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domingo, 12 de septiembre de 2010
Mitos relativistas VI: No hay valores morales universales
El relativismo, del cual el indigenista suele partir, insiste en que son más destacables las diferencias que las semejanzas entre los grupos humanos: cada grupo tiene su propia particularidad, y eso hace difícil, o sencillamente imposible, el comparar una cultura con otra a fin de establecer valoraciones entre ellas, mucho menos el trasladar los valores de una cultura a otra. Ya he mencionado que la tradición filosófica procedente de la Ilustración disputa esto.
Pero, recurramos a datos específicos. ¿Hay valores morales universales? El relativista se inclina a pensar que no. En las sociedades occidentales, se valora la familia monogámica. Pero, según parece, sería un tremendo acto de chauvinismo asumir que todas las sociedades valoran la monogamia. De hecho, la monogamia parece ser la excepción, y no la regla. Desde Marruecos hasta Indonesia, la poliginia es permitida: un hombre puede casarse con más de una mujer. Inclusive, entre las mismas sociedades que permiten la poliginia, no hay un acuerdo moral. Varias tribus africanas permiten al hombre casarse con decenas de mujeres; lo mismo ocurre en algunos sectores clandestinos de los mormones, en el seno de la sociedad norteamericana. En cambio, en las sociedades islámicas, el hombre sólo puede casarse con cuatro mujeres.
La divergencia respecto a la valoración de la monogamia es apenas una muestra de la inmensa diversidad moral en la especie humana. De hecho, los abogados saben muy bien que, dejando de lado el derecho internacional, las leyes que ellos formulan sólo tienen aplicabilidad en su país. Precisamente el hecho de que cada país tiene un ordenamiento jurídico soberano es evidencia de que no hay un consenso universal respecto a qué es lo bueno.
Y, estima el relativista, puesto que la humanidad no ha conseguido encontrar un consenso respecto a qué es lo bueno, no hay una base sólida desde la cual podamos partir para emitir juicios de valor sobre determinadas acciones o situaciones. Los occidentales se pueden escandalizar de que en China las niñas fueran sometidas a dolorosísimos procedimientos para empequeñecer sus piececitos a fin de ajustarlos a los zapatos. Pero, evidentemente, esa práctica no es objetada en China. Y, puesto que no hay un consenso respecto a qué es lo bueno, resulta meramente arbitrario seleccionar un criterio moral para juzgar a otros pueblos.
Así, la gran diversidad moral conduce al relativista afirmar que no hay valores morales absolutos. La moral es relativa, bien sea a su época, bien sea a su contexto cultural. El canibalismo pudo resultar una monstruosidad moral a los españoles que llegaron a México en el siglo XVI, pero era una práctica perfectamente aceptada y sancionada por los aztecas. Puesto que no es moral para unos, pero sí es moral para otros, entonces no existe un valor moral absoluto que censure el canibalismo. Pues, si fuese absoluto, todas las sociedades censurarían el canibalismo. De nuevo, la moral es relativa a su contexto.
El relativista tiene razón en que, en muchos aspectos, hay un desacuerdo moral entre los seres humanos. Pero, amerita preguntarse si, bajo ese desacuerdo moral, yace a un nivel más profundo una estructura universal de reglas morales. Un antropólogo contemporáneo, Donald Brown, ha recaudado información de un amplio espectro de culturas, y ha llegado a la conclusión de que existe un mínimo de instituciones humanas universales. Es bastante sabido, por ejemplo, que todas las culturas del planeta tienen un tabú en contra del incesto, en especial de la relación sexual entre madres e hijos. Por supuesto, el alcance del tabú del incesto varía de sociedad en sociedad (en algunas sociedades se censura la relación sexual entre primos de primer grado, en otras no, etc.), pero la estructura elemental del tabú sí tiene difusión universal.
De hecho, todas las sociedades tienen alguna forma de censura o prohibición en contra del asesinato, el robo, la violación, el insulto, la mentira. Todas valoran la cooperación, la amistad, el cuidado de los niños, etc. De nuevo, el contenido de estas estructuras ciertamente varía. En el entendimiento occidental moderno, el cuidado de los niños implica educación para fomentar el cultivo de sus facultades críticas; en el entendimiento islámico, esa educación está más bien inclinada hacia una formación religiosa. Pero, tras el desacuerdo respecto a cómo debe ser educación, las sociedades islámicas y las sociedades occidentales tienen un acuerdo respecto a la necesidad de educar a los niños.
