Gracias a Facebook (¡otro motivo para defender la globalización!), estuve viendo fotos de un viaje que hice a Marruecos hace casi una década. Fui solo, me enfermé allá, y la agencia de viajes española que organizó mi viaje, no cumplió todos los términos de nuestro contrato. Por eso, no es un viaje que recuerde con sumo placer.
Pero, recuerdo que el principal motivo de mi insatisfacción fue la decepción que en aquel momento sentí por la cultura marroquí. Mi primera visita fue a la ciudad de Fes. El hotel era modesto y no tenía buen servicio. La ciudad antigua era sucia pero encantadora. Se oían los cantos del llamado a la oración. No se podía comprar casi nada con tarjeta de crédito. Fui a un espectáculo de bailes y música marroquí. La bailarina tenía su cara cubierta con un velo muy sensual, pero era sumamente obesa. Aquello me fascinaba; estaba viviendo el ‘verdadero’ Marruecos.
Luego, visité Marrakech. Llegué por el mismo costo que el hotel en Fes, a un hotel construido en el estilo de los resorts norteamericanos. El servicio era excelente y las instalaciones insuperables. La ciudad antigua de Marrakech era más limpia y ordenada. No se oían tanto llamados a la oración; sospecho que es una ciudad más secularizada. Aceptaban tarjeta de crédito en casi todos los negocios. Y, como en Fes, fui a un espectáculo de música y danza marroquí. Las bailarinas no tenían el velo, pero eran mucho más atléticas que las de Fes. Detesté Marrakech; estaba viviendo una ‘impostura’.
Por aquella época, yo era un entusiasta de la disciplina de la antropología, y había leído recientemente Tristes trópicos, de Claude Levi-Strauss. En ese libro plegado de romanticismo, Levi-Strauss manifestaba su dolor tras haber viajado a Brasil en los años treinta del siglo XX. Levi-Strauss pretendía encontrarse una sociedad tribal mítica, alejada de los males de la civilización. En cambio, se encontró con grupos indígenas cada vez más incorporados a la sociedad moderna, y eso, para Levi-Strauss, era motivo de tristeza.
Mi visita a Marrakech me dejó con una tristeza similar. Me lamenté de que Marruecos fuera una sociedad que se estaba occidentalizando: aceptaban tarjetas de crédito, las mujeres eran atléticas, y los hoteles tenían buenos servicios. Sufrí mucho al ver cómo Europa y Norteamérica imponían su imperialismo cultural sobre la milenaria civilización islámica. Yo pretendía encontrarme con algo parecido al califato de Córdoba, y en realidad me encontré con algo parecido más a un suburbio de Los Angeles. ¡Me gustaba Fes, detestaba Marrakech, y me cagaba en la globalización!
Casi una década después de ese viaje, creo que aquellos sentimientos fueron un arrebato romántico, típico de muchas adolescencias. Visto en retrospectiva, me doy cuenta ahora de que mi deseo era que Marrakech fuese una ciudad medieval. Y, para mí, como turista, venía muy bien. Después de todo, Marrakech habría sido un resort de descanso para alejarme, sólo momentáneamente, de la vida en la sociedad moderna. La limpieza, el orden, el secularismo, la liberación femenina, llegan a ser aburridos. A veces, el viaje a la Edad Media es refrescante.
Los norteamericanos a veces escapan a la vida moderna con sus fantasías medievales en sus parques temáticos, como los restaurantes de la franquicia Medieval Times. Veo ahora que mi expectativa en Marrakech era precisamente ésa: ver burros en vez de automóviles, policías con espadas en vez de pistolas, madrashas en vez de escuelas seculares, sacamuelas tradicionales en vez de odontólogos certificados. Pero, yo no me conformaría con ir a un parque temático norteamericano en el cual los caballeros medievales son muchachos que trabajan para pagar sus estudios universitarios: yo quería estar en una auténtica ciudad medieval islámica. Lamentablemente, opinaba, el depredador colonialismo cultural había acabado con mi sueño de trasportarme en el tiempo a una cultura alejada de los males de Occidente. Y, además, había despojado a los marroquíes de su antigua felicidad.
