Salvador López Arnal ha escrito una
reseña de mi libro La teología ¡vaya
timo! (acá). López empieza por señalar que, frente a asuntos teológicos, yo no
callo, no sigo “el consejo final de Wittgenstein en el Tractatus”. Efectivamente, no callo. Pero, no creo que estoy
desoyendo el consejo que daba Wittgenstein. Este filósofo célebremente decía,
“sobre lo que no se puede hablar, es mejor pasar en silencio”. Pues bien, no es
el caso de la teología. Sobre la teología sí
se puede hablar mucho, y precisamente, lo que se puede decir sobre ella es
que es, como postulaba Borges, una rama de la literatura fantástica. Hay una
cierta tendencia entre agnósticos (como presumo que es el caso de López), de
decir que, sobre doctrinas religiosas, no podemos pronunciarnos ni a favor ni
en contra, y por ende, es mejor callar. Yo discrepo. Las doctrinas religiosas
son contrastables con la evidencia empírica, y ese examen nos dirá si son
aceptables o no. ¿Hay o no hay evidencia de que Dios existe? ¿Hay o no hay
evidencia de que Jesús resucitó? Sobre estas cosas, no es necesario callar;
antes bien, hay que tomarlas muy en serio.
En el libro, yo defiendo la hipótesis
de que somos egoístas. López se opone a este juicio, y postula: “Frans de Waal,
entre muchos otros (Jesús Mosterín, Jorge Riechmann) levantaría la mano y
recordaría el altruismo y la ayuda mutua como ley de muchas especies en señal
de protesta”. Concedo este punto. Es cierto que no somos absolutamente
egoístas, que el altruismo ofreció ventajas en la selección natural, y que por
ende, llevamos genes altruistas. Pero, en estricto sentido, estas conductas
(que el propio de Waal reseña) son egoístas, pues buscan defender a parientes
cercanos con el fin de que se pasen los genes compartidos, o si no, el
altruismo se ofrece con la expectativa de que otros devuelvan el favor. Así
pues, admito que debí haber aclarado mejor esto en el libro, pero sigo
sosteniendo que somos egoístas por naturaleza.
López también me reprocha la forma
en que yo reseño las críticas que Kant hace al argumento ontológico a favor de
la existencia de Dios: “¿es [ésa] la mejor forma de exponer la crítica kantiana
al argumento anselmiano, argumento que, por cierto, ha tenido desarrollos
posteriores en la obra de Leszek Kolakowski y en otros autores de la tradición
analítica?”. Siempre he admitido que el
argumento ontológico es bastante intrigante, y no es tan fácil refutarlo. Y, en
efecto, recientemente, ha recibido algún respaldo entre filósofos (Alvin
Plantinga es otro que viene a la mente). Pero, no creo necesario en un libro
dirigido al lector común, penetrar en las profundidades de un tema tan difícil.
López me etiqueta como “positivista
lógico” de esta manera: “GA expone el criterio de sentido de esa misma
tradición filosófica, la suya, en estos términos: las frases de la ética y la
estética no tienen sentido dado que no son verdaderas o falsas en virtud de su
mero contenido (acaso mejor: por razones formales) ni tampoco tenemos forma de
verificarlas al examinar el mundo. De este modo, “Robar es malo” o “La torre
Eiffel es bella” son proposiciones sin sentido. Tampoco lo son la mayoría de
las proposiciones de la teología aunque algunas tienen posibilidad de
verificación”.
Si bien en el libro expreso simpatía por
los positivistas lógicos, he dejado muy claro que no lo suscribo a plenitud. Y, precisamente, un área en la cual
discrepo de los positivistas lógicos, es respecto a la naturaleza de los
enunciados éticos y estéticos. A diferencia de los positivistas lógicos, yo
opino que frases como “Robar es malo” sí tienen valor de verdad, y no son meras
frases sin sentido. Los positivistas lógicos eran emotivistas, yo no lo soy.
Tal como defendí en mi libro El
posmodernismo ¡vaya timo!, veo en el emotivismo el peligro de que puede
conducir al relativismo. Yo, en cambio, opino que decir “robar es malo” no es
meramente una emoción, sino un hecho objetivo, incluso empíricamente
contrastable. El filósofo y científico Sam Harris ha defendido esta postura, y
a mí me persuade bastante.
En mi libro, yo comento sobre curas guerrilleros.
