martes, 23 de junio de 2015

¿Por qué una mujer blanca querría ser negra?



El reciente caso de Rachel Dolezal, la mujer blanca norteamericana que fingió por muchos años ser negra, ha dejado a mucha gente perpleja. ¿Por qué una mujer, que procede de una acomodada posición social, fingiría ser miembro de un grupo étnico oprimido?
A mí, en cambio, no me dejó tan perplejo, por una razón muy sencilla: los negros norteamericanos no están tan oprimidos como se cree, y de hecho, si se hacen algunas manipulaciones (como las hizo Dolezal), se le puede sacar mucha ventaja a ser negro.

Hay en EE.UU. un enorme sentimiento de culpa entre los blancos. Esto contribuyó significativamente a la elección de Obama: el electorado blanco quería quitarse de sus hombros el legado histórico de la esclavitud y las leyes de segregación racial. Pero, hay mucho más: desde hace algunas décadas, se han adelantado programas de acción afirmativa que discriminan a favor de los negros en varias áreas de la vida social, pero en particular, en el sector académico. No extraña que Dolezal hiciera carrera en el mundo universitario: evidentemente, supo sacar provecho a su condición de negra.
Y, también hay una mística del negro. Los blancos norteamericanos han tenido una fascinación estética con la cultura de los negros, desde Elvis Presley hasta Eminem. Ser negro es cool, sexualmente atractivo, etc. Por supuesto, entre los propios negros, los más atractivos son los menos oscuros, pero insisto, al público norteamericano en general, siente fascinación por los individuos que son clasificados como “negros”, pero que no tengan la piel tan oscura. Sospecho que ésa es la clave del éxito de Beyoncé, y sospecho que es uno de los motivos que condujeron a Dolezal a broncearse, hacerse un afro, y asumir la identidad negra.
De forma tal que, sí, es cierto que hay algunos policías blancos que ejercen violencia policial contra negros (yo, francamente, no veo esto como racismo; lo veo sencillamente como brutalidad, pero no contra un grupo racial específico, pues hay plenitud de casos de víctimas blancas de brutalidad policial, y además, el número de negros que asesina a blancos en EE.UU., es mucho mayor que el número de blancos que asesina a negros). Los primeros cristianos fueron enviados a los leones en el circo. Pero, hoy cualquier historiador sensato advertiría que la persecución de cristianos en los primeros siglos no fue tan intensa, y que operó más bien un complejo de mártir y victimismo. Algo similar sucede con los negros de EE.UU.
En todo caso, Dolezal no es la primera persona que, de forma fraudulenta, alega ser parte de un grupo oprimido. Tania Head, por ejemplo, fue una española que alegó haber sido víctima de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York; luego se descubrió que todo aquello fue falso.
Esto ha sido mucho más frecuente con los judíos. Ha habido plenitud de gente que ha inventado crónicas como víctimas del Holocausto. Norman Finkelstein célebremente las denunció en su vehemente libro La industria del holocausto. Hoy, no sólo da prestigio académico y social ser judío (y descender de víctimas del holocausto), sino que, financieramente, ha sido provechoso para algunos (muchos de los cuales no son descendientes reales de víctimas del Holocausto, como denuncia Finkelstein), debido a las compensaciones que se pagan. Pues bien, así como existe una industria del Holocausto, en EE.UU. empieza a aparecer una industria del victimismo racial. Eso explica por qué muchos líderes negros norteamericanos exageran en sus discursos la intensidad de la opresión.
Alegar ser víctima, entonces, tiene hoy muchos privilegios en Occidente. Nadie quisiera ser parte de un colectivo de víctimas en China o en Arabia Saudita, pero sí es una opción muy rentable en Occidente. ¿A qué se debe eso? ¿Por qué prospera el victimismo en nuestra civilización? Los filósofos Friederich Nietzsche y René Girard atribuyen este fenómeno a la religión cristiana: mientras que muchas religiones tienen valores marciales, el cristianismo fue la principal religión en enfatizar la compasión por las víctimas. A juicio de Nietzsche, esto es una degradación; en cambio, a juicio de Girard, esto es prueba de que el cristianismo es una religión divinamente inspirada.
En esta disputa entre Nietzsche y Girard, yo simpatizo más con el segundo. Estoy dispuesto a reconocer que, allí donde muchas religiones celebran la violencia y se colocan del lado de los agresores, el cristianismo ofreció un aspecto muy positivo en su simpatía por las víctimas (aunque eso no implica que el cristianismo sea una religión divinamente inspirada, y además, opino que Girard pinta con colores muy rosa al cristianismo).
Pero, puedo también conceder a Nietzsche que la defensa de las víctimas puede desvirtuarse a tal nivel, que cultiva el victimismo. El haber sido víctima de injusticias en el pasado puede hoy convertirse en una ventaja para los descendientes de aquellas víctimas. Así, todos queremos ser víctimas. Y eso permite entender mucho mejor la decisión de Rachel Dolezal.

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