domingo, 3 de abril de 2016

"El acorazado Potemkin" y el chavismo

            Suelen decir los críticos que El acorazado Potemkin, dirigida por Sergei Eisenstein y estrenada en 1926, es una de las mejores películas de la historia del cine. Para quienes no somos muy entendidos en técnicas cinematográficas, y más bien somos meros espectadores que buscamos entretenimiento, esta película puede resultar un poco pesada. El séptimo arte, me temo, tiene la desventaja de que, en tanto depende mucho de la tecnología, cuando ésta se vuelve obsoleta, es difícil que las nuevas generaciones acostumbradas a tecnologías modernas, aprecien filmes hechos con tecnologías del pasado. Es más fácil para un joven del siglo XXI leer una tragedia griega, que ver una película muda, presumiblemente porque el texto de la tragedia griega no depende de la tecnología. En el cine, como habría dicho McLuhan, el medio es (al menos parcialmente) el mensaje.

            Pero, aun con su pesadez, El acorazado Potemkin merece ser vista. Narra la historia del motín en un barco ruso, en el contexto de la fallida revolución de 1905. A los marineros se les da carne con gusanos para comer, y en vista de ese maltrato, se rebelan. Los oficiales tratan de controlar el motín, pero el resto de la tripulación se une a los alzados, y toman control del navío. Llegan a la ciudad de Odesa, y ahí la población, cansada de la opresión zarista, acude en su apoyo, ofreciéndoles víveres y provisiones. Es un festín de solidaridad revolucionaria.
            No obstante, a Odesa llegan tropas zaristas como refuerzos. En una de las escenas más famosas en la historia del cine, las tropas alienadas en formación van descendiendo por las escaleras, y a su paso, masacran a los civiles. Una mujer tiene a su hijo herido en brazos, y se acerca a las tropas, suplicándole que detengan la matanza. Luego, llegan refuerzos navales zaristas para enfrentarse al Potemkin, y ambos bandos se preparan para la batalla. Pero, los marineros aún zaristas, al ver la bandera revolucionaria roja enarbolada en el Potemkin, deciden no disparar, y nuevamente, se unen a sus camaradas.
            La película es a todas luces propagandística. Su mensaje es muy simplista: la Rusia de los zares era opresiva, y los bolcheviques tenían plena justificación para hacer su revolución. En la época en que se estrenó, la Unión Soviética tenía aspiraciones internacionalistas, y así, su principal objetivo era estimular la solidaridad obrera entre todos los pueblos oprimidos del mundo. Si bien la trama transcurre en Rusia y Ucrania, no hay muchos temas nacionalistas: el film adelanta la idea de que el conflicto de clases trasciende fronteras.
            Y, no en vano, esta película fue prohibida en países occidentales como Gran Bretaña, Francia y EE.UU., precisamente porque se veía en ella un enorme potencial subversivo. La izquierda tradicionalmente ha sentido mucho orgullo por este film, pues suele verse como un homenaje a la lucha en contra de la opresión. La gran ironía, no obstante, es que apenas unas décadas después, las tropas soviéticas hicieron en Hungría y Checoslovaquia algo muy parecido a lo que las tropas zaristas hicieron en las escaleras de Odesa (más irónico aún es el hecho de que, mientras que las invasiones a Hungría y Checoslovaquia fueron reales, la matanza en las escaleras de Odesa nunca ocurrió en realidad).
            El acorazado Potemkin deja un aliento de optimismo, pues esboza la idea de que, ante la opresión, a los soldados del régimen opresor se les alumbrará la conciencia, y no usarán sus armas contra el pueblo. Ciertamente esto ha ocurrido así en muchas ocasiones históricas. Pero, como venezolano que ha visto los abusos del régimen chavista en los últimos quince años, mi optimismo en este asunto es más moderado.


Chávez astutamente descubrió que su poder dependía de tener contentos a los militares, pues en el momento crítico, éstos lo iban a mantener en el poder, aún si ya no contara con el apoyo popular. Y así, mientras que a un soldado chavista se le dé más migajas que a un maestro o a un médico, el soldado chavista no tendrá problemas en disparar contra el pueblo. En febrero de 2014, cuando hubo algunos focos de inestabilidad, las tropas chavistas arremetieron contra el pueblo, masacrando a decenas de personas. Muchos esperábamos que, ante los abusos y las órdenes de disparar, algunos guardias tomarían conciencia de su verdadero deber, y se rehusarían a obedecer. Pensamos que aquello podría convertirse en El acorazado Potemkin. Fueron esperanzas vanas.   

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