Acá encontrarás artículos de opinión y reseñas de libros sobre historia, filosofía, sociología, biología y otros campos
domingo, 12 de septiembre de 2010
Mitos relativistas IV: la ciencia no es superior a otras formas de conocimiento
Los pueblos indígenas no tienen ciencia en el sentido en que sí la tienen los occidentales. Las comunidades indígenas no tienen propiamente laboratorios, los experimentos que realizan son informales, no han tenido la misma capacidad para controlar la naturaleza y hacer predicciones, en fin, carecen del método científico que surgió en Europa hacia el siglo XVII.
Pero, el relativista nos asegura que eso no debe ser motivo de vergüenza. A su juicio, ciertamente los occidentales han avanzado más en lo que ellos llaman ‘ciencia’, pero la distinción entre ciencia y no ciencia es meramente arbitraria. Mucho de lo que hace la ciencia está muy cerca a las especulaciones de la magia y el dogmatismo de la religión. Y, si acaso fuese posible establecer un criterio de demarcación entre la ciencia y la no ciencia, ello de ninguna manera implicaría que la primera es mejor a la segunda.
El médico occidental puede aproximarse a la enfermedad mediante el estudio de procesos químicos, fisiológicos, etc. Pero, su aproximación no invalida, ni tampoco es superior o inferior, a la aproximación hecha por un chamán que invoca a los espíritus para que intercedan en la curación del enfermo. El médico tiene su método, y el chamán tiene el suyo. Ambos son inconmensurables; a saber, el uno no es comparable con el otro. Ambos sirven, ambos intentan resolver la enfermedad mediante caminos distintos.
El relativista reconoce que los pueblos aborígenes de América tienen una medicina muy precaria, pero inmediatamente advierte que esa precariedad es tal sólo desde un punto de vista científico, y la ciencia no es superior a otras formas de conocimiento. Así, una vez más, el indigenista se alía con los relativistas, esta vez, con los llamados ‘relativistas epistemológicos’.
Bajo esta forma de relativismo, la ciencia no ha de ser un medio de conocimiento preferible a otros medios de conocimiento. Pues, precisamente, la validez de la ciencia como medio de conocimiento es relativa al contexto del cual procede, de la misma manera en que la validez de la brujería o el mito es relativa a su contexto. Y, en cuanto tal, la ciencia no puede pretender superioridad respecto a otras formas de conocimiento.
Varios filósofos contemporáneos han armado un ataque en contra de la superioridad de la ciencia. Por ejemplo, Thomas Kuhn advertía que la historia de la ciencia puede delinearse como una sucesión de ‘cambios de paradigmas’, y que cada uno de estos cambios obedecen a las circunstancias específicas de un contexto. En este sentido, cada teoría científica no es más que el reflejo de una época, y como tal, su veracidad y validez son relativas al contexto que las hizo surgir. Bajo la perspectiva de Kuhn, en realidad, no habría progreso científico, pues la ciencia no estaría dirigida hacia un acercamiento a la verdad; antes bien, cada teoría es sencillamente un producto de su época.
Más emblemático del ataque a la superioridad de la ciencia es el filósofo Paul Feyerabend. A su juicio, la ciencia puede considerarse un medio de conocimiento superior a otros, sólo si se parte de los mismos criterios científicos para establecer la superioridad de la ciencia. Pero, lo mismo podría hacer un brujo o un astrólogo: con base en los criterios propios de sus disciplinas, perfectamente pueden considerar superiores a la brujería o la astrología, respectivamente. Feyerabend estaba plenamente consciente de las implicaciones de su valoración de la ciencia vs. otros medios de conocimiento, y admitió sin tapujos una ‘anarquía epistemológica’, la cual postula que es perfectamente lícito que se asuma cualquier medio de conocimiento. En las propias palabras de Feyerabend: “todo vale”.
Feyerabend es, a mi juicio, uno de los filósofos más nefastos y destructivos del siglo XX. Quizás yo podría entender que, el hecho de haber estado aquejado por una lesión en la espalda, la cual sus médicos no pudieron aliviar del todo, motivó a Feyerabend a asumir que los brujos pueden curar enfermedades tan eficazmente como los médicos científicos. Pero, abstraer una doctrina filosófica a partir de una inquietud personalísima es un proceder sumamente irresponsable.
Bajo la óptica de Feyerabend, dio igual que Pasteur descubriera los microorganismos, Darwin formulara la teoría de la evolución, o Watson y Crick descubrieran el ADN. Total, todo vale. Vale lo mismo los descubrimientos astronómicos de la NASA, que las predicciones astrológicas de Adriana Azzi. Vale lo mismo la quimioterapia que el someterse a un baño espiritual en la montaña de Sorte para combatir el cáncer. No tendría sentido otorgar premios Nóbel, o financiar una cura para el SIDA, o fomentar la curiosidad científica del mundo. Después de todo, si se asume que la ciencia no es ni mejor ni peor que la brujería, el tarot o la alquimia, ¿cuál es el sentido de seguir desarrollándola?
Debo reconocer que son pocas las personas que, explícitamente, asumen una postura tan radical como la de Feyerabend. Pero, el indigenista que pretende excusar al brujo que lanza ramazos sobre sus clientes, a partir de la idea de que ese método cumple funciones que la ciencia no cumple, está bastante próximo a la anarquía epistemológica que proponía Feyerabend.
Algunos indigenistas sí asumen esa anarquía epistemológica. Corre el rumor de que algunos políticos en Venezuela consultan babalaos cubanos; según parece, el contacto con los orishas (deidades veneradas en la santería) les resulta tan efectivo como las herramientas de la sociología, las ciencias políticas o la economía.
Pero, a decir verdad, la mayoría de los indigenistas no son consecuentes con esta anarquía epistemológica. El relativismo está impregnado de una escandalosa hipocresía. Los relativistas viajan en avión, se someten a tratamientos médicos, y divulgan sus ideas por el internet. Todo eso presupone la aceptación de la superioridad de la ciencia. Pues, sencillamente, tienen la oportunidad de viajar en burro, someterse a curas chamánicas y divulgar sus ideas mediante señales de humo, pero con todo, no lo hacen. Como siempre, el relativista occidental puede alegar que él viaja en avión, y no en burro, precisamente porque en su cultura, se privilegia el viaje en avión; pero eso no necesariamente es así en otras culturas. Pero, muchos de quienes recurren al médico en momentos verdaderamente críticos son aquellos que proclaman proceder de culturas en las que la ciencia no se considera superior a la brujería. Si estas personas realmente no consideran superior a la ciencia, sencillamente no deberían buscar atención médica. Dudo de que eso vaya a ocurrir.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Oiga no se meta con mi madre(Adriana Azzi), jajajaja. Gran artículo, Feyerabend es definitivamente uno de los filosofos más nefastos contribuidores con la decadencia de la filosofía.
ResponderEliminarAsí es, gracias.
Eliminar