sábado, 13 de junio de 2015

El etnocentrismo de los negros norteamericanos: a propósito de Eugene Robinson



Los negros norteamericanos han sido víctimas del poder blanco en su propio país. ¿Cómo negar el tremendo trauma que supuso la esclavitud por tres siglos, y luego, el brutal sistema de terrorismo y segregación racial en la era de Jim Crow? Pero, eso no impide que los negros norteamericanos incurran en varias formas de imperialismo.
            Ya a mediados del siglo XIX, hubo en EE.UU. un proyecto de enviar a los negros liberados a Liberia, una colonia norteamericana en África. Este proyecto fue ideado por blancos, y muchos líderes negros se opusieron. Pero, hubo muchos otros negros norteamericanos que sí vieron favorablemente ese proyecto de colonización, y en efecto, llegaron a África en calidad de colonos. Previsiblemente, no fue una empresa pacífica. Los colonos negros norteamericanos desplazaron a los locales, y hasta bastante entrado el siglo XX, dominaron Liberia discriminando en contra de las tribus nativas.

            Así pues, los negros norteamericanos se contagiaron del ethos imperialista de sus antiguos amos blancos, y esa actitud persiste hasta el día de hoy. Un grueso sector de la población negra norteamericana es profundamente etnocentrista. Ellos quedan muy complacidos de que el mundo entero dedique más atención a incidentes de poca envergadura (como la muerte de algún joven delincuente negro en Baltimore a manos de un policía blanco en un enfrentamiento armado), que a la brutal guerra civil que se desarrolla en Congo. Ellos quedan bastante conformes de que un joven surafricano prefiera escuchar el rap de Tupac Shakur (con todo el aparato consumista que ello supone), en vez de las alegres canciones de Miriam Makeba.
            Pero, incluso entre los líderes e intelectuales negros norteamericanos, esta actitud etnocéntrica impregnada de imperialismo cultural es frecuente. Por ejemplo, en una ocasión, Jesse Jackson formó un gran alboroto porque en México, es popular el personaje de Memín Pinguín. Según Jackson, Memín Penguín degrada a los negros. Pues, no: las historietas cómicas son bastante empáticas y tiernas con este personaje, y los negros de América Latina en absoluto se sienten denigrados con la representación de Memín Pinguín; antes bien, es un personaje muy popular, y representa con bastante dignidad la experiencia negra en América Latina.
Ciertamente, en EE.UU., hubo los llamados “espectáculos minstrel”, que degradaban a los negros, y es comprensible que alguien como Jackson, al ver a Memín Penguín, se alarme porque crea que la historieta cómica es harina del mismo costal. Pero, venir de otras latitudes, e imponer sobre pueblos con otras realidades históricas, sus propias preocupaciones, es un gesto de tremenda arrogancia etnocéntrica e imperialista.
Algo similar ha hecho el intelectual negro norteamericano Eugene Robinson en sus posturas sobre Brasil, expuestas en el libro Coal to Cream. Robinson le reprochaba a los brasileños oscuros el no sentirse lo suficientemente negros. A su juicio, los negros brasileños han abandonado su identidad racial, y esto, además de convertirlos en traidores, permite que el poder blanco los aplaste. Robinson, acostumbrado a llevar muy en alto su identidad negra en EE.UU., veía con escándalo que gente de su mismo color (o incluso más oscuros) en Brasil, no se identificaran a sí mismos como negros.
Pero, en realidad, el criterio que Robinson usa para definir quién es negro y quién no lo es, procede de una selección muy arbitraria impuesta en EE.UU. Este criterio es la regla de “una gota de sangre”, según la cual, basta tener un ancestro negro, para ser considerado negro. No obstante, esta regla no operó en América Latina (más bien, en Brasil, era al contrario: con un ancestro blanco basta para ser considerado blanco). Robinson, de forma etnocentrista, pretende imponer al resto del mundo, los criterios clasificatorios raciales que sólo proceden de su país. Seguramente, muchos de los brasileños que Robinson reprocha (y, también seguramente, el propio Robinson) tienen algún ancestro blanco. En el entendimiento racial brasileño, eso es suficiente para considerarse blanco. ¿Con qué derecho llega un norteamericano a exigirles a esos brasileños que alteren su taxonomía racial, si precisamente, la que él propone es igualmente arbitraria?

Hay, además, algo bastante preocupante en la denuncia de Robinson. Él se molesta de que un brasileño de piel oscura no se identifique como afro-brasileño. Pero, ¿por qué ha de hacerlo? Supongamos que el brasileño en cuestión siente mucho interés por el roast beef, Shakespeare y Beethoven, pero en cambio, no tiene interés por elementos culturales africanos. ¿Por qué ha de considerarse afro-brasileño? ¿Por el mero hecho de tener la piel oscura? Si es así, entonces Robinson está asumiendo que la biología determina la cultura. En ese caso, Robinson, además de ser etnocentrista, estaría siendo esencialista. Y, el ser esencialista es un aspecto fundamental del racismo. En el siglo XIX, los racistas opinaban que, si un niño negro era criado en Londres sin ninguna influencia africana, aún así se comportaría como africano, pues de algún modo, llevaba la cultura africana en su sangre. Pues bien, Robinson parece creer que, no importa cuán europeizado esté un brasileño de piel oscura, su esencia dicta que ese brasileño en realidad debe ser africano, y si no lo hace así, es un impostor.
Como vemos, pues, el imperialismo y el racismo norteamericano no es exclusivamente WASP (white, anglo-saxon, protestant; blanco, anglo-sajón y protestante). La concepción imperialista y racista norteamericana ha impregnado a todos los grupos étnicos que conforman ese país.

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