viernes, 23 de agosto de 2013

El dinero y la tos no se pueden esconder: sobre el consumo conspicuo y el principio de minusvalía



El presidente venezolano Carlos Andrés Pérez siempre fue acusado de corrupción. En una ocasión, trató de defenderse de una manera muy folklórica (típica del estilo populista latinoamericano): “el dinero y la tos no se pueden esconder”. Bajo este razonamiento, si Pérez de verdad hubiese robado dinero público, se evidenciaría en su estilo de vida, pues es imposible disimular la riqueza.
 
            Naturalmente, mucha gente vio aquello como un vulgar cinismo; de hecho, años después, se demostraría que Carlos Andrés Pérez malversó los fondos de una partida secreta, razón por la cual fue destituido y enviado a la cárcel. Pero, en la infame frase de Pérez, hay un germen de verdad: es uno de esos raros casos en los que, la supuesta ‘sabiduría popular’, sí es acertada.
            Marx identificó dos tipos de valores en la mercancía: valor de uso y valor de cambio. Una mercancía sirve para satisfacer una necesidad, o para intercambiarla por otra. Bajo esta perspectiva, el consumismo opera desde una dimensión estrictamente utilitaria. Pero, podemos añadir un tercer valor en la mercancía: la exhibición. Las mercancías no tienen sólo una dimensión utilitaria, sino también una dimensión social. El consumo más placentero (en realidad, este placer muchas veces sólo es aparente) es aquel que se hace frente a los demás. Consumir algo sin que los demás me vean hacerlo no tiene tanto sentido como consumir ostentando.
            Desde la sociología, se ha conocido este fenómeno desde hace varias décadas. A principios del siglo XX, Thorstein Veblen hizo un célebre estudio sobre la grotesca ostentación de las clases acomodadas en la sociedad industrial. Bajo la tesis de Veblen, las clases superiores necesitan reafirmar su posición de prestigio frente a unas clases trabajadoras que, a diferencia de épocas anteriores, han crecido en poder adquisitivo. Para reafirmar su estatus, las clases superiores deben acudir a la exhibición de riquezas, incluso muchas veces de forma destructiva. En este sentido, quien busca estatus, debe hacer ver que su nivel de riquezas es tal, que puede darse el lujo de desperdiciar su dinero en mercancías inútiles. Veblen llamó a esto el “consumo conspicuo”.
            Las tesis de Veblen siempre se mantuvieron en las discusiones sobre el consumismo, pero como suele ocurrir con la sociología de corte interpretativo, su falta de rigor científico no permitió que fuesen asumidas a plenitud. No obstante, algunas otras observaciones desde la biología han potenciado las tesis de Veblen, y hoy es firmemente aceptado el concepto de “consumo conspicuo”.
            En la década de los 1970 el biólogo Amotz Zahavi documentó el llamado “principio de minusvalía” para explicar algunos fenómenos en la zoología. ¿Cómo explicar, por ejemplo, la cola del pavo real? Desde Darwin, la respuesta tradicional es que, si bien la cola del pavo real es desventajosa (atrae a depredadores, dificulta el movimiento, etc.), ofrece una ventaja sexual: hace más atractivo a los machos con la cola colorida, que a los machos sin la cola colorida. Darwin llamó a esto “selección sexual”. Pero, quedaba aún el vacío explicativo: ¿por qué las hembras preferirían al macho con cola colorida?
 
