Dame pa’ matala es un grupo musical venezolano con ideología
izquierdista. Una de sus canciones más famosas, El niño de hoy en día, es una queja frente al rumbo actual de la
educación. Una de las líricas en la canción enuncia que el niño tiene “poca
educación, demasiada diversión”. Siempre me ha parecido extraña esa lírica.
¿Por qué ha de sumirse antagónica la educación a la diversión? ¿Qué de malo
tiene buscar el placer? Yo me adscribo a la larga tradición de pensadores
hedonistas que, desde Epicuro, valoran la satisfacción. Seguramente no hay otra
vida; por ello, conviene aprovechar y disfrutar ésta al máximo. Un hedonista
más refinado, John Stuart Mill, sostenía que lo verdaderamente virtuoso es
buscar el placer refinado. No basta con satisfacerse como un cerdo bebiendo
cerveza; hay que disfrutar la vida, pero acordemente. Pero, insisto, no veo por
qué esto ha de suponer que la educación es antagónica a la diversión. Yo
encuentro sumo placer en la aprehensión de conocimientos. Si la educación no me
brindase placer, la abandonaría de inmediato.
En
realidad, el mensaje de Dame pa’ matala tiene
resonancia en un importante sector de la academia. Eminentes educadores han
advertido que la educación no debe apelar demasiado a la diversión. Quizás el más emblemático de ellos ha sido
Neil Postman. A juicio de Postman, el auge de tecnologías de información ha
erosionado la calidad de la educación. Postman dirige su crítica especialmente
contra la televisión. El medio televisivo funciona sobre la base de imágenes rápidamente
transmitidas. Eso, opina Postman, impide la concentración de los educandos. Un
niño sujeto a imágenes televisivas pierde la capacidad para seguir los detalles
de un largo argumento.
Postman
era en buena medida seguidor de las teorías de Marshall Mcluhan. Junto a su
maestro, opinaba que la invención de la imprenta constituyó una revolución en
el aprendizaje. Gracias a la imprenta y la proliferación de libros, la gente
ahora tendría acceso a la información a través de un medio que, al presentar una
larga secuencia de palabras sin la distracción de las imágenes, exige mayor
concentración. Esto permite construir argumentos más densos, y elevar el nivel
de abstracción en el pensamiento.
Además,
opina Postman, la imprenta propició la aparición de la infancia como concepto.
En concordancia con el historiador Philippe Aries, Postman consideraba que la
infancia es un concepto cuya aparición obedeció a contingencias históricas. Los
seres humanos tenemos una habilidad innata para aprender a hablar, pero no para
aprender a leer y escribir. Puesto que, con le imprenta, crecía la demanda de
una sociedad letrada, surgió un sistema educativo de mayor alcance, y para eso,
se necesitó aislar a los niños en escuelas y liberarlos del trabajo diario, a
fin de asegurar el desarrollo del aprendizaje que ahora se requería en la
sociedad.
La
televisión, opina Postman, coloca en peligro todos estos logros derivados de la
invención de la imprenta. Los niños ya no aprenden en función de los libros, y
pierden la capacidad de concentrarse y seguir argumentos elaborados. Y, al
recibir un diluvio de información propia del mundo adulto mediante la
televisión, se borra la distinción entre infancia y adultez. Los niños empiezan
a participar en actividades propias de los adultos (concursos de belleza,
deportes competitivos, etc.), y los adultos, embrutecidos por el medio
televisivo, se empiezan a comportar como niños (no tienen un buen sentido de la
responsabilidad, etc.).
El
problema, insistía Postman, no es el contenido de la televisión, sino la
televisión en sí misma. Ni siquiera un programa televisivo que pretenda ser
educativo, como Plaza Sésamo (y todas
las variedades que existen hoy, desde Dora
la exploradora hasta Baby Einsten)
puede resolver el problema. Postman fue un duro crítico de estos programas
televisivos, pues a su juicio, “Plaza
Sésamo estimula a los niños a disfrutar de la escuela, sólo si la escuela
se parece a Plaza Sésamo”. Aún si
presenta contenido educativo, la televisión lo transmite mediante imágenes
repentinas y difusas que, sencillamente, no permiten el desarrollo de la
concentración y el pensamiento analítico.
