lunes, 26 de diciembre de 2011

La razón circular

Recientemente, tuve en mi programa de radio como invitado al psiquiatra Javier De la Hera. Conversamos sobre la anti-psiquiatría. Yo asumí el rol de abogado del Diablo, y empecé a atacar a la disciplina de la psiquiatría desde varios frentes; De la Hera defendía a su disciplina frente a estos ataques. Al final, creo que De la Hera se defendió muy bien, y la mayor parte de los argumentos de la anti-psiquiatría fueron refutados.

Uno de los argumentos anti-psiquiátricos en el cual me detuve fue el de la etiqueta. Frecuentemente, los anti-psiquiatras se quejan de que la psiquiatría coloca la etiqueta de ‘enfermo mental’ a distintos individuos, y se abroga el derecho de intentar modificar su condición. En otras palabras, la anti-psiquiatría postula que la diferencia entre el sano y el enfermo mental es en realidad una construcción social, de la cual se ha valido un grupo para ejercer su poder y arrinconar a las minorías que resultan incómodas.

De la Hera respondía que hay criterios clínicos muy específicos que permiten hacer una distinción objetiva entre la salud y la enfermedad mental, y que el sentido común dicta que estos criterios son autónomos del ejercicio del poder. En mi rol como abogado del Diablo, yo señalaba que los criterios de salud mental empleados por los psiquiatras son procedentes de la misma psiquiatría. Y, en ese sentido, el psiquiatra acude a su propia disciplina para calificar de ‘enfermo’ al que no se comporta según las normas que el mismo establishment psiquiátrico ha impuesto.

Para respaldar mi argumento, cité a De la Hera un conocido pasaje de Sobre la certeza, del filósofo Ludwig Wittgenstein: “¿Está mal que guíe mis acciones por las proposiciones de la física? ¿Debo decir que no tengo fundamento para hacer eso? ¿No es esto precisamente lo que llamamos un ‘piso firme’? Supongamos que nos encontramos a gente que no encuentra esto como una razón de peso. Ahora, ¿cómo imaginamos eso? Supongamos que en vez de consultar a un físico, consultan un oráculo (y por eso lo consideramos primitivos). ¿Está mal que ellos consulten el oráculo y se guíen por ello? Si decimos que está ‘mal’, ¿no estamos usando nuestro juego del lenguaje para combatir el de ellos?”

Este pasaje, de difícil interpretación, parece advertir que el científico no está en una posición legítima para criticar al brujo, pues lo hace desde su propio código científico, el cual no aplica al brujo. Y, lo mismo puede decirse respecto al psiquiatra, cuando llama ‘enfermo mental’ a quien hace cosas distintas. Perfectamente podemos parafrasear el pasaje de Wittgenstein de este modo: “¿Está mal que guíe mis acciones por los parámetros de salud mental del DSM-IV? ¿Debo decir que no tengo fundamento para hacer eso? ¿No es esto precisamente lo que llamamos un ‘piso firme’? Supongamos que nos encontramos a gente que no encuentra esto como una razón de peso. Ahora, ¿cómo imaginamos eso? Supongamos que en vez de comer frutas, comen estiércol (y por eso lo consideramos ‘enfermos mentales’). ¿Está mal que ellos consuman estiércol? Si decimos que está ‘mal’, ¿no estamos usando nuestro juego del lenguaje para combatir el de ellos?”.

Los anti-psiquiatras son dados a opinar que, al final, todo dependerá de la perspectiva bajo la cual se plantee el asunto; en otras palabras, la psiquiatría debe ser vista bajo la óptica relativista. Quizás, desde la perspectiva del llamado ‘enfermo mental’, en realidad el psiquiatra es el loco. Pues, si se usan los criterios de salud empleados por el llamado ‘enfermo mental’, éste en realidad es sano, y el psiquiatra en realidad es el loco.

El psiquiatra opina que sí hay una diferencia objetiva entre la salud y la enfermedad mental, que la salud mental es preferible a la enfermedad mental y que, por ende, que la psiquiatría está en el deber de erradicar la enfermedad mental. Del mismo modo, yo he recurrentemente opinado que sí hay una diferencia objetiva entre la civilización y la barbarie, que la civilización es preferible, y que las naciones civilizadas están en el deber de erradicar la barbarie.

Pero, lo mismo que los psiquiatras, muchas veces he enfrentado la objeción relativista: ¿bajo qué autoridad podemos distinguir la barbarie de la civilización? A esto, respondo que, así como en psiquiatría hay criterios firmes y objetivos para distinguir al sano del enfermo, en sociología hay también criterios firmes y objetivos para distinguir a la civilización de la barbarie, y más aún, afirmar que la civilización occidental es preferible a las otras civilizaciones. Pero, en estos debates, muchas veces enfrento el mismo argumento, similar a la protesta de Wittgenstein: los criterios por los cuales Occidente es considerado mejor que otras civilizaciones, son en sí mismos occidentales. Si usáramos los criterios civilizatorios chinos, China sería la civilización más preferible. Y, así, la defensa de la tradicional salud mental, o de la civilización occidental, son argumentos circulares.

