En sus catorce años, el chavismo asumió
la labor de revivir ladrillos que, después de la caída del Muro de Berlín,
habían quedado en el olvido. Son “ladrillos” en el sentido de que se tratan de
textos sumamente pesados y aburridos, y además, adelantan una ideología que
condujo al más estrepitoso fracaso social en el siglo XX. Antes de Chávez,
muchos de estos ladrillos eran recordados, si acaso, por formar parte de la
lista de libros que “conmovieron al idiota latinoamericano”, un índice
recopilado por Plinio Apuleyo, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa en
su Manual del perfecto idiota
latinoamericano. Chávez, un personaje político imbuido de muchas de las
características que este trío de autores identificó en el idiota
latinoamericano, naturalmente se propuso sacar estos libros del baúl del olvido.
La sociedad del espectáculo, del francés
Guy Debord, no está en el índice de libros que conmovieron al idiota, pero
ciertamente pudo haberse incluido. Su tesis es básicamente ésta: el capitalismo
en su fase más avanzada, ha construido la sociedad del espectáculo. Ésta
consiste en mercantilizar las relaciones sociales y tratar todo como si se
tratase de un gran show cargado de imágenes que saturan la atención de los
consumidores. Esto tiene la perversa intención de mantener distraídas a las
clases oprimidas con el opio del entretenimiento (una actualización, en
verborrea grandilocuente, de la vieja observación de los filósofos romanos
sobre el pan y el circo).
El
libro de Debord abrió paso a una fructífera escuela crítica del show business. Desde entonces,
incontables volúmenes han criticado diversos aspectos de la forma en que los
medios de comunicación, en su obsesión por generar entretenimiento a toda
costa, distorsionan las relaciones sociales. Daniel Boorstin, por ejemplo,
había criticado la forma en que los medios generan pseudo-eventos, a saber,
situaciones rimbombantes que captan la atención del público consumidor, pero
que, a decir verdad, no son eventos reales (son pseudo-eventos), sino meras banalidades que distraen la atención de
los verdaderos problemas del mundo. Neal Gabler documentaba el modo en que, a
través del glamour del espectáculo,
los ciudadanos comunes acuden a una alienación masiva, en la medida en que
imaginan que sus propias vidas son suerte de película en la cual son
protagonistas. Jean Baudrillard (un estudiante de Debord) advertía que la
sociedad del espectáculo propicia simulacros masivos que, a la larga, terminan
por tumbar la barrera entre lo real y lo virtual, propiciando una masiva
confusión. Neil Postman postulaba cómo la obsesión con el entretenimiento
erosiona los valores tradicionales de la educación, y cómo la búsqueda de la
información fidedigna es reemplazada por noticias que resaltan más por su valor
de diversión y sensacionalismo.
Y,
así, todos estos textos propiciaron la crítica de la cultura de las
celebridades, precisamente por la forma en que estimula la mediocridad (los
famosos en la sociedad del espectáculo, en palabras de Boorstin, son “famosos
por ser famosos”, y no por algún mérito especial), y la alienación (al
renunciar a las relaciones sociales sanas, y desarrollar la obsesión por
conocer los detalles de la vida personal de personajes públicos).
Chávez
se reunió de intelectuales que, con el libro de Debord (y otros) en la mano,
denunciaban que los abusos de la sociedad del espectáculo se debían al
capitalismo, y que la construcción del socialismo eventualmente debía conducir
al fin de esta faceta destructiva de este sistema de producción. En la medida
en que el capitalismo convierte todo en mercancía, hace de todo un gran espectáculo.
La pretensión era que, al sentar las bases del socialismo, rescataríamos las
relaciones sociales no alienadas, y así, dejaríamos de lado la obsesión con el glamour, la mercantilización de las
relaciones sociales, y los detalles de la vida privada de las celebridades.
