sábado, 4 de febrero de 2017

La historia de los templarios

En el contexto de la Primera Cruzada surgió una orden monástica de caballeros, los templarios (la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón). En 1119, ya conquistada la Tierra Santa, Hugo de Payns y ocho caballeros franceses más, se dirigieron al rey Balduino II de Jerusalén, solicitándole la creación de una orden monástica para proteger a los peregrinos cristianos que se dirigían a la ciudad santa. Si bien los reinos cristianos estaban ya establecidos, no tenían total control, y así, los reyes necesitaban de milicias que ofrecieran protección. Por ello, el rey accedió a la petición.

Balduino ofreció a la orden las inmediaciones del antiguo Templo de Salomón en Jerusalén como su sede, y así, esta orden asumió el nombre de los caballeros templarios. A decir verdad, no estamos seguros si, en efecto, la sede de los templarios era el propio Templo de Salomón. Sabemos que los babilonios destruyeron el Templo de Jerusalén el año 586 antes de nuestra era. Pero, no podemos estar seguros de que ese templo destruido en realidad se remonte hasta los tiempos del mismísimo Salomón. Los arqueólogos más competentes nos advierten que, muy probablemente, la Biblia exagera muchísimo el resplandor del reino salomónico y que quizás en tiempos del rey, el templo aún no estaba construido. En todo caso, tras el exilio babilónico, los judíos volvieron a construir un templo el año 516 antes de nuestra era. La tradición asume que ese segundo templo fue construido en el mismo lugar del primero, pero de nuevo, no podemos estar absolutamente seguros de ello. Cuando los judíos volvieron a Jerusalén, habían pasado ya varias décadas, y hay espacio para dudar de que la nueva construcción estuviese en la misma ubicación que la anterior.
Los romanos destruyeron ese segundo templo el año 70 de nuestra era. Sí podemos estar seguros de que lo que queda de aquel templo, el muro de los lamentos, es el mismo al cual hoy acuden los devotos en Jerusalén. Y, también podemos estar seguros de que ahí estaba la sede de los templarios. Pero, vale insistir, no podemos asegurar que esa sede sea el mismo lugar donde estaba el templo de Salomón.
 En un inicio, los templarios fueron una orden monástica con votos de pobreza. Su símbolo principal eran dos caballeros montando un solo caballo, señal de sus limitados recursos. No obstante, muy pronto hicieron renombre con su efectividad y coraje militar, y crecieron en popularidad. Hugo de Payns hizo lo que llamaríamos lobbying a muchos nobles europeos, y así, empezó a conseguir cuantiosas donaciones. Los templarios se anotaron otro triunfo cuando, a partir de 1128, Bernardo de Clairvaux aupó su causa ante el papado. En 1139, el Papa Inocencio II emitió una bula papal que ofrecía a la orden el privilegio de sólo estar sometida al Papa, sin el deber de rendir tributo o lealtad a las autoridades locales.
Los templarios pronto dejaron de ser una mera orden militar, y se convirtieron en la primera corporación bancaria internacional de la historia. Inventaron un ingenioso sistema de créditos: recibían propiedades de peregrinos en alguna de sus oficinas en Europa, emitían documentos de propiedad, y en sus oficinas en Jerusalén (o cualquier otra de sus oficinas), restituían riquezas en función de los documentos. Así, los peregrinos podían viajar sin necesidad de llevar sus propiedades y ser víctimas de robo, pero una vez que llegaban a su destino, podían disfrutar de las riquezas de las cuales los documentos los hacían acreedores. Como ha de suponerse, en este sistema eficiente había un cobro de comisión, y los templarios fueron aumentando sus riquezas.
Compraron castillos y tierras, y durante un período, fueron incluso los propietarios de la isla de Chipre. Financiaron y cooperaron en la construcción de varias catedrales en Europa; en buena medida fueron los pioneros del estilo gótico. Tenían sedes en varios lugares de Europa, pero su bastión era Francia. Hacían notables fiestas con mucha ingesta de alcohol. Su fama de pobres ya no encajaba. Eran guardianes de grandes tesoros. Corría el rumor de que, además de sus actividades bancarias, se dedicaban a otros negocios que no concordaban muy bien con su ideal de pobreza. Por ejemplo, en 1204, apareció en Damasco una estatua de la virgen que derramaba leche; los peregrinos querían ir a beberla, pero no lo hacían por temor a los bandoleros de caminos; los templarios enviaron sus hombres a recoger la leche y traerla a Jerusalén, vendiéndola a un precio inflado, y por supuesto, sacando una cuantiosa comisión.
A partir del siglo XIII, los templarios empezaron a sufrir un declive militar en buena medida debido a la efectiva reorganización de los ejércitos musulmanes. Los templarios cometieron varios errores tácticos en batallas cruciales, y en vista de su ineficacia militar, ya no gozaban del mismo apoyo como en épocas pasadas. En vista de su declive militar, en 1305 el papa Clemente V planteó la posibilidad de fusionar la orden de los hospitalarios con la de los templarios.
En realidad, este Papa era un títere de un infame rey francés, Felipe IV el Hermoso. Felipe había tenido problemas con un Papa anterior, Bonifacio VIII, porque el rey pretendía cobrar un alto impuesto a las propiedades de la Iglesia. A lo bestia, Felipe envió a sus hombres a intimidar al Papa, quienes le dieron una paliza, y poco tiempo después, este Papa murió a causa de las heridas. Le sucedió un Papa (Benedicto XI) que sólo duró un año, y en la siguiente elección, Felipe se aseguró de llenar el cónclave con cardenales franceses fieles a él, para elegir a un Papa que pudiera controlar. El nuevo Papa, Clemente V, resultó ser muy impopular en Roma (la gente sabía que era un títere francés), y en vista de eso, decidió mudar el papado a Avignon.
