jueves, 22 de diciembre de 2011

Los sombreros de Ataturk


He reiteradamente defendido la idea de que la vida en la sociedad moderna es preferible a la vida en sociedades premodernas (acá, acá y acá). La industrialización y la modernidad podrán tener algunas desventajas, pero en balance, es mucho más placentero vivir en una sociedad moderna y tecnológica. Los índices de desarrollo humano ofrecidos por la ONU colocan en los primeros lugares a naciones (Noruega, Australia, Holanda) occidentales modernas, y en los últimos lugares a naciones ajenas a la civilización occidental, muy alejadas de la vida moderna (Burundi, Niger y la República Democrática del Congo). Esta medida, bastante objetiva y la cual incorpora muchísimas variables relevantes, es un buen indicador de que conviene asumir los valores propios de la modernidad. El paraíso terrenal alejado de la civilización, según lo imaginó Rousseau, aparece claramente como una ingenua fantasía cuando se contrasta con la dolorosa experiencia histórica real de sociedades que han quedado al margen de la vida moderna.

Ahora bien, ¿cuál es el camino de la modernización? Si bien es un tema abierto a debate, tradicionalmente los sociólogos han llegado a algún consenso respecto a cómo se diferencia una sociedad moderna de una sociedad tradicional. Hay un conjunto de características que, grosso modo, definen a la sociedad moderna: división del trabajo, igualdad ante la ley, menor prominencia de las relaciones de parentesco, libertades elementales, innovación tecnológica, división del trabajo, secularización, predominio de la racionalidad instrumental, amplitud del alcance de la ciencia, entre otras.

El consenso entre los historiadores es que las sociedades con este conjunto de instituciones han surgido en el seno de la civilización europea, y sus extensiones coloniales en Norteamérica y Oceanía. Pero, la pregunta clave es: ¿puede haber modernización sin occidentalización? ¿Puede Burundi subir escaños en el índice de desarrollo humano de la ONU sin necesidad de imitar culturalmente a Occidente? ¿Es necesario vestirse como occidental, comer hamburguesas y escuchar rock, a fin de encontrar el rumbo de la modernidad? ¿O acaso es posible mejorar las condiciones de vida, pero a la vez mantener los valores culturales tradicionales de las sociedades ajenas a Occidente?

El padre de la moderna nación de Turquía, Mustafá Kemal Ataturk, enfrentó este dilema. Ataturk fue un soldado al servicio del Imperio Otomano a principios del siglo XX. Después de que este imperio fue derrotado y desmembrado en la I Guerra Mundial, los poderes aliados vencedores ocuparon su territorio, y asentaron sus tropas en Estambul. Las tropas aliadas (fundamentalmente los ingleses y franceses) cometieron todo tipo de abusos contra la población civil, y en indignación, Ataturk organizó un movimiento de resistencia que desembocó en la guerra de independencia turca, la cual fue exitosa en su expulsión de los ocupantes europeos.

Pero, una vez que las potencias europeas fueron expulsadas, Ataturk se propuso construir una nueva nación moderna. Y, su proyecto de nación consistía en asimilar casi compulsivamente las costumbres culturales europeas. Pues, Ataturk entendía que precisamente el alejamiento de la modernidad europea había sido la principal causa de que el Imperio Otomano fuera humillado por las potencias europeas. Así, Ataturk adelantó una serie de reformas que alejaron a Turquía de los países tradicionalmente musulmanes, y la acercó a la civilización occidental.

De ese modo, la política de Ataturk estuvo radicalmente distanciada de muchos líderes postcoloniales, especialmente en América Latina, quienes postulan que el camino a la liberación no sólo consiste en expulsar a las tropas invasoras o a las multinacionales, sino también en rechazar la influencia cultural de las potencias occidentales. Autores como Frantz Fanon, Enrique Dussel o Walter Mignolo, por ejemplo, opinan que debe construirse una identidad cultural latinoamericana más alejada de las raíces culturales europeas. Ataturk, en cambio, si bien luchó contra los europeos en la guerra de independencia de Turquía, fue entusiasta de la europeización de su nación. Pues, a diferencia de lo que opinan Fanon, Dussel o Mignolo, Ataturk opinaba que el camino a la liberación política, económica y militar del dominio occidental, consistía precisamente en la asimilación de los valores culturales de Occidente.

