domingo, 18 de noviembre de 2012

¡Bienvenidos los chinos!



            Siempre ha habido sinofobia. Los estereotipos sobre los chinos son muy conocidos: son sucios, comen perros, no se entiende su lengua, son traicioneros, etc. Venezuela siempre recibió con brazos abiertos a los inmigrantes chinos, quienes han resultado personas sumamente honestas y trabajadoras, pero los criollos nunca dejamos de lado nuestra suspicacia respecto a esta gente con ojos extraños. Eventualmente, estos prejuicios fueron menguando, pues los inmigrantes chinos demostraron ser ciudadanos ejemplares.
            Pero, ha aparecido una nueva forma de sinofobia. Ya no se teme tanto a la cultura popular china, sino al poder imperial chino. Cuando en el pasado vinieron los chinos, su país de origen era una tierra sumamente empobrecida. Hoy, las cosas han cambiado. Los chinos ahora vienen a hacer negocios. Y, por ende, ya no hay temor a su escasa higiene o a sus hábitos alimenticios, sino a sus prácticas comerciales.
            En su obsesión anti-imperialista, Hugo Chávez ha querido quebrar las relaciones con EE.UU., y en cambio, acercarnos a China. Muchos críticos oportunamente han observado que no hay una gran transformación en esta decisión: es sencillamente la sustitución de un imperio por otro. Del mismo modo en que Cuba se entregó al imperio soviético para escapar del imperio norteamericano, hoy Venezuela se entrega al imperio chino para escapar del Tío Sam. Chávez se queja de que, en el pasado, se vendía a los yanquis el barril de petróleo a 6 dólares, pero hoy, la oposición venezolana oportunamente denuncia que la relación comercial con China es igualmente desfavorable. Los chavistas denuncian el imperialismo norteamericano. Los opositores denuncian el imperialismo chino. Y, así como los chavistas manifiestan su desdén por la invasión cultural norteamericana del pasado, hoy los opositores manifiestan su desdén por la invasión cultural china.
            Opino que tanto los chavistas como los opositores se equivocan en este asunto. Pues, ambos parten de la premisa de que el imperialismo es intrínsecamente objetable. Yo, en cambio, tengo una visión más positiva del imperialismo. Ha habido, por supuesto, crímenes imperiales de todo tipo, y jamás estará justificada la expansión de un poder imperial por vía violenta. Pero, al contemplar objetivamente la experiencia histórica del imperialismo, es apreciable que los países imperialistas extendieron a sus colonias la civilización que, en un principio, les permitió convertirse en un poder. Los poderes coloniales expandieron la ciencia y la tecnología, desarrollaron infraestructura, ampliaron redes comunicaciones y comerciales, y ofrecieron seguridad. El poder imperial norteamericano sacó a Venezuela del atraso, y a los gringos debemos el desarrollo de nuestra industria petrolera, duélale a quien le duela. Los norteamericanos vinieron a explotar, pero si no lo hubieran hecho, seguiríamos siendo un país agrícola precario con niveles de desarrollo bajísimo. La gran paradoja histórica del colonialismo es que, en muchísimos casos, para explotar y generar ganancias, los poderes coloniales deben modernizar a sus colonias, y este proceso, a la larga, resulta beneficioso para las propias colonias, aun si en un inicio fueron explotadas.
            Quizás los imperios del pasado que operaban bajo los principios mercantilistas, buscaban depredar a toda costa a sus territorios, y sencillamente extraían materia prima. Así, se daba un juego de suma cero: el poder imperial ganaba, y el dominio imperial perdía. Pero, desde el siglo XIX, esa forma de imperialismo dejó de ser lucrativa. Los grandes imperios descubrieron que, mucho más que explotar, les convenía comerciar, con balanzas más equitativas para potenciar aún más los mercados ultramarinos. Así, la ganancia del poder imperial no es cosustancial a la pérdida del dominio imperial, y mucho más que una relación de explotación, se da una relación de simbiosis.  
