El quinto libro de Gabriel Andrade en la colección Vaya timo podría
considerarse, a mi modo de ver, una continuación del tercero, La teología,
¡vaya timo! O una profundización, ya que entra de lleno en la figura que
dio lugar al Cristianismo, cuyas incongruencias fueron expuestas en ese número.
Y esta continuidad no sólo afecta al tema, sino también al espíritu con que se
escribe: una vez más es un desafío, directo y sin contemplaciones, a un tema
considerado intocable. No es que otros no hayan denunciado el que en mi opinión
es el mayor engaño en la historia de la humanidad, pero Gabriel Andrade lo hace
sin tapujos, sin medias tintas... y aunque pueda sonar feo, casi sin respeto.
Y como siempre, con un estilo claro, elaborado y sobre todo ameno. Por esto
me decidí a comprar el libro, a pesar de que ya conocía bastante sobre el tema
del Jesús histórico y el Cristo de la fe. La extensa introducción de casi 40
páginas ya atrapa, metiendo de lleno al lector en el asunto y obligándole a
nutrirse inmediatamente de más argumentaciones en el primer capítulo (Fuentes
sobre su vida). Tras desechar convincentemente las teorías que relegan a Jesús
al terreno de la ficción, analiza las fuentes no cristianas y cristianas,
señalando el carácter propagandístico de estas últimas, con lo cual nos prepara
para la comprensión de cada una de las cuestiones que se abordan en los
siguientes capítulos.
El segundo, con abundante apoyo en los apócrifos, trata sobre la infancia,
concluyendo que de ella no sabemos nada, salvo que Jesús era de Nazaret y no de
Belén. Yo ya conocía el alegato de Celso según el cual Jesús era hijo de María
y un soldado romano llamado Pantera, pero no el rumor extendido desde
muy pronto de que Jesús podía ser bastardo, ni el hallazgo de una inscripción
funeraria encontrada en Alemania con el nombre Tiberio Pantera. Como
filólogo, tengo que aclararle a Andrade que, en contra de lo que él parece
haber leído, el nombre Pantera no sólo no era habitual en el mundo romano, ni
en el griego (el nombre es griego, πάνθηρ, transcrito pánther, y
significa "Todo bestia", aplicado también a varias especies de
felinos moteados), sino que era muy extraño (yo no conozco otro caso, y llevo
bastantes años metido en la Filología Clásica). Si además se tiene en cuenta la
seriedad y relativa exactitud de los datos ofrecidos por Celso en su escrito;
el hecho de que Tiberio Pantera era de Sidón, ciudad próxima a Judea (de hecho
su nombre completo incluye el semítico Abdes); y que la Primera Cohorte de
Arqueros a la que perteneció (Cohors I Sagittariorum) sirvió en Judea
durante el gobierno del emperador Tiberio, todo apunta a que ese Tiberio
Pantera era un fenicio helenizado y reclutado por el ejército romano, que
adoptó el prenombre Tiberius y el nombre Iulius. Que el Pantera de Celso no tenga nada que ver con este
Pantera sería muy extraño: mismo e inusitado nombre, mismo oficio, mismo lugar, misma época…
El tercer capítulo, sobre los años perdidos, contiene información acerca de
la literatura medieval y luego decimonónica sobre Jesús, fuente en última
instancia de la literatura popular y magufa sobre Jesús, y de los delirantes
escritos de Dan Brown. También me era desconocida, y la creía mucho más
reciente. A propósito de la vida sexual de Jesús y del ósculo sagrado de
los círculos gnósticos, creo que Andrade, como Antonio Piñero y otros
estudiosos, se deja llevar por un excesivo academicismo y debería ser más
suspicaz: hacemos mal en creernos que un beso en la boca era, tanto para el que
lo daba como para el que lo recibía, lo que ellos pretendían hacer creer, es
decir, un medio de comunicar sabiduría y cosas por el estilo. Si hay algo de
cierto en esas noticias sobre el ósculo sagrado, entonces Jesús era aún más
terrenal y listo de lo que la reconstrucción histórica nos deja ver. La carne es la
carne…
La relación de Jesús con Juan el Bautista, interpretada en el capítulo
cuarto, que aborda la vida pública del personaje, contiene interesantes notas,
como que probablemente Juan ni siquiera recordara la identidad del joven al que
había bautizado y la necesidad que éste tuvo de recordarle y convencerle de su
poder profético y taumatúrgico. La cuestión de la relación entre ambos queda, a
mi juicio, bien zanjada: maestro/discípulo, rutinaria, poco especial, fugaz, enseguida olvidada.