Ataturk empezó por lo más elemental. Secularizó el Estado y derogó el califato (la antigua institución político-religiosa islámica que sintetiza el poder político con el poder clerical); promovió la industrialización; instituyó la igualdad civil y jurídica entre los géneros. Pero, Ataturk fue más lejos. Sustituyó el calendario lunar islámico, por el calendario solar gregoriano. Sustituyó el alfabeto árabe por el alfabeto latino. Y, de forma más emblemática, prohibió el uso del fez (el tradicional sombrero rojo turco), e impuso el sombrero occidental.

Estas medidas fueron muchas veces impuestas a sangre y fuego, y tienen el aspecto de ser un capricho totalitario que pretende regular el vestido de los ciudadanos, un derecho propio de la vida privada de los ciudadanos. Pero, la vestimenta en Turquía (en especial el turbante), era un poderoso símbolo de jerarquización típica del califato. Imponiendo el sombrero occidental, Ataturk pretendía aniquilar el antiguo orden teocrático, y así abrir paso a una democracia laica. Lo mismo sucede con el alfabeto y el calendario. Para una lengua como la turca, se ajusta mucho mejor el alfabeto latino (el cual concede más espacio a las vocales) que el alfabeto árabe (el cual hace mucho más énfasis en las consonantes). Asimismo, el calendario gregoriano se ajusta a las estaciones del año, y así es mucho más útil para calcular los períodos de siembra y cosechas; mientras que el calendario lunar no sigue a las estaciones, y por eso, no funciona bien en climas templados.

Pero, la cuestión en torno a las reformas de Ataturk tiene mayor amplitud, pues recapitulan la pregunta inicial: ¿es necesario occidentalizarse (incluso en aspectos tan triviales como la música, la vestimenta o la comida) para modernizarse? Obviamente, la modernización requiere cambios, y ello implica que algunas costumbres y tradiciones deben desaparecer, para abrir paso a las instituciones modernas. Eso supone una transculturación, y muchos defensores de las culturas locales se lamentan de que la civilización occidental barra a las otras culturas. Pero, la modernización tiene un precio, y es sencillamente imposible modernizarse y dejar intactas a las culturas.

No obstante, el gran reto que tiene por delante los promotores de la modernización en el Tercer Mundo es elaborar un riguroso diagnóstico de cuáles elementos culturales autóctonos son compatibles con la modernidad, y cuáles no. Hay obvias instituciones culturales que son sencillamente incompatibles con la modernidad. Los mitos etiológicos interpretados literalmente son incompatibles con la versión científica sobre el origen y la naturaleza de las cosas. El derecho tribal de venganza es incompatible con la administración de justicia y el debido proceso del Estado. El privilegio de los parientes es incompatible con la asignación meritocrática de funciones. La relegación de la mujer a las tradicionales actividades del hogar es incompatible con la igualdad de género. La brujería y el chamanismo son incompatibles con la medicina científica. El misticismo es incompatible con el materialismo moderno.

En todo esto, no hay negociación posible. Si de verdad se pretenden mejorar las condiciones de salud de los ciudadanos, un médico no debe negociar con un brujo; y si acaso es deseable una negociación, ésta debe ir orientada hacia el fin último de erradicar a los brujos eventualmente. Pero, hay plenitud de usos y costumbres culturales que no necesariamente interfieren en la modernización de una nación. La música, la gastronomía, o el vestido propio de las culturas locales no impiden asumir el núcleo de las instituciones modernas.