Pues
bien, en su última campaña electoral, Chávez, preocupado por su decreciente
popularidad, se reunió de artistas como medio de marketing. Ya Chávez no
convencía tanto a las masas leyendo discursos de Bolívar o el Che; más bien
buscó ganar votos de la misma forma en que las grandes corporaciones abren los
mercados: acudió a imágenes glamorosas propias de la sociedad del espectáculo,
y trató de convencer a las masas de que votaran por él, no tanto porque
representaba la solución de los verdaderos problemas de la sociedad, sino
porque tiene una imagen cool que se
manifiesta en eslóganes pegajosos, ojos seductores plasmados en imágenes
publicitarias, y el apoyo de una legión de artistas que encantan a las masas.
Al final, Chávez supo conquistar la industria del entretenimiento, y su estrategia
le dio resultados: consiguió la reelección.
Es
previsible que todo esto estaba fríamente calculado y modelado sobre
experiencias anteriores. Se ha documentado, por ejemplo, que ante el declive de
la religiosidad popular en EE.UU., el bloque evangélico decidió ajustarse a las
exigencias del mercado. Se hicieron encuestas masivas sobre qué tipo de experiencias
rituales le gustaría tener a la gente, y así, hubo una reforma significativa
del mercadeo de la religión. A partir de los resultados de esas encuestas, los
grupos evangélicos hicieron más énfasis en la retórica de la felicidad y el
optimismo, y dejaron de lado los sermones candentes sobre el infierno y el
pecado. Los rituales asumieron más el aspecto de un concierto de rock, y
surgieron las llamadas “mega-iglesias”, como una suerte de mall, el cual incorpora imágenes y experiencias propias de la
sociedad de consumo, con un barniz religioso.
Pues
bien, Chávez hizo algo similar. Ya no aburría tanto a las masas con sus
discursos sobre los clásicos del comunismo, ni tampoco su retórica estaba tan
obsesionada con los males del capitalismo. Más bien, sus mítines terminaban por
parecerse más a conciertos de reguetón y merengue, en los cuales los artistas
tradicionales eran los teloneros, y el Comandante era la atracción principal.
Asimismo, sus mítines eran una gran feria en la cual se comercializaba todo
tipo de mercancía como parte del mercadeo: gorras, camisas, chapitas,
pancartas, etc.
La
muerte de Chávez y el ascenso de Maduro ha potenciado aún más la política del
espectáculo en Venezuela. Si bien Chávez abrió paso a esta tendencia en las
últimas fases de su vida, siempre se cuidó de mantener a los artistas y demás
figuras del espectáculo en el patio trasero: sus figuras políticas siempre
fueron militares y tirapiedras de antaño. Maduro, un hombre más ligado a la
vida civil y ajeno al lobby militar,
sí ha dado el paso que Chávez nunca dio: ha consumado la política del espectáculo,
al nominar como candidatos de su partido para alcaldías (en detrimento de las
primarias que alguna vez prometió) a figuras de la farándula y el espectáculo como
el Potro Álvarez, Winston Vallenilla y Magglio Ordóñez. En especial los dos
primeros, tienen un amplio historial como representantes del glamour,
obsesionados con su imagen.
Incluso
el candidato a la alcaldía de Maracaibo, Miguel Ángel Pérez Pirela, procede de
la sociedad del espectáculo. Supuestamente, Pérez Pirela es filósofo. Pero, es
obvio que su escalada en el PSUV no se debe a sus reflexiones filosóficas (las cuales jamás ha pronunciado en su programa de televisión), sino
a la construcción de su imagen en la política del espectáculo. Pérez Pirlea es
emblemático de la imagen hipster ajustada
a la idiosincrasia criolla. Y, si bien no tiene el mismo nivel de participación
en la sociedad del espectáculo que sí han tenido Álvarez o Vallenilla, Pérez
Pirela es la versión pseudo-intelectual del candidato fashion.
Al
final, la política del espectáculo es otra muestra más de la hipocresía que
constituye el llamado ‘socialismo del siglo XXI’. Chávez y sus herederos nos
exhortan a leer libros críticos de la sociedad de consumo, pero en sus vidas
personales no dan la menor muestra de alejarse del consumismo. Y, pretenden
hacernos sentir culpables por leer ¡Hola!
o Vanidades, pero sus estrategias
de mercadeo político no hacen más que potenciar la sociedad del espectáculo.
