Oigo por doquier la queja de que el
1% de la población mundial es propietaria del 99% de la riqueza (o una cifra
parecida). El movimiento de los indignados, originario de España, no tardó en
cruzar el Atlántico, y asentarse en New York, bajo el nombre “Occupy
Wallstreet”. Y, este movimiento de jóvenes formuló la consigna “We are the 99%”, en clara alusión a la
cifra sobre la repartición de la riqueza en el mundo.
Quien enuncia la estadística
pretende valerse de una figura literaria: la conclusión no enunciada (o, en la
jerga filosófica, una forma de ‘entimema’). Se parte de la premisa de que en el
mundo hay una gran desigualdad, y a partir de eso, aparentemente deja que el
lector llegue a la conclusión de que esto es una gran injusticia. Pero, deseo
retar esto. El hecho de que el 1% de la población mundial sea propietaria del
99% de la riqueza no es
intrínsecamente injusto. Si acaso existe tal injusticia, estará en la forma en
que el 1% llegó a apropiarse del 99% de la riqueza. Pero, si el 1% llegó por
vía legítima a esa acumulación, no hay
nada que objetar.
El filósofo Robert Nozick ha
formalizado los principios por los cuales una propiedad puede considerarse
legítimamente habida. Según Nozick,
puedo considerarme propietario de algo si se cumplen dos condiciones básicas.
La primera, es que haya justicia en la adquisición original del bien, y en
esto, Nozick sigue de cerca la doctrina de Locke: al mezclar mi trabajo con un
recurso natural (y previendo que no ejerza un monopolio de ese recurso
natural), la mercancía resultante es legítimamente mía. La segunda, es que haya
justicia en la transacción de la propiedad, y bajo esto, Nozick postula que las
transferencias deben ser consensuadas y los participantes deben tener un
conocimiento razonable de lo que están haciendo. Si, al cumplirse estas dos
condiciones, se desemboca en un estado de gran desigualdad, Nozick sostiene que
debemos aceptarlo. No es reprochable que Bill Gates sea un magnate a la vez que
haya pordioseros en la calle, siempre y cuando la propiedad de Bill Gates haya
sido acumulada teniendo en cuenta esos dos principios básicos.
Como
siempre, en los debates sobre la igualdad, la analogía con el deporte es muy
ilustrativa. Menos del 1% de los países del mundo acumula el 100% de las copas
del mundial de fútbol. ¿Debe la
FIFA, en honor a la justicia y la igualdad, despojar a Brasil
de una de sus cinco copas, y dársela a Bangladesh, para equilibrar el reparto
de las glorias deportivas en el mundo? Por supuesto que no. El trabajo de la FIFA consiste en asegurarse
de que todos los países del mundo lleguen al mundial de fútbol con las mismas
oportunidades, y que quien gane el mundial, lo haga sin trampas. Si, al
asegurar el fair play, unos países
resultan más dominantes que otros, la
FIFA no pretende inmiscuirse en esto. La FIFA promueve igualdad de
oportunidades, pero no igualdad de
condiciones.
El hecho de que menos del 1%
de los países del mundo acumulan el 100% de las copas del mundial sería
objetable sólo si los campeones se valieron de tácticas ilícitas. En ese
escenario, no habría habido igualdad de oportunidades. Pero, si se respetó la
igualdad de oportunidades, entonces el resultado al final de la competencia
debe respetarse. Es por ello que debe defenderse la igualdad de oportunidades,
pero no la igualdad de condiciones (debe admitirse que, aun con el fair play, unos equipos terminaron mejor
posicionados que otros).
Por supuesto, es previsible
que el 1% que acapara el 99% de la riqueza mundial no haya cumplido las dos
condiciones estipuladas por Nozick. Seguramente, muchos miembros de ese 1% son
descendientes de algún conquistador o bandolero que, algunas generaciones
atrás, depredó ilícitamente la propiedad de otro, y se la dejó en herencia a su
descendencia. Es sano y oportuno hacer una revisión sobre cómo el 1% obtuvo esa
propiedad, y si se valieron de mecanismos no consensuados, entonces sí hay
lugar para alzar la voz en protesta. Pero, seguir repitiendo el cliché de que
el 1% acapara el 99% de la riqueza, como si eso fuera intrínsicamente injusto,
es una terrible muestra de pereza intelectual (más propia de los adolescentes
aburridos en las plazas de Madrid y New York, que de personas que realmente
piensan analíticamente las cosas). Y, con esa pereza intelectual, los
indignados quedan vulnerables ante las críticas.
No digo que no esté de acuerdo (aunque tampoco lo contrario, pues estoy contrastando argumentos), pero ¿sabes por qué Locke sostenía que uno puede considerar el legitimo propietario de un recurso al "mezclarlo" con su trabajo, en tanto no lo acapare? ¿Por qué la acaparación modifica la cuestión? ¿Nozick prescinde de esta condición? Así mismo, teniendo en cuenta que, técnicamente, todos los recursos son escasos (salvo los llamados "bienes libres", como el aire), ¿no lleva ello necesariamente a que estos sean acaparados y, en consecuencia, a que por ello se busque que no tengan propietarios individuales?