Ataturk creía que, mediante la imposición del sombrero occidental, se abriría el camino para que Turquía asumiera la modernidad. Por supuesto, he mencionado que, en el contexto turco, el sombrero no era un elemento trivial: era el símbolo del reemplazo del antiguo régimen teocrático por una república laica. Pero, no debemos perder de vista que la modernización implica occidentalización sólo en los aspectos realmente relevantes, como la política, las leyes, la ciencia o la tecnología. Es necesaria la occidentalización de las grandes estructuras, pero no es necesaria la occidentalización de las pequeñas costumbres que no parecen interferir en la modernización. El médico indígena puede sustituir la bata blanca por su atuendo típico, pero no debe sustituir el método científico por la invocación de espíritus sanadores.

Por ello, medidas como imponer sombreros occidentales en las sociedades del Tercer Mundo me parece una medida torpe que, en vez de propiciar la modernización, puede generar resentimientos contra Occidente y, como consecuencia, detener la expansión del proceso civilizatorio.

Con todo, aún en el caso del sombrero, surgen dilemas. Consideremos el caso de los sijs (un grupo religioso y étnico originario de la India), quienes usan prominentes turbantes, pues cumplen la promesa de nunca cortarse el cabello. En algunos países occidentales modernos (como Canadá), se exige que los motorizados deban usar casco. Esto es una obvia exigencia de seguridad en la vida moderna, a fin de evitar accidentes. Pero, obviamente, esa medida impide a los sijs conducir motocicletas. ¿Debe imponerse esta variante del sombrero occidental, o debe respetarse el sombrero típico sij? Si de verdad queremos abrazar la modernidad, debemos entender que la seguridad vial debe estar por encima de la identidad étnica. Y, en ese caso, el casco occidental debe ser impuesto, y es sencillamente incompatible con el turbante sij. Casos como éste, entonces, debería conducirnos a hacer una revisión extensa de cuáles usos y costumbres son compatibles con la modernidad, y cuáles no.

2 comentarios:

  1. De nuevo incurres en similitudes para afianzar tus ideas, con lo cual pretendes homogenizar las diferencias de la historias de los pueblos, como si se tratara de ir de compras al supermercado de "delicateses" y pretender llamarse socialista al comprar sólo productos regulados.
    De manera que para ti la única forma de desarrollo es la que señala el mundo occidental (término que tu asocias con ser europeo).

    Vamos a ver de la pequeña lista del manual de desarrollo occidental que das, allí vemos que ya tenemos ganado el cielo occidental si nos comparamos con Turquía: Secularizó el Estado y derogó el califato (listo, ya tenemos un paso adentro); promovió la industrialización (listo, cada vez más los gobiernos de Sur América asocian el desarrollo con la industrialización); instituyó la igualdad civil y jurídica entre los géneros (hasta presidentas con historias de vida de lucha política y social). Sustituyó el calendario lunar islámico, por el calendario solar gregoriano. Sustituyó el alfabeto árabe por el alfabeto latino. Afortunadamente no dices volver a las lenguas romances, pero si en América hasta se inventó el Esperanto. Y, de forma más emblemática, prohibió el uso del fez, e impuso el sombrero occidental. Según esa afirmación ya debemos estar con el tique ganador del desarrollo porque aquí en AMÉRICA lo que menos usamos es el sombrero de "cogollo".
    Y que pasó con las teorías del desarrollo de la dependencia, de las explotación de recursos con ventajas comparativas que decía que los pueblos se deben dedicar a producir lo que más poseen para bajar los precios de los recursos, etc; no serán esas algunas de las razones de nuestro bajo desarrollo y no el hecho de no ser europeo?

    ResponderEliminar
  2. Gracias por tu comentario. Lamentablemente, no leíste detenidamente el blog, y me atribuyes posturas que no son las mías. Ahí dejo bastante claro (o, al menos, eso pensé) que NO es necesario asumir compulsivamente la cultura europea para modernizarse; sólo las instituciones básicas. No hay problema en seguir la vestimenta, la gastronomía o la música local. Precisamente por eso, no doy una total aprobación de Ataturk.
    Si América Latina no hubiese asumido esas instituciones, estaría con un nivel de vida más cercano a Burundi. La falta de desarrollo en América Latina se debe a que no se ha modernizado lo suficiente; quedan aún muchos vestigios de mentalidad premoderna.

    ResponderEliminar