“No
existe la solución oriental”. Así titula Christopher Hitchens un capítulo de su
libro Dios no es bueno. Después de
manifestar su descontento con las religiones monoteístas de Occidente, Hitchens
pasa revista crítica a las religiones orientales. La preocupación central de
Hitchens en ese libro es el potencial violento y destructivo de la religión, y
por ello, reprocha al hinduismo y al budismo no estar exentos de estafadores y
fanáticos violentos. Si bien eso es tremendo problema, no es mi principal preocupación.
A mí lo que más me preocupa es la racionalidad de un sistema de creencias. Y en
función de eso, junto a Hitchens, opino que no hay solución oriental (pero por
razones un poco distintas de las que él esgrime).
Es fácil
para los occidentales caer en la tentación de que, frente al descontento por
las doctrinas monoteístas (un Dios bueno y omnipotente que a la vez permite el
mal; unos milagros que sólo tienen a su favor prueba testimonial; etc.), se
recurra a las religiones orientales en busca de doctrinas más satisfactorias.
Arthur Schopenhauer puso esto de moda, y hoy es una tendencia creciente. Pero,
siquiera una superficial revisión revela que el conjunto de doctrinas
procedentes de las religiones orientales son tan absurdas como su contraparte
occidental.
Especialmente
el hinduismo parece muy proclive a una mentalidad encantada y prelógica. Se nos
habla de trescientos treinta millones de dioses. Se nos dice que Krishna convirtió
una noche en un millón de años para estar con una amante; que Rama se enfrentó
a un dragón para rescatar a su esposa. Es fácilmente evocable acá la
observación de Thomas Macaulay, cuando postuló que en la India, prevalece la “historia en la cual abundan reyes de más
de treinta pies de altura, reinados de cuarenta mil años, y geografía sobre
mares de mantequilla”. Una
mentalidad mínimamente racionalista no pude aceptar nada de esto.
Pero,
por supuesto, quizás somos demasiado injustos con los hindúes. Es cierto que en
la India proliferan faquires charlatanes que pretenden hacer pasar por magia
real meros trucos. Pero, puede admitirse que el común de la gente no acepta
literalmente la magia, y que todas esas referencias a eventos mitológicos fantásticos
son interpretados como alegorías, y no como hechos históricos literales. Por
encima de la capa mitológica del hinduismo y del budismo, hay una capa
filosófica, y eso es lo atractivo para los occidentales.
Pero,
aun en ese caso, las doctrinas de las religiones orientales son altamente
cuestionables. Tanto en el hinduismo como en el budismo, la reencarnación es
una doctrina clave. Cada vez más, los occidentales aceptan esta doctrina. Es
comprensible, pues supongo que la idea de esperar al final de los tiempos para
ser resucitados es demasiado angustiante, y además, esta vida tiene sus
placeres, de forma tal que, para muchas personas, sería preferible volver a
vivir acá en la Tierra, en vez de pasar la eternidad cantando himnos de alabanza
en una ciudad celestial.
Pero, la
doctrina de la reencarnación enfrenta demasiados problemas como para ser tomada
seriamente. Lo mismo que respecto a la doctrina de la resurrección o la
inmortalidad del alma, sencillamente no hay evidencia de que, al morir,
reencarnamos en otros seres vivos. Es mera especulación. Hubo, cabe admitir, un
célebre investigador (Ian Stevenson) que trató de documentar casos de niños que
alegaban ser reencarnaciones y que aparentemente demostraban conocimientos
sobre sus supuestas vidas pasadas, que no pudieron haber adquirido de otra
forma. Pero, si bien las investigaciones de Stevenson son dignas de tomarse en
consideración, tienen demasiadas lagunas metodológicas, lo suficiente como para
rechazar sus conclusiones.
