miércoles, 1 de mayo de 2013

La tauromaquia no es tan salvaje: a propósito de Norbert Elias



            En la coyuntura del debate en Cataluña (y su expansión por el resto de la Península Ibérica, Francia e Hispanoamérica) sobre la legalidad de la tauromaquia, Jesús Mosterín (cuyo manifiesto anti-taurino reseño acá) y otros eminentes intelectuales de avanzada han calificado a la tauromaquia como la expresión de la faceta más salvaje del carácter nacional español. La llamada ‘Fiesta Brava’ forma parte del pasado franquista, siempre vinculado a la añoranza del trono y el altar; a la España Cañí, rural, empobrecida e ignorante; al atraso y el odio a la Ilustración. No es casual que Goya pintara a brujas y también a corridas de toros: en su representación de la España tradicional, sabía que la matanza de toros es tan irracional como la creencia en las malvadas mujeres que vuelan sobre escobas.  No en vano, la mayoría de los afrancesados y elites educadas en el siglo XIX intentaron prohibir las corridas de toros, precisamente por la brutalidad del espectáculo.
 
            No le falta razón a Mosterín y sus seguidores. La tauromaquia es una brutal manifestación de la capacidad sádica de la especie humana, y del irracional especismo (un término acuñado por el filósofo Peter Singer), a partir del cual, chauvinistamente, asumimos que los animales no sienten sufrimiento y, por ende, no tienen derechos.
Pero, incluso más allá de la cuestión de si los animales tienen derechos, se ha documentado que los niños expuestos a la crueldad animal sufren daños psicológicos y tiene el potencial de volverlos más agresivos (aunque, en realidad, yo fui a muchas corridas de toros como niños, y no creo haber sufrido por ello). Una sociedad más abierta a la compasión debe empezar por respetar los más elementales derechos adjudicados a los animales. Por éstas, y otras razones, Mosterín tiene razón en postular que la tauromaquia es una salvajada, y que no puede desarrollarse la civilización mientras se sigan matando toros de esta manera.
Pero, deseo matizar un poco el juicio de Mosterín, sobre todo al tener en cuenta la obra del gran sociólogo e historiador alemán Norbert Elias. El interés fundamental de Elias fue la forma en que Occidente desarrolló aquello que él llamó el ‘proceso civilizatorio’. A medida que crecía la complejidad social tras el final de la Edad Media, los europeos se vieron en la necesidad de refinar sus costumbres como seña de cortesía en la convivencia diaria con los demás. Aparecieron así los buenos modales. Surgió una ‘configuración’ (un término acuñado por Elias), y ahora, para convivir, los ciudadanos debían reprimir algunos de sus instintos y asimilar normas de etiqueta y convivencia. Empezó la censura contra el tirarse pedos en la mesa, o sacarse los mocos en público, o escupir en la calle. Esto, opinaba Elias, no es mera trivialidad. Es más bien el núcleo del estilo de vida civilizado: el desarrollo de estos modales sirve como base para el establecimiento de una mentalidad dispuesta a respetar contratos y obedecer normas.
Elias también dedicó especial atención al deporte como proceso civilizatorio. El deporte, opinaba Elias, es una representación ritual de la asimilación de reglas por parte de la sociedad. Y, a medida que más se civiliza una sociedad, más complejas son las reglas que rigen a las actividades deportivas. No en vano, las sociedades con sistemas jurídicos más elaborados y avanzados, fueron las encargadas de promover la mayor parte de los deportes que hoy gozan de mayor popularidad. Es sabido que la mayoría de los deportes modernos proceden de Inglaterra, un país que destaca por su impresionante tradición jurídica. Y, no en vano, el colonialismo inglés explotó el deporte como una forma de asimilar a los colonizados a las reglas de la sociedad inglesa.
A Elias le interesaba especialmente la caza del zorro (o caza de montería) en Inglaterra. Si bien es un deporte sangriento, no es una actividad brutal que surge de una horda primitiva en una orgía de violencia. Hay un elaborado código de caballería que debe seguirse antes de consumar la muerte del animal. Y, si bien el zorro sufre una muerte cruel (y precisamente por ello muchos activistas de los derechos de animales han solicitado la prohibición de este deporte), la conducta de los cazadores es restringida por un conjunto de reglas muy minuciosas. Esto, opinaba Elias, es evidencia de un proceso civilizatorio.
Pues bien, me parece perfectamente viable extender el análisis de Elias a la tauromaquia. Hay, por supuesto, fiestas taurinas populares que giran en torno a una horda inmersa en una orgía de violencia: la fiesta del ‘toro embolado’, en Cataluña, es el ejemplo más emblemático. Pero, por lo general, la tauromaquia no opera de esa forma. Antes bien, lo mismo que en la caza del zorro, en torno a la tauromaquia existe todo un conjunto de reglas que, en los términos de Elias, propician la civilización. Un torero no puede matar al toro según su antojo. Hay un presidente que pone orden en la plaza, hay tres tercios que deben cumplirse, si el torero ha actuado bien es premiado con un trofeo, etc. Todo está muy lejos de la bacanal desenfrenada y del diasparagmos, el ritual en honor a Dionisio, en el cual las bacantes despellejaban viva a una víctima sacrificial en un frenesí de violencia.
Hay, además, una estética refinada que acompaña a la tauromaquia. El pasodoble es armonioso. Los trajes de luces están elaborados con sumo detalle. Los animales están adornados con gran colorido. Los movimientos del torero son agraciados. Hay una división del trabajo: cada torero tiene una cuadrilla. Todo esto es característico de la civilización.
Por supuesto, nada de esto excusa el sufrimiento brutal que recibe el toro. Pero, sí debe permitirnos postular que la tauromaquia, si bien es objetable, no es tan salvaje. Y, precisamente en función de eso, aquellos de nosotros que nos sentimos cautivados por la estética taurina (en el pasodoble, los trajes de luces y los movimientos agraciados del torero), podríamos proponer una reforma civilizatoria de la tauromaquia, a fin de conservarla sin su faceta más brutal.
Elias documenta cómo la caza del zorro fue mitigando su brutalidad. Pues bien, no veo por qué no pueda mitigarse la brutalidad de la tauromaquia. Los orígenes del boxeo están en el circo romano y los gladiadores. Hoy casi nadie objeta el boxeo amateur olímpico (con protectores en la cabeza, y limitado a tres rounds). Precisamente, el boxeo amateur olímpico se ha conservado, porque sus reformadores supieron incorporar reglas como parte del proceso civilizatorio. Quizás pueda haber una forma de corrida de toros incruenta (de hecho, varias comunidades de origen portugués en EE.UU. ya la han venido desarrollando desde hace dos décadas). Se pueden conservar los trajes, pasodobles y demás elementos estéticos, sin necesidad de producir sufrimiento en el toro. Quizás puedan hacerse acrobacias frente al animal con una vara (como en uno de los célebres grabados de Goya). 
 