El capítulo quinto, que cuestiona la validez del mensaje de Jesús tal como
podemos recuperarlo a través de un análisis crítico, es el que me parece más
discutible, no en su totalidad, sino en dos puntos. El primero atañe a la
llamada regla de oro. Dudo mucho de que tratar al prójimo como te
gustaría que te trataran a ti sea un consejo "muy sabio y eficaz"
(pág. 166). Es, al contrario, como todas las sentencias lapidarias, simplista y
contraproducente, sobre todo en la actualidad: pensemos lo que nos haría una mujer
si en el metro le tocásemos el trasero pensando que a nosotros nos encantaría
que ella nos lo hiciera; o lo mal que le sienta a un extranjero (o a un alumno
no extranjero) que constantemente le corrijamos errores gramaticales o de
vocabulario, a pesar de que muchos que hablamos otros idiomas pedimos y hasta
rogamos que hagan lo mismo con nosotros a fin de no cometer pifias no sólo
malsonantes sino además molestas estética y funcionalmente. A mí me gusta que
insistas conmigo, tal vez a ti no; a mí me consuelan unas palabras de ánimo,
tú detestas el paternalismo; persigo la superación, te estresa el
perfeccionismo; adoro la sinceridad, te espanta la verdad; quiero paz, amas la
guerra. Podríamos poner decenas, tal vez centenares de ejemplos. Si la frase la
adoptó Jesús, eso no demuestra más que lo que vemos en el resto del libro: que
era un personaje muy humano, nada original, y sí dominado por una sabiduría muy
popular, por una filosofía de bolsillo, por firmas de whatsapp. Un Paulo Coelho, vamos, pero más morenito y con acento semítico.
La segunda afirmación cuestionable es la de que "la familia es
una institución fundamental para la salud mental de los individuos".
Discrepo sin paliativos. No tengo nada en contra de la familia, y me llevo
razonablemente bien con la mía. Pero al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios: la familia suele ser un reducto de los instintos más primarios y
selváticos de la humanidad. Allí donde el progreso histórico, la filosofía, la
ilustración, la educación y la moderación han hecho por fin de la sociedad, o
de una parte de ella, algo amable, una extrañísima excepción en medio de una
naturaleza despiadada, la familia no hace más que contravenir esas conquistas,
reduciéndolo todo de nuevo a la ley de la selva. Si la Declaración Universal de
Derechos Humanos nos inculca que todos somos iguales en dignidad sin distinción de etnia,
religión, opción sexual, etc., la familia enseña, desde la más tierna infancia,
que éste es un negraco, aquél maricón y ésa bollera; que aquél es un empollón y
un pringao y éste un freaky a quien marginar sólo porque no ve pelis de Disney
ni lee best sellers de tontos que salen en la tele. Es en la escuela, por ejemplo, donde estas actitudes despectivas, atávicas, se
combaten, pero poco podemos hacer los profesores cuando el alumno regresa a
casa y, con honrosas excepciones, desaprende los nobles valores que tantos siglos nos
ha costado forjar, y reaprende de sus padres que los negros, mulatos, gitanos,
"sudacas", catalanes, españoles, andaluces, comunistas o liberales son... lo que todos
sabemos; o que el sexo es malo, eso no se toca, eso no se hace; o que leer
libros te hace perder la cabeza; o que todo el mundo te es hostil, y es bueno
que lo sea, así que, chico, no te queda más remedio que encadenarte a este nido
cálido que nosotros, tu familia, altruistamente te brindamos. Como hijo (de
buenos padres, en definitiva, pero con sus defectos) y como profesor, he visto y
sigo viendo todo esto cada día. Pero el ejemplo más paradigmático que conozco
es el del vil chantaje que se produce dentro del seno familiar en relación con
la educación de los niños: éstos, llevados por la ley del mínimo esfuerzo,
deciden estudiar lo menos posible (a menudo, nada). Los padres, sabedores de
que si les exigen al menos un poco, perderán su favor, su "amor" (hermosa
y saludable palabra), claudican desde muy pronto y, en cuanto surge la oportunidad,
deciden postrarse ante el niño y levantarse contra el profesor,
recurriendo, si es necesario, a las estrategias más mezquinas. El resultado final:
el ínfimo nivel cultural del conjunto de la sociedad, cuyos máximos exponentes
son la caja tonta y la charlatanería pseudocientífica.
