La
crítica al capitalismo empezó por atacar la forma en que este sistema
supuestamente empobrecía a las masas. Ciertamente ésta es una crítica legítima,
pero en vista de que en muchos países capitalistas las masas no se empobrecían, los críticos
cambiaron de estrategia. Optaron más bien por dejar de lado los reproches
económicos, y hacer reproches culturales. Así, los críticos atacaron el estilo
de vida consumista propiciado por el capitalismo.
Hoy
el consumismo se ha convertido en el gran culpable de los males que vive la
sociedad. Y, ciertamente, el consumismo merece muchos reproches. La crisis
ecológica por la cual atravesamos es una bomba de tiempo, y si no se modera el
consumo y se toman medidas correctivas, pronto podríamos vivir momentos
apocalípticos. Pero, el consumismo es también un chivo expiatorio. No me
propongo defender irrestrictamente el consumismo, pero sí despojarlo del manto
de satanización con que se la ha cubierto desde que la Escuela de Frankfurt se
empezó a obsesionar con él.
En
primer lugar, es falso que las grandes corporaciones tengan el poder de
imponernos “necesidades falsas”, como las llamó Hebert Marcuse. Definir una “necesidad
falsa” es muy difícil, pues corremos el riesgo de quedar desnudos y
desprovistos de cualquier comodidad bajo el argumento de que en realidad no la
necesitamos (escribo sobre esto acá). Pero, además, hay plenitud de datos que
nos permiten suponer que muchos de nuestros hábitos consumistas tienen una
firme base biológica. Gad Saad y Geoffrey Miller, por ejemplo, han realizado
sendos estudios que analizan las bases biológicas del consumismo.
Mencionaré
un ejemplo muy sencillo: ¿por qué consumimos tanta azúcar? ¿Se debe a que la
perversa Hersheys o Milki Way nos impone el deseo de consumir azúcar con su
mercadeo? No: es más probable que tengamos un gen que nos impulse a consumir
azúcar cada vez que podamos, puesto que en la sabana africana desprovista de fuentes
calóricas, sobrevivían en mayor proporción aquellos homínidos que tuvieran un
gen que los condujera a consumir más azúcar.
Hersheys
puede, a lo sumo, explotar esta
tendencia con bases biológicas, pero nunca crear de la nada esta necesidad. Por
más que se haga mercadeo masivo, Hersheys nunca podrá persuadirnos de comer
estiércol empaquetado, precisamente porque tenemos un gen que nos hace sentir
repulsión por el estiércol (a diferencia de, por ejemplo, las moscas). Pues
bien, lo mismo que con el consumo de azúcar, el consumo de muchísimas otras
mercancías (desde teléfonos celulares hasta reality
shows) tiene una base biológica.
Nada
de esto implica que las grandes corporaciones tengan plena licencia moral para
inducirnos al consumo. Pero, sí debe servir como atenuante, y hacernos admitir
que nosotros los consumidores no somos meras ovejas que van al matadero, sino
que también tenemos responsabilidad en esto, y que las corporaciones
sencillamente nos dan lo que nosotros mismos deseamos.
En
segundo lugar, el consumismo cumple funciones sociales que los críticos
pretenden negarle. Los gurús de la Escuela de Frankfurt solían ver al
consumismo como el monstruo que convierte todo en mercancía, y que deshumaniza
a la sociedad con sus relaciones comerciales. En continuidad con lo que
argumentaba Marx, muchos de estos gurús se quejan de que el consumismo lleva al
paroxismo el “fetiche de la mercancía”, y erosiona las relaciones sociales.
Pero,
ésta es una crítica injusta. Tal como lo ha señalado el teórico James
Twitchell, el consumismo cumple la importante función de construir identidades
sociales y dar sentido a la vida del consumidor. El consumidor común sabe que
no está comprando unas meras zapatillas para caminar, sino un artefacto que le
permite inscribirse en un grupo de amigos que comparte el mismo logo. Al comprar
un “estilo de vida”, el consumidor encuentra sentido a la acción social. Lejos
de promover la alienación y alejarlo de sus pares, el consumidor utiliza la
mercancía para acercarse a los demás. La afición al Real Madrid o el amor por
el Mercedes Benz no aliena tanto como une al aficionado con otros como él.
