Por
muchas razones, aborrezco el nacionalismo. Pero, mi corazoncito nacionalista
está en el deporte. Los nacionalistas tienen la terrible consigna “Mi país,
para bien o para mal”. Mi abuelo, oriundo de Sevilla, solía decir “¡Viva el
Betis manque pierda!”. Algo similar puedo decir yo de las Águilas del Zulia.
Tengo mi franela y mi gorra naranja, y todos los años, trato de ir al estadio a
apoyar a este emblema de nuestra región.
Pero,
sobre todo en los últimos años, he perdido el entusiasmo debido al suplicio que
debo atravesar para conseguir las entradas a los juegos de béisbol. El estadio
tiene apenas cuatro taquillas. Si el juego es en horas de la tarde, desde la
mañana hay ya colas bajo el inclemente sol zuliano, aunado al terrible hedor de
orina y basura acumulada en las cercanías de la taquilla. Y, para colmo, si el
juego es realmente importante, muy probablemente los revendedores ya habrán
comprado las entradas en su totalidad, para ofrecerlas a un precio superior al
que se vende en las taquillas.
El
béisbol venezolano es el paraíso del revendedor. No sólo hay reventa de las
entradas, sino también venta de cerveza por encima del precio fijado por las
autoridades. Es fácil descargar la ira contra el revendedor (sobre todo si las
Águilas pierden y se ha consumido dos o tres cervezas en exceso). Pero,
¿realmente es el revendedor el monstruo inmoral que muchas veces se pinta? Yo
no estoy tan seguro de ello.
En
la década de los años setenta, el economista Walter Block publicó un libro
famoso, Defendiendo lo indefendible.
Ahí, desde una típica postura libertaria, se propuso defender personajes que
tradicionalmente son reprochados como inmorales. Entre esos personajes, está el
revendedor. Su argumento es el siguiente: el revendedor no hace más que
sincerar los precios de la mercancía. El verdadero precio de la entrada no es
el que se anuncia en la taquilla, sino el que la gente está dispuesta a ofrecer
para entrar al espectáculo. Si el espectáculo no valiera lo que el revendedor
ha estipulado que vale, la gente sencillamente no compraría las entradas al
revendedor. Pero, precisamente, el hecho de que la gente acude al revendedor es
indicativo de que el espectáculo sí vale lo estipulado por el revendedor.
De
hecho, el revendedor está corriendo un riesgo. Al comprar las entradas y hacer
una ‘inversión’, corre el riesgo de que, si revende a un precio demasiado alto,
la gente sencillamente no comprará las entradas. La presión del mercado hace
que el revendedor ajuste el precio a lo que realmente vale, pues es la única
forma de vender las entradas.
La
taquilla distorsiona el valor, al vender por
debajo del valor real. Si la taquilla vende la entrada a partir del precio
real, el revendedor no podrá adquirir ganancia. Pues, al pretender vender la
entrada por encima del precio real, la gente no comprará la entrada; por regla
general, el comprador no estará dispuesto a ofrecer más dinero de lo que
realmente vale la entrada. Pero, precisamente, el revendedor hace su negocio en
la medida en que vende la entrada ajustada al precio real.
Cabe
preguntar: ¿qué gana la taquilla con vender por
debajo del precio real? Block ofrece dos respuestas. La primera: al vender
por debajo del precio, la taquilla produce colas, y al producir colas, genera
un efecto publicitario que le permite evadir los costos de publicidad formal.
Así, el dinero que deja de ganar en la venta del precio real, lo compensa con
el ahorro de los costos de publicidad. La segunda: la taquilla puede verse
presionada por relaciones públicas, y debe dar la impresión de ser ‘solidario’
con el pueblo (o, esto lo agrego yo, sencillamente el Estado puede obligar a
vender la entrada a un precio fijo).
Abrazo
sin temor el análisis de Block, en buena medida porque un espectáculo deportivo
no es un servicio de primera necesidad. Y, por ello, no me parece objetable el
revendedor en el estadio de béisbol. Si no me gusta, no voy al juego, y puedo
optar por ir a caminar en el parque. Pero, ¿qué hay de la reventa de rubros de
primera necesidad? ¿Sigue sin ser moralmente objetable el acaparador de
productos que espera que el precio aumente? A simple vista, esto es un trago
más grueso, pues ya no se trata de una vanidad como ir a un juego de béisbol,
sino de las necesidades básicas del ser humano. Pero, visto con mayor rigor, la
estructura del argumento es la misma: no hay motivo por el cual podemos excusar
al revendedor de entradas, pero reprochar al revendedor de comida.
Lo
mismo que el revendedor de entradas, el revendedor de comida no hace más que
corregir la distorsión de los precios. Si él logra vender la comida más cara,
ha de ser porque el precio real es precisamente el que él estipula. El acaparador y revendedor no harían negocios, si hubiese suficiente producción. El hecho de
que los revendedores prosperan, ha de ser indicativo de que el precio real es
más alto del que fija el Estado (o el que se anuncia en los anaqueles). Y, en
ese sentido, el revendedor ha ofrecido un importante servicio; al corregir el
precio del mercado, ha enviado una señal a la sociedad: el precio de la
mercancía está alto, y para reducir el precio, es necesario producir más,
incrementar la oferta de ese rubro.
Ludwig von Mises célebremente postulaba que
es casi un suicidio económico controlar los precios, pues si así se hace, no
habría manera de saber cuáles rubros necesitan más producción. Para informar
sobre las carencias de la producción, el revendedor es un emisario mucho más
eficaz que el burócrata que reporta al gobierno dónde hay escasez. En todo caso, siempre quedo con un poco de temor al abrazar postulados de este tipo, pues he visto de cerca que la total liberación de una economía puede conducir al caos social. Pero, al menos a nivel teórico, es prudente someter a discusión crítica si el revendedor es realmente el monstruo inmoral que muchas veces se representa.
"Si el espectáculo no valiera lo que el revendedor ha estipulado que vale, la gente sencillamente no compraría las entradas al revendedor. Pero, precisamente, el hecho de que la gente acude al revendedor es indicativo de que el espectáculo sí vale lo estipulado por el revendedor" Objeción hermano: si el sistema de ventas fuese más operativo, más amigable y eficiente, la reventa no acabaría ciertamente, pero dudo que la mayoría de los fanáticos acudiera a la reventa.
ResponderEliminarHola Gendrik, ciertamente si la venta fuera más organizada, no prosperarían tanto los revendedores. Pero, yo insisto, el factor que más motiva la aparición de revendedores es el precio controlado. En EE.UU. no hay desorden en las taquillas, pero con todo, sí hay revendedores. Quizás en el Luis Aparicio haya otras circunstancias, pero en el modelo tradicional de análisis, la reventa no se debe tanto a la ineficiencia de la taquilla, sino más bien al hecho de que se agotan las entradas que el revendedor compra temprano en la mañana.
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