jueves, 11 de junio de 2015

Las tensiones étnicas en Venezuela: a propósito de Amy Chua



            Mucho se habla del racismo en Venezuela. Naturalmente, se suele señalar a negros e indígenas como víctimas. No disputo que estos grupos efectivamente sean víctimas del racismo, pero a mi juicio, los sentimientos de odio de los venezolanos comunes son mucho más intensos, cuando se dirigen contra los inmigrantes europeos (aunque, también árabes y chinos) de las últimas décadas, o sus descendientes. En torno al negro o al indígena hay una actitud de desprecio; en cambio, en torno al inmigrante europeo o sus descendientes, hay una actitud de profunda envidia y resentimiento, y estas emociones, como se saben, son mucho más peligrosas.

            Existe el mito de que Venezuela ofreció una bienvenida cordial a estos inmigrantes. Ciertamente, Pérez Jiménez incentivó la inmigración, en vista de su proyecto de desarrollo nacional. Pero, rápidamente, debido a su disciplina y habilidades, estos inmigrantes (muchas veces bajados de barcos en condiciones paupérrimas; es decir, sin ninguna ventaja especial sobre los otros grupos) triunfaron en sus negocios, y se convirtieron en una elite dominante (más económica que políticamente) de este país.
            Así pues, mientras que Pérez Jiménez y los políticos de la IV República veían en los inmigrantes una gran oportunidad para hacer crecer a Venezuela económicamente, el pueblo empezó a verlos con mucho resentimiento. ¿Se merecieron ese resentimiento? En líneas generales (siempre hay algunas deshonrosas excepciones), yo diría que no: los inmigrantes alcanzaron altas posiciones sociales con esfuerzo y honestidad. Pero, la envidia carcome al criollo, y no alcanza a apreciar la virtud del inmigrante: a ojos del criollo, el italiano que se bajó del barco huyendo de la guerra, y diez años después prosperaba con su negocio, no hizo más que explotar a los nativos, y no merece el bienestar que tiene. Mantengamos presente que el odio no es propiamente contra al descendiente de los conquistadores saqueadores (que llegaron hace quinientos años), sino contra al descendiente del inmigrante que llegó recientemente, y que ha surgido con su propio esfuerzo y de forma muy meritoria.
            De esa manera, Venezuela pasó a ser uno más en la larga lista de países en los cuales domina una minoría étnica. Pero, precisamente, este dominio propicia un odio popular en contra de esa minoría, y pasa a ser una bomba de tiempo. El odio contra la minoría dominante se va acumulando, y si no se detiene a tiempo, puede culminar en genocidio. Los tutsis eran la minoría étnica dominante en Rwanda, y ya sabemos cómo terminó aquello. El mismo peligro corren los chinos en Malasia, los indios en Uganda, los ibo en Nigeria, los blancos en Zimbabue, y me atrevo a decir, los descendientes de inmigrantes recientes en Venezuela.
            ¿Cómo puede desembocar esto en genocidio? Según una interesante tesis expuesta por Amy Chua en su libro El mundo en llamas, una letal combinación de democracia y neoliberalismo puede propiciar la tragedia. El neoliberalismo permite que los más capacitados acumulen más riquezas, pues no hay un Estado que ponga freno a su prosperidad y redistribuya forzosamente la riqueza. Pero, a su vez, la democracia da poder al pueblo. Si se combinan ambos, surgen los problemas, pues la minoría étnica crece en riqueza, pero la mayoría crece en poder. Y, la mayoría desprovista de riquezas, pero acrecentada en poder, fácilmente puede inducir a exterminar a la minoría económicamente dominante. Los hutus estaban económicamente desposeídos frente a los tutsis, pero a medida que Rwanda se democratizaba y la mayoría hutu accedía al poder, hubo menos freno para que liberaran el resentimiento acumulado en contra de la minoría tutsi.
            Para evitar esta tragedia, Chua recomienda que, en países con minorías étnicas dominantes, no se mezcle la democracia con el neoliberalismo. Puede seguirse el modelo de Pinochet: mantener el neoliberalismo que permite a los más capaces acumular más riquezas, pero limita el acceso del poder político a las minorías. O, puede seguirse el modelo de los demagogos izquierdistas latinoamericanos, que permiten la democratización política y dan acceso de poder a las mayorías, pero se aseguran de restringir el libre mercado, a fin de que no surja una minoría étnica dominante que corre el peligro de ser exterminada por la mayoría empoderada.
            En este aspecto, me temo que Venezuela en la IV República era una bomba de tiempo. En sus últimos años, la IV República se abrió al neoliberalismo (y esto propició aún más la concentración de riquezas en una minoría étnica), pero al mismo tiempo, era un país democrático. Si esta situación se prolongaba por mucho tiempo, había el peligro de que, por vías democráticas, surgiesen demagogos que dieran expresión al resentimiento popular, y se lanzaran agresivamente contra la minoría étnica dominante.
            En 1998, por supuesto, sí llegó al poder por vía democrática, uno de esos demagogos. Pero, algo podemos conceder a Chávez: a diferencia de Mugabe en Zimbabue, tuvo la suficiente habilidad para dirimir un poco el resentimiento acumulado en las masas en contra de la minoría étnica dominante. Ciertamente, en muchos de sus discursos, en su distorsión de la historia, y en sus actitudes en general, Chávez alimentó el odio contra los inmigrantes recientes y sus descendientes. 

Pero, a la vez, Chávez obró a tiempo para evitar que ese resentimiento se desbordara. Chávez cerró paso al neoliberalismo, y así, siguió la segunda estrategia que recomienda Chua. Con su programa socialista y redistribución masiva y forzosa de la riqueza, Chávez puso límites al crecimiento de la prosperidad económica de la minoría étnica dominante. Mucha gente reprochó a Chávez el castigar injustamente a aquellos sectores sociales que, con esfuerzo y disciplina, habían conseguido prosperidad; con su infame mensaje de “ser rico es malo”, Chávez castigó el éxito y premió la mediocridad.
Yo comparto ese reproche. Pero, al mismo tiempo, valoro que estas medidas de Chávez protegían a esa minoría étnica dominante. Pues, al imponer su programa socialista, Chávez apaciguó a las masas que, resentidas por su posición inferior, pero empoderadas por la democracia, cada vez más se constituían en una amenaza. La odiosidad en contra de las minorías étnicas descendientes de inmigrantes continúa en Venezuela, pero por ahora, no se vislumbra nada parecido a Rwanda o Zimbabue.


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