ResponderEliminar1. Supongo que Locke diría algo así: la acaparición del recurso natural despoja de igualdad de oportunidades a la gente. Con nuestro trabajo, todos tenemos la oportunidad de generar propiedad. Pero, si yo me apropio de un manantial, y no dejo que nadie más tome agua, estoy despojando de oportunidad a la otra gente para desarrollar su propiedad. Yo puedo tomar parte del manantial y si añado trabajo a ese manantial (por ejemplo, embotellar el agua), entonces sí lo puedo considerar mi propiedad; pero debo asegurarme de que la otra gente tenga también acceso a ese manantial.
Eliminar2. Nozick NO prescinde de esa condición. Él postula que, para que la propiedad sea legítimamente habida, se debió haber cumplido con el requisito de no haber acaparado el recurso natural.
3. Los recursos naturales son efectivamente escasos. Estos recursos naturales pueden convertirse en propiedad, si y sólo si: 1) se le añade trabajo; 2) se permita que otra gente también tenga acceso al recurso natural no mezclado con el trabajo.
No sólo es pereza intelectual. Por proximidad (vivo muy cerca de la Puerta del Sol), he conocido de primera mano el movimiento de los indignados, al que se sumaron personas de mi entorno laboral. Uno de ellos, profesor de Filosofía, falta con regularidad a su puesto de trabajo, según su propia confesión; ahora no tanto, porque el absentismo está ya mejor controlado, pero sí durante meses consecutivos hace unos años, cuando estaba en un instituto tan grande, que resultaba fácil escapar a ese control (ni siquiera aportaba, porque ni se enteraban, justificante de ningún tipo); hace un par de años le dieron como destino un centro muy alejado de su casa (según él, porque el director de su centro de entonces le tenía manía e hizo todo lo posible por que no continuara allí), y me dijo: "Yo no voy a dejar que me fastidien: ya sé qué cara ponerle al médico para que me dé la baja por depresión".
ResponderEliminarOtro, interino de Geografía e Historia, se pidió por enésima vez esa baja, baja de varios meses, durante los cuales tuvo lugar el movimiento de los indignados. Él, que no encontraba fuerzas para dar tres o cuatro clases diarias, sí la encontró para ir al cine y para sumarse a la asamblea de su barrio del movimiento indignado, donde se dedicó a confeccionar pancartas y arengar mucho.
No son dos excepciones, te lo aseguro, porque he trabajado en más de diez institutos durante más de una década. Y no sólo es pereza. Además es morro, porque muchos de esos indignados no sólo no quieren trabajar, sino que les encanta cobrar, y lo hacen a costa de los demás. Su oposición no es al modo en que el 99% de la población ha obtenido su riqueza, sino al hecho de que la posea, sin compartirla con los pobres, con independencia de cómo hayan llegado éstos a serlo. Es su forma de pensar, que aplican también a la educación: no es justo que sólo unos pocos privilegiados logren acabar con éxito el curso y llegar a la universidad, debe haber igualdad de oportunidades para todos y hemos de acabar con la segregación.
No me estoy erigiendo en portavoz de los ricos, porque para empezar, yo no lo soy, y sé que gran parte de los empresarios, si no todos, obtienen sus riquezas mediante engaños y chanchullos.
Me llama la atención eso que cuentas sobre la gente que en cada barrio sale como en una suerte de peña a apoyar a los indignados. ¿Es algo así como la procesión de cada virgen en semana santa, según el barrio de cada persona?
Eliminar¡Ja ja ja, creo que no lo has entendido! No es que sean peñas que "apoyan a", sino los mismos indignados organizados por barrios por cuestiones de comodidad.
ResponderEliminarOrganizados efímeramente, por cierto. En contra de lo que muchos tertulianos suelen afirmar, el movimiento no sirvió para nada (excepto para que algunos ligaran, pero no era ése el propósito... ¿o tal vez sí?), y no sólo eso, ha muerto. Era de prever, dado que:
a) si el movimiento se institucionalizaba, acabaría como partido político, cosa que ellos querían evitar en la idea (acertada, creo yo) de que en él se asentaría la corrupción;
b) si no se institucionalizaba, terminaría desintegrándose, ya que la única fuerza que podría mantenerlo cohesionado sería una suerte de altruismo (trabajar gratis, precsiamente lo opuesto a sus ideales).
Por cierto, los indignados son totalmente alérgicos a la crítica. Su indignación les impide concebir que ellos también pueden ser indignantes, y cuando en mi blog escribí críticas semejantes a las de aquí, todos los que conocía se enfadaron conmigo.