No obstante, en años recientes, se ha infiltrado en la izquierda venezolana, un movimiento ideológico procedente de EE.UU. que, en vez de dirigir su atención a los intereses clásicos de la izquierda (sindicatos, comunas, mejoras laborales, nacionalizaciones, etc.), busca ahora aferrarse a la exaltación de las identidades culturales. Se trata de aquello que en los países anglófonos llaman la ‘identity politics’, y que tentativamente podemos llamar las ‘políticas de la identidad’.
El modelo republicano laico francés se ampara en el universalismo propio de la Ilustración. En cambio, el modelo de las ‘políticas de la identidad’ se ampara en el particularismo del romanticismo, que alega la necesidad de que cada grupo cultural marque y conserve su identidad respecto a los demás. Así, antaño, los censos en Venezuela formulaban preguntas sobre problemas muy puntuales (salario, condición de la vivienda, número de personas en el núcleo familiar, etc.), pero nunca sobre identidades culturales, pues se asumía que el Estado no debía participar en esas divisiones culturales.
En cambio, en el censo del 2011, por primera vez se incorporaban preguntas sobre la identidad cultural. El motivo principal para incorporar este tipo de preguntas, se alega, es fomentar la identidad cultural. Así, se invitaba a los wayúus, añú, barí, yanomamis, afro-descendientes, etc., a afirmar y conservar su identidad cultural, y evitar la transculturación que supone el ser plenamente integrados al resto de la sociedad. Así pues, se pretende que los miembros de estos grupos participen de la identidad nacional, pero que no abandonen sus identidades particulares.
Estas iniciativas parecen no ser dañinas, pero en otro lugar he advertido que sí tienen un potencial peligroso. Pues, no es del todo claro que los individuos cuenten con la suficiente libertad para elegir cuál es el grupo cultural al cual pertenecen: la sociedad decide por ellos cuál es la caja que deben rellenar en los formularios. Esta confusión existe fundamentalmente debido a que el criterio que frecuentemente se emplea para distinguir a un grupo cultural de otro, son los rasgos biológicos, en vez de los rasgos culturales. Así, una persona de piel oscura que se sienta profundamente identificada con los valores de la cultura europea y no tenga ningún vínculo con la cultura africana, seguirá siendo considerada ‘afro-descendiente’, en virtud de su mero color de piel.
Pues bien, deseo ahora advertir que, una vez que se ha dado ese primer paso por la senda de las políticas de la identidad, existe el peligro de que, en un futuro, se tomen medidas aún más peligrosas que, de hecho, ya se están tomando en países pioneros de las políticas de la identidad, en especial EE.UU.
Para proteger las identidades, los promotores de las políticas de la identidad en EE.UU. han manifestado su oposición a que padres que pertenecen a un grupo étnico adopten a niños recién nacidos que proceden de otro grupo étnico. Así, se propone que unos padres con piel clara jamás deberían adoptar a un niño recién nacido de piel oscura. Pues, al hacerlo, el niño habrá perdido su identidad cultural, y siempre se sentirá un extraño. Esta postura ha aparecido reflejada en el excelente filme Losing Isaiah, el cual narra la historia de una disputa legal de unos padres blancos que adoptan a un niño negro.
La premisa oculta en este argumento es que hay algo en los rasgos biológicos que hace que las personas se comporten de una u otra manera. Así, un niño de color negro, adoptado por padres blancos sufrirá mucho, pues sus padres lo inducirán a aprender a tocar el violín, cuando en realidad este niño debería aprender a tocar el tambor, pues es el instrumento que sus ancestros tocaron y el cual él está programado biológicamente a aprender. Para evitar la transculturación de este niño y proteger su identidad, se alega, es mejor que sea criado por padres negros, quienes lo educarán en los valores de la cultura a la cual él pertenece desde su nacimiento.
Los promotores de las políticas de la identidad no caen en cuenta de que éste es exactamente el mismo tipo de razonamiento en el cual se han basado las teorías raciales desde el siglo XIX. A juicio de los racistas pseudocientíficos, existe una correspondencia entre los rasgos biológicos y los rasgos conductuales. Y, por ello, opinaban, un niño de piel negra, criado en una escuela inglesa, nunca podrá aprender los valores propios de la cultura inglesa, porque hay algún obstáculo biológico que se lo impide. Los racistas pseudocientíficos, lo mismo que los promotores de las políticas de la identidad, rechazan la doctrina de la tabula rasa, aquella que postula que la mente es una hoja en blanco sobre la cual se van imprimiendo ideas y sensaciones. Para ellos, el hombre ya viene con un bagaje cultural al mundo inscrito en sus genes, y un recién nacido de piel negra siempre será parte de la cultura negra, sin importar la educación que reciba.
Las grandes luchas en contra del racismo en el siglo XX, desde Martin Luther King hasta Nelson Mandela, han sido esfuerzos por hacer que las diferencias biológicas entre los hombres sean irrelevantes y que la sociedad encuentre integración y sobreponga la segregación de distintos grupos culturales. Lamentablemente, sin percatarse de ello, los promotores de las políticas de la identidad cultural promueven un regreso a la segregación: los niños negros deben ser adoptados sólo por padres negros. Ya las políticas de la identidad procedentes de EE.UU. hicieron que se incorporaran preguntas confusas en el censo de Venezuela en el 2011. Estemos atentos, y no permitamos que ahora tomen el siguiente paso, y promuevan la idea de que los padres adoptivos deben tener el mismo color de piel que el niño adoptado.
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