Resumiendo, si alguna enseñanza original y atrevida transmitió Jesús, en mi
opinión, ésa fue su, al parecer, constante rebelión contra la familia, con
numerosas y valientes muestras de desapego o reprensión, si bien es cierto que
al servicio, en este caso, de unos fines disparatados.
El capítulo sexto expone la cuestión de los milagros, sobre la que haría la
siguiente aclaración: en general, la magia estaba mal vista incluso en
el mundo pagano, no porque pudiese proceder de entidades malignas, sino porque
en la realidad cotidiana, resultaba que todo el mundo destinaba los supuestos
poderes mágicos a fines siempre dañinos (para otros), aunque el interesado, el
cliente del mago o hechicero que pagaba por sus servicios, no siempre lo viera
así, obcecado por su interés. Un ejemplo muy ilustrativo era el vudú usado con
fines amorosos: el hombre que clavaba alfileres en un figura que representaba a la mujer que deseaba, invocaba espíritus para producirle dolores, enfermedades,
parálisis, infertilidad, todo terrible para ella y para quienes la observaban
excepto para él, que pensaba que sus males cesarían cuando al fin se rindiera a
sus pies. Ésta es la razón por la que la magia en general era vista como una
práctica oscura y censurable, y también la razón de que la palabra griega
δαίμων (daímon), "espíritu", terminara dando demonio:
los espíritus, simples almas de difuntos prematuros, eran invocados para hacer
el mal. En mi opinión, es muy probable que Jesús fuese visto por muchos de sus
contemporáneos como un auténtico mago, por sus prácticas, y que algunas de
éstas fueran ocultadas por los evangelistas a fin de evitar la mala fama que
conllevaba la magia (pues siempre era negra).
El capítulo séptimo analiza los últimos días de Jesús. En primer lugar, una
corrección a lo que probablemente sea un descuido de Andrade: los tabernáculos
no eran "tabernas" (pág. 214) sino chozas, pequeñas cabañas hechas
con ramas, hojas de palmeras, etc. La palabra latina taberna (de la
misma raíz que tab-ula "tabla") significa originariamente
"construcción endeble de madera", de ahí "tienda de
campaña" y "choza" o "chozo". En segundo lugar, no
parece exagerada (pág. 234) toda una cohorte (σπεῖρα) para detener a Jesús,
sobre todo, si, como sostienen algunos colaboradores de Piñero, Jesús no le
hacías ascos a la violencia y estaba rodeado de más de uno o dos zelotas. Y,
con toda seguridad, Jesús no habló con Pilatos en latín (pág. 236), ni
muchísimo menos en arameo, lengua que jamás un romano se tomó la penosa y ardua
molestia de aprender. El latín era totalmente desconocido en la parte oriental
del Imperio Romano, donde la lengua vehicular de las comunicaciones entre
gobernantes griegos o romanos y gobernados indígenas era siempre y únicamente
el griego, conocido desde hacía siglos por los romanos de clase media y alta
(Juvenal dice que las romanas, para parecer guapas, es decir, glamurosas,
exclamaban durante el orgasmo, ζωή καὶ ψυχή, "¡Vida mía y alma mía!";
la Carta a los Romanos está escrita en griego; el propio Nuevo Testamento y las
obras de Josefo, quien se asentó en Roma junto con Tito; las inscripciones de
todas las iglesias antiguas de Judea, Siria; los concilios; y un largo
etcétera). En todo caso, Pilatos y Jesús ni siquiera debieron de hablar entre
sí, como sostiene Michel Onfray: el prefecto romano era la cabeza visible del
emperador en la provincia, enclaustrada en su torre de marfil, igual que un
sátrapa, es decir, invisible, o en el mejor de los casos, inabordable, y si
alguien interrogó a un delincuente común como Jesús (que no lo creo), fue algún
pretor (el organizador del juicio). También echo en falta, no sólo en Andrade,
que se sugiera que el arresto de Jesús hasta su crucifixión debió de durar
mucho más de un par de días, probablemente semanas, dado que el derecho romano
era muy burocrático y garantista.
Tampoco me parece probable, a pesar del criterio de vergüenza que el autor
introduce, que Jesús fuese enterrado, ni siquiera en una fosa común. La tesis
de Crossan puede cobrar más peso si tenemos en cuenta que para los antiguos,
aún más que para nosotros, acabar insepulto y encima devorado por animales, era
(ya desde Homero: "pasto para perros y aves", y de nuevo en la Antígona
de Sófocles) la peor humillación que se podía infligir a alguien, incluso más
que la crucifixión en sí, dado que para un griego o romano, y seguramente que
también para muchos judíos influidos por el helenismo, quien acabase mutilado o
insepulto no entraba en el Hades y quedaba atrapado eternamente en el mundo de
los vivos como un alma en pena. No creo que los evangelistas quisieran dar esa
imagen de Jesús, que resultaría extremadamente grotesca teniendo en cuenta que
las almas en pena se pasaban todo el tiempo pidiendo ayuda para poner fin a su
pesar.