Además, la
doctrina de la reencarnación enfrenta problemas conceptuales claves. ¿Cómo
podemos sostener que somos la misma persona de la supuesta vida pasada, si no recordamos
nada de ella? Podríamos admitir que la identidad personal se mantiene, no
mediante la continuidad corporal, sino psicológica, pero aun en ese caso, no
habría vínculo entre la persona de la vida pasada, y nosotros mismos.
En las
religiones orientales, el corolario de la reencarnación es la doctrina del karma: nuestra condición en esta vida es
causa de nuestras acciones en vidas pasadas. A simple vista, es una doctrina
atractiva, pues resuelve una vieja dificultad que las religiones occidentales
siempre han enfrentado: el problema del sufrimiento de los inocentes. Job
protestó contra Dios por su sufrimiento, pues Job siempre había sido recto. Los
amigos de Job trataron de convencerlo de que, su sufrimiento debió ser
evidencia de alguna falta cometida, pero Job siempre rechazó esa acusación. Pues
bien, el karma parece resolver el
asunto: Job merece lo que sufre, no por alguna falta cometida en esta vida,
sino por faltas cometidas en vidas anteriores.
Pero,
pronto la doctrina del karma se vuelve
repugnante. El karma legitima todas
las injusticias del mundo. Es quizás la doctrina más emblemática de aquello que
Marx describió como el “opio del pueblo”: mediante la idea del karma, se puede convencer al oprimido de
que acepte su condición, pues tiene un castigo justo por las faltas de vidas
pasadas. No es meramente casual que, la misma tradición religiosa que vio nacer
la doctrina del karma, instituyera un
brutal sistema de castas, el cual muchas veces se intenta justificar apelando a
la justicia del sufrimiento acaecido por las faltas cometidas en vidas pasadas.
Tanto el
budismo como el hinduismo intentan ofrecer un camino para escapar al ciclo de
la reencarnación. Hay varios caminos en el hinduismo, unos más deplorables que
otros. Está el camino de la renuncia y el ascetismo extremo. No hace falta
ahondar sobre lo terrible que esto resulta: la renuncia y el ascetismo extremo
ha hecho de la India un país atrozmente pobre: en el intento por escapar a este
mundo sensorial, el hinduismo ha propiciado un abandono de la transformación
material del mundo para satisfacer las necesidades más elementales.
Pero, en
honor a la verdad, el hinduismo ofrece otros caminos para la liberación. Está
el camino de la devoción a los dioses particulares, y el camino del
conocimiento. El problema, no obstante, está en que el objetivo de la supuesta
liberación es sumamente extraño. Especialmente la tradición llamada vedanta, hace énfasis en la idea de que
el “yo” (atman) y el “todo” (brahman) son lo mismo. Por usar un
cliché del New Age: todo está conectado. Si vemos a una cucaracha sufrir
mientras es aplastada, ese sufrimiento es también nuestro sufrimiento, pues
todos somos parte de una misma entidad. El objetivo de la vida, entonces, es
erradicar la ilusión que postula diferencia entre el yo y todo lo demás; el
propósito de la vida es quedar inmerso en el brahman, de la misma forma en que una gota de agua se diluye en un
mar.
Esto es
profundamente contrario a la intuición y al sentido común, al punto de que casi
termina siendo un disparate. Es normal y sano sentir empatía por el sufrimiento
de los demás. Pero postular, como hacen muchas escuelas hindúes, que no existe
diferencia ontológica entre los demás y yo, que todos somos partes de un mismo
ente, termina por resultar absurdo. Si atman
es brahman, y no hay diferencia
entre una y otra persona (o si quiera entre uno y otro objeto), ¡quememos las
tarjetas de identidad! Yo puedo ayudar a levantarse a una persona que se cayó
al suelo. Pero, este gesto de compasión es muy distinto a creer que esa persona
y yo somos en realidad el mismo ente.
