En
el mundo latinoamericano no estamos tan familiarizados con una serie de
personajes norteamericanos que, bajo cualquier óptica, resultan repugnantes. Se
trata de la llamada “derecha religiosa norteamericana”. Este grupo, encabezado
por figuras como Billy Graham, Pat Robertson, o el ya difunto Jerry Falwell,
proceden de iglesias evangélicas fundamentalistas. Si bien sus teologías son
variadas entre sí, comparten como base una firme expectativa apocalíptica. A su
criterio, el mundo está próximo a acabarse, y hay que tomar las previsiones.
Hal
Lindsey, un autor de libros en la década de los setenta, popularizó la idea de
que el libro de Revelación ya ha
anticipado con detalle cómo será el fin del mundo, y Lindsey se dio a la tarea
de identificar a algunas figuras del libro de Revelación, con varios personajes de la geopolítica internacional.
Más recientemente, los novelistas Tim LaHaye y Jerry Jenkins produjeron una
serie de best sellers, en los cuales
se narran las aventuras de algunos cristianos no muy virtuosos (los más
virtuosos han sido arrebatados por Dios para ahorrarles el sufrimiento) durante
los tiempos de la tribulación y la aparición del Anticristo.
Esta
manera de ver el mundo no sería preocupante si no fuera por sus implicaciones
políticas. Todos estos fundamentalistas opinan que, si la sociedad moderna
sigue con sus ‘perversidades’ (secularización, homosexualidad, aborto, etc.),
Dios la juzgará severamente. Pero, de forma más preocupante, la derecha
religiosa cree que tiene el poder de acelerar la llegada de Cristo. No conviene
alcanzar la paz mundial; al contrario, si propiciamos las guerras, eso
acelerará la batalla final apocalíptica, y así Cristo regresará para instaurar
el milenio de paz y prosperidad. Además, para que Cristo regrese, las tribus de
Israel deben reconstituirse, y por ello, urge favorecer la expansión del actual
Estado de Israel, sin importar si eso encenderá la mecha del conflicto en el
Medio Oriente.
Con
justa razón, los cristianos más moderados de distintas denominaciones opinan
que estos grupos evangélicos son muy peligrosos, y que su obsesión con el apocalipsis
tiene el potencial de propiciar guerras devastadoras. Los cristianos más
progresistas prefieren bajar el tono a los componentes apocalípticos de su religión,
y enaltecer mucho más el mensaje ético que dejó el maestro Jesús. Para estos
moderados, Jesús es más afín a Gandhi, Martin Luther King o Mandela.
Pero,
pretender esto es engañarse. Un examen de la evidencia histórica revelará que
el mensaje de Jesús es más parecido al de los evangélicos obsesionados con el
apocalipsis, que al de los teólogos liberales que enfatizan la acción social y
un mensaje moderado de paz y amor.
Jesús
apareció en un contexto de muchísima expectativa apocalíptica. Durante siglo y
medio antes de su nacimiento, los judíos habían estado enfrentando a opresores
extranjeros. Frente a aquella desesperación, empezó a pulular la idea de que, muy
pronto, Dios intervendría abruptamente en medio de cataclismos y eventos
espectaculares para poner fin a la opresión, restituiría las tribus de Israel,
e inauguraría una era de dicha y prosperidad. Los judíos debían prepararse para
la llegada abrupta del Reino de Dios, pero habría que confiar en la acción de
Dios; en otras palabras, no sería necesaria la acción humana para adelantar la
llegada del Reino.
Muy
probablemente Jesús fue discípulo de Juan el Bautista, y éste fue un predicador
apocalíptico. Después de la muerte de Jesús, sus discípulos dieron claras
muestras de tener expectativas de que el mundo llegaría a su fin en cualquier
momento. Pablo, sobre todo en su correspondencia epistolar con los
tesalonicenses, da muestras de tener la convicción de que muy pronto llegaría
el fin.
Si
el maestro de Jesús era un predicador apocalíptico, y sus seguidores
continuaron con este mensaje, entonces tiene pleno sentido asumir que el propio
Jesús era también un predicador apocalíptico que anunciaba, a la manera de
Falwell y Robertson, el fin del mundo. Hay, de hecho, varios pasajes en los
evangelios que exhiben una intensa expectativa del apocalipsis inminente. El
discurso en Marcos 13 (llamado el ‘pequeño
apocalipsis) es el más emblemático. A diferencia de algunos predicadores más
recientes (como Edgar Whisenant, quien ofreció 88 razones por las cuales el arrebatamiento
ocurriría en 1988), Jesús no le puso fecha al fin del mundo. Pero, dejó muy
claro que los eventos apocalípticos ocurrirían antes de que su generación
pasara (Marcos 13: 30 y paralelos).
