domingo, 12 de septiembre de 2010

Mitos relativistas III: Sólo el poder determina qué es lo verdadero



Mucho se habla sobre la verdad hoy en día. Pero, el relativista se inclina a preguntar, como supuestamente hizo aquel infame procurador romano, ¿qué es la verdad? La pregunta es obviamente retórica: no busca indagar sobre cómo distinguir lo verdadero de lo falso; antes bien, busca advertir que cualquier distinción entre la verdad y la mentira es meramente arbitraria, una mera convención del momento y las circunstancias.
El siglo XX vio desfilar a varios filósofos obsesionados con el tema del poder. Antaño, a los filósofos les interesaban las relaciones políticas y ubicaban las discusiones sobre el poder en este contexto, pero a partir del siglo XX, la discusión sobre el poder fue mucho más allá de lo meramente político. En buena medida debido a la influencia de Nietzsche, se empezó a adelantar la idea de que las distinciones que una sociedad hace entre lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, realmente obedecen a los intereses de un grupo de poder que se asegura de instituir esa distinción. Nietzsche creía, por ejemplo, que puesto que la civilización occidental ha estado dominada por el cristianismo, la distinción entre lo bueno y lo malo obedece a esa moral decadente de esclavos que tanto promueve el cristianismo.
Y, así, Nietzsche dio pie a que sus seguidores se obsesionaran con la idea de que los poderosos imponen la distinción entre lo verdadero y lo falso. Debe reconocerse que ya Marx adelantaba una noción similar: las ideas imperantes en una sociedad son aquellas que reflejan los intereses de la clase dominante. Pero, como veremos, Marx no era ningún relativista, y el padre del comunismo moderno nunca llegó a sostener que la distinción entre lo verdadero y lo falso es meramente arbitraria. Ciertamente, advertía Marx, las ideas imperantes en una sociedad son aquellas que favorecen a la clase dominante, pero eso no implica que esas ideas sean verdaderas. Marx sí parecía creer que podía establecerse una distinción objetiva y absoluta entre lo verdadero y lo falso.
Pero, así como ha habido gente que pretende ser más papista que el Papa, también ha habido filósofos que pretenden ser más marxistas que Marx. Y, resultó casi inevitable que algunos pensadores de la llamada ‘nueva izquierda’ llegaran al extremo al cual no llegó Marx; a saber, que ningún discurso refleja la verdad objetiva, antes bien, todo discurso pretende una forma de dominio a partir de sus distinciones entre lo verdadero y lo falso.
Ésa es la letanía de filósofos como Michel Foucault. Para este personaje, no hay objetivamente locos ni cuerdos, criminales y ciudadanos virtuosos; todo es sencillamente relativo al ‘discurso’ que maneje la clase dominante. Basta que se cambie el discurso del grupo dominante para que esa distinción desaparezca.
Yo no veo perjudicial que filósofos como Foucault inviten a revisar los manuales de psiquiatría o los códigos de procedimiento penal. Pero, sí me causa consternación el apreciar que la influencia relativista de Foucault se extienda a la vida diaria. Por ejemplo, cada vez que en los medios aparece alguna noticia negativa sobre algún país latinoamericano gobernado por socialistas, inmediatamente los intelectuales de izquierda sostienen que las televisoras no hacen más que reflejar sus intereses de clase (pues, esas televisoras son propiedad de grandes corporaciones capitalistas), y que por ende, esa noticia no refleja la verdad.
Si esto es así, ¿en quién podemos confiar? El mismo argumento relativista aplicado a CNN, se puede aplicar a Telesur o a Al Jezeera. Si la versión de la verdad presentada por CNN favorece a Ted Turner, la versión de la verdad presentada por Telesur favorece a la elite gobernante de Cuba. Pareciera que, al final, nadie dice la verdad, pues la verdad no es más que un constructo social mediado por el poder. Da igual escuchar a un medio de derecha o de izquierda; a la final, todos son presas de las intenciones discursivas. De hecho, los más entusiastas relativistas así lo asumen sin complejos: sencillamente, no hay verdad, todo es una construcción de quien produce el discurso.
Pero, regresamos acá a la paradoja del relativismo: el relativismo se relativiza a sí mismo. Si todo discurso es producto del poder, entonces el discurso según el cual el discurso es producto del poder, ¡es en sí mismo un producto del poder! Si Foucault y sus devotos seguidores tienen razón, entonces no hay motivo para creer lo que ellos nos dicen. Pues, en tanto todo discurso está mediado por las esferas de poder que lo producen, entonces no hay razón por la cual ellos sean una excepción. Y, así como el poder impone agendas a los discursos, resulta inevitable que los puntos de vista de Foucault también reflejen los intereses de la clase gobernante de su momento.
No dudo de que las grandes corporaciones capitalistas o los partidos políticos de izquierda tengan la capacidad de comprar a los periodistas y presentar una versión distorsionada de la realidad. Pero, asumir que, sencillamente, toda distinción entre lo verdadero y lo falso obedece a las estructuras del poder es una posición que raya en el nihilismo. Pues, si así fuere, sencillamente no podemos creer nada a nadie, y no tendría el menor sentido siquiera tener una conversación con alguien. Para poder vivir, debemos tener la convicción de que la verdad prevalece, aún por encima de los intereses del poder.

2 comentarios:

  1. Buen artículo, pero se queda corto para hacer una crítica de Foucault. Tres puntos más en los que se le puede criticar: 1) Su visión superficial de las personas como 'cuerpos', ignorando el resto de la condición humana; 2) su descontextualizacion de su estudio de los modos disciplinarios, de manera que ignora todas las causas y puede construir un discurso unicausal en base al 'poder' que el tanto detesta; y 3) su paranoia con la autoridad que no considera legitima desde ningún punto de vista (y que no contextualiza nunca), sino siempre como un mecanismo de dominación por parte del poder, ignorando la diversidad de situaciones en las que se da la aceptación o negación de la autoridad por parte de las personas.

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    1. Sí, en realidad, este post era apenas un esbozo de lo que yo luego desarrollé en mi libro "El posmodernismo ¡vaya timo!"

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