            Es por ello que yo no temo la invasión neocolonial china en Venezuela. China ofrece a Venezuela las ventajas que los imperios modernos ofrecen a sus dominios: seguridad, infraestructura, desarrollo. De hecho, una experiencia histórica reciente sirve como modelo. Desde la década de los cincuenta del siglo XX, el Tíbet ha resistido la presencia imperial china fútilmente. Pero, la realidad es que, antes de la agresiva presencia china, el Tíbet era una teocracia con condiciones de vida deplorables. Hoy, gracias a la inversión y protección china, los tibetanos han mejorado dramáticamente sus condiciones de vida, con óptimas telecomunicaciones y carreteras, mayor esperanza de vida, aumento del alfabetismo, mejor nutrición, etc.  
            Los chinos, como los imperios de los últimos dos siglos, están dando cumplimiento a una misión civilizadora. Han llevado su enorme talento para la vida civilizada a regiones atrasadas. Y, hasta cierto punto, los tibetanos poco a poco se van dando cuenta de ello; por eso, la alharaca sobre la independencia tibetana ya no suena tanto. Pero, por supuesto, China no es el imperio liberal que sí fue Gran Bretaña y que, en menor medida, es hoy EE.UU. China ofrece mejoras en las condiciones materiales de vida, pero no tiene la menor contemplación por las instituciones elementales de la democracia.
            Regiones atrasadas como el Tíbet cada vez aceptan más la presencia china, pues se reconoce que el poder chino es una mejora respecto a lo anterior. Pero, precisamente debido a su falta de garantías democráticas, territorios como Hong Kong o Taiwán han sido mucho más temerosos de regresar al imperio chino, pues antaño, vivían bajo una forma de imperialismo liberal (el británico y el americano, respectivamente) que no sólo constituía mejoras materiales significativas, sino que también permitía un mayor ejercicio de la democracia.
            El imperialismo, para poder ser beneficioso, debe adherirse a los principios del liberalismo. Es por ello que, en mi opinión, el imperio británico ha sido el más benevolente de todos (a pesar de que, en balance, el imperio británico estuvo muy lejos de dar cumplimiento a su doctrina liberal). El imperio chino está muy lejos de adherirse a la doctrina liberal. Pero, no por ello deja de ofrecer potenciales beneficios. Si bien no es un imperio liberal, la globalización impide que el imperio chino sea como los imperios depredadores de antaño. Los chinos saben que, para poder aprovecharse al máximo de sus colonias, debe haber buenas condiciones de vida en ellas. Es por ello que han buscado modernizar el Tíbet, y es por ello que opino que, en balance, el poder chino representará una mejora para Venezuela.
           Es necesario, por supuesto, revisar muchos de los escabrosos acuerdos que Chávez ha firmado con los chinos. Pero, así como debemos reconocer que la intrusión norteamericana en Venezuela insertó a este país en la modernidad, la llegada de los chinos podría sacar a Venezuela del atolladero en el cual se encuentra. Así como a la mayoría de los puertorriqueños aparentemente no les molestaría que San Juan se termine pareciendo a Miami, a mí no me molestaría que Caracas se termine pareciendo a Shangai. Por supuesto, la ventaja del imperialismo norteamericano, comparado con el chino, es su cultivo interno de la democracia. Las ventajas que nos ofrezca el poder chino podrían venir al precio de hacernos perder nuestras instituciones democráticas. Pero, veo viable aceptar la modernización ofrecidas por los chinos, y a la vez rechazar su modelo autoritario.
            Todo esto, por supuesto, supone una negociación muy compleja y delicada. Pero, debe hacerse sin apasionamientos, y evaluando minuciosamente las ventajas o desventajas de la presencia de este o aquel poder imperial. Así como, en su arrebato emocional nacionalista, los chavistas no han calculado bien las ventajas de estar a la sombra del poder imperial norteamericano; los opositores no han tomado en consideración que la presencia imperial china también podría resultar ventajosa para nosotros los venezolanos. Es un asunto que debe evaluarse analíticamente, sin dejarse conducir por el mero odio al hot dog o el chop suey.     

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