Del capítulo octavo, dedicado a la resurrección, destacaría la acertada y
audaz actitud de Andrade a la hora de proponer el papel que la ciencia
histórica debe asumir en relación con los milagros y en general con los
fenómenos sobrenaturales: no sólo no debe inmiscuirse, como quieren los
teólogos y apologetas, sino que puede y debe hacerlo.
Para terminar, cuatro opiniones tal vez bastante personales sobre sendos
aspectos que recorren todo el libro (y otros que tratan el tema):
- Creo que se concede demasiado valor a las capacidades de la memoria o la
tradición oral: cuatro o más décadas a partir de unos hechos son suficientes
como para que de ellos no se hayan conservado fidedignamente ni siquiera dichos
muy breves, y por tanto a menudo debería imponerse el escepticismo o el
criterio del historiador, en contra de la versión transmitida.
- Las profecías que los evangelistas y primeros cristianos en general
aducían con relación a Jesús son absolutamente vagas y caprichosas, y a menudo
no referidas a ningún mesías. De nuevo ahí, como sucede con el caso de la
memoria, se les exige demasiado a las palabras (no me refiero a Andrade ni a
los demás autores modernos seculares, sino a los intérpretes cristianos).
- Jesús era un lunático, y el hecho de que estuviese rodeado de muchos
lunáticos habituales en su época, no lo hace menos lunático.
- Y lo más importante, que he echado demasiado en falta: no seamos ingenuos,
como con lo del ósculo santo. Solemos olvidar que la naturaleza humana, y su
rasgo más conspicuo, la inteligencia, están completamente dominados por el arte
de la mentira. Ésta, mucho más que las alucinaciones o las confusiones, está
presente en todos los momentos y facetas de nuestras vidas. Es decir, hubo una
mala intención en los seguidores de Jesús, en los evangelistas, en los
copistas, en los cristianos primitivos y posteriores, todos los cuales, sin
excepción, reincidiendo una y otra vez, perfectamente sabedores de lo que
hacían, fueron de todo menos santos: odiaron mucho más que amaron, atemorizaron,
fantasearon, inventaron, omitieron, pospusieron, remodelaron, adulteraron,
mintieron, engañaron, timaron.
José Antonio Castilla Gómez
sphakteria@yahoo.es
Saludos.
ResponderEliminarSabido es que en los tiempos de Jesús la magia, el exorcismo era muy común. Por lo que le requerían posiblemente algo más contundente para aceptar lo como el enviado de Dios. Aunque el Mesías como tal, no tenía que hacer milagro, sino mostrar su poder de conquista sobre el pueblo, en este caso sobre los romanos. Acusarlo de hacer sus obras bajo el poder de Beelzebu, posiblemente no eran tan extraordinario como para aceptarlo como el Mesías. Por lo que entonces, milagros como curar leprosos, tullidos, ciegos, resucitar como a Lázaro en posible putrefacción y que supuestamente fue un acto glorioso, y otros más, demuestran que nunca fueron realizado. Son relato puestos por los cristianos posteriormente. Considerarlo como un loco por la familia demuestra que no hubo tales milagros. De hecho, considero que, por ejemplo, si la resucitación de Lázaro hubiese sido cierta, ¿por qué Pablo no la utilizó como argumento evidente y cierto en sus discusiones con los saduceos? Ni siquiera los demás escritores de las epístolas, ni los padres apostólicos hacen mención de la resurrección de Lázaro. Creo que fue Ireneo hace alguna mención superficial y nadie más. Es inconcebible que tales actos milagrosos no hicieran en sus discípulos y espectadores hombres de una fe inquebrantable y anunciaran a Jesús sin ninguna duda, el Mesías enviado por Dios. En realidad el pueblo lo rechazó como su profeta y Mesías. Bien lo dice Juan: “a los suyo vino y los rechazaron”. El texto famoso de Juan 3:16, es imposible que Jesús lo haya dicho, pues nunca se observa en su predicación dirigirse al mundo pagano o gentil.
Saludos.
ResponderEliminarDisculpe la molestia, para hacer algunas preguntas, para mí inquietantes.