Uno de los temas que más me interesean y preocupan desde hace tiempo.
ResponderEliminarPara empezar, al igual que ocurre en otros casos en que se atribuye al capitalismo un uso o costumbre determinados, yo no creo que el espectáculo y el glamour sean patrimonio exclusivo del capitalismo, sino fenómenos connaturales al ser humano. Puede que esté diciendo un disparate, pero es que no lo veo de otra manera.
En segundo lugar, no creo que el "panem et circenses" forme parte de una estrategia diseñada desde arriba para distraer a las masas, sino que son éstas las que los demandan a priori, y el sistema se los brinda porque salen rentables. Aquí en España, Julio Anguita, político comunista, solía decir que la gente veía telebasura porque no les ponían otras cosas, y olvidaba que a la misma hora algunas televisiones ponían esas otras cosas, que nadie veía. Las cosas funcionan por la simple ley de la oferta y la demanda. ¿Es eso, sin más, capitalismo?
En la Roma republicana, los espectáculos eran organizados por los ediles, magistrados que se afanaban por traer, pagándolos de su bolsillo, a los gladiadores más famosos y los animales más exóticos, con el propósito de obtener votos en su ascensión hasta el consulado y el senado. Absolutamente todo era un espectáculo, incluso en la vida privada, donde los esclavos asistían incluso a los coitos de sus amos y las maldiciones se hacían en público para conocimiento de la sociedad (te recomiendo fervientemente la serie "Roma", si no la has visto). Y no creo que la romana fuera una sociedad capitalista.
Por cierto, la película "To Rome With Love" de Woody Allen contiene una interesante y divertida sátira de un Don Nadie (Roberto Benigni) que se hace famoso porque sí... No sé si la has visto.
En cuanto al fracaso del socialismo o comunismo en la Europa del Este, no creo que lo vean así muchos militantes de izquierda, al menos en España. Si vieras cómo simpatizan con los gobiernos cubano, venezolano y ecuatoriano muchos profesores...
1. Sí, corrígeme si me equivoco, pero según recuerdo, Julio César ascendió ofreciendo espectáculos al pueblo ¿no?
Eliminar2. Es verdad que el espectáculo es más antiguo que el capitalismo. Con todo, yo diría que el capitalismo lo ha potenciado. Antes pudo haber habido circo romano, pero vamos, ¡que los shows de Broadway se han multiplicado hoy! Recuerdo hace unos años, estando en la Gran Vía de Madrid, me dije a mí mismo que ya no tenía necesidad de ir a New York (aún no he ido).
3. Sí vi esa película de Woody Allen, pero me pareció llena de clichés. Me gustó más su película de Barcelona.
No, no te corrijo, ascendió ofreciendo espectáculos, pero también se valió de otras estrategias: elocuencia, reparto de comida gratis, banquetes y sobre todo compra de votos; al final del todo (aunque en realidad llevaba años haciéndolo), apoyándose en el ejército.
ResponderEliminar"Daniel Boorstin, por ejemplo, había criticado la forma en que los medios generan pseudo-eventos, a saber, situaciones rimbombantes que captan la atención del público consumidor, pero que, a decir verdad, no son eventos reales (son pseudo-eventos), sino meras banalidades que distraen la atención de los verdaderos problemas del mundo" Distes en el clavo. Y eso que no has asistido -hasta donde sé- a los actos de inicios de cualquier proyecto de insfraestructura u otros servicios públicos que habitualmente los herederos del comandante hacen como muestra de "gobierno en la calle" Música, papelillo, pancartas, gorras, franelas y todo un simulacro, pues al final, o se tardan una barbaridad en finalizar dichas obras y aspi cumplir sus promesas, o nunca se resuelve nada. En el interín, en las tarimas, promesa y promesa, simulacro y simulacro
ResponderEliminarHola Gendrik, tienes razón en todo lo que dices. Pero, ¡qué divertido es estar en un bochinche de ésos!
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