Y, además, yo en
particular, estoy muy contento de tener una identidad separada de la de los
demás. Puedo aceptar vivir en sociedad, pero nunca deseo renunciar a mi
autonomía individual. Tengo pensamientos, fantasías y perversiones en mi cabeza
a las cuales sólo yo tengo acceso, y eso es maravilloso. Las doctrinas del
hinduismo pretenden erradicar la propiedad privada de mis pensamientos.
Protesto contra esto. El hinduismo es radicalmente contrario al individualismo,
pero precisamente la idea de que somos individuos autónomos y libres es uno de
los grandes logros de Occidente.
El
budismo, por su parte, ofrece una doctrina aún más extraña. No postula que el “yo”
y el “todo” son lo mismo, sino que el “yo” sencillamente no existe.
Insólitamente, el mismo budismo se contradice, al postular que el objetivo de
la vida es la aniquilación del “yo” (lo cual presume que, después de todo, el “yo”
sí existe) en el nirvana, el estado
de inexistencia.
Se trata
de una doctrina radicalmente contraintuitiva. Puedo dudar de muchas cosas, como
bien postulaba Descartes. Pero, aun si mis sensaciones en realidad proceden de
un engaño por parte de un genio maligno, puedo tener la certeza de que, al
menos, estoy pensando, y de que yo soy una persona. Es firme la convicción de
que hay un conjunto de pensamientos que son míos, y de nadie más, y que eso
constituye un “yo”. Pretender lo contrario es sencillamente ir en contra del
más elemental sentido común.
En todo
caso, la aspiración al nirvana es
igualmente extraña. Es prácticamente un culto a las tinieblas, a la nada. No es
necesario leer mucha filosofía existencialista para saber que la nada es un
concepto muy deprimente y terrorífico. Por ello, tengo firmes razones para
rechazar a una religión que pretenda conducirme hacia la nada. Por eso, junto a
Hitchens, sigo sosteniendo que no existe la solución oriental.
Impecables todas tus objeciones, que ya leí más desarrolladas en tu libro.
ResponderEliminarEn realidad, no existe ninguna solución que sea religiosa. Aunque suene a tópico, toda religión es una institución creada para salvaguardar los privilegios de las clases dominantes, como observas al relacionar el sistema de castas con la doctrina del karma, que tiene su correspondencia con la de la resignación cristiana en este valle de lágrimas y la prohibición de comer del árbol prohibido de la Ciencia (el pasaje más sincero de toda la Biblia, junto con el "¿Qué es la verdad?" de Pilatos). No sé si has visto "Apocalypto", que según tengo entendido causó polémica en los países latinoamericanos: la casta sacerdotal nutriéndose de la sangre aportada por los parias de la tribu vecina, cazados por el general; a sus pies, toda la plebe idiotizada, sumisa y ávida de espectáculos cruentos. Esa imagen resume perfectamente lo que digo.
El recurso a la solución oriental viene de la ignorancia y la tendencia a la idealización de aquello que no vivimos: Mamá Naturaleza (nadie sobreviviría un solo día en la selva del Amazonas, excepto aquellos indígenas), Oriente (lleno de moscas y castas con movilidad cero).
La solución está en Occidente, que ha pasado por un Renacimiento, unas revoluciones políticas e industriales y el abandono de los sistemas teocráticos. Esas conquistas irrenunciables nos han permitido vivir tan bien, que ya sólo nos queda quejarnos de todo lo bueno que tenemos.
Sí vi Apocalypto. Sí, causó controversia, porque acá hay la idea romántica del paraíso pre-hispánico... Una gran tontería, por supuesto, aunque Mel Gibson tiene un cierto gusto por el sensacionalismo, y no faltó en esa película.
EliminarDisculpa, esta pregunta está demasiado lejos del tema del post, mejor dicho no tiene nada que ver, pero, ¿más o menos, cuanto te tardaste leyendo "Dios no es bueno"?
ResponderEliminarLo fui leyendo por capítulos. El capítulo sobre la solución oriental lo leí, supongo, en dos o tres días.
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