domingo, 12 de septiembre de 2010

Mitos relativistas V: Cada pueblo tiene su idioscincracia



En una canción muy pegajosa, Rubén Blades nos advierte que “los modelos importados no son la solución”. Desde inicios del siglo XX, ha habido en América Latina el esfuerzo por sustituir importaciones a fin de promover las industrias nacionales. Las mercancías procedentes de otros países han pagado altísimos aranceles, supuestamente con la esperanza de que a los importadores no se les haga atractivo seguir inundándonos con mercancía foránea, y en vez, se estimule el aparato productivo interno.
Pero, el mensaje de Rubén Blades es un poco más abstracto. Cuando nos habla de ‘modelos importados’, no sólo se refiere a teléfonos Blackberry y automóviles Ford, sino también a modelos ideológicos. Los promotores de la independencia latinoamericana importaron ideas procedentes de la Ilustración y la Revolución Francesa; Blades sería de la opinión de que esos modelos importados no son la solución a nuestros problemas. Antes bien, cada pueblo tiene su propia idiosincrasia, y debe buscar la solución a sus problemas sin recurrir al modelaje de naciones foráneas. En vez de buscar inspiración en el pensamiento de Voltaire, Locke, Montesquieu o, inclusive, el mismísimo Marx, deberíamos buscar inspiración en nuestro propio pensamiento latinoamericano. Voltaire y compañía son adecuados para los europeos, pero no para nosotros. Los latinoamericanos somos distintos; de hecho, cada pueblo es distinto, y resulta un esfuerzo en vano buscar un modelo ideológico que se ajuste a toda la humanidad.
No tardará el lector en apreciar que esta idea no es más que un derivado del relativismo. El modelo de organización social más conveniente, el ideario, la visión del mundo, etc., son sólo relativos a un contexto muy específico. En otras palabras, no existe un modelo ideológico de aplicación universal. Y, la concepción más profunda que subyace bajo esta premisa es aquella según la cual cada pueblo cuenta con una particularidad cultural, aquello que los románticos alemanes llamaron el Volksgeist, el espíritu del pueblo. Ese espíritu es lo que hace a cada pueblo único, y en el entendimiento relativista, enriquece la experiencia cultural de cada país.
De nuevo, el indigenista se acopla muy bien a esta idea. Puesto que en América Latina hay un grueso segmento de población indígena, o en todo caso, puesto que la presencia indígena ha dejado una impronta cultural bastante prominente, las soluciones a los problemas latinoamericanos deben plantearse a partir de la misma cosmovisión indígena. Imponer las ideas procedentes de la Revolución Francesa o de la Ilustración es una estrategia sumamente errada, pues el Volksgeist indoamericano es totalmente ajeno al Volksgeist de los pueblos occidentales.
Bajo esta perspectiva, la secularización, el predominio de la racionalidad técnica, la implantación de un sistema de mínimas libertades individuales, la industrialización, etc., son esquemas que han funcionado en Europa, pero no necesariamente esos esquemas funcionarán en nuestra idiosincrasia.
Paradójicamente, estas ideas no son indígenas en sí mismas. De hecho, la idea de que cada pueblo tiene su idiosincrasia es un invento occidental en sí mismo. Semejante idea procede del romanticismo alemán de la primera mitad del siglo XIX. Como es sabido, el siglo XVIII fue en Europa el ‘siglo de las luces’, la Ilustración. Durante este periodo, surgió una filosofía que enfatizaba el progreso y el universalismo: a juicio de los filósofos ilustrados, existe un conjunto de leyes y valores de aplicabilidad universal, y grosso modo, todas las sociedades atraviesan las mismas etapas de progresión. En otras palabras, los ilustrados defendían arduamente la unidad de la especie humana, y enfatizaban que es mucho más lo que une a un chino y un europeo, que lo que los separa. Para los ilustrados, si bien puede haber algunas particularidades culturales, éstas son pocas comparadas con las abundantes semejanzas entre todos los seres humanos. Los ilustrados no negaron que hubiera idiosincrasias en cada pueblo, pero recomendaron no dedicarle demasiada atención.
Pues bien, como se sabe, los ilustrados inspiraron la Revolución Francesa, y ésta, eventualmente pretendió llevar a todo el planeta su mensaje de libertad, igualdad y fraternidad en pro del progreso universal. Pero, como en todo, siempre ha habido retrógrados y reaccionarios. Frente al avance de la Revolución Francesa, surgió especialmente en países germanos un movimiento que pretendió resistir la influencia universalista y exaltar lo local. Éste es el origen del nacionalismo moderno promovido por el romanticismo alemán: los románticos prefirieron detener la marcha progresista de la Ilustración, y exaltar sus tradiciones ancestrales, invocando la necesidad de ajustar cada país a su propio Volksgeist. Conformaron así una reacción en contra de la Revolución Francesa, y precisamente en apelación a la idiosincrasia de cada país, defendieron la permanencia del orden monárquico y semi-feudal pre-revolucionario. Hoy el indigenismo es erróneamente asumido como un movimiento social ‘de avanzada’ con firmes raíces en la izquierda, cuando en realidad, es un movimiento con firmes raíces en el pensamiento reaccionario europeo. Los progresistas exaltaron el universalismo, la ciudad, el progreso; los reaccionarios exaltaron la particularidad cultural y la idiosincrasia, el campo, las costumbres ancestrales.
Por lo demás, creo bastante obvio que los ilustrados tienen un mejor entendimiento del ser humano que los románticos. La especie humana es una. Desde un punto de vista biológico, la variación genética en el seno de la especie humana es prácticamente insignificante. Y, en cuanto a producciones culturales, destacan mucho más las semejanzas que las diferencias. Si, en efecto, reconocemos que las semejanzas entre seres humanos son más prominentes que las diferencias, entonces podremos admitir, sin complejos, que quizás los modelos importados sí sean la solución. Esos modelos importados no están destinados a una particularidad cultural, sino que tienen aplicabilidad universal; a saber, para todos los pueblos del mundo. Ojalá Rubén Blades entienda esto y componga una canción igual de pegajosa, pero con un mensaje propio de los ilustrados.

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