            Zahavi ofreció una respuesta: las hembras prefieren al macho con cola colorida, porque ésta es una forma de señalar que el macho tiene una buena condición. En términos metafóricos, el pavo con cola colorida diría algo así: “yo tengo buena condición, pues aún con mi cola colorida, sobrevivo”. Es el mismo principio por el cual, en la fábula de Esopo, la liebre da ventaja a la tortuga: la liebre quiere humillar a la tortuga en la carrera, y para eso, le da una ventaja, pues con ello, pretende demostrar su excelente condición venciendo a la liebre, incluso dándole ventaja.
            Así pues, en la naturaleza, plenitud de animales tienen características aparentemente desventajosas, pero que en realidad, sirven como medio de ostentación para demostrar a las parejas sexuales que, aun con alguna desventaja, logran sobrevivir, en virtud de lo cual, deben contar con buenos genes que les permitan sobreponer la desventaja inicial.
            La ostentación en el consumo conspicuo, entonces, opera bajo este principio. El adolescente que hace hazañas peligrosas trata de impresionar a las muchachas, en la medida en que le demuestra que, aun con acciones riesgosas, logra sobrevivir, debido a otros rasgos. El consumidor conspicuo consume enormes cantidades de dinero en relojes, carros y ropas, para demostrar a los demás que, aun gastando en cosas inútiles, logra mantenerse, evidencia de que tiene dinero.
            Homo sapiens, en tanto primate, es una especie social. Y, así, nuestra psicología está programada para buscar la aprobación de los demás. Una forma de intentar buscar esa aprobación es mediante la exhibición de riquezas, pues así se advierte a nuestros semejantes que, en caso de necesidad, podremos ayudarlos. Pero, para lograr este objetivo, la exhibición de riquezas muchas veces se hace de forma destructiva y grotesca: se exhiben riquezas con tal nivel de exceso, que precisamente lo que se busca es desperdiciar el patrimonio a fin de demostrar a los demás que, aun con esa desventaja, salimos bien parados, y así esto se vuelve una señal de que, aun con esa desventaja, estamos en muy buena condición.
            Así, el acumular riquezas necesariamente nos conduce a la ostentación. Es casi psicológicamente imposible consumir en el anonimato. Necesitamos alianzas y aprobaciones sociales, y una forma de hacerlo, es hacer saber a los demás que tenemos suficiente dinero como para ayudarlos en caso de necesidad. Pero, no basta con anunciar que tenemos dinero. Hay que hacerlo groseramente, al punto que parezca una desventaja por ser un brutal desperdicio de recursos. Pues de esa forma, se instrumentaría el “principio de minusvalía” que, paradójicamente, se convierte en una ventaja.
            Después de todo, Carlos Andrés Pérez tenía razón: el dinero no se puede esconder. Estamos psicológicamente impedidos para disimular nuestras riquezas. Con todo, hay un factor que ni Veblen ni Zahavi parecieron tener demasiado en cuenta: la ostentación puede ser contraproducente en la medida en que genera envidias y reproches. Originalmente ostentamos para enviar a los demás la señal de que, en caso de necesidad, podremos ayudarlos. Pero, al mismo tiempo, la ostentación podría ser señal de riqueza no merecida, y eso despertaría la desaprobación de los demás. El político es muy vulnerable en este aspecto, y en ese sentido, habitualmente acude a la inversa: promociona su pobreza, no como parte del “principio de minusvalía”, sino como parte de una falsa humildad para promocionar a los demás su supuesta honestidad.
            De hecho, hasta finales del siglo XX, la ostentación fue convencional, aquella que fue documentada por Veblen. Pero, a partir del siglo XXI, en la fase avanzada y ya decadente del capitalismo, ha surgido una nueva forma de ostentación: demostrar a los demás pobreza, como forma de promocionar el supuesto altruismo. Ya no se promueve tanto la disposición de ayudar a los demás con las riquezas propias; ahora se promueve más la honestidad y la empatía con los demás, a través de la exhibición de la pobreza propia. Así, mientras que en la fase tradicional del capitalismo hubo un esnobismo convencional de exhibición de riquezas, entramos ahora en una fase de esnobismo revolucionario, en el cual las clases acomodadas buscan demostrar a la sociedad que, en realidad, no tienen mucho dinero, y que por ende, no han explotado a los demás. Andrew Potter ha documentado los absurdos a los cuales llegan los burgueses para crear la ilusión de que, en realidad, son pobres (por ejemplo, Potter reseña cómo algunos aristócratas de New York echan tierra en sus apartamentos, para tratar de imitar cómo vive la gente en los barrios del Tercer Mundo). Por supuesto, este esnobismo revolucionario termina por ser una farsa, pues es fácilmente distinguible quién es pobre realmente, y quién sólo pretende serlo para ganar otro tipo de beneficios. Al final, la riqueza sigue siendo como la tos: imposible de ocultar.

2 comentarios:

  1. A los LGBT todavia no nos afecta esa. Bob Filner es un heterosexual pro-lgbt que apoya el matrimonio iguliatario y gano la alcaldia de san diego con el voto gay y se la gano a Carl DeMaio, un gay miembro del tea-party, siendo gay esta contra el matrimonio igualitario, pero los lgbt de san diego no cayeron en esa trampa. Asi que no todas las minorias hacen eso.
    http://www.dosmanzanas.com/2012/11/alcaldia-de-san-diego-un-democrata-heterosexual-se-impone-a-un-republicano-gay-afin-al-tea-party-gracias-al-voto-lgtb.html

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, no veo la relevancia de tu comentario con los contenidos de este blog. ¿A qué te refieres con "eso"?

      Eliminar