Nunca he podido defenderme satisfactoriamente frente a esta réplica: en efecto, defender a la psiquiatría, a partir de criterios psiquiátricos, o a Occidente, a partir de criterios occidentales, es un burdo argumento circular. Pero, el problema está en que, al final, la racionalidad es en sí misma circular. Cuando consideramos la racionalidad de un discurso, fundamentalmente lo juzgamos a partir de los principios elementales de la lógica. El más básico de ellos es el principio de no contradicción: una proposición y su contradictoria no pueden ser ambas verdaderas. Pero, al final, esto termina siendo un argumento circular en sí mismo. Pues, justificamos el principio de no contradicción a partir del mismo principio de no contradicción. Por eso, decía Aristóteles, el principio de no contradicción no puede demostrarse, y debe resultar axiomático.

Pues bien, creo que el psiquiatra debe apelar a algunos axiomas indemostrables. Debe resultar axiomático que escuchar voces es menos preferible que no escuchar voces; en rigor, es imposible demostrar esta preferencia. Y, del mismo modo, quien defiende la primacía de la civilización occidental, debe partir del axioma de que la ciencia es preferible a la brujería, la democracia a la tiranía, etc. Pero, de nuevo, lo mismo que el psiquiatra, el defensor de la civilización occidental no podrá propiamente probar su postura, sólo la asumirá como axiomática.

La dificultad, por supuesto, radica en que hay gente que sencillamente no ve (y, por ende, no asume como axiomático) que la ciencia es preferible a la brujería, o la democracia a la tiranía, del mismo modo en que los antipsiquiatras no ven que el comer estiércol es peor que el comer frutas. Con todo, aun si algunas personas no acepan estos axiomas, la racionalidad exige aferrarse a ellos.

3 comentarios:

  1. Sobre su artículo crítica sobre la negritud o negritudes: Muy interesante tu estudio pero como siempre veo que le falta mas argumentación,por ejemplo, mi ilustre Dr."amo del conocimiento y de las letras, erudito de los eruditus", donde está la argumentación cognitiva, Psicológica dentro de su artículo, ¿Dónde está su aporte como ser humano defendiendo a otro ser humano?. Es otro artículo vacío, carente de emotividad humana y de afecto, lo que puedo ver es que es un racista más, disfrazándolo dentro de este artículo, por cierto muy interesante el juego de palabras, en fin como veneno tóxico los sociólogos quieren que las personas cambien su visión y que sean ellos, perdón! sea usted el líder del mundo del nuevo orden llamado usted, jajajaja que risa me da el juego de palabras como un vulgar politólogo hablan por hablar y sin sentir. Con cariño su amigo: APHOFIS

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  2. Aphofis, primer aprende a escribir. Tu comentario se encuentra pleno de errores ortográficos y de graves problemas de sintáxis.

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  3. Creo que hay una falla en tu discurso, derivada de tu aceptación de una premisa del propio discurso posmoderno. No es cierto que el pensamiento racional y científico sea patrimonio de Occidente. Cuando un arquero cheroqui o mongol diseña y fabrica un arco, lo somete minuciosamente a prueba, observa su funcionamiento, lo revisa y finalmente lo mejora, repitiéndose este proceso indefinidamente hasta que llega la ciencia occidental e incluso mucho después. Este proceder, de ensayo y error, no es irracional, y existe al menos desde que el ser humano comenzó a tallar piedras.

    Al margen de él, está el terreno de las creencias, irracional por definición, y en modo alguno patrimonio de las culturas no occidentales. Las creencias están presentes en Occidente, tanto o casi tanto como antes.

    Por tanto, creo que se confunden dos planos completamente distintos, el plano universal y común de la razón, relacionado con la supervivencia y el bienestar material, y el plano particular y diverso de las creencias, asociado a los deseos y el mundo espiritual.

    Y, como ya he comentado en otros sitios, también se confunden dos planos gnoseológicos: el del ser y el del deber ser. No son comparables, ni de lejos, las verdades de la Física, la Química, la Astronomía, la Biología, la Psicología descriptiva o la Lingüística con los dictámenes acomodaticios de la Psicología clínica, la Psiquiatría, la Teología, la Ética o la Estética. En mi opinión, tan errado es el discurso posmoderno que trata de extender el relativismo de estas disciplinas interesadas a las que no lo son, como el discurso opuesto que trata de extender a cualquier disciplina la certeza de las ciencias descriptivas.

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