El reciente caso de Rachel Dolezal, la
mujer blanca norteamericana que fingió por muchos años ser negra, ha dejado a
mucha gente perpleja. ¿Por qué una mujer, que procede de una acomodada posición
social, fingiría ser miembro de un grupo étnico oprimido?
A mí, en cambio, no me dejó tan
perplejo, por una razón muy sencilla: los negros norteamericanos no están tan
oprimidos como se cree, y de hecho, si se hacen algunas manipulaciones (como
las hizo Dolezal), se le puede sacar mucha ventaja a ser negro.
Hay en EE.UU. un enorme sentimiento de
culpa entre los blancos. Esto contribuyó significativamente a la elección de
Obama: el electorado blanco quería quitarse de sus hombros el legado histórico
de la esclavitud y las leyes de segregación racial. Pero, hay mucho más: desde
hace algunas décadas, se han adelantado programas de acción afirmativa que discriminan
a favor de los negros en varias áreas de la vida social, pero en particular, en
el sector académico. No extraña que Dolezal hiciera carrera en el mundo
universitario: evidentemente, supo sacar provecho a su condición de negra.
Y, también hay una mística del negro.
Los blancos norteamericanos han tenido una fascinación estética con la cultura
de los negros, desde Elvis Presley hasta Eminem. Ser negro es cool, sexualmente atractivo, etc. Por
supuesto, entre los propios negros, los más atractivos son los menos oscuros,
pero insisto, al público norteamericano en general, siente fascinación por los
individuos que son clasificados como “negros”, pero que no tengan la piel tan
oscura. Sospecho que ésa es la clave del éxito de Beyoncé, y sospecho que es
uno de los motivos que condujeron a Dolezal a broncearse, hacerse un afro, y
asumir la identidad negra.
De forma tal que, sí, es cierto que hay
algunos policías blancos que ejercen violencia policial contra negros (yo,
francamente, no veo esto como racismo; lo veo sencillamente como brutalidad,
pero no contra un grupo racial específico, pues hay plenitud de casos de
víctimas blancas de brutalidad policial, y además, el número de negros que
asesina a blancos en EE.UU., es mucho mayor que el número de blancos que
asesina a negros). Los primeros cristianos fueron enviados a los leones en el
circo. Pero, hoy cualquier historiador sensato advertiría que la persecución de
cristianos en los primeros siglos no fue tan intensa, y que operó más bien un
complejo de mártir y victimismo. Algo similar sucede con los negros de EE.UU.
En todo caso, Dolezal no es la primera
persona que, de forma fraudulenta, alega ser parte de un grupo oprimido. Tania
Head, por ejemplo, fue una española que alegó haber sido víctima de los
atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York; luego se descubrió que
todo aquello fue falso.
Esto ha sido mucho más frecuente con los
judíos. Ha habido plenitud de gente que ha inventado crónicas como víctimas del
Holocausto. Norman Finkelstein célebremente las denunció en su vehemente libro La industria del holocausto. Hoy, no
sólo da prestigio académico y social ser judío (y descender de víctimas del holocausto),
sino que, financieramente, ha sido provechoso para algunos (muchos de los
cuales no son descendientes reales de víctimas del Holocausto, como denuncia
Finkelstein), debido a las compensaciones que se pagan. Pues bien, así como existe
una industria del Holocausto, en EE.UU. empieza a aparecer una industria del victimismo
racial. Eso explica por qué muchos líderes negros norteamericanos exageran en
sus discursos la intensidad de la opresión.
Alegar ser víctima, entonces, tiene hoy
muchos privilegios en Occidente. Nadie quisiera ser parte de un colectivo de
víctimas en China o en Arabia Saudita, pero sí es una opción muy rentable en
Occidente. ¿A qué se debe eso? ¿Por qué prospera el victimismo en nuestra
civilización? Los filósofos Friederich Nietzsche y René Girard atribuyen este
fenómeno a la religión cristiana: mientras que muchas religiones tienen valores
marciales, el cristianismo fue la principal religión en enfatizar la compasión
por las víctimas. A juicio de Nietzsche, esto es una degradación; en cambio, a
juicio de Girard, esto es prueba de que el cristianismo es una religión
divinamente inspirada.
En esta disputa entre Nietzsche y
Girard, yo simpatizo más con el segundo. Estoy dispuesto a reconocer que, allí
donde muchas religiones celebran la violencia y se colocan del lado de los
agresores, el cristianismo ofreció un aspecto muy positivo en su simpatía por
las víctimas (aunque eso no implica que el cristianismo sea una religión
divinamente inspirada, y además, opino que Girard pinta con colores muy rosa al
cristianismo).
Pero, puedo también conceder a Nietzsche
que la defensa de las víctimas puede desvirtuarse a tal nivel, que cultiva el
victimismo. El haber sido víctima de injusticias en el pasado puede hoy
convertirse en una ventaja para los descendientes de aquellas víctimas. Así,
todos queremos ser víctimas. Y eso permite entender mucho mejor la decisión de
Rachel Dolezal.
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