martes, 21 de mayo de 2013

La fiebre orgánica



            Viernes en la noche: cita obligada a salir a cenar con mi familia. Podríamos ir a McDonalds, para que mi hija juegue en el parque. Rehúso esa opción, no sólo por la pésima calidad de la comida, sino porque representa el concepto de lo ‘empaquetado’ en las fábricas del capitalismo (a pesar de que, en realidad, no me parece tan objetable ese concepto, tal como lo explico acá). Mi esposa propone ir a comer a un ‘restaurante de comida orgánica’. El lugar es muy agradable. Está ambientado como un café de París o Londres, muy distinto del desenfreno consumista de Miami. Tiene música alternativa bohemia. Las muchachas que atienden sonríen genuinamente (a diferencia de las de McDonalds), y su dueño no está afiliado a una franquicia. La comida sabe bien, y tiene un aspecto de frescura. Por supuesto, el precio termina siendo abismalmente superior a McDonalds, pero al menos tuvimos una experiencia ‘distinta’.
 
            Pregunto a la muchacha: ¿qué de orgánico tiene esta comida?  Sonríe con carisma, pero no sabe qué responder. Pues bien, responderé por ella: ‘orgánico’ en química es todo aquello que reposa sobre las bases del carbón. Y, en ese sentido, toda comida de origen vegetal o animal es orgánica. La comida de McDonalds es igualmente orgánica.
            Para ser un poco más caritativo, puedo advertir que quizás, el dueño del restaurante promociona su comida como ‘libre de transgénicos’, pues ésa es la otra acepción que ha adquirido el término ‘orgánico’. En Venezuela no hay casi transgénicos, pero de todas formas le pregunto a la muchacha y al dueño del restaurante: ¿esta comida lleva transgénicos? Se encogen los hombros: obviamente, o no saben si la comida es transgénica, o sencillamente, no tienen la menor puñetera idea de qué es un transgénico. Quizás, después de todo, esa comida no sea orgánica. Obviamente, la llaman ‘orgánica’, más como estrategia de mercadeo, que como genuina preocupación ambientalista.
            Esto revela qué yace tras la fiebre de lo orgánico: esnobismo social, puro y duro. J.M. Mulet, un gran defensor español de los transgénicos (y autor de Los productos naturales ¡vaya timo!), ha postulado que el rechazo de los transgénicos es un esfuerzo desesperado por ser pijo (o ‘pavo’, como diríamos en Venezuela). No en vano, uno de los que más promueve la agricultura orgánica es el príncipe Carlos de Inglaterra. Obviamente, quien va a restaurantes orgánicos, tiene el deseo escondido de ser parte de la aristocracia.
Cuando, a finales del siglo XX, surgió la tecnología de organismos genéticamente modificados, hubo diversas reacciones en contra. Algunas preocupaciones fueron legítimas. Pero, el paso del tiempo ha demostrado que hubo un pánico infundado: los transgénicos no son un riesgo para la salud, y más bien ofrecen un camino muy seguro para incrementar dramáticamente la producción agrícola de los países.
Pero, así como a mí me incomoda el concepto de ‘paquete corporativo’ que me venden en McDonalds por su falta de originalidad, los pijos rechazan el ‘paquete’ de los transgénicos. Pues, detrás de los transgénicos, hay grandes compañías trasnacionales (Monsanto). Y, un pijo (o sifrino) ‘progre’ y de vanguardia, no puede comer el ‘veneno’ de las trasnacionales. Debe comer lechugas orgánicas para sentirse cool.
Mulet y otros científicos naturales dan buenas explicaciones de los inmensos beneficios que nos ofrecen los transgénicos, y de los peligros de la comida orgánica. Pero, me temo que hacen falta además científicos sociales o comentadores que traten de explicar de dónde procede la fiebre por lo orgánico. El canadiense Andrew Potter ofrece una buena hipótesis en su libro The Authenticity Hoax (El fraude de lo auténtico).