Es cierto que la descomunal fuerza del toro haría esto muy difícil; pero, insisto, de forma parecida a cómo ocurrió con el boxeo, se pueden buscar alternativas para preservar la tauromaquia y satisfacer las exigencias de los defensores de los derechos de animales. Los defensores de animales objetan que, aun si la corrida es incruenta, la tauromaquia seguiría siendo inmoral, pues el toro seguiría sufriendo daños debido al estrés al cual es sometido. Es un argumento considerable, pero amerita más discusión. Por ahora, al menos pido a los antitaurinos que tengan en consideración que, después de todo, la tauromaquia es salvaje, pero no en el grado en que tradicionalmente se supone.

5 comentarios:

  1. El especismo, contrario a como es expuesto aquí, no es la idea de que los animales no sienten y que, por ende, no tienen derechos.

    Más bien es una discriminación arbitraria realizada en función de la especie, análoga al sexismo y al racismo, discriminaciones arbitrarias realizadas en función del sexo y la "raza", respectivamente.

    Así, quienes incurren en esta discriminación no necesariamente piensan que el resto de especies animales no sienten; al contrario, muchos saben que sí. Sin embargo, según ellos, lo que tiene relevancia moral es, en última instancia, la pertenencia a la especie humana.

    La comparación de la tauromaquia con el boxeo es inadecuada. En la segunda actividad, los participantes están ahí de forma voluntaria; los toros de la primera, en cambio, no lo están. En dado caso, sería más correcto compararla con otra actividad involuntaria, como la esclavitud.

    Por otro lado, el uso de animales como recursos es inherentemente malo, sin importar cómo se haga. No existe ninguna justificación racional para ello.

    Quienes insisten en que sólo la vida e intereses de los humanos merecen respeto o consideración, o al menos más, tienen la responsabilidad de demostrar por qué supuestamente es así. A falta de buenas razones, como ciertamente es el caso, esto debe ser rechazado.

