miércoles, 1 de mayo de 2013

Tucídides en Caracas



            Si soy víctima de un atraco, ¿qué puedo hacer? ¿Puedo intentar razonar con el atracador para que me deje en paz? Quizás sí. Pero, ¿qué clase de argumento puedo invocar? El argumento más profundo para intentar convencer al atracador de que me deje en paz apelaría a John Locke y su defensa de la propiedad privada. Según Locke, todo ser humano tiene derecho a gozar del fruto de su trabajo, y en ese sentido, la propiedad privada es un derecho fundamental. El atracador estaría violando ese derecho, y estaría cometiendo una falta moral grave.
            ¿Es viable que el atracador acepte ese argumento? ¡Por supuesto que no! El atracador no entiende razones éticas. Por ello, un argumento más convincente sería sencillamente apelar a la amenaza. Quizás yo podría convencer al atracador de que yo soy una persona muy poderosa, y tarde o temprano encontraré al hampón y me vengaré de él. O, quizás también podría decirle al atracador que yo tengo una pistola en el bolsillo, y que si persiste en el atraco, me defenderé.
            En todo esto, la consideración ética está ausente. El único recurso argumentativo es la fuerza. Trato de convencer a los otros de que se cumpla mi voluntad, no porque yo tenga la razón, sino sencillamente porque tengo la capacidad de hacer mucho daño, y frente a esta desventaja, está en la propia conveniencia de mi víctima el rendirse. Mi poder me da derecho a imponerme.
            En la época del colonialismo inglés, hubo dilemas similares. El gobierno inglés trató de encontrar justificaciones para lanzar sus guerras coloniales e imponer dominio sobre territorios ultramarinos. Eventualmente, apareció la ideología de la llamada ‘misión civilizadora’ (tomada de los franceses): Inglaterra tiene el derecho de conquistar otros países, porque exportará a los colonizados los beneficios de su civilización. La ‘misión civilizadora’ se presentó como un intento de justificación moral.
            Los ingleses lograron convencer a algunos con su justificación moral. Pero, no tardó en aparecer gente cínica que prescindió de toda la verborrea moral, y justificó las guerras coloniales sencillamente invocando el poderío inglés. El poeta Hillaire Belloc hizo célebre esta justificación con su verso: “whatever hapens, we have got/The Maxim gun, and they have not” (“ocurra lo que ocurra, nosotros tenemos la metralleta, y ellos no”. Pronto, apareció la idea de que Inglaterra debe invadir otros países, por el mero hecho de que los ingleses tienen la metralleta, mientras que los nativos sólo tienen lanzas.
            Seguramente el más elocuente representante de esta forma tan brutal de pensar fue el historiador griego Tucídides en el siglo V antes de nuestra era. Cuando los atenienses se preparaban para la guerra contra los espartanos, se dispusieron a invadir la isla de Milo, debido a su ubicación estratégica. Tucídides concibió un diálogo (probablemente ficticio) entre los atenienses y los melios, el Diálogo de los melios. Los melios, débiles militarmente, tratan de convencer a los atenienses de que los dejen en paz, y apelan a razones morales, legales y religiosas. Los atenienses hacen caso omiso a eso, y responden que atacarán de todas formas, y que frente a la amenaza brutal, está en la propia conveniencia de los melios el rendirse sin ofrecer resistencia al invasor. Al final, los atenienses responden con contundencia: “Los fuertes hacen cuanto pueden y los débiles sufren cuanto deben”. En otras palabras, puesto que los atenienses tienen el poder, no hay motivo para colocar freno a sus abusos. Las víctimas de esos abusos deben sencillamente rendirse, a fin de evitar mayor sufrimiento.
            Detrás de toda esa brutalidad, hay algo loable en los atenienses: su honestidad. A diferencia de la mayoría de los colonialistas ingleses, los atenienses no están buscando un disfraz moral. Prefiero al político norteamericano brutal que defiende la invasión norteamericana a Irak invocando la necesidad de conseguir petróleo y la capacidad militar norteamericana para lograrlo, que el hipócrita que trata de justificar su acción invocando la promoción de la democracia en el mundo.
            A la luz de lo que ha ocurrido estos últimos días en Caracas, tengo la esperanza de que los chavistas lean el Diálogo de los melios y, como los atenienses, prescindan de justificaciones morales y sencillamente asuman que, puesto que ellos tienen la fuerza, pueden hacer lo que les plazca. Desde las elecciones del pasado 14 de abril, el chavismo ha cometido una espantosa serie de abusos. El más reciente, ha sido negar el derecho de palabra a los parlamentarios de oposición en la Asamblea, y promover golpizas severas a los diputados opositores.
            El presidente Nicolás Maduro ha convocado al diálogo con los opositores. Pero, este diálogo es en realidad sencillamente el tipo de conversación que un atracador tendría con su víctima, o el tipo de retórica que los atenienses exponen frente a los melios: al leer entrelíneas, es fácil entender que el mensaje verdadero es éste: “ríndanse, porque nosotros tenemos el poder”. Las razones morales que se invocan para negar el derecho a palabra de los opositores son tan débiles y tan cínicas, que un alivio sería que, al menos, Diosdado Cabello se quite la careta y sostenga algo como esto: “Ustedes no tienen derecho a la palabra, sencillamente porque nadie va acudir en su defensa si les quito ese derecho”
            Mi deseo, por supuesto, es que la acción política esté conducida por la moral. Pero, si falta la moral, prefiero la rudeza amoral de Tucídides, a la hipocresía de Diosdado Cabello y sus secuaces.