Hoy me doy cuenta de que yo era mucho más colonialista de lo que pensaba. Mi pretensión era que los marroquíes fueran mis sirvientes, y recrearan un mundo de fantasía para mí, pero no para ellos. Después de todo, yo apenas estaría una temporada corta en su país medieval, pero en cambio, ellos estarían condenados a vivir ahí todas sus vidas. En otras palabras, mi arrebato anti-globalización era en realidad un deseo de que los marroquíes fueran bestias en un zoológico, y me mantuvieran entretenidos por un tiempo con su estilo de vida tradicional.
Yo quería ver madrashas en vez de escuelas seculares, sin percatarme de que esa educación embrutece a los niños marroquíes. Yo quería ver sacamuelas tradicionales en la plaza Jemma el-Fnaa en Marrakech, en vez de odontólogos en sus consultorios; sin percatarme de cuántos pacientes morirían debido a alguna infección. Después de todo, yo sólo estaría en contacto con los marroquíes por un breve periodo de tiempo. Tras haber ‘disfrutado’ de la vida medieval, regresaría a mi aburrida vida moderna, y jamás me enteraría de las consecuencias negativas de vivir al margen de la modernidad.
Afortunadamente, yo recapacité a tiempo, y dejé atrás mi arrebato romántico teenager. Comprendí que mi empeño en encontrarme con la imagen romántica de Marruecos es precisamente parte de la distorsión colonialista que Edward Said denuncia en Orientalismo: construir una imagen exótica del Tercer Mundo, a fin de deleitarme con ella por un breve período de tiempo. Mi solidaridad con los marroquíes, y con todos los habitantes del planeta, me ha permitido apreciar que sus vidas se verán mucho más enriquecidas si asumen las instituciones modernas originarias de Europa y Norteamérica, pero de perfecta aplicabilidad universal. En esto, la globalización tiene un papel protagónico.
Desafortunadamente, quedan legiones de románticos que, ya pasaditos de años, no recapacitan. Y, siguiendo el ejemplo de Levi-Strauss, este espíritu romántico es especialmente prominente en la antropología. Muchos antropólogos no quieren que los pueblos primitivos que ellos estudian asuman la vida moderna. Su temor, entre otras cosas, es que muy pronto se quedarán sin objeto de estudio. Por eso, prefieren mantenerlos confinados en los zoológicos humanos de la premodernidad. Los antropólogos deberían aprender de los criminólogos: éstos estudian a los criminales, pero precisamente con el objetivo de que no sean más criminales; a los criminólogos les gustaría quedarse sin objeto de estudio en un futuro. Los antropólogos deberían estudiar a los primitivos, pero precisamente con el objetivo de que no sean más primitivos.
Por supuesto, la modernización y expansión de Occidente puede causar temor. Occidente ha expandido cosas buenas como el método científico o la lucha contra la esclavitud, pero también ha expandido cosas malas como McDonalds o Coca Cola. Hoy no me lamento de que en Marrakech haya odontólogos certificados en vez de sacamuelas, pero sí me asusto cuando los jóvenes parisinos prefieren ir a los palacios ‘falsos’ de Eurodisney por encima de los palacios ‘verdaderos’ Versalles (aunque, quizás, este temor proceda de un fetiche por la autenticidad cultural, el cual podría también ser dañino). Lo necesario, supongo, será buscar un balance. Y esto, como he argumentado en otro lugar (acá), consiste en asumir las instituciones básicas de la civilización occidental, y tratar de conservar las costumbres locales que no interfieran con el progreso y la modernidad.
yo creo que la única variedad el cual, usted define como un zoológico en marruecos es usted ya que la definición de zoológico o concepto de zoológico es exposición de animales. Mi pregunta es la siguiente usted también pertenece a esa gran variedad de animales de marruecos. con cariño su amigo aphofis( postata hoy no hay sustetanción a su artículo sino a su mediocre humanidad, decante y ficticia,vacía,langida,como cementerio llena solo de gusanos, cadáveres así mismo,es todo lo que vomita su boca y escribe sus manos).
ResponderEliminar¿Pero quién se cree usted que es? Usted es venezolano, o sea mestizo, y como tal debe ubicarse antes de compararse con otros pueblos como los marroquíes, por ejemplo. ¿La civilización norteamericana ha modernizado al mundo? Los norteamericanos son otros mestizos acomplejados que no pueden ubicarse en el mundo ni en la Historia. Todos tenemos derecho de viajar por el mundo pero no tenemos derecho de compararnos con otros para sentirnos mejores que nadie.
ResponderEliminarNo entiendo muy bien su comentario, pero gracias de todas formas.
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