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domingo, 12 de septiembre de 2010
GOULD, Stephen Jay. Ciencia versus religión: un falso conflicto. Crítica, Barcelona, 2007
En una edición pasada de la Revista de Filosofía, publiqué una reseña del libro The God Delusion (El espejismo de Dios), del eminente biólogo Richard Dawkins. En esa obra, el autor en cuestión expresa su punto de vista según el cual la religión y la teoría de la evolución (y la ciencia en general) son irreconciliables. En buena medida, el libro de Dawkins fue una reacción contra la presente obra de Stephen Jay Gould, célebre biólogo y ensayista fallecido en 2002.
Allí donde Dawkins ve un conflicto irreconciliable entre ciencia y religión, Gould considera que este conflicto no necesariamente tiene por qué desarrollarse. Para justificar su posición reconciliadora entre ciencia y religión, Gould, quien dicho sea de paso, se consideró un agnóstico “en el sabio sentido de T.H Huxley [el primero en usar el término ‘agnosticismo’]” (p. 16), propone que, tanto la ciencia como la religión, para evitar conflictos entre ellas, se adhieran al principio MANS, siglas para la frase “Magisterios no se superponen”. En otras palabras, Gould considera que, si la ciencia y la religión encuentran cada una magisterios de su competencia, y se comprometen a no entrometerse en los otros, perfectamente pueden coexistir. El magisterio de la ciencia estaría confinado a las explicaciones sobre “el reino empírico: de qué está hecho el universo (realidad) y por qué funciona de la manera que lo hace (teoría)”, mientras que “el magisterio de la religión se extiende sobre cuestiones de significado último y de valor moral” (p. 14).
Así, de la argumentación de Gould se desprende que es perfectamente posible ser católico, protestante, budista, musulmán, judío, etc., y al mismo tiempo conservar visiones científicas del mundo. De hecho, esgrime Gould, desde Newton hasta Juan Pablo II, los grandes científicos han sido teístas, y los grandes teólogos han defendido los avances de la ciencia.
No tengo dificultad en admitir que los más grandes científicos de la historia, de forma general, han conservado creencias religiosas. De hecho, yo complementaría la defensa de Gould argumentando, como hace el historiador de la ciencia Stanley Jaki, que algunas ideas exclusivas de la cosmovisión judía y cristiana fueron muy favorables al desarrollo de la ciencia. Pero, con todo, creo que es una falacia inferir que, a partir de estos hechos, la ciencia y la religión no están en conflicto.
En primer lugar, Gould tiene en mente una concepción de la religión que, a mi juicio, no se corresponde con lo que los ejemplos concretos de religión en realidad son. A juicio de Gould, la religión ofrece respuestas a preguntas que la ciencia no puede responder, especialmente en lo que concierne a temas morales. Según su interpretación, en base a la célebre refutación de la falacia naturalista adelantada por G.E. Moore, la ciencia enseña cómo es el mundo, mientras que la religión enseña cómo debería ser el mundo. Mi objeción a este argumento es que la religión pretende mucho más que la elaboración de meras proposiciones morales; de ninguna manera se limita a señalar cómo debe ser el mundo, frecuentemente ha irrumpido en el magisterio de la enseñanza sobre cómo es el mundo. Además de eso, también me resulta problemático asumir que la religión esté en mejor posición que la ciencia o la filosofía para dar lecciones morales. Ciertamente la ciencia tiene dificultades para ofrecernos respuestas a la pregunta “¿cómo debemos vivir?” (pues la prescripción no siempre se deriva de la descripción), pero, dificulto que la religión también pueda hacerlo. El célebre dilema planteado por Platón en el Eutifrón (¿El bien es ordenado por Dios porque es bueno, o es bueno porque es ordenado por Dios?), debería generar serias dudas respecto a la capacidad de la religión para ofrecer pautas morales.
Gould sostiene como principio rector del MANS el siguiente mandamiento: “No mezclarás los magisterios al afirmar que Dios ordena directamente acontecimientos importantes en la historia de la naturaleza mediante interferencia especial que sólo la revelación puede conocer y que no es accesible a la ciencia” (p. 86). En otras palabras, Gould sostiene que, para que la religión no interfiera con la ciencia, debe prescindir de sus creencias en milagros y su defensa de dogmas de fe. Esta pretensión es sencillamente ingenua: ninguna de las religiones teístas estaría dispuesta a abandonar los milagros o ciertas doctrinas sólo defendidas por la fe.
