Siempre ha habido sinofobia. Los estereotipos sobre los
chinos son muy conocidos: son sucios, comen perros, no se entiende su lengua, son
traicioneros, etc. Venezuela siempre recibió con brazos abiertos a los
inmigrantes chinos, quienes han resultado personas sumamente honestas y
trabajadoras, pero los criollos nunca dejamos de lado nuestra suspicacia
respecto a esta gente con ojos extraños. Eventualmente, estos prejuicios fueron
menguando, pues los inmigrantes chinos demostraron ser ciudadanos ejemplares.
Pero, ha
aparecido una nueva forma de sinofobia. Ya no se teme tanto a la cultura
popular china, sino al poder imperial chino. Cuando en el pasado vinieron los
chinos, su país de origen era una tierra sumamente empobrecida. Hoy, las cosas
han cambiado. Los chinos ahora vienen a hacer negocios. Y, por ende, ya no hay
temor a su escasa higiene o a sus hábitos alimenticios, sino a sus prácticas
comerciales.
En su
obsesión anti-imperialista, Hugo Chávez ha querido quebrar las relaciones con
EE.UU., y en cambio, acercarnos a China. Muchos críticos oportunamente han
observado que no hay una gran transformación en esta decisión: es sencillamente
la sustitución de un imperio por otro. Del mismo modo en que Cuba se entregó al
imperio soviético para escapar del imperio norteamericano, hoy Venezuela se
entrega al imperio chino para escapar del Tío Sam. Chávez se queja de que, en
el pasado, se vendía a los yanquis el barril de petróleo a 6 dólares, pero hoy,
la oposición venezolana oportunamente denuncia que la relación comercial con
China es igualmente desfavorable. Los chavistas denuncian el imperialismo
norteamericano. Los opositores denuncian el imperialismo chino. Y, así como los
chavistas manifiestan su desdén por la invasión cultural norteamericana del
pasado, hoy los opositores manifiestan su desdén por la invasión cultural
china.
Opino
que tanto los chavistas como los opositores se equivocan en este asunto. Pues,
ambos parten de la premisa de que el imperialismo es intrínsecamente objetable.
Yo, en cambio, tengo una visión más positiva del imperialismo. Ha habido, por
supuesto, crímenes imperiales de todo tipo, y jamás estará justificada la
expansión de un poder imperial por vía violenta. Pero, al contemplar objetivamente
la experiencia histórica del imperialismo, es apreciable que los países
imperialistas extendieron a sus colonias la civilización que, en un principio,
les permitió convertirse en un poder. Los poderes coloniales expandieron la
ciencia y la tecnología, desarrollaron infraestructura, ampliaron redes
comunicaciones y comerciales, y ofrecieron seguridad. El poder imperial
norteamericano sacó a Venezuela del atraso, y a los gringos debemos el
desarrollo de nuestra industria petrolera, duélale a quien le duela. Los
norteamericanos vinieron a explotar, pero si no lo hubieran hecho, seguiríamos
siendo un país agrícola precario con niveles de desarrollo bajísimo. La gran
paradoja histórica del colonialismo es que, en muchísimos casos, para explotar
y generar ganancias, los poderes coloniales deben modernizar a sus colonias, y
este proceso, a la larga, resulta beneficioso para las propias colonias, aun si
en un inicio fueron explotadas.
Quizás
los imperios del pasado que operaban bajo los principios mercantilistas,
buscaban depredar a toda costa a sus territorios, y sencillamente extraían
materia prima. Así, se daba un juego de suma cero: el poder imperial ganaba, y
el dominio imperial perdía. Pero, desde el siglo XIX, esa forma de imperialismo
dejó de ser lucrativa. Los grandes imperios descubrieron que, mucho más que
explotar, les convenía comerciar, con balanzas más equitativas para potenciar aún
más los mercados ultramarinos. Así, la ganancia del poder imperial no es
cosustancial a la pérdida del dominio imperial, y mucho más que una relación de
explotación, se da una relación de simbiosis.