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    1. Hola,
      1) sí, supongo que hay dos clases de especismo: aquel que postula que los animales no sienten, y aquel que postula que, aun si los animales sienten, no tienen derechos por no ser humanos.
      2) Estoy de acuerdo en que la analogía con el boxeo no es la más adecuada. Pero, con todo, los animales participan de muchas otras actividades para los cuales no han dado su consenso explícito, y aun así, los defensores de animales no protestan. Un perro doméstico es en cierto sentido un esclavo, pero hasta donde tengo conocimiento, los movimientos que defienden los derechos de animales no protestan que se tenga a perros como mascota.
      3. Yo no estoy de acuerdo con esto que mencionas: "...el uso de animales como recursos es inherentemente malo, sin importar cómo se haga. No existe ninguna justificación racional para ello.". Yo sí creo que existe una superioridad ontológica de la especie humana, y eso sí justifica el uso de los animales para ciertor propósitos (por ejemplo, la experimentación médica o el consumo de carne). Estoy de acuerdo en que muchas actividades donde los animales sufren son innecesarias (como la tauromaquia); el entretenimiento humano no justifica el sufrimiento animal. Pero, la dieta o el avance biomédico sí lo justifica.

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    2. Dices: "supongo que hay dos clases de especismo"

      Supones mal.

      Dices: "con todo, los animales participan de muchas otras actividades para los cuales no han dado su consenso explícito, y aun así, los defensores de animales no protestan. Un perro doméstico es en cierto sentido un esclavo, pero hasta donde tengo conocimiento, los movimientos que defienden los derechos de animales no protestan que se tenga a perros como mascota."

      Como tú mismo dices, esto es así hasta donde tienes conocimiento. Sin embargo, una búsqueda rápida en Google puede informarte sobre como los veganos/abolicionistas ven la domesticación, sea de animales "de compañía", "de granja", o cualquier otro tipo, como mala. Incluso muchas veces se habla de "esclavos de compañía" y similares, por ejemplo, por lo que tú comentario de que esto es una forma de esclavitud es muy acertado.

      A pesar de ello, dado que lo hecho hecho está, y al hacer que los animales domesticados sean dependientes de nosotros, suele verse como una responsabilidad el hacerse cargo de ellos, o al menos como algo bueno. Por eso es que muchos veganos conviven con animales como perros y gatos; pero eso sí, oponiendose a la compra-venta y a la crianza, promoviendo en cambio la adopción/rescate y la esterilización.

      Dices: "Yo no estoy de acuerdo con esto que mencionas"

      Como muestra el argumento de los casos marginales, no existe un criterio no definicional y de cumplimiento empírico que sea satisfecho por todos los seres humanos y sólo por ellos. La supuesta "superioridad ontológica" del ser humano a la que haces referencia es no comprobable, una petición de principio que asume de partida aquello que primeramente debería demostrar. Lo mismo sucede, por ejemplo, cuando se argumenta que los animales no-humanos no tienen alma.

      Respecto a que la dieta o el avance biomédico justifican el uso de animales como recursos, aparentemente por necesidad, tampoco es así.

      En primer lugar, la necesidad, por sí misma, no puede justificar el utilizar a otros como recursos o medios. De hecho, particularmente en el caso del avance biomédico, lo mejor sería utilizar directamente humanos como sujetos de prueba en contra de su voluntad, en lugar de intentar extrapolar resultados obtenidos de la experimentación en no-humanos. Sin embargo, entendemos que se encuentra el respeto por estos.

      En segundo lugar, el uso de animales para fines culinarios no es ni siquiera necesario, así como tampoco lo es en muchos casos de la investigación biomédica, además de que estos pueden ser cada vez más.

      La evidencia pertinente demuestra que se puede vivir y estar sano sin consumir productos animales. Hacerlo es, pues, un mero gusto, de la misma forma en que lo es, por ejemplo, acudir a las corridas de toros.

      Más aún, el uso de animales para fines culinarios es con seguridad peor que todos los demás juntos, tanto en cantidad como también muchas veces en forma. Cuantitativamente porque el numero de animales afectados se cuentan en miles de millones al año. Cualitativamente porque su daño es sistemático y puede prolongarse durante años.

      Saludos.

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  2. Gabriel Andrade, celebro tu claridad al exponer "podríamos proponer una reforma civilizatoria de la tauromaquia, a fin de conservarla sin su faceta más brutal" pues en ello se sabe está el siguiente paso evolutivo de esta manifestación de la cultura humana, pues finalmente todo ello es "nuestra cultura", lo que nos conforma en identidad como especie humana, pero dado que somos una manifestación mas de la vida estamos sujetos a características inherentes a nuestro origen común; la capacidad obligada de transformarnos es irrenunciable, podemos bien alterar el proceso, pero no escapar de la necesidad de hacerlo, en ello hay una tarea formativa esencial para poder expresar en nuestra cultura una humanidad mas evidente, somos capaces y por ende tenemos la responsabilidad de intentarlo. La humanización de nuestro aspecto más violento es tarea irrenunciable, y para ello hace falta echar mano de herramientas que nos permitan canalizar tales facultades, pero que al mismo tiempo nos impulse a un grado mayor que signifique en verdad tener cultura humana.

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