Ciertamente algunas de las narraciones en la Biblia y el Corán han sido alegorizadas por exégetas judíos, cristianos y musulmanes. Así, por ejemplo, Gould felicita a los católicos por su disposición a alegorizar el relato de la Creación en Génesis, y aceptar a la teoría de la evolución como un hecho, como buena demostración de que MANS es posible. Pero, vale preguntarse, ¿están los católicos dispuestos a alegorizar el nacimiento virginal o la resurrección de Jesús? La creencia literal en estos eventos ciertamente interfiere en lo que la ciencia enseña sobre el proceso de fecundación o descomposición de cadáveres. A propósito, nunca he entendido por qué el catolicismo sí está dispuesto a alegorizar las narrativas de los primeros capítulos de Génesis, pero no la de los últimos capítulos de los evangelios.
Creo que el único sistema religioso que medianamente podría ajustarse a las exigencias de Gould para no entrar en conflicto con la ciencia, es el deísmo: prescinde de milagros y sólo apela a la teología natural. No creo que los teístas convencionales (judíos, cristianos, musulmanes) encontrarán en MANS una respuesta satisfactoria, pues el mismo contenido de sus doctrinas religiosas hace inevitable una intromisión en el magisterio de las ciencias. Con todo, ni siquiera considero que el deísmo pueda conciliarse a plenitud con la ciencia. Si, como postula el deísmo y la teología natural, Dios calculó detalladamente los ajustes de su creación, el universo creado sería muy diferente de un universo que no fue creado, sino formado obedeciendo a procesos que no están guiados por una inteligencia.
Gould sostiene reiteradamente la opinión según la cual, ciencia y religión con compatibles, pues la primera no puede decir nada sobre la existencia o inexistencia de Dios y otros preceptos de la religión. Ciertamente, en estricto sentido, la ciencia no puede pronunciarse sobre la existencia o inexistencia de Dios. Hasta ahora, la ciencia no ha encontrado evidencia para afirmar la existencia de Dios, pero Gould insiste en que eso no es motivo para negar lo divino, pues es perfectamente posible que, en dimensiones desconocidas inaccesibles a la ciencia, se encuentre Dios. Mi dificultad con este argumento es que, si en efecto la ciencia no puede pronunciarse sobre la existencia o inexistencia de Dios, tampoco puede hacerlo respecto a los vampiros, las hadas madrinas o los extraterrestres. Quizás estas entidades también existan en un plano inaccesible a nosotros. Gould exige respeto para el científico que sostenga la creencia en Dios, pero, yo me pregunto si exigiría el mismo respeto para el científico que sostenga la creencia en el chupacabras cósmico. Si la ciencia no ha encontrado a Dios (o al chupacabras cósmico), ¿para qué pronunciarse sobre una entidad inaprehensible a los sentidos, y sobre la cual no hay un concepto definitivo? Ciertamente debemos estar abiertos a la posibilidad de su existencia, pero, en el entretiempo, es mejor callar al respecto, y vivir como si no existiese.
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Ok, está bien esta reseña
ResponderEliminarCreo haya mayor posibilidad de encontrar evidencia del chupacabras cosmico que de Dios.
ResponderEliminarHola Gabriel, te conocí en Youtube y me parecieron muy interesantes tus videos, muy instructivos y ahora te encuentro acá y quiero aprovechar para felicitarte por tan loable labor y animarte a que sigas esparciendo conocimiento objetivo, racional e intelectual que es lo que necesitamos para construir un mundo mejor.
ResponderEliminarQuiero invitarte a que leas mis blogs y me des la opinión, correcciones y sugerencias de un intelectual y experto en la materia.
http://elcreadorevolutivo.blogspot.com/
Saludos.
Laura, hay mayor probabilidad de que funcione enseñarle francés a un mono que en responderte a ti para que dejes tu fanatismo antireligioso
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo en todo lo que dices, Gabriel, como ya comenté en mi reseña de tu libro sobre el darwinismo. Las religiones no sólo se han arrogado siempre el monopolio de la descripción del mundo, sino que han masacrado virulentamente a quienes se lo disputaban. Y viceversa, la Ciencia, por muy implícitamente que lo haga, tritura cualquier visión teleológica y trascendental del mundo.
ResponderEliminarEl caso de Gould ilustra a la perfección cómo una persona muy inteligente y sabia puede meter la pata estrepitosamente en cuanto se le sube el éxito a la cabeza y se sale de su campo.
Yo añadiría algo que ya sabes: los preceptos básicos de la moral los tenemos inscritos en nuestros genes, o al menos en nuestra historia cultural, al margen de la religión. Y ésta, como observa Dawkins, está lejos de proporcionar buenas pautas para la convivencia (por no entrar en los ejemplos históricos, que son muy manidos).
Hola Jose, yo en realidad no diría que la religión es un tremendo obstáculo a la moral. Si voy caminando por la noche, yo sí me sentiría más seguro al saber que la persona que se acerca, va saliendo de rezar en una iglesia. Pero, no veo que sea necesario tener religión para tener un sentido moral.
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