5 comentarios:

  1. Dudo mucho que los chavistas sepan siquiera quién fue Tucídides, y mucho menos de algo llamado La guerra del Peloponeso.

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  2. No podemos esperar eso de gente que habla con pájaros.

    Si me permites la pedantería, Gabriel, ya que soy profesor de Griego y he traducido a Tucídides (incluido el diálogo de los melios), me voy a lucir un poco. En realidad, los atenienses se comportaban como los ingleses: intentaban justificar su política represiva apelando a razones morales (la defensa de las ciudades aliadas -en realidad súbditas- contra la amenaza persa, a cambio de sus contribuciones en barcos y dinero). Dudo mucho que los oradores atenienses de carne y hueso pronunciaran esas palabras, dado que eran políticos y ya en aquella época existía lo políticamente correcto (el argumento de la fuerza no lo es). El propio Tucídides reconoce en su introducción la imposibilidad de reproducir la literalidad de los discursos realmente pronunciados, y durante toda la Antigüedad los historiadores y sus lectores asumían que estaban haciendo literatura, no periodismo.

    El argumento de la fuerza también era evitado por los romanos, que siempre se preocupaban de buscar un "casus belli" para declarar una guerra, ya que ésta debía ser, a ojos de los dioses, justa ("bellum iustum et pium"). Por ejemplo, Julio César fue enviado a la Galia para gobernarla manteniendo la paz, pero buscó la guerra enviando a unos exploradores a fin de que murieran a manos de los celtas que vivían más allá de la frontera, y así obtuvo la justificación que necesitaba. Esto para los bárbaros, y lo mismo vale para su enfrentamiento con los propios romanos: unos años después marchó con sus legiones contra Roma so pretexto de defenderse de los senadores, que querían condenarlo a muerte, cuando la razón verdadera era su deseo de acaparar para sí todo el poder, instaurando una dictadura vitalicia.

    La teoría del más fuerte, junto con la del superhombre, está presente en todo el movimiento sofístico del siglo V a. de C. (v. el "Gorgias" de Platón), y de ese movimiento bebía Tucídides. Pero en realidad, aparece muy pronto, ya con la propia literatura griega, porque la encontramos dos siglos antes en el poeta Hesíodo ("Trabajos" 202-214), en la primera fábula europea de la que se tiene constancia:

    Ahora diré una fábula a los reyes, aunque sean sabios. Así habló el halcón al ruiseñor de abigarrado cuello, mientras lo llevaba muy alto en las nubes tras haberlo capturado con sus uñas; éste, atravesado por las curvadas uñas, miserablemente se lamentaba; aquél, de manera altiva, le dijo estas palabras: "Infeliz, ¿por qué estás chillando? Ahora te tiene uno mucho más fuerte, de esta manera irás por donde yo te lleve, por muy cantor que seas, y te comeré, si quiero, o te soltaré. ¡Insensato!, quien quiere compararse a los más poderosos, se priva de la victoria y, además de infamias, sufre dolores."

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    1. ¡Muy buena información! ¡Gracias! No sabía lo de Julio César. Me recuerda a la operación de "bandera negra" de Hitler, al prquestar un supuesto ataque de soldados polacos contra alemanes, a fin de justificar la invasión a Polonia.

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  3. Pues yo no conocía ese dato, y es normal, porque la historia contemporánea no es mi fuerte. La verdad es que casos análogos a esos los encontramos repetidos una y otra vez a lo largo de la historia, tal como Tucídides supo "predecir", al afirmar que el tipo de hechos que él narraba volverían a producirse en el futuro κατὰ τὴν ἀνθρωπίνην φύσιν ("de acuerdo con la naturaleza humana").

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