En mis denuncias frente
al culto a Bolívar, los bolivarianos saltan a señalarme que es perfectamente
sano y natural que todas las sociedades tengan héroes, y que lo que nosotros los
venezolanos y colombianos hacemos con Bolívar, no es muy distinto de lo que los
norteamericanos hacen con Lincoln. Frente a esto, yo solía objetar que nuestro
culto a Bolívar no se compara con el culto de los gringos a Lincoln; lo del
norte es un mero respeto, lo nuestro es una idolatría enfermiza.
Pero, recientemente, he cambiado de
opinión. Basta una visita a Washington D.C., para caer en cuenta que Lincoln es
el dios de la religión civil norteamericana, y que la misma actitud enfermiza
que nosotros tenemos respecto a Bolívar, los norteamericanos la tienen respecto
a “Abe”. A diferencia de Bolívar, Lincoln no promovió su propio culto. Pero,
como Bolívar, hizo crecer el poder estatal, de forma tal que sentó las bases
para que, póstumamente, ese Estado engrandecido que el contribuyó a formar, terminara
por endiosarlo.
Del mismo modo en que los piadosos
latinoamericanos hacen enormes esfuerzos por esconder las facetas turbias del
Libertador, los piadosos norteamericanos se esfuerzan en presentar una imagen
muy dulcificada de Lincoln, la cual no se corresponde del todo con la realidad.
Suele presentársele como el gran estadista que mantuvo unido a su país en
tiempos de crisis, hizo cumplir las leyes cabalmente, y dio los primeros pasos
para sobreponer el racismo en EE.UU.
Todo esto requiere matices. En
primer lugar, Lincoln no se opuso a la esclavitud desde un inicio. Sólo
pretendía que los nuevos territorios adquiridos tras la guerra con México, no
fueran esclavistas; pero de ninguna manera propuso abolir la esclavitud en los
estados sureños que seguían siendo esclavistas. De hecho, Lincoln, como muchos
otros yanquis de su época, opinaba que los negros eran una raza inferior, y que
después de su emancipación tras la guerra civil, sería necesario enviarlos como
colonizadores a Liberia, Haití o Cuba, pues no era conveniente que diversas
razas convivieran en un mismo país.
A decir verdad, la esclavitud no era
la gran preocupación de Lincoln. Su verdadera preocupación era mantener la
integridad de EE.UU. como país, al punto de que, en una infame frase, llegó a
postular que, aun si no estuviese en juego la esclavitud, no permitiría la
secesión de los estados sureños. En su obsesión nacionalista, Lincoln se empeñó
en mantener unido a un país, aún en contra de la voluntad de un grueso sector
de gente que no quería formar parte de ese país. Es la misma desgracia de
tiranos como Milosevic que, empeñados en preservar la integridad mística de una
nación, están dispuestos a organizar una guerra atroz.
De hecho, Lincoln llegó a ser tan
dictador como Milosevic. Lincoln suspendió el derecho de habeas corpus, el debido proceso, y mantuvo en detención sin juicio
a miles de personas sospechosas de simpatizar con la causa del sur. Cerró
cientos de periódicos, de los cuales se presumía que imprimían editoriales
críticos con las políticas de Lincoln durante la guerra. Mandó al exilio a
varios opositores, y crucialmente, arrestó al alcalde de Baltimore, para
asegurarse de que no se organizara la asamblea del estado de Maryland, pues
existía el peligro de que ésta votara a favor de la secesión. También, Lincoln
devaluó deliberadamente la moneda para financiar su campaña militar, generando
una considerable inflación.
Y, si bien, a diferencia de
Milosevic, Lincoln ordenó limpiezas étnicas, sí autorizó la infame campaña
militar del general Sherman desde Atlanta hasta Savanna, la cual consistió en
arrasar con todo lo que encontraba de la población civil en su camino. La
leyenda piadosa dice que Sherman no atacó a los civiles, pero hoy sabemos que
es falso: Sherman permitió la violación masiva de mujeres en su infame marcha,
y a la larga, todo esto contó con el aval del propio Lincoln.
Por lo general, yo suscribo la idea
de que América del norte tiene mucho que enseñar a América del sur. Pero,
cuando se trata del culto al héroe nacional, no acepto que los gringos vengan a
decirnos que ellos tienen capacidad crítica con sus héroes, mientras que
nosotros somos idólatras de nuestros caudillos. En buena medida, muchos de los
abusos que Bush y Obama han cometido en su “guerra contra el terror”, se han
inspirado en el propio Lincoln. Está muy bien que los norteamericanos nos
recomienden ser más críticos con Bolívar, pero ellos mismos deberían asumir una
actitud más crítica en torno a Lincoln.
Hay un episodio de Los Simpson, "Lisa, la iconoclasta", donde se plantea esta misma cuestión a propósito de Jebediah Springfield, fundador de la ciudad. Lamentablemente, en mi opinión, la cuestión queda zanjada con un mensaje bobalicón: aunque Jebediah fuera un despreciable pirata, aúna a la gente en un conjunto de sentimientos nobles. Yo creo que hay que distinguir entre los ideales, nobles o no, y los personajes que falsamente los encarnan. Dicho de otro modo, que la asunción de ideales nobles es necesaria, pero tanto como la verdad histórica. Por ejemplo, Alejandro Magno o el Che Guevara pudieron partir de ideales muy bonitos, pero en el ejercicio de su poder cometieron infamias que no empañan los ideales, pero sí sus personas, que de este modo adquieren tintes claroscuros. Lo demás es sectarismo.
ResponderEliminarRecuerdo ese episodio de los Simpsons...
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