domingo, 12 de septiembre de 2010

Mitos relativistas IX: No hay culturas ni superiores ni inferiores; sólo diferentes




Al relativista la desagradan las comparaciones. Pues, las comparaciones desembocan en una jerarquía, y unos terminan siendo mejor valorados que otros. Recordemos que, para el relativista, no hay verdades absolutas, en vista de lo cual, no es posible comparar jerárquicamente. Pues, para comparar jerárquicamente, se necesita de un patrón que permite medir a unos y a otros, y colocarlos en una jerarquía de valor a partir de lo que dictamine la balanza.
Por ello, para el relativista, no hay culturas mejores que otras. Si bien cada cultura tiene sus propias particularidades, todas son equivalentes. Son, por así decirlo, distintas pero equivalentes. Ninguna cultura vale más que otra, precisamente porque no hay valores absolutos. En tanto todos los valores son relativos, no es posible establecer comparaciones de valor.
En apariencia, esta argumentación le viene muy bien al indigenista. Pues, al insistir en que no hay culturas mejores que otras, el indigenista puede defender celosamente los modos de vida indígena, en tanto son tan valiosos como los modos de vida occidentales. Pero, visto más de cerca, esta argumentación pronto se convierte en un obstáculo para el indigenista, pues así como el modo de vida occidental no es mejor que el modo de vida indígena, tampoco es peor. Y, si de hecho, ningún modo de vida es mejor o peor que otro, entonces cualquier modo de vida es lícito. Eventualmente, el indigenista tendrá que admitir que los conquistadores españoles o las grandes corporaciones capitalistas son tan valiosas como sus costumbres ancestrales.
En todo caso, una vez más, la premisa según la cual no hay verdades absolutas es muy cuestionable. Y, si en efecto, aceptamos que, al menos en el plano moral, sí hay valores y verdades absolutas, entonces sí estamos en posición para sostener que unas culturas son mejores que otras. Aquellas culturas que se acerquen más a las verdades absolutas, sean morales, científicas o estéticas, serán mejores que aquellas culturas que estén más alejadas de esas culturas. Si asumimos como verdad moral absoluta que ofrecer sacrificios humanos a los dioses es malo, entonces aquellas culturas que no ofrecen sacrificios humanos son mejores que aquellas culturas que sí lo ofrecen. Si asumimos como verdad científica absoluta que la Tierra es esférica, entonces las culturas que sostengan esta creencia tendrán más valor que aquellas culturas que creen que la Tierra es plana.
Como ha de esperarse, al relativista no le agrada esta argumentación. Además de la negativa a aceptar verdades absolutas, algunos relativistas postulan que existen demasiados criterios posibles como para comparar jerárquicamente a las culturas. Nosotros los occidentales hemos desarrollado más la ciencia, pero los pueblos indígenas han desarrollado más el amor al planeta y la conciencia ecológica. Bajo un criterio, nosotros los occidentales somos mejores, pero bajo otro criterio, somos peores. ¿Por qué- pregunta el relativista- seleccionar arbitrariamente uno de estos criterios? En vista de que toda selección de criterios es arbitraria, es mejor no comparar. Las comparaciones son odiosas.
Puedo responder al relativista señalando que el hecho de que las comparaciones sean odiosas no implica que no podamos hacerla. Toda competencia donde haya ganadores y perdedores es odiosa, pero eso no impide que haya competencias. En toda comparación, seleccionamos un criterio por encima del otro.
De hecho, las comparaciones jerárquicas presuponen todo tipo de concurso, crítica, o premio. Una labor del crítico literario consiste en señalar cuáles obras son mejores que otras. Así como hay equipos de fútbol mejores que otros, o partidos políticos mejores que otros, también hay culturas mejores que otras. No hay (o, al menos, no veo) motivo por el cual sí podemos comparar jerárquicamente a Maradona con Pelé y decidir cuál es mejor futbolista (tal como lo hace la FIFA cuando entrega este tipo de premios), pero no podemos comparar jerárquicamente a los incas con los aztecas.
En la comparación jerárquica futbolística, ciertamente hay varios criterios. Podemos emplear como criterio el número de copas del mundo ganadas, los goles anotados, los pases completados, la espectacularidad del juego, la velocidad, etc. Pero, al hacer un balance guiados por estos criterios, podemos inclinarnos por Pelé o Maradona como el mejor futbolista de la historia. Lo mismo ocurre con la comparación cultural. En efecto, hay muchos criterios para la comparación. Pero, al evaluar esos criterios, podemos hacer un balance e inclinarnos por una cultura como mejor que otra.
No obstante, aparece acá un problema filosófico de mayor profundidad. El relativista seguramente sostendrá que los occidentales nos consideraremos superiores, pero sólo en la medida en que recurramos a criterios propiamente occidentales. Cualquier cultura puede recurrir a sus propios criterios para decidir que ella misma es superior al resto. De hecho, un influyente filósofo del siglo XX, Ludwig Wittgenstein, entendía la profundidad de este problema. Wittgenstein postulaba que un misionero europeo puede reírse del proceder de un brujo africano que consulta el oráculo; pero el misionero europeo debe entender que el brujo es objeto de burla sólo bajo los criterios occidentales de racionalidad. En otras palabras, el misionero emplea un criterio occidental para enaltecer al mismo Occidente. Eso, denuncia el relativista, es un argumento circular. Pues, ¿bajo qué justificación se puede seleccionar al criterio occidental por encima de otro?
Acá regreso a una dificultad que, según he admitido anteriormente, la encuentro prácticamente insuperable: llega un momento en que no veo posible el demostrar ciertas cosas, pero no por ello no las considero verdaderas. Son sencillamente axiomáticas. No creo posible demostrar por qué robar es malo. De la misma manera, no creo posible demostrar por qué la racionalidad es mejor que la irracionalidad. Sencillamente lo asumo.
En todo caso, la argumentación del relativista inspirada en Wittgenstein, puede ser reducida a algunos absurdos. Por ejemplo, los psiquiatras tienen bien definidos algunos criterios para distinguir la locura de la cordura. Pero, el relativista siempre podrá objetar que el loco se considera loco, sólo bajo el criterio del psiquiatra. Quizás, bajo el criterio de quien llamamos ‘loco’, en realidad los locos somos nosotros. Ciertamente una argumentación como ésta invita a la reflexión, pero a nivel pragmático, creo que podemos asumir que el loco es loco, y el cuerdo es cuerdo. Y, de la misma manera, podemos asumir que es mejor predecir eclipses mediante el cálculo astronómico, que mediante la consulta a oráculos.
Negarse a admitir que no hay culturas mejores que otras es asumir, a la manera de Feyerabend, que “todo vale”. Pues, precisamente, si no hay un criterio válido para valorar jerárquicamente a las culturas, da lo mismo que sean de una u otra manera. Bajo el criterio relativista, una cultura que practica el genocidio y la discriminación racial no será ni mejor ni peor, es decir, valdrá lo mismo, que una cultura que ofrece libertad a sus miembros y les brinda bienestar social. Si todas las culturas son equivalentes, entonces no hay motivos para oponerse a ninguna práctica cultural despótica.
Es curioso que muchos relativistas coincidan con la ideología socialista. Estos relativistas no están dispuestos a admitir que el socialismo no es ni mejor ni peor que el capitalismo; antes bien, el capitalismo es un sistema perverso, y el socialismo es un proyecto sumamente moral. Para ellos, sí hay sistemas políticos y económicos mejores que otros. Pero, extrañamente, no están dispuestos a admitir que hay culturas mejores que otras.

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