Las
tesis de Postman son interesantes y dignas de consideración, pero me parece que
pecan de apocalípticas. Son plausibles sus hipótesis respecto al impacto de la
imprenta sobre la forma de pensar de nosotros los modernos, así como la
aparición del concepto de la infancia. Pero, no me parecen tan acertadas sus
advertencias sobre los efectos nocivos de la televisión, y la desaparición de
la infancia.
Si Plaza Sésamo hace que a los niños les
guste la escuela sólo si ésta se parece a Plaza
Sésamo, pues entonces habrá que asumir esta realidad y, en efecto, hacer a
la escuela más dinámica, más afín a un programa de televisión. Postman termina
por parecerse demasiado a los educadores de antaño que, frente a las nuevas
generaciones, obstinadamente se empeña en hacer aprender a los niños mediante
métodos obtusos.
Ofreceré
un ejemplo personal. Desde mi adolescencia quise aprender latín. Pero, la idea
de tener que memorizar las tablas de declinación me desanimaba (no es muy
divertido rezar la letanía “rosa, rosa,
rosam, rosae…"). Éste era el método tradicional de los libros, y era
brutalmente aburrido. En una ocasión un profesor me ofreció un libro de Hans
Orberg, Lingua latina per se illustrata.
Este libro prescinde de los tradicionales métodos memorísticos, e introduce la
lengua latina mediante historias muy divertidas e imágenes. En cierto sentido,
el libro de Orberg es mucho más afín a la televisión. Pues bien, ese libro ha
sido un rotundo éxito, y ha despertado el interés de una nueva generación por
el latín.
El joven
estudiante tradicionalmente se ha aburrido con los libros. Obligarlo a leer no
resolverá el asunto. La televisión y otros medios alternativos de aprendizaje
sirven para paliar ese aburrimiento. Es previsible que, una vez que se
despierte el interés por un tema en particular y el educando desee profundizar
más sobre un tema, entonces acudirá al libro para un aprendizaje más denso. Ésta
ha sido mi experiencia en muchas ocasiones: los programas de televisión me
introducen a temas que hasta ese momento yo desconocía, o no me interesaban:
una vez que el programa despierta mi interés, acudo a la biblioteca a
desarrollar ese tema.
Yo
también moderaría las tesis de Postman respecto a los peligros de la
desaparición del concepto de la infancia. Ciertamente, en concordancia con
Philippe Aries, podemos aceptar que es sano para una sociedad separar a los
niños y ofrecerles trato especial. Pero, en su empeño de querer mantener al
niño encerrado en su mundo, Postman pasa por alto que muchas veces la
curiosidad del niño es corolario de su deseo de incorporarse al mundo de los
adultos. La curiosidad del niño debe ser estimulada; por ello, hablar de “exceso
de información” es riesgoso. Ciertamente no deseamos que los niños tengan
acceso a la pornografía o la violencia, pero recibir información educativa
procedente del mundo adulto mediante la televisión, no es objetable.
Precisamente
nociones como la de Postman han propiciado una lamentable tendencia en la
sociedad contemporánea: aquellos niños que tengan inclinaciones intelectuales y
discutan temas propios del mundo adulto, habitualmente reciben censura. El niño
dado a discutir política internacional o la marcha de la economía en un país,
inmediatamente es tachado de “viejo prematuro” y, supuestamente, se le ha “robado
su infancia”. Es el estigma del nerd en la sociedad contemporánea.
Desde
niño, yo tuve inclinaciones intelectuales en el área de las humanidades, y mis
padres siempre las estimularon. Algunos otros familiares y amigos reprochaban a
mis padres que “no me dejaban tener infancia”. Años después, cuando empecé a
estudiar filosofía saliendo ya de la adolescencia, la gente común me decía que
la filosofía “era para viejos”; el joven, para disfrutar su juventud, debe
dedicarse a otras labores. Esto es emblemático de las gerontocracias, como tradicionalmente
lo ha sido China. En estos sistemas, los niños y jóvenes no tienen acceso a la
información como sí lo tienen los viejos.
Por
ello, me parece que las teorías de Postman sirven como sustento para la
estabilidad de sistemas gerontocráticos que excluyen a los más jóvenes de las
decisiones importantes y el manejo de la información. En una sociedad
verdaderamente democrática, el niño es estimulado desde el inicio a formar
parte del mundo de los adultos, y el medio televisivo ofrece una gran
oportunidad para que los jóvenes se impregnen del conocimiento que antaño
estuvo reservado a la elite adulta.
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