Además de estas actividades, Felipe estaba metido en una guerra contra Inglaterra, y para financiarla, se endeudó masivamente. Los templarios fueron unos de sus acreedores. En una ocasión, Felipe devaluó la moneda para aumentar su patrimonio, y eso generó una revuelta en el pueblo. Para protegerse de la turba, Felipe buscó refugio en una la ciudadela de los templarios en París. Se ha sospechado que, estando ahí, Felipe vio personalmente el enorme tesoro de los templarios. Y, a partir de eso, concibió un plan para destruir a los templarios, y sacar doble provecho de ello: cancelaría sus deudas con ellos, y además, se apropiaría de su tesoro.
Felipe aprovechó que un ex templario había alegado que la orden cometía todo tipo de abominaciones. Felipe envió cartas selladas a sus comandantes en varias localidades francesas, ordenando que el viernes 13 de octubre de 1307, se arrestara a todos los templarios. El mandato se cumplió con total eficiencia ese día (de ahí procede la superstición en torno a los viernes 13).
Para legitimar los arrestos, Felipe hizo acusaciones contra la orden. Se alegó que los templarios tenían rituales secretos en los cuales se escupía sobre la cruz, se cometían actos homosexuales, se besaba el ano de los superiores, y se rendía culto a una misteriosa cabeza. La mayoría de los templarios arrestados fueron sometidos a torturas, y muchos confesaron haber hecho estas cosas. Pero, tiempo después, muchos otros se retractaron de esas confesiones.
Hay mucha especulación sobre cuán veraces pudieron ser estas acusaciones, pero todo parece indicar que fueron inventadas por Felipe, un hombre sin escrúpulos. El símbolo templario de dos caballeros montados sobre un mismo caballo, pudo haber facilitado la acusación de homosexualidad. Obviamente, como en cualquier sociedad, siempre hay un número de homosexuales, de forma tal que es imposible negar que algún templario fuera homosexual. Pero, es muy dudoso que, en sus ceremonias, se realizaran actos homosexuales. Lo de besar el ano de los superiores fue también otra acusación sensacionalista para lo cual jamás se presentó evidencia, excepto las confesiones extraídas con tortura, y probablemente con preguntas inducidas por los torturadores.
Quizás, la acusación de que los templarios escupían sobre la cruz en sus ceremonias secretas, sí pueda tener más asidero. Pero, no se trataba propiamente de actos blasfemos. Durante sus enfrentamientos con los musulmanes, las autoridades islámicas probablemente torturaban psicológicamente a los devotos templarios obligándolos a escupir crucifijos. Es posible que, en sus ceremonias de iniciación, los templarios obligaban a los neófitos a cometer esos actos, no propiamente como blasfemia, sino más  bien para someterlos a una difícil prueba, a fin de consolidar su lealtad y fortaleza. Naturalmente, esto se habría prestado a una mala interpretación por algún observador que no entendiera bien aquello, y así, se terminó por acusarlos de blasfemia.
Respecto al culto a la cabeza, hay también mucha especulación. Algunos alegaron que se trataba de la cabeza de Juan el Bautista, o del propio Cristo (¿cómo un cristiano podía creer que unos herejes adoraban la cabeza de Cristo, si éste supuestamente había resucitado?). Otros decían que los templarios adoraban una cabeza de gato, como parte de un macabro culto satánico.
Aún otros decían que, en realidad, esa cabeza era un ídolo musulmán, un tal Bafomet.  Este nombre habría sido una derivación de Mahomet, el nombre con el cual se denotaba a Mahoma en la Edad Media. Los templarios habían tenido su sede en Jerusalén. En el imaginario del populacho, en la distante Jerusalén había el riesgo de estar en contacto con los musulmanes, e impregnarse de sus doctrinas y rituales abominables. Es un hecho cierto que los templarios, a pesar de haberse enfrentado a los ejércitos musulmanes, en varios momentos llegaron a tener buenas relaciones con gente musulmana, y naturalmente, a ojos de la opinión pública europea, esto los hacía cómplices de aquellos infieles. En la Europa medieval había la creencia de que los musulmanes rendían culto a Mahoma, y así, fue fácil postular que los templarios hacían algo parecido, pero en vez de adorar a Mahoma, adorarían al tal Bafomet.
Es muy probable que todo eso sea falso. Pero, si acaso los templarios adoraban a una cabeza, de nuevo, se habría debido más a una confusión que a un hecho real. En la Edad Media, era muy común el culto a las reliquias, algo perfectamente autorizado por el Papa. Es posible que los templarios tuvieran sus propios relicarios, pero que lamentablemente, algún malintencionado hubiera dicho que esos relicarios eran en realidad cabezas de gato o Bafomet.
En fin, Clemente V se vio presionado a acceder a la iniciativa de Felipe, y la orden de los templarios fue desmantelada en el resto de los países. El Papa llevó a cabo una investigación privada del asunto, y gracias a un pergamino que se descubrió en 2001 (el pergamino de Chinon), sabemos que el Papa exoneró a los templarios de aquellas acusaciones. Pero, en tanto estaba intimidado por Felipe, Clemente no se atrevió a hacerlo público, y así, se procedió hasta el final con la persecución de los templarios.

Tras varios años de encarcelamiento, y en espera de que pasase la conmoción en la opinión pública, finalmente Felipe dio la orden de ejecutar a Jacques de Molay, el gran maestre de los templarios. Jacques de Molay enfrentó dignamente su ejecución en la hoguera 1314, y según la leyenda, en la hoguera, maldijo a Felipe y a Clemente, advirtiéndoles que pronto se encontrarían con él en el Juicio Final. El Papa murió un mes después, y Felipe murió en un accidente ese mismo año.

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