miércoles, 2 de marzo de 2016

Seamos justos con Donald Trump

            Donald Trump va encaminado a ser el candidato del Partido Republicano para las elecciones presidenciales norteamericanas de este año. No creo que logre vencer a Hillary Clinton (su probable rival); pero, hace apenas algunos meses, nadie lo había tomado en serio, y si dio la sorpresa en las primarias republicanas, bien podría darla también en las elecciones definitivas.
            Si yo fuera norteamericano, ni por asomo votaría por Trump. Es de los candidatos más anti-intelectualistas que ha habido en EE.UU. en los últimos años, y francamente, es un ser humano despreciable. Pero, amerita poner las cosas en su sitio. Tanto en la política norteamericana, como en la internacional, hay gente muy parecida o peor que él. Con todo, los medios se han encargado de presentarlo como el gran coco, mientras que son bastante más suaves con otra gente que, en muchos aspectos, es peor.

            Trump es el típico populista mediático, enfermizamente narcisista. Su continua arrogancia al proclamar su inmensa riqueza, lo convierte en el ogro de la izquierda latinoamericana. Pero, ¿es más narcisista que Chávez? Muchos de los insultos que Trump ahora coloca de moda en el mundo anglófono, Chávez los popularizó en el mundo hispano: “Frijolito”, “victoria de mierda”, “yankees de la mierda”, “Mr. Danger”, “Bush huele a azufre”, etc. Muchos se rieron con las excentricidades de Chávez. Tanto Trump como Chávez eran expertos en gesticular frente a las cámaras diciendo cosas aberrantes, con la mera intención de escandalizar. ¿Por qué, ahora, a quienes disfrutaron de Chávez, ha de molestarles ahora las excentricidades de Trump? Al menos, hay un personaje, muy querido por Chávez y sus secuaces, que está muy a gusto con Trump: Vladimir Putin. 
            Trump ha logrado imponerse en la política, gracias a sus esfuerzos en los años previos, para constituir su imagen como una franquicia. Está ganando el voto, no con argumentos, sino sencillamente con mercadeo agresivo, y sobre todo, apelando a su identidad como hombre blanco de negocios: él es el outsider de un establishment que ya está corrupto. Pide que voten por él, no por lo que piensa o hace, sino sencillamente por quién él es.
Vale. Pero, hay un significativo antecedente de esto en la propia política norteamericana: Barack Obama. El actual presidente norteamericano, como ningún otro, construyó en torno a su imagen una franquicia. Obama logró convencer al pueblo norteamericano de que votara por él, no propiamente debido a sus ideas y proyectos, sino sencillamente al hecho de que él sería el primer presidente negro, y con eso, los norteamericanos podrían quitarse de encima el peso de la culpa por siglos de esclavitud y racismo. Obama se valió de aquello que ha venido a llamarse las “políticas de la identidad” (promover un candidato por su identidad, y no por sus ideas), y ahora, Trump utiliza la misma táctica. ¿Por qué justificamos el encanto de Obama, pero no el de Trump?
Se acusa a Trump de no tener convicciones claras, y cambiar de opinión de un día para otro. En una época fue demócrata, ahora es republicano. Antes apoyaba el aborto, ya no. Nunca fue religioso, pero ahora, para ganar votos, de vez en cuando va a la iglesia. Vale. Pero, de nuevo, ¿qué hay de Chávez? ¿Por qué la izquierda no criticó eso mismo en Chávez? El Comandante empezó diciendo que no era socialista o marxista, luego cambió de opinión. Dijo en algún momento que era evangélico, luego dijo que era católico. Era enemigo de Alan García, pero al poco tiempo se daba abrazos con él. Reconocía a las FARC como fuerzas legítimas, pero luego trató desesperadamente de desvincularse de esos terroristas.
Seguramente el aspecto más desagradable de Trump es su racismo y su desprecio a los inmigrantes. Pero, algunas de las palabras de Trump han sido distorsionadas. Él no ha dicho que todos los inmigrantes son violadores; sólo ha dicho que entre los inmigrantes mexicanos, hay violadores. En lógica formal, es muy importante la distinción entre una afirmación universal y una particular, pero lamentablemente, los medios asumen que, puesto que dijo que algunos inmigrantes son violadores, afirmó que todos los inmigrantes son violadores.
El tema de la inmigración es complejo, y yo francamente no tengo una postura definitiva al respecto. Pero, hay una cuestión elemental: si las fronteras existen, están para ser resguardadas, y quien las cruce sin previa autorización, está cometiendo un acto ilegal. Podemos discutir si conviene o no flexibilizar las normas, si es prudente o no una amnistía en virtud del volumen de los inmigrantes en EE.UU. Pero, Trump no ha sido el primero, ni será el último, en buscar controlar la inmigración en su país. Es fácil asociar esa postura con la rancia derecha, como de hecho, ocurre en Francia con Marine LePen o en Holanda con Geert Wielders.
Pero, francamente, todo gobierno nacionalista, sea de derecha o de izquierda, termina por rechazar a los inmigrantes. En el 2015, en nombre del nacionalismo, el izquierdista Nicolás Maduro deportó masivamente a los inmigrantes de origen colombiano en Venezuela, y de nuevo, el mundo no formó gran alboroto por ello. China, India, Corea del Norte, y tantos otros países, tienen políticas migratorias y de ingreso durísimas, pero nadie las objeta tanto como el alboroto que se está formando en torno a Donald Trump.
De hecho, ese mismo nacionalismo de Trump, se extiende a la economía. Trump no defiende el libre mercado internacional. Él propone las mismas medidas proteccionistas, con tarifas e impuestos, para privilegiar a la economía nacional. Es exactamente el mismo proteccionismo que la izquierda latinoamericano ha defendido con sus programas de cobro de aranceles para la “sustitución de importaciones”. En 1994, el subcomandante Marcos lanzó su guerrilla como una protesta en contra de NAFTA, el tratado de libre comercio entre México, Canadá y EE.UU. Pues bien, Trump es uno de los mayores opositores a NAFTA. ¿Quién habría pensado que el gran magnate neoyorquino habría sido un aliado del subco allá en Chiapas?
Se acusa a Trump de ser un racista, y ciertamente, su base electoral está en el electorado blanco que, paranoicamente, siente que Obama dio demasiado espacio a las minorías étnicas. No es casual que David Duke, el más racista de los políticos norteamericanos (y alguna vez miembro del Ku Klux Klan), apoye a Trump. Pero, hay datos curiosos. Los negros norteamericanos tradicionalmente votan por el Partido Demócrata, pero Trump es el candidato republicano que más apoyo ha conseguido entre los negros durante las últimas décadas. ¿Cómo explicar esto? Muy sencillo: Trump en realidad sólo tiene animadversión contra los hispanos, y este colectivo se ha convertido en un competidor de los negros en EE.UU., no solamente en los trabajos, sino también en la carrera victimista de sentirse la minoría étnica con más derechos especiales, en programas de acción afirmativa y otras cosas por el estilo. Buena parte del electorado negro está dispuesto a aceptar a un candidato apoyado por el racista David Duke, con tal de que saquen a los hispanos del camino.