Los arcos dorados de McDonalds o la manzanita
de Mac son en buena medida la versión contemporánea del escudo de armas o el
emblema totémico de épocas pasadas. Marx llamó a la fascinación por estas
mercancías “fetichismo”. Ciertamente, a simple vista, es irracional sentir
tanta devoción por un pedazo de mercancía. Pero, hipócritamente, los gurús de
la Escuela de Frankfurt y otros críticos del capitalismo sólo atacan el
fetichismo de la mercancía, sin atacar el fetichismo religioso. Y, analizado
con mayor rigor, no hay diferencia sustancial entre uno y otro fetichismo. Los
caballeros y peregrinos medievales tuvieron un cuidado obsesivo (o sea, un
fetiche) en la preservación de reliquias (una primera forma de mercancía); uno
de los motivos de este fetichismo de reliquias era precisamente la forma en que
el objeto religioso propiciaba la identidad social en distintas cofradías.
En
tercer lugar, si bien el consumismo nos coloca hoy en una crisis ecológica,
históricamente tuvo una función fundamental en la mejora de nuestras
condiciones de vida. Virtualmente todos los historiadores respetables estarán
de acuerdo en que la industrialización ha propiciado una mejora significativa
en las condiciones de vida de la especie humana. La ingesta de calorías o la
esperanza de vida en el siglo XV eran muy inferiores a los índices actuales.
Hubo
varios motivos que impulsaron la aparición de la sociedad industrial moderna en
la Europa del siglo XVIII. El historiador Niall Ferguson ha destacado varios
factores que expliquen este fenómeno, y curiosamente, el consumismo es uno de
ellos. Al imbuirse de vanidad acumulativa, el consumidor presionó el aumento de
la producción. Y, al aumentar la producción, eso condujo a mejoras
significativas en la calidad de vida. La industrialización no sólo produjo las
mercancías para satisfacer las vanidades de los consumidores, sino también para
satisfacer las necesidades básicas que la sociedad agraria no podía cubrir. El
consumismo ciertamente propició la producción de mercancías absolutamente
innecesarias. Pero, una vez que activó el ímpetu productor de esta chatarra, hizo
que, como residuo de la producción, también se cubrieran las necesidades básicas.
Es previsible que, sin consumismo, el aparato de la producción industrial se
detenga, y sin este aparato, regresemos a las pésimas condiciones de vida de la
era pre-industrial.
El consumismo nos acecha, y ciertamente, el
planeta no aguanta el ritmo actual de producción industrial. También el
consumismo genera esquizofrenias, depresiones, y tantas otras insatisfacciones.
Pero, antes de rasgarnos las vestiduras en su contra, debemos entender que el
consumismo cumple algunas funciones sociales importantes; y además, forma parte
de la naturaleza humana, y en ese sentido, no es alienante (o al menos no en el
sentido en que típicamente se le reprocha). Para poder moderar el consumismo,
debemos reconocer su verdadera naturaleza.
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ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, hay que mirar los aspectos positivos del capitalismo y el consumismo. Somos animales simbólicos y necesitamos aspirar a actividades que vayan más allá de las funciones vegetativas, locomotoras y similares. Pero es que además yo no concibo la vida humana sin consumismo. Quiero decir que no conozco ninguna sociedad en la que no exista la tendencia a consumir todo lo que tus ingresos te permitan. Supongo que en los países comunistas como Cuba o la antigua URSS no hay o había mucho consumo por persona, pero no creo que se deba a ninguna mentalidad, sino a la imposibilidad de acceder a ciertos bienes superfluos. Además, no creo que en esos países los más acaudalados (porque los había y los hay) se priven de tener casas lujosas, coches, yates y demás cosas.
ResponderEliminarSí, con todo, yo creo que frente a la amenaza ecológica que tenemos encima, sí deberíamos plantearnos una reducción global del consumo.
EliminarMe callaría la siguiente opinión en otro foro, pero dado que el tuyo es el paradigma de la erística al más genuino estilo sofístico, voy a soltarla: en mi opinión se exagera con respecto a las amenazas ecológicas, y, como dijo Mulet en una de tus entrevistas, buena culpa de ello la tienen los grupos ecologistas, que viven de (literalmente, se mantienen con) su alarmismo. El planeta ha aguantado todo lo que la naturaleza y el universo le han echado durando eones, y ha visto cómo se ha extinguido más del 99% de las especies que lo han poblado (actualmente existen millones por descubrir, y cada día se descubre varias), y también ha visto cómo se ha helado casi por completo varias veces durante millones de años, así que lo siento, pero no me creo que ahora de repente se encuentre al borde del precipicio.
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