Los
negros norteamericanos han sido víctimas del poder blanco en su propio país.
¿Cómo negar el tremendo trauma que supuso la esclavitud por tres siglos, y
luego, el brutal sistema de terrorismo y segregación racial en la era de Jim
Crow? Pero, eso no impide que los negros norteamericanos incurran en varias
formas de imperialismo.
Ya a mediados del siglo XIX, hubo en
EE.UU. un proyecto de enviar a los negros liberados a Liberia, una colonia
norteamericana en África. Este proyecto fue ideado por blancos, y muchos líderes
negros se opusieron. Pero, hubo muchos otros negros norteamericanos que sí vieron
favorablemente ese proyecto de colonización, y en efecto, llegaron a África en
calidad de colonos. Previsiblemente, no fue una empresa pacífica. Los colonos
negros norteamericanos desplazaron a los locales, y hasta bastante entrado el
siglo XX, dominaron Liberia discriminando en contra de las tribus nativas.
Así pues, los negros norteamericanos
se contagiaron del ethos imperialista
de sus antiguos amos blancos, y esa actitud persiste hasta el día de hoy. Un
grueso sector de la población negra norteamericana es profundamente
etnocentrista. Ellos quedan muy complacidos de que el mundo entero dedique más
atención a incidentes de poca envergadura (como la muerte de algún joven delincuente
negro en Baltimore a manos de un policía blanco en un enfrentamiento armado),
que a la brutal guerra civil que se desarrolla en Congo. Ellos quedan bastante conformes
de que un joven surafricano prefiera escuchar el rap de Tupac Shakur (con todo
el aparato consumista que ello supone), en vez de las alegres canciones de
Miriam Makeba.
Pero, incluso entre los líderes e intelectuales
negros norteamericanos, esta actitud etnocéntrica impregnada de imperialismo
cultural es frecuente. Por ejemplo, en una ocasión, Jesse Jackson formó un gran
alboroto porque en México, es popular el personaje de Memín Pinguín. Según
Jackson, Memín Penguín degrada a los negros. Pues, no: las historietas cómicas
son bastante empáticas y tiernas con este personaje, y los negros de América
Latina en absoluto se sienten denigrados con la representación de Memín Pinguín;
antes bien, es un personaje muy popular, y representa con bastante dignidad la
experiencia negra en América Latina.
Ciertamente, en EE.UU., hubo los
llamados “espectáculos minstrel”, que
degradaban a los negros, y es comprensible que alguien como Jackson, al ver a
Memín Penguín, se alarme porque crea que la historieta cómica es harina del
mismo costal. Pero, venir de otras latitudes, e imponer sobre pueblos con otras
realidades históricas, sus propias preocupaciones, es un gesto de tremenda
arrogancia etnocéntrica e imperialista.
Algo similar ha hecho el intelectual
negro norteamericano Eugene Robinson en sus posturas sobre Brasil, expuestas en
el libro Coal to Cream. Robinson le
reprochaba a los brasileños oscuros el no sentirse lo suficientemente negros. A
su juicio, los negros brasileños han abandonado su identidad racial, y esto,
además de convertirlos en traidores, permite que el poder blanco los aplaste.
Robinson, acostumbrado a llevar muy en alto su identidad negra en EE.UU., veía
con escándalo que gente de su mismo color (o incluso más oscuros) en Brasil, no
se identificaran a sí mismos como negros.
Pero, en realidad, el criterio que
Robinson usa para definir quién es negro y quién no lo es, procede de una
selección muy arbitraria impuesta en EE.UU. Este criterio es la regla de “una
gota de sangre”, según la cual, basta tener un ancestro negro, para ser
considerado negro. No obstante, esta regla no operó en América Latina (más
bien, en Brasil, era al contrario: con un ancestro blanco basta para ser
considerado blanco). Robinson, de forma etnocentrista, pretende imponer al
resto del mundo, los criterios clasificatorios raciales que sólo proceden de su
país. Seguramente, muchos de los brasileños que Robinson reprocha (y, también
seguramente, el propio Robinson) tienen algún ancestro blanco. En el
entendimiento racial brasileño, eso es suficiente para considerarse blanco.
¿Con qué derecho llega un norteamericano a exigirles a esos brasileños que
alteren su taxonomía racial, si precisamente, la que él propone es igualmente
arbitraria?
Hay, además, algo bastante preocupante
en la denuncia de Robinson. Él se molesta de que un brasileño de piel oscura no
se identifique como afro-brasileño. Pero, ¿por qué ha de hacerlo? Supongamos
que el brasileño en cuestión siente mucho interés por el roast beef, Shakespeare y Beethoven, pero en cambio, no tiene
interés por elementos culturales africanos. ¿Por qué ha de considerarse
afro-brasileño? ¿Por el mero hecho de tener la piel oscura? Si es así, entonces
Robinson está asumiendo que la biología determina la cultura. En ese caso,
Robinson, además de ser etnocentrista, estaría siendo esencialista. Y, el ser
esencialista es un aspecto fundamental del racismo. En el siglo XIX, los
racistas opinaban que, si un niño negro era criado en Londres sin ninguna
influencia africana, aún así se comportaría como africano, pues de algún modo,
llevaba la cultura africana en su sangre. Pues bien, Robinson parece creer que,
no importa cuán europeizado esté un brasileño de piel oscura, su esencia dicta
que ese brasileño en realidad debe ser africano, y si no lo hace así, es un
impostor.
Como vemos, pues, el imperialismo y el
racismo norteamericano no es exclusivamente WASP (white, anglo-saxon, protestant; blanco, anglo-sajón y protestante).
La concepción imperialista y racista norteamericana ha impregnado a todos los
grupos étnicos que conforman ese país.
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