Mucho
se habla del racismo en Venezuela. Naturalmente, se suele señalar a negros e
indígenas como víctimas. No disputo que estos grupos efectivamente sean
víctimas del racismo, pero a mi juicio, los sentimientos de odio de los
venezolanos comunes son mucho más intensos, cuando se dirigen contra los
inmigrantes europeos (aunque, también árabes y chinos) de las últimas décadas,
o sus descendientes. En torno al negro o al indígena hay una actitud de
desprecio; en cambio, en torno al inmigrante europeo o sus descendientes, hay
una actitud de profunda envidia y resentimiento, y estas emociones, como se
saben, son mucho más peligrosas.
Existe el mito de que Venezuela
ofreció una bienvenida cordial a estos inmigrantes. Ciertamente, Pérez Jiménez
incentivó la inmigración, en vista de su proyecto de desarrollo nacional. Pero,
rápidamente, debido a su disciplina y habilidades, estos inmigrantes (muchas
veces bajados de barcos en condiciones paupérrimas; es decir, sin ninguna
ventaja especial sobre los otros grupos) triunfaron en sus negocios, y se
convirtieron en una elite dominante (más económica que políticamente) de este
país.
Así pues, mientras que Pérez Jiménez
y los políticos de la IV República veían en los inmigrantes una gran
oportunidad para hacer crecer a Venezuela económicamente, el pueblo empezó a
verlos con mucho resentimiento. ¿Se merecieron ese resentimiento? En líneas
generales (siempre hay algunas deshonrosas excepciones), yo diría que no: los
inmigrantes alcanzaron altas posiciones sociales con esfuerzo y honestidad.
Pero, la envidia carcome al criollo, y no alcanza a apreciar la virtud del
inmigrante: a ojos del criollo, el italiano que se bajó del barco huyendo de la
guerra, y diez años después prosperaba con su negocio, no hizo más que explotar
a los nativos, y no merece el bienestar que tiene. Mantengamos presente que el
odio no es propiamente contra al descendiente de los conquistadores saqueadores
(que llegaron hace quinientos años), sino contra al descendiente del inmigrante
que llegó recientemente, y que ha surgido con su propio esfuerzo y de forma muy
meritoria.
De esa manera, Venezuela pasó a ser
uno más en la larga lista de países en los cuales domina una minoría étnica.
Pero, precisamente, este dominio propicia un odio popular en contra de esa
minoría, y pasa a ser una bomba de tiempo. El odio contra la minoría dominante
se va acumulando, y si no se detiene a tiempo, puede culminar en genocidio. Los
tutsis eran la minoría étnica dominante en Rwanda, y ya sabemos cómo terminó
aquello. El mismo peligro corren los chinos en Malasia, los indios en Uganda,
los ibo en Nigeria, los blancos en Zimbabue, y me atrevo a decir, los
descendientes de inmigrantes recientes en Venezuela.
¿Cómo puede desembocar esto en
genocidio? Según una interesante tesis expuesta por Amy Chua en su libro El mundo en llamas, una letal
combinación de democracia y neoliberalismo puede propiciar la tragedia. El
neoliberalismo permite que los más capacitados acumulen más riquezas, pues no
hay un Estado que ponga freno a su prosperidad y redistribuya forzosamente la
riqueza. Pero, a su vez, la democracia da poder al pueblo. Si se combinan
ambos, surgen los problemas, pues la minoría étnica crece en riqueza, pero la
mayoría crece en poder. Y, la mayoría desprovista de riquezas, pero acrecentada
en poder, fácilmente puede inducir a exterminar a la minoría económicamente
dominante. Los hutus estaban económicamente desposeídos frente a los tutsis,
pero a medida que Rwanda se democratizaba y la mayoría hutu accedía al poder,
hubo menos freno para que liberaran el resentimiento acumulado en contra de la
minoría tutsi.
Para evitar esta tragedia, Chua
recomienda que, en países con minorías étnicas dominantes, no se mezcle la
democracia con el neoliberalismo. Puede seguirse el modelo de Pinochet:
mantener el neoliberalismo que permite a los más capaces acumular más riquezas,
pero limita el acceso del poder político a las minorías. O, puede seguirse el
modelo de los demagogos izquierdistas latinoamericanos, que permiten la democratización
política y dan acceso de poder a las mayorías, pero se aseguran de restringir
el libre mercado, a fin de que no surja una minoría étnica dominante que corre
el peligro de ser exterminada por la mayoría empoderada.
En este aspecto, me temo que
Venezuela en la IV República era una bomba de tiempo. En sus últimos años, la
IV República se abrió al neoliberalismo (y esto propició aún más la
concentración de riquezas en una minoría étnica), pero al mismo tiempo, era un
país democrático. Si esta situación se prolongaba por mucho tiempo, había el
peligro de que, por vías democráticas, surgiesen demagogos que dieran expresión
al resentimiento popular, y se lanzaran agresivamente contra la minoría étnica
dominante.
En 1998, por supuesto, sí llegó al
poder por vía democrática, uno de esos demagogos. Pero, algo podemos conceder a
Chávez: a diferencia de Mugabe en Zimbabue, tuvo la suficiente habilidad para
dirimir un poco el resentimiento acumulado en las masas en contra de la minoría
étnica dominante. Ciertamente, en muchos de sus discursos, en su distorsión de
la historia, y en sus actitudes en general, Chávez alimentó el odio contra los
inmigrantes recientes y sus descendientes.
Pero, a la vez, Chávez obró a tiempo
para evitar que ese resentimiento se desbordara. Chávez cerró paso al
neoliberalismo, y así, siguió la segunda estrategia que recomienda Chua. Con su
programa socialista y redistribución masiva y forzosa de la riqueza, Chávez
puso límites al crecimiento de la prosperidad económica de la minoría étnica
dominante. Mucha gente reprochó a Chávez el castigar injustamente a aquellos
sectores sociales que, con esfuerzo y disciplina, habían conseguido
prosperidad; con su infame mensaje de “ser rico es malo”, Chávez castigó el
éxito y premió la mediocridad.
Yo comparto ese reproche. Pero, al mismo
tiempo, valoro que estas medidas de Chávez protegían a esa minoría étnica
dominante. Pues, al imponer su programa socialista, Chávez apaciguó a las masas
que, resentidas por su posición inferior, pero empoderadas por la democracia,
cada vez más se constituían en una amenaza. La odiosidad en contra de las
minorías étnicas descendientes de inmigrantes continúa en Venezuela, pero por
ahora, no se vislumbra nada parecido a Rwanda o Zimbabue.
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