En
mis debates con gente que pretende probar la resurrección de Jesús como hecho
histórico, frecuentemente me encuentro con el argumento de que los primeros discípulos
de Jesús no pudieron haber inventado la historia sobre la resurrección (con o
sin mala intención), pues en el contexto religioso de la Palestina del siglo I,
los judíos no tenían expectativa de que un cadáver resucitara. Los discípulos no
pudieron haber alucinado con Jesús resucitado, pues por lo general, las
alucinaciones requieren un condicionamiento cultural previo de expectativas, y
en ese contexto, no había la expectativa de la resurrección. Ciertamente, postula
el argumento, los fariseos afirmaban la resurrección de los cuerpos (y esto los
separaba de sus adversarios, los saduceos), pero esperaban que ésta ocurriese
en un momento apocalíptico.
Siempre
me ha parecido un argumento débil. En primer lugar, los propios evangelios
narran que Jesús resucitó dos muertos: Lázaro y la hija de Jairo. Esto comprometería
la idea de que no había expectativa en torno a la resurrección. La historia
sobre Lázaro es menos creíble (procede de Juan,
el evangelio menos confiable) que la historia sobre la hija de Jairo (contenida
en los sinópticos, textos más confiables que Juan). Me inclino a pensar que, seguramente, la hija de Jairo no
estaba muerta aún, y Jesús la logró curar mediante algún placebo. Pero,
evidentemente, en el contexto de la historia, todos (y probablemente también el
propio Jesús) creían que sí estaba
muerta. Con este antecedente, no es tan difícil pensar que los discípulos sí
tenían expectativa de que un cuerpo resucitase.
Además, el mismo Mateo 14: 2 nos informa que Herodes temía que Juan Bautista hubiese resucitado de entre los muertos; de nuevo, esto sería señal de que sí había una expectativa en torno a las resurrección.
Además, el mismo Mateo 14: 2 nos informa que Herodes temía que Juan Bautista hubiese resucitado de entre los muertos; de nuevo, esto sería señal de que sí había una expectativa en torno a las resurrección.
Pero
asumamos que, en efecto, los judíos del siglo I esperaban la resurrección sólo
al final de los tiempos, como parte del apocalipsis. Pues bien, hay suficientes
evidencias para suponer que muchos de esos judíos (y presumiblemente los
propios discípulos de Jesús) creían que el apocalipsis había llegado. Antes, durante
y después del ministerio de Jesús, pulularon figuras mesiánicas que anunciaban
el inminente apocalipsis, o algún evento parecido (Juan el Bautista, José el
egipcio, Teudas, Jesús el hijo de Ananías). El propio Jesús, por supuesto, fue
un predicador apocalíptico. Y, Mateo 27:
52 narra, en clara clave apocalíptica, que después de la muerte de Jesús, los
sepulcros de Jerusalén se abrieron, y los muertos resucitaron. Obviamente, el
autor de Mateo creía que en aquel
momento se inauguraba el apocalipsis, o algo similar. En consecuencia, es
perfectamente suponible que los discípulos de Jesús opinaban que algún evento
apocalíptico estaba próximo a ocurrir. Y, en ese sentido, la expectativa por la
resurrección ya no habría sido tan atípica.
En
todo caso, si bien la expectativa es un factor importante a la hora de explicar
alucinaciones, no es siempre condición necesaria. Nadie tenía expectativa de
que el sol se desplomase a inicios del siglo XX en Portugal, pero con todo,
miles de personas alucinaron con este tipo de fenómeno en Fátima. Siempre hay
pioneros que, por razones que aún no comprendemos totalmente, alucinan con algo
ajeno a su contexto cultural, y eventualmente, contagian a otras personas con
estas alucinaciones. La primera persona que alegó ser raptada por
extraterrestres seguramente lo hizo sin que su cultura tuviese esa expectativa
(precisamente por eso fue la primera persona
en hacerlo), pero su alegato se volvió muy popular, y a esto le siguieron
muchas otras abducciones. Del mismo modo, aun suponiendo que no había ninguna
expectativa de encontrarse con un cuerpo resucitado, la experiencia de los
discípulos de Jesús pudo haber sido pionera, y a partir de ella, se construyó
la creencia en la resurrección de Jesús.
Con
todo, un descubrimiento arqueológico más o menos reciente podría ser evidencia
de que, en el siglo I en Palestina, había bastante expectativa frente a la resurrección
de los muertos. En el año 2000, se descubrió en una de las cuevas de la
comunidad de Qumrán (la misma que produjo los manuscritos del Mar Muerto, y que
quizás pudieron ser los esenios mencionados por Josefo), una inscripción en
tinta sobre una pared. Según la datación, la inscripción es anterior al nacimiento de Jesús. Esa inscripción
es una revelación apocalíptica del ángel Gabriel, en la cual, según una traducción,
narra muy brevemente la historia de un hombre ejecutado por los romanos, pero
resucita al tercer día.
El
hallazgo arqueológico está abierto a debate. Pues, si bien parece auténtico (a
diferencia, por ejemplo, de la supuesta tumba de Santiago, la cual resultó ser
un fraude), no es del todo claro que el texto haga referencia a una resurrección.
Habrá que esperar un análisis más riguroso. Pero, si acaso queda establecido
que, en efecto, el texto anuncia la resurrección al tercer día, entonces
quedaría sin efecto el argumento de que los discípulos de Jesús no tenían
expectativa respecto a su resurrección. Esto, por supuesto, no sería un alegato
contundente (no probaría que Jesús no
resucitó), pero al menos sí quitaría fuerza al argumento de que es imposible
que los discípulos alucinaran sobre sus encuentros con Jesús.
Argumentar
que sí había expectativa entre los judíos en torno a la resurrección, por el
hecho de que en el Mediterráneo pulularon leyendas sobre dioses que mueren y
renacen (Osiris, Dionisio, etc.), es muy problemático. No es del todo claro que
los judíos tuviesen noticias sobre estas historias, y si acaso las conocían, es
poco probable que las tomaran en serio y se dejasen influir por ellas. Pero, la
inscripción de la revelación de Gabriel sobre la roca en la cueva de Qumrán sí
sería un alegato de mayor peso, pues se ubica perfectamente en el contexto
apocalíptico de los judíos del siglo I (y no sólo los esenios).