De manera tal que el desacuerdo moral no es tan vasto como los relativistas pretenden. Pero, asumamos por ahora que el relativista sí tiene razón: no existe un consenso moral entre distintas sociedades. Podemos hacer esa concesión a nivel descriptivo, pero no a nivel normativo. En otras palabras, a la hora de describir a las sociedades, ciertamente podemos admitir que aquello que se considero bueno en una sociedad no es necesariamente lo mismo que se considera bueno en otra sociedad. En este sentido, podemos asumir un relativismo descriptivo. Pero, el hecho de que exista una gran diversidad moral no implica que deba existir una gran diversidad moral. Si bien podemos admitir que el sacrificio humano no era moralmente censurado entre los aztecas, ello no implica que el sacrificio humano no debe ser moralmente censurado entre los aztecas. Podemos admitir el relativismo descriptivo, pero ello no obliga a asumir un relativismo normativo: ciertamente hay mucha diversidad moral en el mundo, pero ello no implica que deba haber diversidad moral en el mundo.
Ciertamente los aztecas no censuraban el sacrificio humano, pero eso no nos impide juzgar que ellos estaban moralmente equivocados. Podemos aceptar que existe un desacuerdo moral entre las sociedades, pero a la vez, también podemos postular que unas sociedades están en lo moralmente correcto, y otras sociedades están moralmente equivocadas. Así, podemos ser relativistas cuando describimos el desacuerdo moral, pero no estamos en necesidad de ser relativistas cuando prescribimos las reglas morales que deben regir a las sociedades.
Urge considerar un problema de vieja data en la filosofía moral. No parece posible derivar una conclusión sobre cómo debe ser el mundo, a partir de una observación sobre cómo es el mundo. En otras palabras, que algo ocurra no implica que deba ocurrir. Existe una tendencia a confundir la descripción con la prescripción, pero esto no parece ser un proceder legítimo. De hecho, muchos filósofos estiman que, cuando confundimos la descripción con la prescripción, incurrimos en aquello que ha venido a llamarse una ‘falacia naturalista’; a saber, postular lo bueno a partir de la observación de las cosas que ocurren naturalmente.
Existe una tendencia a creer que lo bueno es idéntico a lo normal. Pero, de nuevo, el hecho de que ocurra algo normalmente no implica que deba ocurrir. En Venezuela, por ejemplo, hay cientos de homicidios semanalmente. Pero, es sencillamente una idiotez proclamar que, puesto que los homicidios son muy comunes en Venezuela, entonces el homicidio es bueno en este contexto.
De la misma manera, el hecho de que los musulmanes practiquen la poliginia de ninguna manera implica que deban practicar la poliginia. Ciertamente, la poliginia es buena para ellos, pero el hecho de que ellos la consideren buena no impide que los musulmanes estén moralmente equivocados. Debemos abstraer una conclusión filosófica un poco más profunda: la moral es trascendente, en el sentido de que no está confinada a cada persona o cada grupo. Ciertamente hay muchísimos entendimientos de la moral, pero sólo hay uno correcto. Podemos admitir que los aztecas tienen su moral, lo mismo que los norteamericanos, los españoles, los chinos, los homosexuales, los médicos, los delincuentes, las hermanitas de la caridad, etc., pero al mismo tiempo, debemos admitir que muchas de esas moralidades no coinciden con la correcta moral.
Aparece, por supuesto, la pregunta inquietante: ¿cuál es la correcta moral? Admitámoslo, se trata de una pregunta sumamente difícil. Pero, por ahora, al menos podemos reconocer como elemental que es moralmente correcto censurar el racismo o el genocidio, y moralmente incorrecto promover esas prácticas.
Pero, la pregunta persiste: ¿cómo podemos saber cuál es la moral correcta, entre tantas moralidades divergentes que existen? Algunos filósofos han ofrecido respuestas, pero me parecen demasiado vagas. Kant, por ejemplo, sostenía que la acción buena es aquella que puede ser universalizada. Mentir es malo, porque si esta acción fuese universalizada, ya no creeríamos en la palabra de nadie, y ya ni siquiera se podría mentir. Yo no estoy muy seguro de que la solución de Kant resuelva gran cosa: muchas acciones pueden ser universalizadas, y con todo, nosotros los occidentales las seguiríamos considerando inmorales.
Por ahora, debo admitir que el reto relativista sigue en pie. Quizás, no sea demostrable que la moral azteca respecto al sacrificio humano está errada. De hecho, me inclino a pensar que la moral reposa sobre axiomas, a saber, posturas indemostrables. ¿Por qué debe respetarse la vida humana? ¿Por qué debe promoverse la igualdad de género? Contrario a lo que habitualmente se cree, estas preguntas no tienen fácil respuesta. Yo estoy dispuesto a luchar porque se preserve la vida humana, pero no estoy seguro de que se pueda demostrar la necesidad de preservar la vida humana. Pero, el hecho de que no podamos demostrar como moralmente correcta una acción no nos impide el intentar universalizarla.
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