El presidente venezolano Carlos Andrés Pérez siempre fue acusado de corrupción.
En una ocasión, trató de defenderse de una manera muy folklórica (típica del
estilo populista latinoamericano): “el dinero y la tos no se pueden esconder”.
Bajo este razonamiento, si Pérez de verdad hubiese robado dinero público, se
evidenciaría en su estilo de vida, pues es imposible disimular la riqueza.
Naturalmente,
mucha gente vio aquello como un vulgar cinismo; de hecho, años después, se
demostraría que Carlos Andrés Pérez malversó los fondos de una partida secreta,
razón por la cual fue destituido y enviado a la cárcel. Pero, en la infame
frase de Pérez, hay un germen de verdad: es uno de esos raros casos en los que,
la supuesta ‘sabiduría popular’, sí es acertada.
Marx
identificó dos tipos de valores en la mercancía: valor de uso y valor de
cambio. Una mercancía sirve para satisfacer una necesidad, o para
intercambiarla por otra. Bajo esta perspectiva, el consumismo opera desde una
dimensión estrictamente utilitaria. Pero, podemos añadir un tercer valor en la
mercancía: la exhibición. Las mercancías no tienen sólo una dimensión
utilitaria, sino también una dimensión social. El consumo más placentero (en
realidad, este placer muchas veces sólo es aparente) es aquel que se hace
frente a los demás. Consumir algo sin que los demás me vean hacerlo no tiene
tanto sentido como consumir ostentando.
Desde
la sociología, se ha conocido este fenómeno desde hace varias décadas. A
principios del siglo XX, Thorstein Veblen hizo un célebre estudio sobre la
grotesca ostentación de las clases acomodadas en la sociedad industrial. Bajo
la tesis de Veblen, las clases superiores necesitan reafirmar su posición de
prestigio frente a unas clases trabajadoras que, a diferencia de épocas
anteriores, han crecido en poder adquisitivo. Para reafirmar su estatus, las
clases superiores deben acudir a la exhibición de riquezas, incluso muchas
veces de forma destructiva. En este sentido, quien busca estatus, debe hacer
ver que su nivel de riquezas es tal, que puede darse el lujo de desperdiciar su
dinero en mercancías inútiles. Veblen llamó a esto el “consumo conspicuo”.
Las
tesis de Veblen siempre se mantuvieron en las discusiones sobre el consumismo, pero
como suele ocurrir con la sociología de corte interpretativo, su falta de rigor
científico no permitió que fuesen asumidas a plenitud. No obstante, algunas
otras observaciones desde la biología han potenciado las tesis de Veblen, y hoy
es firmemente aceptado el concepto de “consumo conspicuo”.
En
la década de los 1970 el biólogo Amotz Zahavi documentó el llamado “principio
de minusvalía” para explicar algunos fenómenos en la zoología. ¿Cómo explicar,
por ejemplo, la cola del pavo real? Desde Darwin, la respuesta tradicional es
que, si bien la cola del pavo real es desventajosa (atrae a depredadores,
dificulta el movimiento, etc.), ofrece una ventaja sexual: hace más atractivo a
los machos con la cola colorida, que a los machos sin la cola colorida. Darwin
llamó a esto “selección sexual”. Pero, quedaba aún el vacío explicativo: ¿por
qué las hembras preferirían al macho con cola colorida?
Zahavi
ofreció una respuesta: las hembras prefieren al macho con cola colorida, porque
ésta es una forma de señalar que el macho tiene una buena condición. En
términos metafóricos, el pavo con cola colorida diría algo así: “yo tengo buena
condición, pues aún con mi cola colorida, sobrevivo”. Es el mismo principio por
el cual, en la fábula de Esopo, la liebre da ventaja a la tortuga: la liebre
quiere humillar a la tortuga en la carrera, y para eso, le da una ventaja, pues
con ello, pretende demostrar su excelente condición venciendo a la liebre,
incluso dándole ventaja.
Así
pues, en la naturaleza, plenitud de animales tienen características
aparentemente desventajosas, pero que en realidad, sirven como medio de
ostentación para demostrar a las parejas sexuales que, aun con alguna
desventaja, logran sobrevivir, en virtud de lo cual, deben contar con buenos
genes que les permitan sobreponer la desventaja inicial.
La
ostentación en el consumo conspicuo, entonces, opera bajo este principio. El
adolescente que hace hazañas peligrosas trata de impresionar a las muchachas,
en la medida en que le demuestra que, aun con acciones riesgosas, logra
sobrevivir, debido a otros rasgos. El consumidor conspicuo consume enormes
cantidades de dinero en relojes, carros y ropas, para demostrar a los demás
que, aun gastando en cosas inútiles, logra mantenerse, evidencia de que tiene
dinero.