Los hispanos, por su parte, naturalmente odian a Trump. Pero, a diferencia de otros candidatos en esta campaña, Trump no tiene ningún interés particular en inmiscuirse en aventuras imperiales en América Latina (de hecho, Trump no tiene el apoyo de los neoconservadores que quieren que EE.UU. siga siendo un imperio con bases e intervenciones militares). Trump quiere que EE.UU. cierre sus fronteras, y que su país se mantenga relativamente aislado (como lo pedían los derechistas aislacionistas durante la Segunda Guerra Mundial), dejando en paz a los presidentes latinoamericanos (esta actitud no intervencionista, presumiblemente, es lo que más agrada a Putin, quien siempre ha defendido el principio de soberanía y no intervención).
Hillary Clinton, en cambio, un poco más popular entre los latinos de EE.UU., sí es mucho más agresiva en la política imperial norteamericana, y América Latina no ha sido excepción: como secretaria de Estado, dio el visto bueno para el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras, en 2009. Del mismo modo en que a los negros norteamericanos les importa un comino lo que su gobierno haga o deje de hacer en África, a los hispanos de EE.UU. les trae sin cuidado las barbaridades norteamericanas en América Latina; su único interés es que los reciban como inmigrantes.

Donald Trump es un payaso, y sería una gran desgracia que llegase a la presidencia de EE.UU. Pero, esa desgracia se haría aún más grande, si seguimos satanizando a Trump, sin tener en cuenta que muchas de las cosas que criticamos en él, están presentes en otros políticos que, por alguna extraña razón, nos resultan más simpáticos.

4 comentarios:

  1. Concuerdo en casi todo contigo. Muy buen artículo.

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  2. Con todo respeto, lo que Trump dijo era que algunos NO eran violadores, no al revés.
    Cualquier persona con un básico uso de la lengua sabe eso qué quiere decir, es decir la idea que el está transmitiendo implícitamente.
    Por favor corrija los errores en el artículo.

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    1. Cual es el error? A nivel de la logica de predicados, decir que algunos no son violadores es lo mismo que decir que algunos si son violadores. Ambos son cuantificadores particulares, no universales

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