En la escuela
primaria, en una ocasión mi madre me envió erróneamente con el uniforme de
educación física. Naturalmente, fui el hazmerreír de mis compañeritos ese día,
y las burlas fueron muy crueles. En mi desesperación, creció en mí la fantasía
de que un tío que trabajaba cerca de mi colegio, me viniese a buscar y me
rescatara de aquella tortura. Por supuesto, mi fantasía no se cumplió, y tuve
que aguantar el suplicio el día entero.
La mentalidad
infantil es proclive a tener estas fantasías de rescate. Los niños no están
preparados psicológicamente para enfrentar situaciones difíciles, y supongo que
un mecanismo de defensa es imaginar la llegada abrupta de un salvador. Supongo
también que el reflejo infantil de levantar las manos para que el adulto cargue
al niño, obedece también a esta tendencia: se busca la protección y la
intervención del adulto para rescatar al niño del peligro.
Ahora bien, no me
parece meramente casual que el mismo reflejo de alzar las manos para solicitar
ser rescatado predomine también en la experiencia religiosa: basta observar una
sesión de evangélicos que frenéticamente levantan los brazos. El feligrés actúa
en buena medida como un niño que solicita a un padre, Dios, que intervenga y se
lleve a sus hijos de este mundo cruel e infeliz.
Muchas
manifestaciones religiosas incorporan estas ideas. Incluso, la ufología de
tiempos recientes ha también explotado la idea de que los extraterrestres
llegan para llevarse a los terrícolas, y mucha gente inconforme con este mundo,
tiene el anhelo de que, efectivamente, llegue un platillo volador y se los
lleve a un mundo mejor. Marshall Applewhite, el líder de una secta ufológica
que cometió suicidio colectivo en la década de los noventa del siglo pasado,
partió de esa premisa (aunque, por supuesto, hay también grupos ufológicos que
alegan que las abducciones extraterrestres no son nada agradables, pues quienes
las sufren, son objeto de terribles experimentos sexuales).
Un creciente
sector del cristianismo protestante tiene fantasías de rescate, en un estilo
hollywoodense. No se trata propiamente de la llegada de un platillo volador que
nos rescatará de este valle de lágrimas, pero sí de una suerte de viaje
intergaláctico. Se trata de la llamada ‘abducción apocalíptica’.
En los inicios
del cristianismo, el apóstol Pablo recibía comunicaciones epistolares por parte
de feligreses ansiosos. Los primeros grupos cristianos esperaban
entusiastamente la llegada del fin del mundo y el regreso de Cristo, y creían
que lo presenciarían en sus propias vidas, tal como se les había prometido.
Pero varios miembros de la comunidad cristiana estaban muriendo, y el
apocalipsis no llegaba. Pablo escribió a la comunidad de Tesalónica para calmar
estas angustias, y reafirmarles la expectativa. En su descripción sobre los
futuros acontecimientos apocalípticos, Pablo les escribió lo siguiente: “Después
nosotros, los vivos, los que todavía estemos, nos reuniremos con ellos,
llevados en las nubes al encuentro del Señor, allá arriba. Y estaremos con el
Señor para siempre”. (I Tesalonicenses 4:
17).
Es difícil saber
si Pablo realmente creía que habría un viaje literal a las nubes. Parece
bastante claro que la primera generación de cristianos tuvo una expectativa
apocalíptica literal. Pero, en vista de que el apocalipsis no llegaba, los textos
más tardíos del Nuevo testamento fueron
apaciguando el mensaje apocalíptico. Yo me inclino a pensar que Pablo sí tenía
la expectativa de que hubiera un viaje literal a las nubes, pero que ya a
finales del siglo I, esa expectativa no estaba presente en la comunidad
cristiana, y el mensaje cristiano se fue modificando, y ya no se hacía énfasis
en la inminencia del apocalipsis. Así, el pasaje redactado por Pablo no cobró
tanta importancia.
No obstante, en el siglo XIX, el teólogo John Nelson
Darby insistió sobre la relevancia de este pasaje, e inventó la doctrina del
arrebatamiento: en los días del apocalipsis, habrá un periodo de tribulación,
cuando aparecerá el Anticristo y batallará contra las fuerzas del bien, y
sobrevendrán todo tipo de catástrofes, dando cumplimiento al libro de Revelación. Pero, Dios ahorrará todo
este sufrimiento a los fieles, y se los llevará consigo a un lugar maravilloso,
mientras que el resto de la gente será “dejada atrás” para sufrir todas estas
calamidades.
Esta creencia, inicialmente marginal, es estándar ya
entre los evangélicos que, desde EE.UU., se expanden por todo el mundo,
especialmente América Latina. Y, EE.UU. ha ofrecido su aparato mediático para potenciarla.
Con sádica imaginación (no muy distinto, por supuesto, del sadismo original de
Juan de Patmos), cineastas, músicos, escritores y demás gurús del marketing, han ofrecido descripciones
vívidas de cómo será el apocalipsis, pero a la vez, han ofrecido la fantasía de
rescate a sus audiencias: mientras los infieles “dejados atrás” atraviesan toda
suerte de suplicios, los salvados observan desde las nubes con un cierto
regocijo morboso. La serie de novelas Left
Behind, escritas por Tim LaHaye y Jerry Jenkins explotan esta fantasía.