Homo sapiens, en tanto primate, es una
especie social. Y, así, nuestra psicología está programada para buscar la
aprobación de los demás. Una forma de intentar buscar esa aprobación es
mediante la exhibición de riquezas, pues así se advierte a nuestros semejantes
que, en caso de necesidad, podremos ayudarlos. Pero, para lograr este objetivo,
la exhibición de riquezas muchas veces se hace de forma destructiva y grotesca:
se exhiben riquezas con tal nivel de exceso, que precisamente lo que se busca
es desperdiciar el patrimonio a fin de demostrar a los demás que, aun con esa
desventaja, salimos bien parados, y así esto se vuelve una señal de que, aun
con esa desventaja, estamos en muy buena condición.
Así,
el acumular riquezas necesariamente nos conduce a la ostentación. Es casi
psicológicamente imposible consumir en el anonimato. Necesitamos alianzas y
aprobaciones sociales, y una forma de hacerlo, es hacer saber a los demás que
tenemos suficiente dinero como para ayudarlos en caso de necesidad. Pero, no
basta con anunciar que tenemos dinero. Hay que hacerlo groseramente, al punto
que parezca una desventaja por ser un brutal desperdicio de recursos. Pues de
esa forma, se instrumentaría el “principio de minusvalía” que, paradójicamente,
se convierte en una ventaja.
Después
de todo, Carlos Andrés Pérez tenía razón: el dinero no se puede esconder.
Estamos psicológicamente impedidos para disimular nuestras riquezas. Con todo,
hay un factor que ni Veblen ni Zahavi parecieron tener demasiado en cuenta: la
ostentación puede ser contraproducente en la medida en que genera envidias y
reproches. Originalmente ostentamos para enviar a los demás la señal de que, en
caso de necesidad, podremos ayudarlos. Pero, al mismo tiempo, la ostentación
podría ser señal de riqueza no merecida, y eso despertaría la desaprobación de
los demás. El político es muy vulnerable en este aspecto, y en ese sentido,
habitualmente acude a la inversa: promociona su pobreza, no como parte del “principio
de minusvalía”, sino como parte de una falsa humildad para promocionar a los
demás su supuesta honestidad.
De
hecho, hasta finales del siglo XX, la ostentación fue convencional, aquella que
fue documentada por Veblen. Pero, a partir del siglo XXI, en la fase avanzada y
ya decadente del capitalismo, ha surgido una nueva forma de ostentación: demostrar
a los demás pobreza, como forma de promocionar el supuesto altruismo. Ya no se
promueve tanto la disposición de ayudar a los demás con las riquezas propias;
ahora se promueve más la honestidad y la empatía con los demás, a través de la
exhibición de la pobreza propia. Así, mientras que en la fase tradicional del
capitalismo hubo un esnobismo convencional de exhibición de riquezas, entramos
ahora en una fase de esnobismo revolucionario, en el cual las clases acomodadas
buscan demostrar a la sociedad que, en realidad, no tienen mucho dinero, y que
por ende, no han explotado a los demás. Andrew Potter ha documentado los
absurdos a los cuales llegan los burgueses para crear la ilusión de que, en
realidad, son pobres (por ejemplo, Potter reseña cómo algunos aristócratas de
New York echan tierra en sus apartamentos, para tratar de imitar cómo vive la
gente en los barrios del Tercer Mundo). Por supuesto, este esnobismo
revolucionario termina por ser una farsa, pues es fácilmente distinguible quién
es pobre realmente, y quién sólo pretende serlo para ganar otro tipo de beneficios.
Al final, la riqueza sigue siendo como la tos: imposible de ocultar.
A los LGBT todavia no nos afecta esa. Bob Filner es un heterosexual pro-lgbt que apoya el matrimonio iguliatario y gano la alcaldia de san diego con el voto gay y se la gano a Carl DeMaio, un gay miembro del tea-party, siendo gay esta contra el matrimonio igualitario, pero los lgbt de san diego no cayeron en esa trampa. Asi que no todas las minorias hacen eso.
ResponderEliminarhttp://www.dosmanzanas.com/2012/11/alcaldia-de-san-diego-un-democrata-heterosexual-se-impone-a-un-republicano-gay-afin-al-tea-party-gracias-al-voto-lgtb.html
Hola, no veo la relevancia de tu comentario con los contenidos de este blog. ¿A qué te refieres con "eso"?
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