Por
supuesto, acá estamos, y el apocalipsis no ha llegado. Pero, como suele ocurrir
con los movimientos apocalípticos, el fracaso de la predicción no implica el
fin del movimiento. Lo más habitual consiste en reacomodar el mensaje religioso
para intentar salvaguardar la predicción original. De hecho, así pasó con
Jesús: en vista de que las predicciones de Jesús no se materializaban, los
posteriores cristianos fueron moderando su prédica apocalíptica, y esto se
refleja en la progresión diacrónica de los textos: los más tempranos, como I Tesalonicenses o Marcos, son los textos más apocalípticos; los más tardíos, como Juan, ya casi no tienen contenido
apocalíptico.
En
vista de todo esto, me parece que debemos ser más consistentes en nuestros juicios.
Y, así como estamos dispuestos a considerar que Pat Robertson o Jerry Falwell
son personajes peligrosísimos en virtud de sus obsesiones apocalípticas,
debemos también reconocer que el mensaje de un predicador apocalíptico del
siglo I no tiene mucho que ofrecernos hoy.
Hoy
es habitual intentar resolver problemas haciéndose la pregunta, “¿Qué haría
Jesús?”. Me parece que es una pregunta estéril. Jesús haría lo que cualquier
creyente en la inminencia del fin del mundo haría. Aquellos moderados que
quieren rescatar el mensaje ético de Jesús participan de una terrible ilusión. El
mensaje ético de Jesús no puede desvincularse de su idea apocalíptica, y por
ello, no nos sirve de mucho. Es prácticamente imposible vivir bajo las
directrices del sermón de la montaña. Entregar la otra mejilla es casi un acto suicida; vender las propiedades o abandonar a la familia para acompañar a un maestro es un arrebato irracional.
La
ética de Jesús es apocalíptica, en tanto sus directrices cobran sentido sólo si
se opera bajo la premisa de que el mundo está próximo a acabarse. Si el mundo
se va a acabar muy pronto, y ya Dios intervendrá para poner fin a la opresión,
no tiene sentido ofrecer resistencia, o seguir acumulando bienes mediante el trabajo, o cultivar las relaciones familiares. Ante la inminencia del fin, tiene pleno
sentido entregar la otra mejilla; de nada servirá resistir a un opresor que ya
pronto Dios exterminará. El mensaje ético de Jesús invoca el corto plazo: es una
ética transitoria, mientras llega el Reino de Dios.
Pero,
en vista de que el mundo no se ha acabado, y no tenemos expectativa de que se
vaya a acabar en los tiempos más próximos, debemos plantearnos una ética que
nos permita encontrar soluciones firmes y de largo alcance a los problemas que
enfrenta la humanidad. Seguir el mensaje ético de Jesús es similar a seguir las
directrices desquiciadas de Pat Robertson o Jerry Falwell. A estos
fundamentalistas apocalípticos debemos reconocerles que ellos están más cerca
del Jesús histórico. Y, precisamente porque estos personajes nos repugnan,
deberíamos comprender que Jesús es una figura que, en su contexto apocalíptico,
pudo ser digna de admiración, pero que tiene poco que ofrecer al hombre del
siglo XXI.
Cierto lo que dices de los reajustes neotestamentarios en relación con el fin del mundo, y muy sintomático de cómo los evangelios no tienen porq ué responder a ninguna realidad histórica, salvo las probables según el criterio de vergüenza que decías.
ResponderEliminarDe todos modos, los mensajes apocalípticos fueron retomados muy pronto. A mediados del siglo II, Montano de Frigia, que se había autoproclamado Paráclito, profetizó el comienzo de una nueva era, incitando a los cristianos a abandonarlo todo y a congregarse en Frigia a la espera de la Parusía de Cristo. El gran éxito de esta herejía, similar al de las otras, es fiel reflejo del entusiasmo con que las primitivas comunidades cristianas aguardaban la inminente venida del Señor.