López me pregunta: “¿Quiénes [son], exactamente?... ¿Quiénes exactamente? ¿Y es
malo que se convirtieran en guerrilleros como fueron guerrilleros los
partisanos europeos en su lucha contra el fascismo y el nazismo o los
ciudadanos chilenos que se levantaron contra la odiosa dictadura de Pinochet?
¿Estará hablando GA de Camilo Torres por ejemplo? ¿Del sacerdote español Manuel
Pérez? ¿Y qué atrocidades cometieron esos guerrilleros que él trata con tanto
desdén?”.
No fue malo que los curas guerrilleros
se unieran a la lucha armada contra el fascismo. Por ello, es aceptable un cura
guerrillero nicaragüense o chileno. Pero, sí fue malo que curas como Torres y
Pérez se convirtieran en guerrilleros contra gobiernos legítimos, como el de
Colombia (tanto Torres como Pérez lucharon en Colombia). Muchas cosas se les
puede reprochar a las oligarquías colombianas, pero los gobiernos colombianos fueron democráticamente electos, y eran
legítimos. A diferencia de Nicaragua o Chile, en Colombia sí había posibilidad
electoral. Esos curas hicieron mal en haber abandonado la opción de las urnas,
y haber abrazado la lucha armada que, algunos años más tarde, se convertiría en
una narcoguerrilla.
Continúa López con sus preguntas:
“¿Apoyaron, además, por si faltara poco, regímenes comunistas totalitarios?
¿Qué regímenes? ¿Qué sistemas políticos totalitarios? ¿Apoyaron la revolución
cubana, el gobierno de la Unidad Popular de Allende? ¿Y eso es malo y
horrible?”. Veo con preocupación que López no considere malo el haber apoyado
la revolución cubana. Cuba sí fue durante varios años una dictadura totalitaria
(el sistema de vigilancia de los llamados “comités” es atroz, y me
entristecería mucho saber que López cree que en Cuba hay elecciones libres,
juicios ajustados a derecho, y libertad de prensa). Y, lamentablemente, ha
habido curas que han apoyado semejante régimen.
López cierra su crítica con un dato
adicional, que no concierne a mi libro, pero que igualmente lo comunica: “Por
cierto: el 2 de septiembre de 1958, unos campesinos guerrilleros, liberales y
comunistas, hicieron llegar una carta al presidente colombiano Alberto Lleras
Camargo. Podía leerse en ella: ”La lucha armada no nos interesa, y estamos
dispuestos a colaborar por todas las vías a nuestro alcance en la empresa
pacificadora que decidió llevar este gobierno”. Entre los firmantes estaba
Manuel Marulanda Vélez. Conocemos la respuesta del gobierno. De aquel y de
muchos otros”.
Ignoraba este dato, pero presumo que
debe ser verdadero (no creo que López sea de los que inventa cosas). Pero,
añado: unos años después, el mismo Marulanda empezó a justificar el cobro del
“impuesto revolucionario” al narcotráfico colombiano, y con su beneplácito, las
FARC se convirtieron en una organización que no combatía por los intereses de
los campesinos y obreros, sino por los intereses de los grandes capos de la
droga. Y, en 2002, Andrés Pastrana extendió a Marulanda la invitación a
negociar la paz. Tirofijo solicitó San Vicente del Caguán como una zona
desmilitarizada (casi del tamaño de Suiza), y Pastrana la concedió. El
resultado de aquello: Marulanda tomó el pelo a Colombia, aprovechó la concesión
de Pastrana para fortalecer el reclutamiento forzoso de adolescentes y el libre
tráfico de cocaína, y las FARC se fortalecieron en ese período, como nunca
antes lo habían hecho. Y, para colmo, mientras trataban de negociar con el
gobierno, los guerrilleros seguían matando civiles. Son datos que deberían
tenerse en consideración, a la hora de evaluar cuán razonable es negociar con
los guerrilleros en La Habana.
Yo no me rebajaría a debatir con alguien que publica en Rebelión ni que hace apología del terrorismo.
ResponderEliminarBueno, es tu tiempo, y lo usarás como mejor consideres sólo que, en mi humilde opinión, "there are bigger fish to fry".
Bueno, según entiendo, López es un pez bastante grande en España. Pero, en todo caso, tuvo la amabilidad de leer mi libro.
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