales coinciden con el único perfil racial originario: el blanco. Lo mismo sucede en Asia y en África.
ResponderEliminarCreo que el confundido eres tú, porque no entiendo cuál es tu argumento.
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