Potter opina que, contrario a lo que postulaba la Escuela de Frankfurt, el capitalismo no busca homogeneizarnos como si fuéramos un gran rebaño, a fin de mantenernos dóciles y conformistas. Antes bien, el capitalismo trata de vendernos el concepto de mercancías cool, apelando a nuestro insaciable deseo de distinción y estatus. Así, nos vende mercancías bajo la idea de que sólo la elite consume esa mercancía, y que al comprar este o aquel producto, el consumidor adquirirá distancia y categoría, y no será uno más del montón. Potter encuentra en la ‘autenticidad’ la mejor representación de esta obsesión: en su desdén por la modernidad, el pijo desea alejarse de la comida artificial y empaquetada de McDonalds y todo su concepto gastronómico, y busca desesperadamente una experiencia ‘auténtica’. ¡Voila!: encuentra el restaurante orgánico, y se siente salvador del mundo.
Pero, astutamente, Potter señala que la ideología también opera de esta forma. El capitalismo también vende ideologías. Y, así, produce y vende mercancías, y su campaña de marketing explota la idea (como casi siempre lo ha hecho) de que el producto promovido servirá para que el consumidor se distinga del resto. Así, la comida orgánica y toda la ideología que la respalda, eventualmente se convierte ella misma en un producto del marketing capitalista. El mensaje es sencillo: rechaza los transgénicos, y de esa forma, ya no formarás parte de la masa de imbéciles que consumen mierda corporativa; consume esto y serás cool. Pero, por supuesto, la paradoja es que, quien promueve ese mensaje, ¡es seguramente en sí misma una corporación! En su deseo desesperado por buscar autenticidad, el pijo termina convirtiéndose en uno más del montón.
El restaurante orgánico al cual yo fui no es aún una franquicia. Pero, seguramente va camino a serlo. Lo ‘orgánico’ es sencillamente un artificio de mercadeo para atraer a consumidores que creen que por ir a un lugar como ése son bohemios y cumplen su cuota de estar contra el sistema. Seguramente son los mismos consumidores que escuchan canciones de bohemios como Bob Dylan o Facundo Cabral en sendos equipos de sonido marca Sony, y portan la imagen del Che Guevara sobre una camisa seguramente manufacturada en una pocilga en Indonesia, en condiciones infrahumanas.
De hecho, no es necesario ir muy lejos como para apreciar que las grandes corporaciones cínicamente se están apropiando del concepto de lo ‘orgánico’. ‘Subway’ trata de explotar esta imagen ‘orgánica’, a pesar de que en muchos de sus restaurantes sí se sirven transgénicos. La misma McDonalds, últimamente, ha promovido una campaña de comidas ‘frescas’ (aún no se atreven a emplear la palabrita ‘orgánico’, pues ya sería demasiado descaro), presumiblemente bajo la misma estrategia de mercadeo.
No veo tan mal someter a crítica los transgénicos y promover la comida orgánica (a pesar de que yo sí defiendo los transgénicos; acá). Pero, para hacer esta crítica, es menester informarse bien sobre el tema (y no, ver El mundo según Monsanto no es suficiente). Oponerse a los transgénicos por mero esnobismo, bajo la expectativa de que contribuiré un granito de arena a la paz mundial y, en el proceso, impresionaré a una chica y me apartaré de los cerdos consumistas que van en rebaño a las franquicias de comida rápida, es un acto de profunda idiotez adolescente. Prefiero mil veces al cerdo que va en el rebaño consumista, a la oveja que cree que se aparta, pero que en realidad, no es más que un cerdo disfrazado de oveja sin darse cuenta de ello.

2 comentarios:

  1. Todo se reduce, una vez más, a la alarmante incultura de la inmensa mayoría de la población, allí en Venezuela, aquí en España y allá en Alemania, donde quiera que miremos. Sé de lo que hablo, porque soy profesor (hoy mismo he comprobado que TODOS mis alumnos de Bachillerato creían que las posesiones demoníacas eran eso, posesiones, y no casos de esquizofrenia), pero es que no hace falta serlo: hace poco ha salido una encuesta en la que se revela que ocho de cada diez españoles piensan que los tomates que comemos no tienen genes. A partir de ahí, todo lo demás resulta hilarante, empezando por la importancia que se le da en los medios de comunicación a la autorizada opinión de la gente acerca de temas científicos y técnicos.

    http://elpais.com/diario/2003/07/31/sociedad/1059602404_850215.html

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    1. Gracias por el comentario. Efectivamente, la creencia en posesiones demoníacas nunca desaparece...

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