Un mínimo de fantasías siempre es psicológicamente
saludable. En medio del suplicio de que mis compañeritos se burlaran de mí,
mantuve la esperanza de que mi tío me rescatara, y eso me permitió aguantar
hasta el final del día. Y, en efecto, muchos historiadores y sociólogos nos
recuerdan que las fantasías apocalípticas salen a relucir especialmente en
tiempos de crisis y persecución: la imaginación de la batalla final y el
arrebatamiento permite a los perseguidos a aguantar un poco más, con la
esperanza de que ya pronto Dios intervendrá para poner fin a la perversidad en
el mundo.
El problema, no obstante, aparece cuando la fantasía
obstruye a la realidad, sobre todo en momentos que se necesita de una acción
racional. Si yo como adulto sigo creyendo que, cada vez que surja una
dificultad, mi tío vendrá a rescatarme, me habré convertido en una persona
disfuncional.
Pues bien, el mismo problema aparece entre los
entusiastas del apocalipsis y el arrebatamiento. Quizás la audiencia a la cual
estaba dirigida el libro de Revelación sí
sufría una persecución intensa (pudo haber sido la persecución a manos del
emperador Diomiciano, aunque algunos historiadores detectan cierta paranoia
enfermiza en el autor de Revelación).
Pero, ha sido común que muchos entusiastas del apocalipsis, en su mentalidad
paranoica, se crean perseguidos cuando en realidad no lo son. Hoy en el mundo
hay mucho sufrimiento, pero curiosamente, los entusiastas del arrebatamiento no
son los niños hambrientos del África, sino representantes de la extrema derecha
religiosa en EE.UU., gente que, por lo general, está muy bien acomodada.
Esta expectativa por el apocalipsis y el arrebatamiento
es más preocupante aún, al tener en consideración sus consecuencias políticas. En
vista de que hay la convicción de que pronto llegará un salvador que se llevará
a los virtuosos, y dejará atrás a los infieles, muchos capitalistas
norteamericanos asumen que no es necesario tomar previsiones para la
conservación del planeta en los años venideros, pues el arrebatamiento ocurrirá
en cualquier momento. De nada sirve cuidar el planeta, si ya éste va a ser
sacudido en una tremenda tribulación cósmica. Y, además, puesto que las
personas “dejadas atrás” son perversas, no hay obligación de dejarles un
planeta en buenas condiciones.
La mentalidad que yace tras el entusiasmo por el
arrebatamiento es típicamente irresponsable. Es como el niño que no le importa
dejar sucio y desordenado el salón de clases, pues ya pronto a él lo van a
venir a buscar sus padres. El arrebatamiento es una forma de escape delirante de los problemas que enfrenta la sociedad. En vez de analizar los
problemas que enfrenta la humanidad, la respuesta es crearse una fantasía en la
cual los otros se enfrentan a situaciones terribles, mientras que nosotros
estamos en un parque afín a Disneylandia, disfrutando junto a Dios.
Con los años y la madurez, yo aprendí a enfrentar las
dificultades, y dejé de alzar los brazos en espera de que alguna figura paterna
viniera a rescatarme en momentos incómodos. Por el bien de todos, es hora de
que los grupos evangélicos que difunden la creencia en el arrebatamiento,
abandonen estas fantasías y asuman que, si hay dificultades en el mundo, su solución
está en el aquí y el ahora, y dejar de pretender que venga un platillo volador
celestial y “deje atrás” a los pecadores.
En efecto, una de las consecuencias de la religión es la desidia con respecto a los problemas reales de la humanidad. Y como suele suceder con el pensamiento mágico, hay muy mala idea y mucho rencor en la imagen de los salvados recocijándose ante el tormento de los "dejados atrás".
ResponderEliminarSí, así es. ¿Allá en España es popular "Dejados atrás"? Acá en América Latina está empezando a cobrar prominencia. Hya que reconocer que estas obsesiones apocalípticas son más propias del mundo protestante que del mundo católico. Con todo, me gustó mucho la sátira que Alex de la Iglesia hizo en "El día de la bestia". ¿Has visto esa película?
EliminarCreo que no es popular en España, no me suena. Lo de los protestantes es penoso, aunque no me extraña teniendo en cuenta lo que decía sobre la razón Lutero.
ResponderEliminarEsa película empecé a verla hace años pero no me atrapó. Quizá sea el momento de retomarla. La que sí acabo de ver es "Los crímenes de Oxford", del mismo director, y por cierto tiene unas disertaciones de carácter epistemológico muy interesantes.
Vi esa película también. Creo que es sobre un muchacho que lee a Wittgenstein y se plantea situaciones a partir de su obra, ¿no?
EliminarUna observación más. Creo que lo leí en tu libro sobre la inmortalidad: la idea de una eternidad en el cielo contemplando a los condenados, o incluso sin esto último, es insoportablemente tediosa.
ResponderEliminarSí, es el argumento del filósofo Thomas Nagel. Yo no sé qué pensar sobre esto. Yo sí quisiera ser inmortal. De hecho, varios científicos están intentando alcanzar esta meta. Es bastante utópica, pero al menos parte de la premisa de que la inmortalidad NO sería tediosa.
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