¿Por qué Pablo en su conversión va a Arabia y no a Jerusalén, cuna del judeocristianismo y donde debían estar los apóstoles? Dice que “no consulto en seguida con carne y sangre” ¿Qué escuela mística o cristiana existía en Arabia para dicha época? ¿Qué libros hebraicos pudo consultar en dicho lugar? ¿Por qué no va primero a los apóstoles quienes son los preparados para su iniciación? Son la fuente original, ¿Por qué nunca los aceptó? Pablo estuvo con Pedro. ¿Por qué no hubo comunicación con los demás? Es tan obvio su rechazo a los apóstoles. ¿Son 3 años suficientes para el haber formulado su propia teología?
En su conversión, ¿fue primero a Arabia o a Damasco? Pues en Hch. 9:8 dice que lo metieron en Damasco por 3 días y “en seguida” se ve predicando en las sinagogas de Damasco, en Gálatas que primero fue a Arabia y luego volvió a Damasco.
Es de suponer que la predicación en Damasco según Hch. 9:20-25 es después de los 3 años en Arabia y que luego “vuelve a Damasco”.
Otro tema. Si Marcos está diciendo un hecho en 9:38-41la duda que presento es la siguiente. Los apóstoles se sorprender al enterarse que hay alguien ya predicando en el nombre de su Maestro, pero este no los sigue. La pregunta es, ¿ya había influenciado en otros discípulos Jesús con su predicación tal que ya hay gente predicando y haciendo milagros en su nombre, pero que no es la misma enseñanza que los apóstoles? Es decir, ¿es un “cristianismo” diferenciado al de los apóstoles? Es como si observáramos que ya Jesús había influenciado en otros discípulos y ha comenzado desde un principio varios “cristianismos. Lucas lo repite, pero tengo la sospecha que es un copiado de Marcos, pero con una pequeña variante, pues Marcos dice: “porque no nos sigue” y Lucas dice: “porque no sigue con nosotros”. Es decir, sabe lo mismo que nosotros pero no sigue con nosotros, y Marcos lo presenta como que hay variante en su predicación, “no nos sigue” porque tiene otra variante en las enseñanzas. Solo su opinión. Gracias.
Gracias.
A pesar de que he escrito un libro sobre esto, no puedo considerarme un experto en estos temas, pero trataré de responder el asunto sobre Pablo (sobre el otro asunto, debo consultar los libros).
EliminarPor lo general, cuando las cartas auténticas de pablo y el relato de Hechos están en contradicción, los historiadores prefieren dar crédito a las cartas. De forma tal que, en este caso en particular, probablemente fue primero a Arabia, y luego a Damasco.
No sabemos bien por qué Pablo decidió ir a Arabia, pero hay dos posibles motivos. 1) Para procesar o madurar su visión. Quizás Pablo no estaba tan seguro de lo que vio, y quiso retirarse al desierto a hacer contemplación mística para poder reflexionar sobre lo que vio. 2) Pablo siempre quiso asegurarse de hacer ver a sus seguidores, que él no recibió el mensaje por parte de los apóstolos, sino directamente de Jesús. Si, tras la visión, iba a Jerusalén, había el riesgo de que la gente creyera que el mensaje que él predicaba en realidad venía de los apóstoles. Por eso, prefirió esperar.
Saludos.
EliminarAgradezco el tiempo que me haya dedicado, pues sé que es un profesional muy ocupado.
Comento algo.
Con relación al primer punto, pienso que de ser así Pablo estaría imitando a Jesús de sus 40 días en el desierto para, sea fortalecer su decisión, sus creencia, en fin. Además estamos hablando de 3 años en el desierto, lo que considero algo muy extraño y sobre todo sin tener algunos escritos, escuelas cerca en el cual pueda profundizar y concluir. O sencillamente cambio su experiencia. Me inquieta tal argumento
Con relación al segundo punto, de ser así, entonces Pablo planifico todo, ya sabía en lo que se proponía y obviamente sus ideas al ser diferente su predicación no fue a Jerusalén y dialogar con los apóstoles de su experiencia. Es como si lo hubiese planificado y de ser así ya tenia concebido su “teología”. Comenta usted: “Creyera que el mensaje que él predicaba en realidad venía de los apóstoles”. ¿Cómo lo va a pensar si no sabía todavía su destino? Si aceptamos a Hechos, solo estuvo en Damasco 3 días, es decir no tiene el tiempo suficiente de estructura toda una religión, digamos nueva., y menos si aceptamos a Gálata que dice fue de inmediato a Arabia.
Nuevamente gracias.