Es por
ello que yo no temo la invasión neocolonial china en Venezuela. China ofrece a
Venezuela las ventajas que los imperios modernos ofrecen a sus dominios:
seguridad, infraestructura, desarrollo. De hecho, una experiencia histórica
reciente sirve como modelo. Desde la década de los cincuenta del siglo XX, el Tíbet
ha resistido la presencia imperial china fútilmente. Pero, la realidad es que,
antes de la agresiva presencia china, el Tíbet era una teocracia con condiciones
de vida deplorables. Hoy, gracias a la inversión y protección china, los
tibetanos han mejorado dramáticamente sus condiciones de vida, con óptimas
telecomunicaciones y carreteras, mayor esperanza de vida, aumento del
alfabetismo, mejor nutrición, etc.
Los
chinos, como los imperios de los últimos dos siglos, están dando cumplimiento a
una misión civilizadora. Han llevado su enorme talento para la vida civilizada a
regiones atrasadas. Y, hasta cierto punto, los tibetanos poco a poco se van
dando cuenta de ello; por eso, la alharaca sobre la independencia tibetana ya
no suena tanto. Pero, por supuesto, China no es el imperio liberal que sí fue
Gran Bretaña y que, en menor medida, es hoy EE.UU. China ofrece mejoras en las
condiciones materiales de vida, pero no tiene la menor contemplación por las
instituciones elementales de la democracia.
Regiones atrasadas como el Tíbet cada
vez aceptan más la presencia china, pues se reconoce que el poder chino es una
mejora respecto a lo anterior. Pero, precisamente debido a su falta de garantías
democráticas, territorios como Hong Kong o Taiwán han sido mucho más temerosos
de regresar al imperio chino, pues antaño, vivían bajo una forma de
imperialismo liberal (el británico y el americano, respectivamente) que no sólo
constituía mejoras materiales significativas, sino que también permitía un
mayor ejercicio de la democracia.
El
imperialismo, para poder ser beneficioso, debe adherirse a los principios del
liberalismo. Es por ello que, en mi opinión, el imperio británico ha sido el más
benevolente de todos (a pesar de que, en balance, el imperio británico estuvo
muy lejos de dar cumplimiento a su doctrina liberal). El imperio chino está muy
lejos de adherirse a la doctrina liberal. Pero, no por ello deja de ofrecer
potenciales beneficios. Si bien no es un imperio liberal, la globalización
impide que el imperio chino sea como los imperios depredadores de antaño. Los
chinos saben que, para poder aprovecharse al máximo de sus colonias, debe haber
buenas condiciones de vida en ellas. Es por ello que han buscado modernizar el
Tíbet, y es por ello que opino que, en balance, el poder chino representará una
mejora para Venezuela.
Es
necesario, por supuesto, revisar muchos de los escabrosos acuerdos que Chávez
ha firmado con los chinos. Pero, así como debemos reconocer que la intrusión
norteamericana en Venezuela insertó a este país en la modernidad, la llegada de
los chinos podría sacar a Venezuela del atolladero en el cual se encuentra. Así
como a la mayoría de los puertorriqueños aparentemente no les molestaría que San
Juan se termine pareciendo a Miami, a mí no me molestaría que Caracas se
termine pareciendo a Shangai. Por supuesto, la ventaja del imperialismo
norteamericano, comparado con el chino, es su cultivo interno de la democracia.
Las ventajas que nos ofrezca el poder chino podrían venir al precio de hacernos
perder nuestras instituciones democráticas. Pero, veo viable aceptar la
modernización ofrecidas por los chinos, y a la vez rechazar su modelo
autoritario.
Todo
esto, por supuesto, supone una negociación muy compleja y delicada. Pero, debe
hacerse sin apasionamientos, y evaluando minuciosamente las ventajas o
desventajas de la presencia de este o aquel poder imperial. Así como, en su arrebato
emocional nacionalista, los chavistas no han calculado bien las ventajas de
estar a la sombra del poder imperial norteamericano; los opositores no han
tomado en consideración que la presencia imperial china también podría resultar
ventajosa para nosotros los venezolanos. Es un asunto que debe evaluarse analíticamente,
sin dejarse conducir por el mero odio al hot
dog o el chop suey.
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